No habría más de 20º grados bajo cero, pero con la ventisca la sensación de frío era muy superior.

En el ártico no podría considerarse ésta una temperatura extrema, es más, se diría que era lo suficientemente “cálida” como para hacer incómoda la obligación de llevar todas las ropas con las que Nika se protegía; Pero las condiciones climatológicas cambiaban tan de repente, que era aconsejable no deshacerse nunca del abrigo. Por si acaso.

No era correcto decir que estaba amaneciendo, porque hacia ya cuatro meses que permanecía la misma luz, pero realmente así era; El reloj biológico del esquimal se lo hacia saber aliado con su estómago, que le solicitaba el desayuno con una amplia gama de sonidos. Acababa de despertarse y, plantado delante del tosco mamotreto de hielo que le había servido de refugio en las horas de sueño, miraba a la lejanía desperezándose mientras olisqueaba el aire.

En aquella inmensidad era bien sencillo sentir de pleno la soledad, que pesaba tanto que era casi tangible y aún más cuando únicamente se estaba acompañado por los lastimeros aullidos de los perros de un trineo; Para un esquimal esto era tan desalentador como si otra persona oyera rugir el motor de su vehículo y se pretendiera que eso le sirviera de compañía.

Desde que murió su padre, al que siempre acompañaba y debía todo lo que sabia, salía a cazar solo y evitaba vehementemente la compañía de otros cazadores. Sencillamente le resultaban impresentables algunas actitudes que tomaban al no respetar ciertas creencias o tradiciones que, por supuesto, su padre siempre le había inculcado.

“Nunca cazar más de lo que se necesite para sobrevivir, respetar la existencia de otros seres vivos, no alterar el entorno” eran algunas de las máximas que siempre le repetía mientras se repartían las piezas cobradas. “Una foca para mi, otra para Nika” –decia.

Recordó aquellos momentos con tristeza.

Se había convertido en un hombre solitario y rememoró las últimas palabras de su progenitor en el lecho de muerte:

“La peor soledad no es la ausencia de muchos afuera, sino la ausencia de uno mismo dentro”

Y desde el día que él falleció, Nika entendía perfectamente el verdadero significado de aquellas palabras.

 Con su hornillo portátil deshizo un puñado de nieve en la taza y, al rato, un café denso y humeante le reconfortó mientras lo acompañaba con pequeños trozos desecados de grasa de foca. Se sintió mucho mejor.

 Nika no era el arquetipo de esquimal que todo el mundo imagina. De hecho, apenas quedan algunos cazadores esquimales a la antigua usanza ya que van desapareciendo por una mera cuestión de comodidad. Él era ya un cazador actualizado y equipado con toda clase de utensilios de última tecnología. De éste modo se aseguraba que volvería con vida después de cada incursión. Únicamente mantenía su antiguo trineo de perros en vez de utilizar una moderna motonieve, porque era el método más silencioso de transportarse por aquellas planicies. Odiaba el desagradable ruido de aquellas maquinas que espantaban a cualquier pieza de caza en kilómetros a la redonda.

Recogió sus cosas, que cabían todas en una pequeña mochila elaborada con basto cuero y que llevaba acoplada a la trasera de su grueso abrigo de piel; Cargó su rifle y se dispuso a comenzar la jornada. Abandonó el refugio como estaba. Una vez construido era costumbre dejar los refugios de hielo para cualquier otro cazador que estuviera por la zona. No era una cuestión de amabilidad si no más bien de pura supervivencia. Muchas veces él mismo había utilizado refugios construidos por algún otro cazador solitario y pasajero de aquellas inhóspitas nieves. Comprobó las coordenadas de su GPS y al sonido del chasquido del látigo los perros comenzaron a tirar del trineo en la dirección que les ordenaba, como si dependieran sus vidas de ello.

Llevaba algunas horas de rutinaria travesía cuando a lo lejos, contrastando con la inmensidad blanca, le pareció divisar unas manchas negras. Detuvo el trineo de inmediato y tumbándose en la nieve sacó sus prismáticos del zurrón disponiéndose a identificar a los bultos. No cabía duda. Se trataba del motivo por el cual estaba desplazándose por aquel desierto blanco:

Un nutrido grupo de focas árticas de precioso pelaje negro, que habían salido por sus escapaderos a tomar una ración del escaso sol glaciar, descansaban alrededor del improvisado agujero.

