Dado que mis relatos son muy largo. Lo dividiré en varias partes.

Gracias y perdón.

                                                                     *****************************

El mago.

                                                                              José Ignacio Velasco Montes.

                                                                                            

    “No es nada fácil mantenerse al margen de todo, pues querer arreglar las cosas establecidas y en curso, es la idea optimista de los ingenuos.”

                                        (J. I. V. M.)

 

1.-

 

 

C

aminaba apresuradamente. Como lo hacía siempre. El Metro le había dejado en la Puerta del Sol en escaso tiempo. Andrés no tenía prisa, pero era ya un hábito inveterado de su personalidad. Miró el reloj y sacudió la cabeza, brevemente, en un gesto negativo. De seguir a ese ritmo, llegaría de forma muy anticipada a la reunión de cada viernes.

En realidad no tenía un deseo claro de asistir. Llevaba algún tiempo un tanto descorazonado de todo. Demasiadas reuniones, excesivas ideas nuevas, no siempre aceptadas en su interior excesivamente puritano, abusos de conceptos esotéricos sin un fondo palpable de realidad, al menos para su escepticismo demasiado académico. Pero, una vez más, se encogió de hombros en una aceptación habitual de no luchar contra lo que, en el fondo, al menos hasta hacía un tiempo, le gustaba.

Las cosas habían cambiado de una forma manifiesta, y no para bien como era lo esperado pero no lo probable. El grupo inicial, serio, estudioso y consecuente, se había ampliado. Lo que al inicio llenó de alegría a los fundadores de la idea, creció con rapidez y con el aumento paulatino del número, llegó un caos tan progresivo como renovado y nada sutil. Muchos de los nuevos, demasiados jóvenes, traían otras ideas, otras conductas, una visión muy diferente de lo que la Ciencia Ficción y la Fantasía eran para los más veteranos.

La influencia de algunos autores, como Philip K. Dick, y sus mundos en los que todo se resolvía con drogas utópicas, substancias que llevaban a lejanos mundos; que vencían el paso del tiempo al poder realizar viajes casi instantáneos; o convertían al humano en un semidiós, fueron conceptos que en su inicio abrieron unas posibilidades tan utópicas como inéditas al género. Con su abuso, llenó de ideas extrañas a aquellos jóvenes que viajaban, sin despegarse de sus asientos, a unas irrealidades que se consumían en un continuo giro de extraños y deformados cilindros de papel de arroz. El olor, en la alquilada sala del sótano de la cafetería con puerta a la Gran Vía, empezó a ser desagradable en ocasiones. La persistencia del continuo circular de los canutos, acababa creando una ominosa sensación de agobio en medio de aquella atmósfera entre glauca y azulina que flotaba y alteraba los rostros de los circundantes impidiendo casi reconocerles.

Cada vez que pasaba alguno de los numerosos canutillos que, a un ritmo acelerado, daban vueltas y vueltas a la gran mesa en círculo que formábamos uniendo veladores, se preguntaba:

--¿A qué sabrá esta cosa? --Pero siempre había vencido la curiosidad con un mínimo esfuerzo.

Para hacer tiempo, penetró en la Casa del Libro y se encaminó, como hacía en cada ocasión, al stand favorito en busca de novedades. Ya se encontraba en él la esperada novedad de Stanislaw Lem, con sus mundos tan fantásticos como irónicos y con sus “navecillas” que decían algunos. Lo cogió con ansia, como si se fuera a terminar la pirámide de libros recién llegados. Sabía la trama por la publicidad difundida por la editorial. Pero lo ojeó con cuidado, sin prisas, en un buceo anticipado de su contenido. Y, como colofón, se dirigió a la caja para pagar.

Cuando entró en la sala, ya había varios grupos iniciando la fumarada que habría de incrementarse a lo largo de las próximas horas de reunión. El olor dulzón de la hierba y las chinas ya se percibía con claridad. Como siempre, los diversos cenáculos, homogenizados por amistades comunes, se habían distribuido en sus zonas habituales y charlaban animadamente mientras la calima, blanco-azulada, los cubría como una boina que se elevaba lentamente hacia el artesonado del techo.

Una vez más, se colocó en la cabecera de la mesa, al lado del aún vacío asiento reservado para el presidente que, como era habitual, llegaría cuando la sala estuviera completa. La entrada, independiente pero casi continua, fue llenando el salón incrementando la densa humareda. La entrada del presidente y el secretario, juntos como siempre, creó en escaso tiempo un casi total silencio, sólo roto por los rebeldes recalcitrantes habituales que nunca parecían enterarse de nada.

--Buenas noches a todos… --indica el presidente, sacando unas cuartillas del bolsillo interior de la chaqueta y echando una ojeada a la primera de ellas.

