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 Formalito Ramírez

 

La historia que van a leer, es una mezcla entre la realidad y la ficción, entre los recuerdos lejanos, perdidos de la memoria y la de una realidad tan veraz como la muerte de don Ernesto...más que todo, esta historia sucedió, cuando apenas estaba comenzando ¿creo? , la guerra por las plazas barriales.

A Formalito  Ramírez le encantaba caminar, iba despacio con la cabeza un poco inclinada hacia abajo. Llevaba un maletín atrás bien acodalado a sus espaldas, sentía a su cuerpo moverse con libertad. Algunas veces levantaba la cabeza y atisbaba hacía el cielo, le gustaba hacerlo, bien fuera en el día o en la noche. Aunque prefería hacerlo en la noche, cuando se perfilaban algunas estrellas. Esto le daba descanso a su espíritu y lo relajaba hasta lo profundo de sus huesos.

Pero según algunos cálculos extraños de Formalito, no todo lo que se veía en el cielo, eran estrellas o luceros, eran más bien satélites que las grandes potencias enviaban al espacio. Lo que tenemos arriba se decía Formalito, es pura chatarra, eso no es más que un parqueadero de satélites, bien sean rusos, norteamericanos o quizás japoneses, entre otros.

Esto a lo mejor puede traer alguna ventaja para el pequeño país en que habitamos. Porque según él, en caso de que se empezara una guerra nuclear, no la comenzarían por este país llamado Colombia, puesto que allá arriba, se encontraban guardados esos aparatos, que le servían al séquito extranjero, para vigilar a sus oponentes en caso de que se desatara esa guerra para apoderarse del mundo. Como quiera que sea, Formalito Ramírez, hacía esta deducción solo para convencerse así mismo de que la ambición humana no podía llegar tan lejos. Él más que nadie sabía que una guerra nuclear acabaría con todo el planeta. Pero sí, el corazón humano, se había desviado del cauce normal de la naturaleza y había desatado sus impulsos negativos hacía lo otro, el otro, lo del otro siempre es mejor o peor.

Cuando algo llamaba su atención, se quedaba extasiado, contemplativo, la mayor parte del tiempo su mirada permanecía baja, A veces Formalito sentía que sus labios se movían, balbuciendo algunas palabras que se le escapaban sin querer. Aunque se abstraía con facilidad, trataba de no alejarse de la realidad, máxime cuando en su recorrido debía levantar la cabeza varias veces para saludar a la gente que lo conocía.

En aquella ocasión Formalito, se pilló así mismo recordando una historia, que uno de sus pacientes le había contado; ésta brotó en su pensamiento, era un recuerdo que ese hombre tenía de su infancia. Volvió a ver las facciones de ese joven, que lo llevo a revivir aquella escena, en donde unos niños, entre cuatro y cinco, jugaban en un patio grande. A lo alto se veían las chambranas de la casa y una pared grande, en donde se encontraba una ventana de madera vieja, pintada de rojo, más allá se miraba una carretera ancha y se escuchaba  el ruido de los carros al pasar.

Los niños jugaban, reían, el joven no pasaba de los dos añitos, se encontraba descalzo, sobre su cuerpo llevaba solo una camisetica, de modo que su trasero le quedaba al descubierto. Eran aproximadamente las siete u ocho de la mañana, todo marchaba bien, hasta que sintió que algo le fastidiaba dentro de su nalguita; quiso quitárselo, pero no pudo, en eso un niño más grande que él, de unos siete años, se le acercó y le dijo; usted tiene una cosa en la nalga. Asustado porque creía  que era un gusanito, dijo ¡quítenmelo quítenmelo! Pero el niño grande en lugar de hacerlo gritó  en voz alta; ¡veeeee!  Este niño, tiene un pelo atravesado en el culo. Los otros niños se acercaron y se pusieron a reír.

Era un cabello largo que se había enredado en medio de sus dos nalguitas, seguramente era de su madre o de algunas de las muchachas del servicio que trabajaban allí.

Aquel joven sintió que a la burla de sus compañeritos, el suelo se hundía bajo sus pies; un pánico extraño recorrió sus huesitos de arriba hacia abajo, algo parecido a la vergüenza cubrió su carita;  huyo de allí, a ocultarse, como si eso fuera un delito. Al tocarse de nuevo, el pelo se le enredó en sus deditos y se desprendió con facilidad. Para nada esto le atormentaba en la edad adulta, todo eso hasta le parecía muy gracioso; pero en esos momentos si fue toda una pesadilla.

