LA LUCIÉRNAGA

 

                                  JOSÉ IGNACIO VELASCO MONTES

 I.- El nacimiento.

   

Súbitamente sentí que había nacido. Mi madre, una partícula de 0-15, recién golpeada por un Protón, sufrió unas fuertes convulsiones, emitió un gemido de rayos gamma y me dio a luz. Yo era pequeño y me sentía muy caliente dentro de aquella masa de gas a catorce millones de grados centígrados. Mi madre se alejó de mí sin una palabra, sin hacerme caso, creo que sin verme. Vi como cambiaba de aspecto, en un intento quizás de negar su maternidad, troceándose en escaso tiempo en un núcleo de N-15, alejándose de mí, confundiéndose e introduciéndose en una vorágine de fuego que penetraba cual cascada hacia las profundidades, hacia el horno solar, en una búsqueda de más calor y placer.

Me sentí solo, pero no tuve tiempo de apreciarlo. Una inmensa corriente me abrazó y acunado entre sus brazos, noté que ascendía a una velocidad de vértigo.

--¿Dónde me lleváis? ¿Quiénes sois?--inquirí con un hilito de voz.

--Calla Neutrino. Somos un chorro de radiación y te llevamos fuera del sol.--contestaron al unísono los 108 mil millones de partículas que me envolvían.

-- ¡Dejadme! , quiero ir con mi mama.--

--Tu mama ya no existe. Es muy inestable y alocada. Cada cuatro millones de años tiene un hijo como tú, al que abandona para poder continuar su ciclo. Miles de millones de madres como la tuya, forman el gigantesco horno solar y dan lugar a toda clase de partículas, radiaciones, etcétera -respondieron de nuevo.

--Estoy mareado, ¿no podéis ir más despacio?--pregunté en medio de un vértigo feroz, notando como todo pasaba por mi lado a una velocidad tal, que no podía ver nada.

--No, no podemos ir más despacio. Nuestra personalidad nos obliga a ir a cuatrocientos mil ki1ómetros por hora hasta salir al espacio.

--Pero yo no quiero irme de aquí.-contesté apesadumbrado.

--Lo sentimos, pero no entra en nuestras posibilidades el hacer algo.

Guardé silencio mientras avanzábamos a toda velocidad, atravesando miles y miles de kilómetros, de un agitado mar de fuego al rojo blanco. No sé el tiempo que transcurrió, simplemente me dejaba llevar, envuelto en aquel pañal de radiaciones, que con gran solicitud me mantenía caliente, mientras el rugido de millones de partículas ígneas, parecían interpretar una nana para mí.

Al cabo, cuando un dulce sueño me penetraba, el sonido cambió bruscamente, convirtiéndose en un rugiente silbido. Divisé a lo lejos unas manchas oscuras, al lado de las cuales el chorro penetraba comprimiéndose. Noté que las partículas se apretaban contra mí, emitiendo un siseo de ánimo. Sentí una fuerte aceleración, que se fue haciendo progresiva y súbitamente me encontré lanzado fuera de que aquel, ahora lo veía bien, el inmenso globo de fuego que era mi padre. 

Las partículas que me envo1vían me dijeron adiós y vi como se transformaban, cambiando de color y de aspecto. Unas se alargaban y deformaban en unas preciosas líneas multicolores dentro de la gama ultravioleta, continuando su camino. Otras se unían en largos mazos de rayos cósmicos. Algunas, las más estilizadas, en una extraña y variopinta metamorfosis, se revestían de los exuberantes colores de los rayos X.

Yo no sentí ninguna transformación. Tal como era seguí siendo, dentro del armonioso y potente chorro de aquella llamarada solar, que se abría como un haz, a la par que se separaba a gran velocidad del inmenso horno que nos había creado.

