(*)

EL DÍA QUE DESCUBRÍ EL CINE DE ARTE

por

Javier Aviña Coronado

Cuando yo era niño había en mi Veracruz natal tres cines y tres iglesias. A los tres cines iba por devoción, a las tres iglesias por obligación. Bueno, obligación, inercia familiar, o alguna devoción, el ir a iglesias no será tema en estos deshilvanados renglones, sí de mis idas a los cines o, para ser más preciso, de una experiencia en alguno que me sería significativa para siempre.

Los cines en cuestión eran el Díaz Mirón, el Variedades y el Eslava. Los tres se ubicaban en la zona centro del puerto, pero en el Veracruz de entonces todo estaba cerca, así que, dondequiera que se viviera, era muy cómodo asistir a cualquiera de ellos.

El Díaz Mirón, -cuyo nombre era obvio homenaje a nuestro ilustre paisano el poeta Salvador Díaz Mirón- era el de más prosapia porteña, se localizaba por el rumbo donde estaba, y sigue estando, el edificio de los bomberos de la ciudad. Recuerdo su fachada, muy sencilla, pero revestida con un material translúcido, con luces de colores por detrás que, al menos a mí, me parecía muy atractivo. Tenía por localidades luneta, balcón primero y galería. Cuando la entrada a luneta estaba muy cara, o mi economía más precaria que de costumbre, yo fui a balcón; no se me dio el honor de asistir a la gallopa. Eso de balcón o anfiteatro y galería, a la distancia que da la nostalgia, lo evoco no sin cierto encanto y, aunque el Díaz Mirón no era como el Cinema Paradiso, algo de él tenía. No faltaba algún gandul, como el de la película, que tuviera por infeliz diversión el lanzar escupitinas a los de abajo y, desde luego, muchos arrojaban las cáscaras de los cacahuates, -que algunos llaman maní- habida cuenta que se vendían así, sin pelar, en bolsitas de papel de estraza. Hace mucho que el cine Díaz Mirón dejó de existir, aprovechando mi ausencia lo demolieron y hoy es un banco.

El cine Variedades era el más moderno. Tenía aire acondicionado, lo que ya era un signo de la modernidad de entonces, ello lo hacía preferido por los porteños, hábidos de mitigar el calor habitual. Era digamos que el más burgués, pero acudíamos toda clase de público pues los precios de entrada eran bastante accesibles, al menos en ciertos días de la semana y en las matinés dominicales. También el más ubicado dentro del centro citadino, a sólo un par de cuadras de la avenida principal. Subsistió por varios años. Cuando a raíz del terremoto del ´85 pedí mi cambio laboral de Ciudad de México a Veracruz, el cine Variedades estaba cerrado y en el abandono, luego devino en sucursal de una conocida cadena nacional de tiendas departamentales.

El Eslava era el más proletario, su propia ubicación lo era, en las inmediaciones del viejo mercado popular y, desde luego, el de precios más económicos. Con todo y lo prole, solían exhibir buenas películas, hablo de mi edad infantil, con el paso del tiempo fue en picada tanto en condición inmobiliaria como en programación fílmica. Perdió hasta el nombre, que en su caso era apellido, el de don Hilarión Eslava, un honorable músico y docente, autor de un método de solfeo que, en aquella época, era de práctica común entre los que estudiaban las artes musicales. Luego devino en cine Victoria y no hizo honor a su nombre, fue una verdadera derrota en calidad de programación y en calidad de edificio. Murió por inanición.

En mis tiempos de estudiante secundariano se hizo el cine Veracruz, de él me referiré con beneplácito más adelante. Valga por ahora citar que desapareció también y hoy es un “súper”. Tal parece que los bancos y tiendas están hoy en lo que ayer estaba todo. Y los cines que yo viví, al estilo Cinema Paradiso, son especie extinguida, suplidos en esta época por modernas, gélidas “Salas”, comúnmente apéndices de Plazas Comerciales, Malls, lugares así.

La tríada de cines de mi devoción cinéfila fue asiento de placeres y sueños infantiles. Allí acompañé a Erroll Flynn y a Tyrone Power en sus proezas como espadachines, a Gregory Peck en su obsesiva caza de Moby Dick, a James Steward en películas de vaqueros toda vez que Wayne no fue santo de mi devoción, Boris Karloff y Vela Lugossi me espeluznaron con escenas de Frankenstein y Drácula. Benditos cines de mi infancia en que me absorbieron películas de misterio con Humphrey Bogart y disfruté musicales de Fred Astaire. Benditos tiempos cinéfilos en que alcancé a ver películas de episodios, había “permanencia voluntaria”, funciones de 3 películas y matiné dominical.

