A la pupa de mariposa  de los ojos grandes, negros y tristes.

  Los días pasan con monótona languidez trenzando,

con cabellos brillantes, pero invisibles, la realidad,

bajo el a veces triste y ventoso septiembre,

templando las cuerdas de tripa del violín,

insonoro, aunque raspado por las crines del arco

que ni gime, ni llora, ni vibra, ni tiembla, ni suena. 

 Y los días pasan, pasan y pasan... sin parar,

recorriendo los cuadritos en fila del calendario,

ese reloj de papel que muestra días, largos días.

O los segundos, breves instantes sin luz...

que no muestran, en su crueldad, las siempre dolorosas

caídas de granos de arena por la estrechez del vidrio

por la estrangulada cintura de la ampolla de cristal,

figura de mujer en cuyo interior, triste se precipita la arena.

O los largos minutos del mecánico reloj que, acerado, aprieta

estrangulando la muñeca, pero que no llora en su tic-tac eterno.

Pero el tiempo, ese cruel verdugo, inmaterial e invisible

que, cada día tacho con rotulador color verde... esperando,

aguardando saber algo, al menos un poco más.

Y ella, sabe Dios por qué, sigue triste y compungida,

y no se enfrentará, en su poco diáfana vida de soledad,

en mirarse, verse reflejada, en espejo o sombra de pared,

captando, por fin una tangible realidad que...

sola con su soledad, no quiere más que lo que no pueda ver.

Mientras, los violines del viento de Levante, alzan la arena

llevándola, a veces lejos, a veces cerca, pero...

la llevan y la traen en el silencio de cada jornada,

un día más de nada, para nada y sin nada, en su negación.

Grises días de preciosa mariposa sin alas encerrada en su capullo.

Tierna oruga, que quisiera volar, pero ha perdido el saber elevarse.

Con su dolor no mueve sus alas y, encerrada, lo lamenta...

Sólo para sí misma, en su habitual huida de no ir a ningún sitio.

Monótona languidez de la mariposa sin alas que,

encerrada espera cambiar, eterna espera, de pasar de  pupa a mariposa

para poder volar, volar, volar, volar en multicolor despliegue

que desprenda el ínfimo polvo de estrellas vivificadoras,

capaces de crear alegría, ingravidez, empuje e  ilusión...

Pero, como la vida es, al menos así lo ve la tierna crisálida,

una negación absoluta a la felicidad que no siga una línea,

ya trazada, por extraños caminos de misteriosos intereses,

brujas protectoras, espejos rotos o enteros, misteriosos tarots,

brillantes y transparentes bolas, surcos de manos,

palabras especiales, exotéricas, negras, deslucidas y misteriosas

en bocas de iluminados, especialmente reencarnados de zonas

nigrománticas, o mántricas figuras de irrealidad...

Y, mientras eso no llega,

La bella oruga, sin alas y asustada

prefiere permanecer... empupada.

sin empujar para salir a volar.

 Sócratito..