      Por momentos me sentía más y más maduro. En ese tiempo que no sabría medir, había pasado de bebé a adolescente y volviendo la vista atrás contemplé de lejos a mi padre, que mayestático, continuaba su quehacer casi eterno de auto-consumirse sin prisas. Él viviría muchos millones de años más. Era una estrella joven, en plenitud de facultades y en su núcleo quedaban miles de millones de madres como la mía, para continuar el incansable ciclo de transformación, hasta que su larga vida de diez mil millones de años terminase apagándose con desgana y convirtiéndose en un híper-denso pedazo de piedra negra y dura, que rodaría por el espacio sin otra cosa mejor que hacer.

Calculé la velocidad a la que me alejaba y vi que era de unos mil seiscientos kilómetros por segundo. Me encontré inmerso en el silencioso viento solar que, incesantemente sopla a través del espacio. Formaciones de caprichosas nubes de protones me acompañaban. Vi que el vacío del espacio no lo era tanto. Cruzábamos sobre inmensos y espléndidos puentes de hidrogeno que se prolongaban más allá de donde alcanzaba mi visión. Nubes de partículas de alta energía me adelantaban en una luminiscente y parabólica trayectoria, a veces súbitamente alterada por enormes e invisibles campos magnéticos que intentaban atraparlas. Gocé del majestuoso espectáculo que se me ofrecía, a lomos e impulsado por el viento solar, mientras erraba por el infinito cosmos.

Súbitamente noté un estremecimiento de mi corteza. La temperatura me indicaba que estaba disminuyendo a cierta velocidad. Conforme me alejaba de mi padre, éste, despechado quizás, retiraba su amor y la agradable sensación de calor disminuía. Noté que las partícu1as que me acompañaban se alejaban entre sí y de mí, sintiéndome desamparado, más huérfano que nunca. Todo era tan vasto, tan enorme, que en poco tiempo, cientos de kilómetros a mí alrededor quedaban vacíos.

Mi trayectoria se fue haciendo más irregular, siendo zarandeado por fuerzas de atracción que apenas vislumbraba. Allá lejos, vi una gran bola, pequeña comparada con mi padre y quise saber qué era, sobre todo al sentir que intentaba atraerme vanamente hacía él. Sin embargo, su masa, no era lo suficientemente grande para ello, habida cuenta la enorme distancia que nos separaba.

Grité con todas mis fuerzas, preguntando quien era y el silencio fue la respuesta. Insistí e insistí y al fin mi tenacidad tuvo su premio.

---Es Mercurio, el hijo más cercano y pequeño del Sol.--respondieron miles de voces a mí alrededor.

Miré con curiosidad al que equivocado creía mí hermano, contemplando la desnudez de su superficie erosionada y calcinada por el cariño de su cercano padre y me sentí más y más desgraciado, al ver mi escasa masa, mi nulo atractivo, comprendiendo el desprecio de mi madre y la indiferencia de mi padre. Realmente yo no era nada, no tenía nada, ni siguiera carga eléctrica. Era una partícula ambigua, hermafrodita, sin sexo definido, carente casi de masa y con escasas reservas de energía. Y me sentí miserable y desgraciado.

  

2- El viaje.

 No podría decir cuánto tiempo vagabundeé por el espacio. El Sol, mi padre, quedaba lejos y su tamaño había disminuido a una mitad. Seguía siendo esplendoroso, brillante, de un rojizo-amarillento imposible de describir en su constante variación cromática. Su corazón henchido de miles de millones de megavatios, latía rápidamente y en cada pulsación, su constante luminosidad llenaba de luz y calor todo el sistema solar.

Suspendido, zarandeado, continué mi periplo espacial entre la cada vez más dispersa columna de radiación que me trasladaba. Me sentía más solo, con más frío, dándome cuenta que había alcanzado la adolescencia y que mi figura se había estilizado. Ya no era el bebé obeso, repleto de fluido materno que había sido hacía algún tiempo. Había perdido peso, consumiendo muchas de mis reservas y notaba que mi personalidad se estaba definiendo claramente. Me contemplé luchando por mantener una temperatura agradable en medio de aquella espantosa soledad sideral. Aunque brillaba intensamente en mi propia combustión, los lúmenes que emitía, no llegaban a ningún sitio. A mí alrededor solo había vacío y una gran oscuridad. Muy lejos, unos puntos brillantes, cientos de millones de puntos brillantes, parpadeaban con una luz que me llegaba con intensidad, pero sin calor.