Cuando yo ya estaba cursando la secundaria otro cine se sumó a la vieja tripleta, le pusieron por original nombre Veracruz. Curiosamente, se ubicaba en la avenida Díaz Mirón, una de las más emblemáticas del puerto. Como que el cine de ese nombre hubiera de estar ahí, pero así se dan las cosas en el puerto, que mi amigo el escritor Arturo García Niño definió como ”territorio libre de lógica”. Buena programación la del cine Veracruz, empezó a poner películas que no eran habituales en los otros, inició la introducción del cine europeo.

Si algo recuerdo con jubilosa nostalgia es que los miércoles, invariablemente, exhibían películas francesas. Coincidió, justo, con esa “edad de la punzada” característica del ciclo en que se deja la niñez y se inicia la juventud. Bueno, de hecho a nosotros nos tocó ya dejada atrás la infancia, mis compañeros de escuela, como yo, teníamos unos catorce quince años. Cuando cursábamos segundo o tercero de secundaria creamos el “síndrome del miércoles” consistente en irnos de pinta, esto es, fugarnos del colegio a media tarde para asistir al cine Veracruz, atraídos por los encantos naturales de, particularmente, Martine Carol y Françoise Arnoul. Pasaban también películas italianas, descollando la presencia de Silvana Pampanini que todos vimos en La Torre de Nesle. Pero nuestras preferidas eran las películas francesas, y las dos beldades que he citado hicieron que mi grupo estudiantil se partiera en dos, los fans de Martine Carol y los devotos de Françoise Arnoul. Los que militaban en el club de Françoise idolatraban su personaje de El Fruto Prohibido. Los de Martine evocaban su presencia en Los Amores de Carolina, Caroline Cherie, Adorables Criaturas, Bellas de la Noche, Naná… Reiteración de filmes que permite deducir en qué cofradía militaba el suscrito.

Aquellos miércoles estaban destinadas a filmes “atrevidos”, imán para nuestra hormona de chavitos, pero en otros días también el cine Veracruz exhibía películas europeas.

Yo era un total ignorante de ese tipo de cine. Jamás había salido del mundo hollywoodense que, por lo demás, me tocó conocer en su “época de oro”.

Así, un día, o más bien dicho una tarde de sábado, que hoy quiero recordar como luminosa tarde, aunque creo que soplaba uno de esos violentos “nortes”, característicos de cierta época en el puerto, decidí asistir al cine Veracruz a ver otra película europea. También decidí hacerlo con Cucusita, a la sazón mi noviecita santa. Con Cucusita solía ir a ver películas, aunque eso de ver era un tanto relativo, habida cuenta que Cucusita y yo participábamos buena parte de la función en eventos ajenos a la observancia fílmica. Común era que saliéramos del cine sin saber del todo cual fue la trama de la película.

La que exhibían ese día, que por lo demás no me interesaba gran cosa, era la italiana Umberto D, de Vittorio De Sica.

Compré la obligada bolsa de palomitas de maíz que invariablemente compartíamos Cucusita y yo. Ingresamos a la sala y nos apersonamos en los asientos de nuestra predilección. Se inició la función. Siempre dejábamos correr la película un buen tramo. Después de todo, las hubo que merecieron nuestra atención en el cien por ciento de su trama. Bueno, digamos que casi.

En la pantalla apareció la imagen de Umberto D. De alguna manera me capturó el rostro de aquel anciano, pleno de nobleza y dignidad, no exento de una huella sombría de infinita tristeza. Hoy lo rememoro así, aquella tarde, en el cine Veracruz, simplemente aquel rostro atrajo mi atención y, más adelante, con el correr de la trama, la propia historia de un hombre en el final de su vida. La historia de Umberto D, íntimamente aunada a la de su amado perro Flike. Y también, de alguna extraña manera, aquel viejo me pareció como mi propio abuelo, y aquel perro como mi propio perro.