Las focas están dotadas de un sentido de la vista y del olfato muy superior al de otros animales, incluidos los perros que le acompañaban, y de hecho si no fuera porque aún se encontraba a un par de kilómetros ya los habrían detectado y huido por los agujeros que practicaban en el hielo y que les facilitaban un desplazamiento rápido a mar abierto.

La distancia era considerable, así que Nika podía trabajar con relativa tranquilidad. Desmontó pacientemente parte del utillaje que llevaba en el trineo; Un parapeto de lona blanca envergada con palos de aluminio que, al desplegarla, formaba un cuadrado lo suficientemente amplio como para ocultar por completo el voluminoso cuerpo del hombre. En el centro de la tela, que a la vista pareciera un gran escudo blanco, se había practicado un corte preciso para poder mirar y sacar el cañón del rifle, que también era blanco en su totalidad. Todo este aparato era con el evidente fin de poder acercarse a los animales hasta una distancia aproximada de unos 1.000 metros para propiciar que el tiro fuera certero, ya que a la mínima oportunidad estos escaparían. Aún con el camuflaje efectuar un disparo a esa distancia sobre la nieve, con ventisca y que fuera efectivo, era una hazaña más que razonable y muestra palpable de la gran habilidad de Nika.

Al cabo de unos minutos de lento acercamiento, el hombre se encontraba correctamente parapetado detrás de la lona en la distancia requerida y ubicaba perfectamente a dos machos adultos en la mira telescópica del rifle. Apuntó con cuidado al primero de los ejemplares y apretó el gatillo. El sonido del disparo era inaudible para los animales desde donde estaban, ya que el silenciador del arma se ocupaba de reducirlo casi en su totalidad. El tiro fue tan preciso que el animal, una vez alcanzado, apenas se desplazó del sitio y murió en pocos segundos. Nika apuntó de nuevo pero esta vez al segundo ejemplar y realizó el mismo proceso. En menos de un minuto había acertado a las dos piezas sin que el resto de focas de alrededor se percataran de lo sucedido.

 El esquimal salio de su escondite, recogió sus pertrechos y tranquilamente se encaminó hacia la lejana boca del respiradero donde había dejado inertes a los dos machos. Apenas había caminado unos pasos al descubierto cuando el resto de focas lo detectaron y huyeron rápidamente; En pocos segundos no quedó ningún animal vivo en la superficie. Se encontraba aproximadamente a 120 metros de los animales, pero desplazarse por el hielo nunca era tarea fácil aun yendo bien equipado, así que tardó algunos minutos más en acercarse. A escasos 10 metros de la caza oyó en la lejanía el ladrar intranquilo de los perros que permanecían atados junto al trineo. Se giró y observó nervioso. Amartilló de nuevo el rifle. Los perros solo advertían de ese modo cuando un peligro o un extraño se encontraban en los alrededores y aunque agudizó la vista, dificultada por la ventisca, no divisó nada anómalo en las cercanías del trineo.Solo nieve y más nieve.

Se quedó algunos minutos inmóvil en la posición, en guardia y alerta; Escuchando...observando…Sintió de pronto una rara sensación, como de una repentina electricidad estática y su vello se le erizó por todo el cuerpo. Se extrañó por el inusual escalofrío. Pero nada. Allí, no había nada que ver. La soledad seguía siendo absoluta. El ulular del fuerte viento era tan imponente que dudó por un momento si había oído verdaderamente a sus perros; Pero desafortunadamente, se convenció de que sus sentidos no le engañaron:

No había hecho más que girarse para continuar acercándose a cobrar sus piezas cuando recibió un golpe tan fuerte en el rostro que hasta le pareció ver relámpagos delante de sus ojos. Cayó violentamente hacia atrás impulsado por el impacto y comenzó a sangrar profusamente por nariz y boca. Por un segundo casi perdió la consciencia y aún aturdido se percató de dos circunstancias, a cual de ellas más peligrosas:

La primera, era que justo delante de él y alzado sobre sus dos enormes patas traseras, se erguía el autor de sus lesiones; Un tremendo oso polar, que ahora le enseñaba amenazadoramente las fauces.