Súbitamente, mi padre emitió una gran llamarada, cuya luz me llegó en breves instantes. Una gran columna, millones de veces mayor que en la que yo nací, surgió al lado de unas grandes manchas, que hacía mucho tiempo tenía cerca de la cintura. Una ingente luminiscencia cubrió todo el espacio. La enorme masa de luz, lanzada a trescientos mil kilómetros por segundo, llenó millones de kilómetros en pocos segundos, en un mecanismo combinado de avance y expansión me sentí empujado y caliente, a la par que contento pensando que mi padre había notado mi soledad y me enviaba un aliento confortador. Me estremecí esperando y deseando la llegada de la oleada, consciente que un poco de compañía y calor me harían bien.

Transcurrió, sin embargo, mucho tiempo desde que pasaron los fotones luminosos hasta que finalmente comprendí que seguiría solo. El resto de las partículas de la llamarada, irían a mi misma velocidad y por lo tanto nunca me alcanzarían. Mi padre habría tenido otros hijos como yo, y seguía sin acordarse de mí. La llamarada no había sido un gesto conmigo, sino algo habitual en él.

A mí alrededor, todo continuaba igual silencio, frío y oscuridad. Mi hermano Mercurio sólo era una mota negra que resaltaba sobre el fondo amarillo-anaranjado del Sol. Lo contemplé envidioso, deseando ponerme en su lugar. Sería tan feliz estando donde él estaba, sintiendo el calor, como él le sentía, que me olvidé aún más del tiempo que transcurría, mientras contemplaba como mi hermano se desplazaba, girando en torno a su padre, hasta desaparecer por uno de sus extremos.

Entonces volví a la realidad. Hacía un frío glacial, desesperante. Avivé mi metabolismo forzando mi combustión y el resultado de mi auto-fisión no se hizo esperar. Emití brillante luz y mis ardores influyeron sobre mí ánimo tan decaído.

--Lo importante es vivir,-me dije gritando al vacío- y vivir alegre y feliz. No importa lo que tengas o lo que recibas. No hay que esperar demasiado de los demás. Nadie da nada. El que mucho espera, eso pierde. Yo soy yo y nadie más puede vivir mi vida.

Lancé un rutilante resplandor, exultante de alegría y vitalidad. No volvería a sentirme triste ni solo. Podía decidir, notaba mi propia masa y siempre era posible monologar o distraerme de cualquier manera.

Me dejé llevar de un desenfrenado baile, en una orgía de luz y energía. No me sentía cansado, no apreciaba una substancial negatividad ni cambio en mis reservas. Me concentré profundamente, acumulando material para una gran explosión de luz y finalmente fulguré de satisfacción, en un enano remedo de lo que había visto hacer a mi padre. No duró mucho, pero mi resplandor iluminó todo el contorno por un instante, haciendo que me sintiera satisfecho y feliz.

Algo dentro de mí, tan dentro de mí que parecía yo mismo, pero al mismo tiempo no lo era, me habló secamente, con un tono frío y poco cordial.

--¡Ya está bien! Si continuas haciendo payasadas, vas a romper el equilibrio entre ambos y nos consumiremos.

--¿Quién eres tú? --inquirí preocupado-- ¡Creía que estaba solo!

--Soy tú mismo, tú otro yo, tu carga negativa, ¿comprendes?

--No, no comprendo nada.

--Sí, si comprendes. Antes te recrimines de ser ambiguo, bisexual. Yo soy ese otro sexo, el negativo, de los dos que te componen.

--Sé bienvenido. Seremos amigos y podremos hablar.