Y siguió y siguió la historia de Umberto D y siguió y siguió mi atención hasta que, sin darme cuenta, estaba yo sumergido en ella, viviendo a la par del viejo todas sus penurias y todas sus desesperanzas. De aquel noble viejo que apenas si sobrevivía con una exigua pensión de burócrata jubilado, al borde de que una infeliz casera lo echara de su humildísimo cuarto alquilado debido a las deudas acumuladas. Compartí su angustia cuando él estuvo hospitalizado y en tanto su querido Flike capturado y a punto de ser sacrificado en la perrera municipal. Su amado perro Flike, con quien compartía la mitad de su plato de comida en un comedor de menesterosos.

La película continuaba y pareció como si un agujero negro me hubiera absorbido de este mundo y me introdujera en el mundo de Humberto D… y ya no existía para mí ni Cucusita, ni los demás asistentes a una sala de cine, ni nadie. Tan sólo un viejo llamado Umberto D, y su perro Flike, y yo.

Acongojado, fui testigo de la decisión de Umberto D de hacerse morir, no sin antes tratar, infructuosamente, de que alguien adopte a Flike. El tren que habría de concluir con la vida del anciano se aproximaba velozmente, pero su silbido asusta a Flike que se desprende de los brazos de Umberto D y se escapa. El anciano opta por ir tras él, mas Flike lo rehúye. Finalmente, el anciano lo alcanza, con unas bellotas por pelota lo anima a jugar y Flike vuelve a su lado. Por única vez, en toda la historia, el rostro de Umberto D se ilumina con una expresión de dicha. La secuencia final muestra al viejo y su amado perro alejándose, alegremente, a través de una vereda.

La palabra Fin apareció en la pantalla del cine Veracruz. Se encendieron las luces de la sala. Yo permanecí por un tiempo sin tiempo, unos segundos que yo no sentí como tales, clavado en mi asiento, retornando de un nuevo mundo que acababa de descubrir. Y de pronto estaba de vuelta en el mundo de mi realidad y giré mi rostro y reencontré a Cucusita y a su propio rostro, con un dejo de fastidio y un relámpago en sus ojos, preludio de tormenta porque yo me había olvidado totalmente de su existencia.

Una semana después volví al cine Veracruz para ver una película de Rossellini.

Esta vez solo, Cucusita me había mandado al carajo.

FIN

(*) La imagen corresponde a una secuencia de la película; Umberto D abraza a Flike después de haberlo rescatado de la perrera municipal donde estuvo a punto de ser sacrificado.

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Respuestas a esta discusión

Querido amigo Javier, a pesar del escaso tiempo de que dispongo porque se acercan las fechas del año en que más cosas tengo que hacer para mi familia, en cuanto he visto que has publicado esta reseña en "Cuentos de Hoy", la he leído con fervor pues siempre me interesan mucho y ésta no iba a ser diferente. No sólo me ha gustado, me he sentido identificado (como de costumbre) con varios temas; uno de ellos es ese método de Hilaríón Eslava con el que mi abuela me enseñó solfeo. Parece mentira que existan tantas similitudes con nuestras dos naciones ¡tan distantes y tan cercanas en lo fundamental!  mis años juveniles y de adolescencia los pasé entre bambalinas y tras las pantallas de los cines allá a donde me encontraba y  donde me colaba porque la mayoría de las películas no eran aptas para menores. "Los crímenes del Museo de Cera" la vi solo, detrás de una gran pantalla de tela y se me quedó grabada por el miedo que pasé... Y como no debo, ni quiero restarte protagonismo, termino aquí con mi respuesta no sin antes agradecer que refresques con tanta lucidez mis lejanos recuerdos...

Saludos Javier. Un buen paseo por la nostalgia. El cine dentro de la propia historia del hombre. Y la dicha nuestra de haber gozado de esos cines de época.

Tus historias son de esas que uno espera para leerlas, como bien dice el Sr. Sanz Navarro. Pero lo más importante en esta es que cuando vi la misma película, me sucedió algo parecido, hasta recuerdo que me hice el disimulado y bajé la cabeza cuando encendieron las luces para que no descubrieran que estaba llorando. Que me perdonen los conocedores, pero creo que una de las cintas más humanamente desgarradoras es esa. Y lo más descorazonador: todavía en el mundo se producen historias así, aunque la gente se concentre en la pantalla del móvil.