La segunda era que, debido al terrible impacto recibido, su rifle se encontraba a varios metros fuera de su alcance.

Durante unos interminables segundos el oso rugió mientras mantenía sus ojos inyectados en sangre, fijos en él. El bramido de la fenomenal bestia fue suficiente para sacar de inmediato a Nika de su aturdimiento y desplazándose lo más rápido que pudo, casi nadando atropelladamente por encima del hielo, logró alcanzar su arma. Aún tumbado sobre la superficie helada, se acomodó velozmente el rifle al hombro y apuntó hacia el cuerpo del temible animal dispuesto a disparar en cuanto hiciera la más mínima mención de acercársele. Sus nervios, de normal templados, se le rebelaron haciéndole temblar de pies a cabeza como si fuera una marioneta de hilos. El oso, en cambio, pareció tranquilizarse de pronto. Dejó de mostrarle los dientes y se acomodó a su posición natural a cuatro patas y relajadamente, como si hubiera dejado de importarle el asustado hombre, giró la cabeza y miró a las focas que yacían abatidas. Unos segundos después volvió a mirar a Nika, que ya se había incorporado y que estaba retrocediendo lentamente a pasos cortos y sin perderle la cara. Nika tenia su dedo incide presionando levemente el gatillo, a pocos milímetros de producir la detonación del arma; Pero se contuvo.Comprendió que el animal solo había pretendido intimidarle con su fabulosa fuerza para poder capturar alguna de las focas muertas. Era evidente que bajo el punto de vista del oso el único inconveniente que había entre su hambre y la comida, era el esquimal. Así pensaría el oso. Y así lo entendió Nika.

Confirmó esto último cuando, después de retroceder hasta ponerse a una distancia prudencial, el oso no intentó avanzar hacia él permaneciendo estático en la posición y guardando la separación con su enorme cuerpo entre el hombre y el alimento. Nika, salvaguardado por los metros de distanciamiento que había conseguido obtener se tranquilizó. Se sentó en el suelo en una actitud sumisa y colocó el arma reposada encima de sus piernas. En su cultura el oso era un animal sagrado y se sobreentendía que poseía el mismo derecho a pervivir que los hombres en aquellas áridas y difíciles latitudes. El esquimal pensó que si el fenomenal animal hubiera tenido intención de matarlo lo habría conseguido muy fácilmente. El hecho de que aún estuviera vivo era, sin duda, por que aquella bestia no había tenido intención de hacerlo si no que tan solo tenía hambre. No había ya ningún motivo razonable para abrir fuego. Se dispuso, aceptándolo de buen grado, a esperar a que el oso saciara su apetito; Y si no le dejaba nada, bueno, siempre habría más focas en las cercanías…

En esta circunstancia vio como el enorme animal, que observaba impasible sus movimientos, de pronto se sentaba sobre sus cuartos traseros. Esto le sorprendió mucho. Ciertamente, esperaba que con la distancia obtenida el oso se sintiera seguro y comenzara a devorar a las focas. Pero como en una especie de situación surrealista se mantuvieron así casi una hora, permaneciendo separados tan solo por unos pocos metros y sin perderse de vista:

Nika, inmóvil y silencioso acurrucado en la nieve con el arma encima de sus piernas cruzadas.

El oso, sentado y relamiéndose el pelaje de las patas distraídamente.

Y entre medias de los dos la ventisca y la nieve era el nexo que de algún modo los unía. Parecieran en aquel momento los dos únicos seres vivos en toda aquella lejana parte del planeta.

Pasado un tiempo el oso se incorporo a sus cuatro patas. Miró de nuevo a las focas y a Nika. Después sin moverse del sitio, soltó otro terrible bramido. Gruñó un par de veces por lo bajo enseñándole nuevamente sus grandes colmillos y con una zarpa comenzó a rasgar la nieve y el hielo de la superficie con sus patas. ¡El esquimal se encontraba estupefacto! Nunca, en largos años, se había encontrado un animal con aquella actitud tan extraña aunque ya había tenido anteriormente otros encuentros con osos. En las demás ocasiones los animales actuaron razonablemente según sus instintos, pero el comportamiento de este era harto extraño. De pronto el oso se giró sobre si mismo y lentamente caminó unos pasos hacia el escapadero donde estaban las focas. Luego a escasos 5 metros de ellas se detuvo, giró su enorme cabeza y miró de nuevo al hombre.