--Mas vale que te estés quieto. Cada vez que haces un esfuerzo por brillar, me obligas a consumir el equivalente de mi propia carga. Vive pero deja vivir. No olvides que nuestra vida no es muy larga, sólo dura mientras nuestra carga sea útil y el equilibrio de polaridades se encuentre compensado. Déjate llevar y observa, de ese modo, en un mínimo de combustión, duraremos más y veremos más cosas.

Asentí avergonzado de mi propia estupidez. Tenía mucha razón. Reduje mi metabolismo al mínimo indispensable, quedando en una catalepsia de mortecina luz, mientras el binomio tiempo / espacio transcurría sin aparente cambio.

No podría decir el tiempo que transcurrió de este modo. Había tan poco que hacer y que mirar, que permanecía durante enormes períodos de tiempo sin ver ni pensar, dejándome llevar, flotando ingrávido, sumergido en una ausencia total. De pronto, súbitamente sobresaltado por mis pensamientos, pregunté:

--¡Eh!, Negativo, ¿estás ahí?

--¡Sí!, Positivo.  ¿Qué quieres?

--Nada, saber si estabas.

--¿Y dónde voy a estar? No sabes que si nos separásemos, lo que por demás es imposible, pereceríamos al instante. Somos lo que somos, porque estamos juntos. Tú eres el que eres, porque yo soy el que soy. Ninguno es nada sin el otro.

No contesté. Me sumergí de nuevo en mí mismo, analizando la situación y descubriendo que estaba llegando a la madurez, a pesar de los infantiles pensamientos que me asaltaban a veces. Los conocimientos se iban acumulando lentamente. Seguíamos sin saber a dónde íbamos y cual era nuestro destino. Había algo que también me preocupaba. Era mi dificultad para calcular el tiempo. Este era un concepto que se me escapaba, que no lograba comprender. Me arriesgué a preguntar.

--Oye Negativo, ¿Qué es el tiempo? ¿Tú lo sabes?

--Sé lo mismo que tú sobre ello. El tiempo es un concepto muy relativo, ya que se le puede considerar desde por lo menos tres puntos de vista totalmente diferentes. Tienes por un lado el Tiempo Real, que sería el que podrías medir mediante algo que lo dividiera en unidades iguales. Cada unidad consumida sería una unidad de tiempo gastada. Por otra parte, tienes el tiempo Inmanente, que sería el concepto de tiempo que cada ser con inteligencia o vida, tiene de su propio tiempo y que marcaría la normativa con la que discurriría su vida, constituyendo su “tiempo vital”. Sin embargo, existe aún una tercera manera de enfocar el problema, que es la relación existente entre el tiempo y la velocidad, de tal forma, que a mayor velocidad, el tiempo transcurre más lento.

--Te entiendo en parte, pero te sigo escuchando.

--Pero las tres formas, son el mismo aspecto de la cuestión, visto desde tres ángulos diferentes. De este modo, tu tiempo, nuestro tiempo, siempre será diferente del tiempo de nuestro padre el Sol. Nuestra vida es efímera al lado de la de él. El Sol vivirá unos diez mil millones de años. Nosotros no viviremos ni un año. Su "tiempo vital” es lentísimo. El nuestro es muy rápido. Sin embargo, nuestro tiempo es muy lento comparado con el de un fotón luminoso que apenas nacer da un resplandor y ya ha muerto.

Neutrino positivo escucha en silencio tratando de entender el que su homónimo negativo le explica.

--Es debido a estas diferencias de tiempos vitales, que nuestro padre no llegó a saber de nuestra existencia. Somos para él mucho menos que un segundo de nuestra vida. Pero puedes estar contento. El Sol crea partículas cuya vida es aún más corta que la nuestra, como el caso del fotón ya citado. Su vida dura apenas unos segundos, ya que nada más nacer, ya ha recorrido millones de kilómetros. Nosotros vivimos más tiempo, pero a cambio viajamos más despacio. Cada uno viene marcado por una función al azar y ello le dota de unas características propias, diferente de las de los demás.

Se quedó en silencio mientras yo asentía mudo. Desistí de seguir preguntando y de nuevo caí en un sopor que ya me era familiar.