Formalito Ramírez trabajaba como médico, en un barrio de la ciudad. Tenía vehículo, pero prefería desplazarse a pie, esto le facilitaba un mayor trato con las personas. Como vivía cerca de allí, en una pequeña finca que le había dejado  su padre, podía disfrutar a su vez del campo y de la ciudad. Tenía variedad de clientes, pero la mayoría eran personas sencillas, de escasos recursos. Él los atendía generosamente, aun cuando no tuvieran para pagarle la consulta; se había ganado el respeto y el cariño de todos; jamás a nadie se le había ocurrido hacerle una chanza sobre su nombre y menos delante suyo.

Las personas no solamente lo consultaban para que les curara sus enfermedades físicas; sino que también lo hacían partidario de sus problemas, de sus conflictos, ellos le contaban muchas cosas. Concluyó de caminar y se dispuso a abrir su consultorio, que se hallaba situado en una calle central del barrio el tablazo. Ya lo estaban esperando varias personas, entre ellas doña Luz. ¿Hola doctor, cómo esta?  ¡Bien gracias! ¿Y usted? ¿Cómo ha pasado? Adelante, sígase.

La mujer se puso  de pie tímidamente, junto al borde del escritorio, sin atreverse a tomar asiento. Formalito terminó de abrir, se guardó las llaves y volvió a cerrar la puerta con suavidad y no sin antes hacer un guiño a sus otros pacientes, que lo miraban con ansiedad. Puso su maletín sobre una estantería de madera, dentro de la cual se observaban algunos libros bien organizados, Se coloco la bata blanca que había olvidado y que se hallaba colgada detrás de la puerta; de alguna manera sabía que doña Luz, no requería de ningún tratamiento médico, su dolor si es que lo tenía, era mucho más profundo; se sentó.

Al verla de pie bastante flaca, alta, encorvada, sintió un poco de lástima por ella; se veía más reseca que de costumbre. La muerte de su esposo, de su hijo Huber, l a habían afectado en demasía, el sufrimiento en lugar de aflorar hacia afuera, se había quedado atravesado en el centro del pecho; mientras ella se sentaba, él pensaba; ¡Por Dios!, si ya casi se nos va a desaparecer. Empero sus ojos negros, agudos, mostraban un algo inconmensurable, algo así como un mar jadeante, que quería desbordarse, salir, saltar hacia afuera. A ratos y en el trascurso de la conversación, parecía también que  quería levantarse, echar a correr por las calles como una loca. Pero el delirio, se detenía, mientras hablaba, en un tono suave y de infinita resignación.

Como le parece doctor que el sábado por la mañana, mataron a la Leina. ¡Ay si! ya la enterramos, con el bebecito amarrado a los pies, a ver si con eso se nos hace por fin justicia. ¿Usted sabía, qué ella tenía siete meses y medio de embarazo? Eso decía, mientras el doctor recordaba hacía unos añitos atrás, cuando se había enterado de la muerte de su esposo. Según contaban, ella se encontraba en el balcón de la casa, que quedaba en una esquina. Cuando vio a don Ernesto Ramírez, su esposo, correr hacía la casa, le pareció ver en el rostro de él, en sus ojos que se le quedaron mirando, algo así como unas imágenes inmóviles, detenidas como un universo cósmico que estaba a punto de romperse, mientras el corazón a ella se la agitaba todo; sin comprender todavía nada, lo vio caer, miró como su camiseta, se veía como si fuera una mezcla de todos los colores. Él se puso una mano en el corazón sin acabar de morirse todavía. LA gente estaba paralizada, nadie acudió a auxiliarlo. Sin poder gritar, sin entender lo que pasaba, doña Luz en una fracción de segundo, con ráfagas intensas del tiempo, que se alargaba pesadamente, pudo ver como se le iba formando la sangre alrededor de su cuerpo, del cuerpo de su esposo. Él levanto la cabeza para mirarla, pero un hombre que lo venía persiguiendo, lo acabó de rematar. ¡Bang!  ¡Bang! ¡Bang!  Quedo allí quieto, tirado en el pavimento.