Nika se puso en pie, dejó el arma en el suelo para no intimidarlo y permaneció inmóvil observando atentamente el raro comportamiento.

El oso resopló y girándose en la dirección de los animales muertos comenzó a caminar decididamente de nuevo hacia ellos, como si una idea se hubiera instalado con fuerza en su mente. Cuando estaba a menos de dos metros de alcanzar la primera foca dio un enorme salto y en su caída propició que el hielo de alrededor del agujero de escape se fraccionara, partiéndose en mil pedazos, y el blanco animal se sumergió en las heladas aguas desapareciendo con él las dos focas del mismo modo. Nika experimentó una gran sorpresa acompañada de un respingo en el estómago. Estaba asombrado y desconcertado. Todo había sucedido tan deprisa que apenas si tuvo tiempo de reaccionar, por lo que aun continuaba inmóvil y en la zona segura, a la distancia prudencial en la que se había mantenido.

Durante unos segundos, después de que ya no se oyera el estrépito del hielo resquebrajándose, esperó curioso e impaciente para ver salir a flote la cabeza del oso; Pero sorpresivamente no ocurrió nada. Pasaron muchos minutos más y nada emergió del agua. Nika sabia perfectamente que el oso, acostumbrado a aquellas gélidas aguas, no habría sufrido ningún daño al sumergirse y el hecho de que no apareciera en tanto tiempo a respirar era excepcionalmente anómalo. El poderoso animal se había hundido junto con las focas creando un tremendo agujero de más de 8 metros de diámetro, cuyos trozos flotantes dejaban apreciar claramente que el hielo que rodeaba aquel escapadero no tenía un espesor mayor de 3 centímetros. ¡Espesor completamente insuficiente para aguantar el peso de un hombre!

Totalmente conmocionado y paralizado por esta visión, se dio cuenta de que aquel oso le había salvado la vida y que solo con su correcta actitud y el cúmulo de circunstancias que concurrieron pudo suceder de ese modo.

Se detuvo un instante a meditarlo:

* Si no se hubiera encontrado con el oso habría ido sin dudar a recoger a las focas abatidas y el hielo hubiera cedido a su peso; Probablemente ahora, estaría muerto.

* Por otra parte, no vio venir al oso. Si lo hubiera visto lo habría espantado con un disparo al aire y habría acudido a por las presas; Por tanto ahora, estaría muerto.

* El oso no le ataco salvajemente, si no que lo golpeó con cierta “suavidad”, a tenor de que era un animal de más de 400 kilos; De haberle atacado fieramente él le habría disparado…y ahora estaría muerto.

* Si no hubiera respetado y honrado su cultura lo más normal habría sido acabar inmediatamente con aquel oso; Y por tanto, él estaría muerto.

Y aun más, de repente recordó que el animal había rasgado el hielo con sus zarpas.

¡En un clarísimo aviso de peligro!

 Nika estaba absolutamente alucinado con sus pensamientos cuando de pronto, algo reflotó entre las gélidas aguas; Asustado, se encogió en busca de su rifle. Pero no fue el oso quien apareció si no una de las focas abatidas. De la otra, ni rastro. El esquimal sonrío acercándose a la orilla segura del roto agüero y utilizó el rifle a modo de gancho para acercar y cobrar la presa; Y mientras hacia esto, lo comprendió todo:

En su corazón supo que nunca más habría de sentirse solo en aquellos parajes desérticos y helados porque el espíritu de su padre, fuera como fuera, le acompañaba y le protegía como siempre hizo.

 Y la prueba de ello estaba en que hoy habían salido a cazar juntos de nuevo.

“Una foca para él y otra para Nika”. Como antes.

 Nika sonrió otra vez y su sonrisa se convirtió en carcajada cuando en la lejanía resonó amplificado por el frío viento el fenomenal y potente bramido de un oso.

 

 

- Esquimal-

 

 

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