  

III.- La llegada.

 La monotonía de mi existencia vagando por el éter, solo se veía alterada esporádicamente, muy de tarde en tarde, por algún acontecimiento inusitado. En una ocasión trabé contacto casi físico con un meteorito. Era pequeño, apenas un ínfimo grano de polvo, negro e irregular. Animado de una velocidad lineal inferior a la mía y con una trayectoria sensiblemente paralela, lo alcancé rápidamente y seguimos un breve curso emparejados y lo fui dejando atrás y a un lado, en una fugaz pero constante divergencia de caminos. No respondió a mis preguntas pues no era más que un cadáver mineral colocado en órbita. Flotó breve y lánguidamente a mi lado, como si ambos estuviéramos suspendidos. Durante unos instantes, parecimos estar sin ningún tipo de movimiento aparente, dando la sensación de que todo estaba detenido. Rechacé la idea tomando como referencia una lejana estrella, comprobando que todo era un artificio. Ambos nos movíamos a considerable velocidad, pero dado que ambos teníamos órbitas casi idénticas, aunque velocidades muy diferentes, nuestros cursos parecieron similares ya que los puntos de referencia estaban muy lejanos. El espejismo de suspensión total fue casi completo por una ínfima proporción de tiempo y espacio.

Lo perdí por detrás y quedó allá a lo lejos, sintiéndome una vez más solo en la eternidad de la noche del espacio. Así, de este abominable modo, transcurría mi existencia sin nada que alterara durante largos períodos, mi deambular errante.

Por ello, cuando sentí mi rumbo alterado por algo que no veía, pero sí notando que la trayectoria cambiaba lenta pero paulatinamente, salí de mi estupor e indagué a mí alrededor, sin lograr ver nada. Fue algún tiempo después cuando la causa se hizo presente. Era una esfera muy lejana, de intenso tono azulado. A groso modo, mi actual rumbo me llevaría cerca de ella. Ya no la perdí de vista. Intuía que era mi destino, que hacia allá me encaminaba. Se fue ampliando conforme nos acercábamos a ella y fue tomando una apariencia más bella.

Aunque predominando el azul, otros colores se fueron haciendo visibles. Manchas extensas de blanco discontinuo, como desgarrado, en forma de jirones. Marrones y verdes en confusa mezcolanza con amarillos y rojos, salpicaban su superficie. Poco a poco pude apreciar su tamaño, varias veces superior al de Mercurio. No tenía luz propia como mi padre pero reflejaba la que de él recibía. Estaba rodeado de una amplia corona azulada, que se obscurecía conforme se alejaba, hasta confundirse fundiéndose en negro, en lo más periférico.

No pude resistir la tentación de comentarlo con mi otro yo.

--Negativo, ¿has visto?

--Al mismo tiempo que tú. --comentó secamente.

--¿Sabes lo que es?--pregunté sin necesidad.

--Lo sé igual que tú.--

--Es el tercer hijo mayor del Sol y uno de los más bonitos del sistema --empecé a explicarle--, le llaman Tierra y está lleno de seres con vida. Me gustarla ir allí.

 --Ya veo que quieres morir --me responde agresivo.

--¿Por qué hemos de morir?--pregunté aún sabiéndolo.

--¿Ves esa corona azul que tanto te ha gustado? Eso es la atmósfera, un conjunto de gases que lo envuelven. Aquí no hay nada y por ello consumimos lentamente nuestra energía, pero allí, en contacto con el aire, nos consumiremos rápidamente.

--Bueno, al menos haremos algo, ¿no querrás ser eterno?

--Eternos no podemos ser, pero me gustaría durar el máximo tiempo.

--A mí también, pero quisiera ver ese mundo.

--Pues esperemos que no sea nuestro destino. Pues si lo es viviremos ya poco tiempo.