Ese día don Ernesto se encontraba jugando en los billares. Era un hombre trabajador, al parecer había hecho un buen negocio con unas casas que había vendido, Cuentan que lo llamaron por teléfono, un amigo le pico arrastre, lo invitó para los billares, él no quería, pero al final aceptó. Después de varías rondas con los tacos y las bolas, se quería ir, pero el amigo le decía; venga no se vaya, juguemos el ultimo juego. Los dos primeros tiros se los dieron en el pulmón izquierdo. Don Ernesto arreglándoselas  como pudo y sin tener todavía, una percepción clara de lo que pasaba, echó a correr, para proteger a su tío Pascual, pues lo quería mucho y creía que los tiros eran para él. Pero Don Pascual le decía ¡corra corra corra! , ya llegando a su casa, el hombre le terminó de dar los otros seis tiros. Entre el pensamiento de Formalito y la conversación de doña Luz solo había trascurrido unos cuantos minutos.

Grey detuvo su motocicleta y se apeó junto a la gente que ya se estaba acumulando para entrar donde el doctor. Su cabello era largo, lacio, con resplandores castaños; al estar de pie se la podía observar mejor. Era delgada, pero no demasiado, alta, de ojos claros, que brillaban simpáticos, amables, sus facciones revelaban una naturaleza tranquila, pero inquieta. Camino rápido y con firmeza se dirigió  hacia la puerta del consultorio, mientras saludaba a todos, Buenos días, ¡hola! ¡Hola! ,  a lo cual todos le sonreían.

 Entró por la misma puerta, por donde el doctor lo había hecho y luego se dirigió a la sala contigua, su mesa de trabajo estaba frente a la segunda puerta, el computador y sus objetos personales, estaban al toro lado, junto a la ventana. Había suficiente espacio y las sillas estaban acomodadas cariñosamente, para acoger a quienes se dispusieran a usarla.

Abrió una segunda puerta y las personas entraron, algunas se sentaron, otras en cambio se dirigieron a ella para comprar fichas, hacerle algunas preguntas acerca de medicinas, en fin.... De ese modo el doctor quedaba, resguardado, al otro lado, como oculto de los demás pacientes.

Grey era una joven universitaria, estaba terminando el último semestre en la facultad de medicina y aunque tenía grandes aspiraciones, muy en lo profundo de su ser, admiraba al doctor Formalito; lo conocía muy bien, sabía que detrás de la  sencilla apariencia de este hombre, se escondía un excelente médico, un maravilloso ser humano. Formalito, no solo era un médico general, se había especializado como cirujano entre otras cosas.

Luego que la señora Luz se fue, el doctor se levantó e involuntariamente ese rostro, se le quedó  atorado a la memoria, veía su cara, tenía la sensación de que algo en ella, se cerraba para el contorno externo de las cosas, parecía como si su mirada perdida, fija, extasiada en algún punto o imagen, fuera a estallar de repente, en mil partículas de polvo nuclear. Con voz tenue dijo; el siguiente, pase por favor, siéntese.

Aproximadamente hacia las seis de la tarde Grey se le acercó y le dijo; quisiera disculparme por no haber entrado por la otra puerta, pero es que olvidé las otras llaves. Este la miró y se limitó a sonreírle de un modo afable.

 Sabía que aunque era un hombre todavía joven y muy atractivo no tenía a nadie en especial, él vivía en el pasado, una mujer a la que había amado demasiado le resquebrajó todo su ser. En apariencia el asunto ya estaba olvidado, puesto que ni siquiera la mencionaba; no obstante ese silencio, era la prueba inmisericorde para Grey, de que esa mujer aún permanecía en su pensamiento. Su presencia invadía o así lo parecía, todos los rincones espaciales del consultorio. La ausencia de esa mujer, era lo que añadía  o quitaba días a los días de él.

Se despidieron apenas sin mirarse, Grey prendió su motocicleta y mientras lo hacía, Formalito, se asomo a la puerta y se la quedó mirando, sonriéndote, esta sintió un vuelco en el corazón, arrancó  y se alejó de las calles del barrio, con rumbo al ciudad. A pesar de ser joven gustaba pensar en lo que veía. Esta ciudad es hermosa, sin embargo con qué facilidad pasaba del horror causado por la muerte; de tantas muertes, al embadurnamiento de los sentidos. La mayoría de las personas ya no morían de muerte natural, la guerra que se vivía en los barrios periféricos, era el devastador efecto, de una guerra por apoderarse del dominio total.

Pese a todo, esta ciudad seguía viviendo, bailando, danzando como una Babilonia impenitente y divina. Supongo que eso pasa en todas las grandes ciudades ¿No? Sus anchas avenidas, se veían tranquilas, alegres, pero los exiliados del campo adornaban los parques, niños pequeños y barrigones dormían o deambulaban en las aceras.