Durante unos instantes contempla, en un lento barrido, toda la sala deteniéndose en los escasos asiento todavía vacíos

          --Esta es --titubea unos segundos-- la cuarenta y una reunión semanal de la SEDCFYFH. --y lo expresa y chapurrea en una sucesión de consonantes que crean una cacofónica y extraña sucesión de ruidos inarticulados a modo de un sibilante siseo.

          Como siempre hay sonrisas, carcajadas y chistes sobre la dificultad para pronunciar las siglas de la sociedad.

          --Como novedad, os recuerdo que ya se encuentra a la venta las últimas novelas de Frank Herbert y Stanislaw Lem. En unos días, saldrá al mercado, lo postrero de John Brunner: "Todos sobre Zanzíbar".

          Un aumento de conversaciones acoge las noticias iniciales que siempre abren la puerta al dialogo, en apariencia ordenado y en ocasiones un hervidero de charlas independientes que animan los momentos intermedios de exposición de los que se alzan para mostrar o preguntar en un turno libre y sin limitaciones de tiempo.

          Cuando el primer extraño cigarrillo le es pasado en un inicio de la habitual ronda, Andrés, lo detiene por unos instantes y lo huele con curiosidad antes de hacerle proseguir su camino. Lleva algún tiempo con curiosidad por probarlo, pero en su interior, años de disciplina, años de rígida educación y programación en contra de ese tipo de actos, le detienen una vez más. Pero sabe, lo tiene claro, que va a claudicar. La curiosidad se ha hecho presente, y cuando ya son varios los que han circulado por sus manos, contempla el que le acaban de pasar y se dice en voz alta:

          --¿Por qué no?

          Y sin un atisbo de asco, freno o duda, realiza una profunda calada que hace brillar de rojo la punta del manchado y desgarbado canuto. Sacude la cabeza con un gesto de estupor, expulsa y de nuevo inhala con inusitada inspiración. Nota un sabor especial, distinto al del tabaco que fuma de forma habitual, y nota un sabor entre dulzón y acre en el paladar.

          Momentos después, la llegada de otro mensajero de sueños, en forma de un sucio dardo casi cónico, le incita de nuevo a saborear esa prima libertad que se ha tomado en su vida. Encogiéndose de hombros, chascando la lengua, tratando de no quemarse las puntas de los dos dedos que sujetan la apestosa colilla, adelanta los labios y aspira profundamente tratando de extraer el máximo de humo. Y de nuevo, tras tirar el inutilizable derrelicto de tabaco al cenicero, vuelve a expresarse en voz alta, en un descontrol que todavía no aprecia:

          --¡Quiero saber qué es lo que se siente! Seguro que todo eso que cuentan es otra mentira. --Indica como siempre escéptico para todo lo desconocido

          Y a cada uno de los “petardos” que pasan en una procesión interminable, aunque progresivamente más lenta, les obsequia con un cálido beso, un intenso y apretado boca a boca. Y en cada ocasión hace llegar el humo a sus pulmones inundándolos de extractos de sativa cannabis que suelta la colilla recalentada en su acelerado transitar de unos labios a otros.

          Se sentía extraño, como si todo se alejara y perdiera significado. Movió la cabeza para contestar y notó un inicio de vértigo por unos instantes. Trato de contestar pero percibía una incoordinación entre el pensamiento, lento y pesado, y la articulación de las palabras que surgían deslavazadas.

          Comprendió que lo que fumaba le afectaba, pero la sensación de libertad y euforia era agradable. Pero por momentos se sentía más y más hundido en una sensación desconocida que transformaba el entorno en algo diferente. Y empezó a ser consciente que algo nada habitual le llevaba a un punto distinto de su modo de ser. Estaba embotado y se alzó para salir y que el aire fresco de la calle le despejara. Pero nada más alzarse notó que mantenía mal el equilibrio, oscilaba y tuvo que separar las piernas y ayudarse con los respaldos de las sillas para avanzar.

Salió de la sala en dirección a la escalera que le llevaría al piso superior que daba directamente a la Gran Vía. Un espejo de gran tamaño, enmarcado con aspecto de recargada cornucopia, quedaba a su izquierda. Se miró en él y se vio extraño, borroso, con una expresión que le era desconocida. Se acercó en un intento de verse con detalle, pero un traspié con una arruga de la alfombra, le lanzó contra la brillante y plateada superficie. Por unos instantes pensó que la rompería y se llenaría de heridas. Adelantó las manos en un reflejo de protección pero el espejo le engulló como si penetrara, con un salto, en el agua de una piscina. Y pudo notar que caía por un túnel de luz blanca y cegadora que le deslumbraba…

 

 

 

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Comentario por Trina Mercedes Lee de Hidalgo el junio 23, 2017 a las 4:03pm

Me ha encantado, queda la intriga de seguir leyendo... qué fumaba?. Espero el próximo capìtulo.

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