Quedé silencioso viendo aumentar pausadamente su tamaño. Era un mundo distinto de todo lo visto hasta entonces. Rodaba lentamente en el espacio girando sobre sí mismo. Descubrí de pronto que otra bola, blanco / grisácea, giraba a su vez sobre el precioso planeta, apareciendo y desapareciendo en sus constantes y lentas vueltas. Su aspecto era muy diferente al de la Tierra. Unas dieciséis veces más pequeño, carecía de atmósfera, pues no tenía corona. Su superficie, muy erosionada, reflejaba la luz con gran violencia, sin modificarla en lo más mínimo. Era un cuerpo muerto, duro, frío, sin atractivos. No le presté gran atención, atraído intensamente como estaba por la gran bola de vistosos colores, a la que ya sin duda nos dirigíamos.

La atracción del planeta se empezaba a notar. Nos acercábamos a él de manera definida. No había duda, habíamos sido atrapados y nuestro rumbo quedaba dentro de una trayectoria elíptica que acababa en él. Al aumentar su tamaño, se empezaban a apreciar detalles hasta entonces perdidos en la bruma de la distancia. Era realmente un soberbio mundo. El constante cambio de su gama de colores; la alternancia de zonas verdes cambiantes a azul, con las más diversas tonalidades, hacía que su contemplación fuera todo un espectáculo. Me sentí embargado de una alegría hasta entonces desconocida y empecé a amar a aquel mundo que se hacía desbordante por momentos, quedándome extasiado ante aquella sinfonía de luz y color.

A unos ochenta mil kilómetros, el espectro de colores se vio alterado por otro fenómeno más, que en un extraordinario despliegue de infinitas posibilidades de color, en un revuelo de luz, cubrió un amplísimo frente. La ingente y dispersa llamarada de la que formaba parte, se había puesto en contacto, con un no menos amplio cinturón de radiación, que envolvía al planeta. La presencia a esos niveles de gases nobles, así como el constante bombardeo de partículas luminosas, daba lugar a un amplio cambio y liberación de energía, formándose un extenso frente luminoso, en un constante cambio de forma, orquestándose un maravilloso concierto de toda la gama del espectro. Disfruté la contemplación del mismo, viviendo la sublime sensación de formar parte de él. Brillé entusiasmado ante el contacto con el Helio, el Hidrógeno y otros gases formando una Aurora Boreal.

Pletórico de nuevas y maravillosas sensaciones, me sentí englobado en una turbulencia y girando en un torbellino confuso de diferentes partículas, fui desplazándome hacia el planeta por una chimenea del cinturón de radiación.

Descendí rozando, chocando, golpeando contra cada la vez más densa muralla de moléculas. Conocí al Oxígeno, cuya presencia me hacía arder profusamente y al cabo me encontré en el suelo, entre varillas verdes, amarillas y marrones, recostado entre las arrugas de unos granos oscuros y calizos.

  

IV.- La muerte.

 Contemplé mi derredor, pelado en breves momentos por el fuego de mi aliento. Los tallos, verdes hasta hacía un momento, se habían retorcido en un grotesco baile de contracciones y chasquidos, en un espasmódico movimiento de destrucción, mientras sus colores viraban al feo negro de la carbonización.

Vi un ser viviente, pequeño y oscuro, que me contemplaba dubitativo por unos instantes, moviendo sus mandíbulas en un triscar continuo, adquiriendo de pronto un extraño temblor, voltearse y caer de costado. Sus numerosas patas se agitaron convulsas por un momento, en un vano intento de supervivencia, antes de quedar convertido en una amorfa masa casi derretida.

Sentí todo el horror de mi existencia, que causaba la muerte y aunque tarde comprendí el error. Yo era pura energía y el hálito de mi perspiración sólo causaba destrucción.

Miré a lo alto, contemplando el azul pálido, salpicado de jirones blancos en lento movimiento. A mí alrededor, la calva de hierbas aumentaba en extensión por momentos.

Las hojas, los tallos, las flores, bajo la constante influencia de mi vaho, se consumían y morían, apareciéndoles un negro sudario de fino polvo negro.