Después de estudiar algunos libros relacionados con medicina, Grey se acostó a dormir presa del cansancio; pasada la media noche escuchó con bastante precisión un coro de voces perfectamente sintonizado; eran voces de mujeres,  y esto era lo que decían; Ángelo, Ángelo, no seas tan creído ven y ayúdanos. Se escuchó entonces una risa demoníaca, completamente clara, era la risa de un hombre, risa que encajaba dentro de un coro musical, pero infernal. Sorprendida por el sonido de esa música extraña, ajena a su inconsciente, verdaderamente externa a la naturaleza de su ser, Grey se despertó para romper con esa conexión.

Al parecer dos mundos paralelos se cruzaron el uno con el otro. Se fue hacía la cocina, bebió un vaso con agua y la imagen de Formalito, se le pegó al alma, arrugándosela con  un sentimiento de dolor. ¿Le habrá pasado algo? ¿Y si lo llamara? , no, era demasiado tarde ya ¿Con qué pretexto?

¿Por qué precisamente Grey y no otra persona, había sido el blanco, de tan extraño sueño? El doctor Formalito Ramírez en cambio aquella noche, se encontraba sereno y calmado, el frío de la lluvia se filtraba por las ventanas y le calcinaba todos sus huesos. Dejó el libro que estaba leyendo, se frotó las manos, se dirigió a la cocina, para tomarse una taza de café caliente. Una vez la hubo preparado, se sentó de nuevo en el sofá, en el que antes estuviera sentado, encendió la lámpara de la mesita, para obtener una mayor luz  y así poder leer mejor. Abrió el libro en alguna página, y leyó estas palabras; más allá de toda la somnolencia de la noche, se aclara el bosque del espejismo, en donde la infancia danzó por primera vez. En el instante mismo de la muerte, aparece el umbral condensado de la luz; allí la mirada absorta, fija, desaparece, bajo el delirio de la imagen, que es mil veces sobrepasada. Miríadas de estrellas aparecen y desaparecen, como una forma, de las formas, de las cosas, de todas las cosas. El universo físico desaparece, se extingue lentamente... Entonces todo se convierte en luz y hace su aparición el alma, bajo la forma de un resplandor blanco, blanquísimo. Entonces ella sigue vibrando con intensidad de vida, en busca de lo amado, que aún no quiere dejar.

Formalito cerró los ojos, el rostro claro y profundo de Grey apareció en el centro de su corazón, sintió el impulso de tomar el teléfono, para llamarla, para decirle cuánto, cuánto la amaba... Pero en ese momento alguien llamó a la puerta; toc, tac, vaciló un segundo, pero con gesto decidido, se encaminó hacía allá, para abrir. Sin duda alguien requería de sus servicios.

Un hombre joven, de facciones bien definidas, pero distorsionadas en ese momento, con la mirada extraviada, lo encaró a los ojos y sin esperar a que lo invitara a entrar, se introdujo en la cálida y acogedora salita. Se quedó de pie en la mitad, de espaldas a Formalito, que estaba aún con una mano en la puerta y la otra a lo largo de su cuerpo, sin saber qué hacer. El hombre se volvió hacía él con brusquedad.

Formalito cayó de espaldas hacía el suelo, sobre la alfombra verde. Un ruido de dos detonaciones espaciales,  fuertísimas, le rompieron el alma, que se le estalló  en mil pedazos.

En medio de la noche lluviosa, justo a esa misma hora, doña Luz gritó tan hondamente, que todo el vecindario, se despertó horrorizado.

La última página, que Formalito no alcanzó a leer decía; pero ante la instancia de la muerte y en el delirio de algunos por poseerla, la frenética

Locura de esos hombres, los hace arremeter contra la vida.

Grey tomó el cuerpo amado y solo ella vio, ese tatuaje que se le formo al lado de su corazón, en forma de hojita que se ramificaba. Lo besó en la frente, mientras sentía que en sus venas la sangre parecía reventársele.

                         

                                   FIN

Beatriz Elena Morales Estrada

Voces De La Noche

Esta obra esta registrada en la unidad administrativa de derecho de autor

© Copyright

    Historia extraída de mi librito Voces De La noche; publicado por editorial Lealon, diciembre de 2001.

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Comentario por Beatriz Elena Morales E el abril 23, 2013 a las 9:12pm

Gracias Ana por leer y por comentar... Y me alegra que te gustara. Para ti,  mis saludos y mas sincero abrazo.

Comentario por Ana Muela Sopeña el abril 23, 2013 a las 3:15pm

Qué historia tan buena, Beatriz.

Me ha parecido extraordinario.

Te felicito

Un fuerte abrazo

Ana

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