 


Amigo Rolando: Debo confiarte algo: Tu comentario sobre mí, que escribiste al publicar tu poema descembrino, me hizo reflexionar que he estado muy ocioso últimamente, así que me di a la tarea de escribir esta cosa que hoy he publicado. Me satisface que compartamos la misma reacción hacia una verdadera joya del arte cinematográfico. A mí también me afloraron lágrimas y hoy veo como  lamentable que ello no lo citara en mi relato. Dada la idea que tuve hace días para el texto, volví a ver la película este fin de semana y tuve la misma reacción. Gran abrazo, aprovechando la ocasión para desearte felicidad  en Navidad y Año Nuevo. 
Rolando Ambrón Tolmo dijo:

Tus historias son de esas que uno espera para leerlas, como bien dice el Sr. Sanz Navarro. Pero lo más importante en esta es que cuando vi la misma película, me sucedió algo parecido, hasta recuerdo que me hice el disimulado y bajé la cabeza cuando encendieron las luces para que no descubrieran que estaba llorando. Que me perdonen los conocedores, pero creo que una de las cintas más humanamente desgarradoras es esa. Y lo más descorazonador: todavía en el mundo se producen historias así, aunque la gente se concentre en la pantalla del móvil.

 

Vaya si tienes razón, amigo Oscar; como yo tengo algunos años más que tú, tuve la oportunidad de disfrutar varias cosas relacionadas con el cine que no el viento sino el tiempo se llevó. De los cines mismos, pienso que tu conociste en D. F. algunos. Cómo no recordar el Metropólitan, el Real Cinema, el Cosmos, el Cinelandia (ese era para niños)...  y el Cine Prado donde, justamente, pasaban películas francesas. La Poniatowska escribió un cuento con ese nombre (C. P.) creo haberlo puesto en Puros Cuentos. 

Un navideño abrazo.

Oscar Martínez Molina dijo:

Saludos Javier. Un buen paseo por la nostalgia. El cine dentro de la propia historia del hombre. Y la dicha nuestra de haber gozado de esos cines de época.

Estimado Paquito: Me congratula sobremanera lo que comentas. Mira que cosas, creo que nunca hubieras imaginado que al cabo de años en que estudiaste solfeo un mexicano te haría recordar el método Eslava y de esta manera. En cuanto al tema cinematográfico estoy cierto que igual encontraríamos afinidades. Propicio la ocasión para comentarte algo que no hice en su momento: En Memorias de un Pionero... en alguna parte mencionas la película Del Rosa al Amarillo: Bueno, pues he de decirte que yo la ví en su oportunidad y me agradó muchísimo, incluso creo recordar que tiene un fondo musical que es un bolero mexicano. Excelente cinta que a mi me causó impacto y recuerdo con nostalgia.  

Francisco Sanz Navarro dijo:

Querido amigo Javier, a pesar del escaso tiempo de que dispongo porque se acercan las fechas del año en que más cosas tengo que hacer para mi familia, en cuanto he visto que has publicado esta reseña en "Cuentos de Hoy", la he leído con fervor pues siempre me interesan mucho y ésta no iba a ser diferente. No sólo me ha gustado, me he sentido identificado (como de costumbre) con varios temas; uno de ellos es ese método de Hilaríón Eslava con el que mi abuela me enseñó solfeo. Parece mentira que existan tantas similitudes con nuestras dos naciones ¡tan distantes y tan cercanas en lo fundamental!  mis años juveniles y de adolescencia los pasé entre bambalinas y tras las pantallas de los cines allá a donde me encontraba y  donde me colaba porque la mayoría de las películas no eran aptas para menores. "Los crímenes del Museo de Cera" la vi solo, detrás de una gran pantalla de tela y se me quedó grabada por el miedo que pasé... Y como no debo, ni quiero restarte protagonismo, termino aquí con mi respuesta no sin antes agradecer que refresques con tanta lucidez mis lejanos recuerdos...

Amigo Pastor: Gracias por tus cordiales palabras. Te respondo hasta hoy pues estuve con mi familia celebrando Navidades en un hermoso lugar boscoso de nombre Valle de Bravo. Acabo de regresar. Me desconecté totalmente del mundo internético. Celebro que te haya agradado mi remembranza de aquella hermosa época del cine. Recibe mis mejores deseos para el año nuevo por iniciarse. Gran abrazo.


Sabias palabras las tuyas, amigo mío. No, no hay aguas oceánicas, pero si lacustres donde se pesca trucha. Cabañitas con chimenea.  Debías venir a conocerlo. Feliz 2015. 

Pastor Aguiar dijo:

Viva la madre Natura, sanamente envidio esos lugares boscosos, y si al poca distancia hay un buen pesquero, preferiblemente oceánico, pues es el mismo paraíso para mi gusto. Que pases un fin de año sano y feliz, amigo. Abrazos.

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