Detuve mi metabolismo en un intento de eliminar el perjuicio, pero no se alteraban los resultados. La luz de mi entorno se fue paulatinamente apagando, hasta quedar sumergido en profunda oscuridad. Sólo yo brillaba escuálidamente. Arriba, en medio del negro del espacio, miles de estrellas brillaban apagadamente. Escuché ruidos y voces.

--!Mira papá, allá! ¿Lo ves? Es una Luciérnaga, brilla como un pequeño Sol. !Voy a cogerla!.

--No, hijo, es muy tarde. A la cama, mañana tienes que levantarte temprano para ir al colegio. Ala, ala, a la cama.--

--!Pero yo quiero cogerla! Es muy bonita.

--Ya es muy tarde. Dale un beso a mamá y a dormir.

Escuché un golpe y varios ruidos metálicos. Después silencio. Brillé durante mucho tiempo, con luz cada vez más mortecina. Nuestras reservas se acababan a toda velocidad. Nos sentíamos mal, tanto que no hablábamos. Me encontraba viejo, agotado y en una rápida introspección comprobé que estaba acabado. Nuestra agonía duró aún por unos instantes. Varias pequeñas pulsaciones de luz, cada vez más débiles y quedamos en la nada.

  

V.- El triunfo de la Entropía.

 La puerta de la casa se abrió sigilosamente muy de mañana. Un rapaz de escasos años, bajó saltando los escalones del porche, con esa alegría matutina de los niños, dirigiéndose hacia el macizo del jardín donde la noche anterior viera la "Luciérnaga".

Una gran extensión aparecía calcinada y pelada. Era una calva negra de más de dos metros cuadrados. Las flores aparecían destruidas, tronchadas y un polvillo negro lo cubría todo. El chico contempló asombrado el extraño aspecto, mientras fruncía el ceño y realizaba un mohín de incomprensión. Se acercó despacio, mirando todo con extrema curiosidad. Súbitamente se dio la vuelta y corriendo penetró en la casa.

Al rato, volvió acompañado de su padre. Una mano del niño, en un infantil gesto de búsqueda de protección, descansaba en la de su padre. Ambos se acercaron y contemplaron la descarnada mancha negra.

--Ves papá, esto es lo que te decía. Anoche había aquí una Luciérnaga y mira como aparece esta mañana.

---Lo que viste anoche no sería una Luciérnaga, sería un rescoldo de fuego, una colilla de cigarro, quien sabe, pues lo ha quemado todo.

--¿Qué  vas a hacer papá.

--Luego lo cavaré y revolveré la tierra, sembraré flores y en unos días no se notará nada.

--¿Me dejarás que te ayude?

--Si hijo, ya sabes que me gusta mucho que me ayudes. Ven, ahora vamos a desayunar. Cuando vuelvas del colegio lo haremos.

Ambos se dieron la vuelta y penetraron en el chalet. En el centro de la calva del suelo, apenas diferente de las demás motas negras que le rodeaban yacía, en una arruga de un terrón calizo, los restos consumidos del Neutrino que, durmiendo el eterno sueño del agotamiento de energía, había alcanzado la entropización total, y ya no volverá a ser más que polvo por siempre jamás.

 

                                    F I N

                                                                                                                                                                                            11/8/2017.

 

 

 

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Comentario por José Ignacio Velasco Montes el agosto 11, 2017 a las 8:33pm

Gracias Laura por tu estudio e interpretación de el tema teórico sobre el que he escrito  que conforma una realidad que nos indica lo que en verdad expone lo que somos los humanos en medio del gigantesco escenario en el que trabajamos esos instantes que conformamos nuestras  vidas en medio del factor tiempo tan gigantesco que dura la vida de un astro como el sol, o el que dura una Galaxia, etcétera, etcétera.

Gracias, siempre tan sabia y profunda en cualesquiera de las materias que unos y otros traemos a la palestra de la realidad de Creatividad Internacional, nuestro palenque literario.

Abrazos,

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