Jackie necesitaba salir de ese lugar. Pero no podía Y lo sabia. Y eso la ponía todavía más nerviosa y triste de lo que estaba. Solo hacia unas horas había sufrido dos de los traumas que más preocupaban a los psicólogos a la hora de tratar la salud mental de una persona. Primero había visto morir a gente que consideraba sus amigos sin que pudiera hacer nada y ese mismo hombre la había apuntado con la pistola. Se veía muerta, sin ser capaz de poder tener un pensamiento de amor hacia la familia que le quedaba. Ese había sido el primer trauma.

El segundo llego a tiempo, cuando Gideon llegó a tiempo para disparar a su atacante, hiriéndola a ella levemente en el hombro. Aquí dudaba de que podría dejarle más secuelas, ver como moría un hombre o que ese tío de la CIA fuera quien la había salvado. Gideon Morton era el hombre más testarudo que Jacqueline “Jackie” Spencer conocía. Ambos eran de siglas diferentes, ella del FBI él de la CIA. Estaban condenados a llevarse mal o, por lo menos a no tener comunicación. Ya se sabia como funcionaban las agencias, todas mentían a todas. Por desgracia, Jackie y Gideon habían chocado, ambos en misiones de infiltración con la misma banda de terroristas coreanos. Para limpiar el nombre, los habían obligado a trabajar juntos, con sus equipos. Ahora, el de Jackie había sido descubierto y asesinado fríamente, y el de Gideon tuvo que volver a la base, con la promesa de refuerzos. Estaban solos, abandonados ante el peligro en una casa segura. Por suerte, el equipo de Gideon era eficiente y buena gente, algo raro en el FBI. Siempre se habían reído cuando ambos se ponían a discutir sobre el mando y Amanda y Roxanne, las dos chicas, la habían apoyado las veces que actuaba por su cuenta para no aguantar al mandón de Gideon.

– ¿te sigue doliendo? – Gideon le preguntó por la herida del hombro. El mismo se la había vendado, apartando su camisa azul de su cuerpo. Estaba acostumbrada a que otros hombres curasen sus heridas, pero que lo hiciera Gideon le levantó un rubor a sus mejillas que creía extinto. Era un hombre atractivo y había tonteado alguna vez con él, pero nada más. Cada vez que el destino les juntaba, discutían tanto que no podía creer que sintiese lo mismo.

– No, es un rasguño – se paso la mano sobre la herida – he tenido heridas peores. No tengo derecho a quejarme, mi equipo... – no pudo continuar sin que se le hiciese un nudo en la garganta.

– No es culpa tuya – le dijo con una voz muy suave. No creía que la tuviese – estas cosas pasan, por mucho que nos duelan.

– Venían a por mi, Gideon – Jackie se sentó en una silla, su mente estaba derrumbada – no puedes pedirme que lo ignoré. Tenían familia, confiaban en mi, y les he fallado.

A pesar de sus más y sus menos, Gideon sentía apreció por Jackie, era una buena agente y le volvía loco, más que su ex-mujer o su propio compañero con sus bromas pesadas. Guerrero estaba empeñado en que a él le gustaba Jackie, que se le notaba. Al principio le ignoró, pero cuando creyó que la perdía, un sentimiento de rabia le inundó. Por eso había acribillado al terrorista, aunque con esa acción también la había herido a ella. Gideon se levantó de la cama, y se acercó a Jackie. Estaba muy cerca de la ventana, tenía miedo de que la vieran. Y también queria acercarse a ella. Con suavidad la levantó de la silla y la obligó a mirarle a los ojos.

– Olvidalo.

– No puedo hacer eso.

– Te puedo ayudar.

– ¿Cómo?

Antes de que pudiera razonar la posible solución que Gideon le podía ofrecer, Jackie se vio sumergida en una mirada mucho más cercana. Su rostro, solo unos milímetros les separaban, unos que a Jackie se la antojaban demasiados. Los labios del agente de la CIA jugaron con los suyos, anticipando el beso que surgiría al instante. Jackie sintió como su sangre se caldeaba, ruborizando su rostro más aún al sentir la mano de Gideon rozando su pierna, levantando su falda con descaro.

– Gideon – dijo, en parte escandalizaba y tres cuartos excitada. No podía negar que lo deseaba, queria quitarle la ropa y probar hasta el último centímetro de su cetrina piel. Gideon pareció leer sus pensamientos, o quizás únicamente deseaba lo mismo de ella.

– ¿Has dejado de pensar en eso?

– Si...no – se sentía confusa – no lo sé.

Su respuesta le hizo gracia al agente, que sonrió pícaramente.

– Entonces sigamos intentándolo.

De un brusco tirón, Gideon se la llevó a la cama, no sin antes hacer que sus zapatos de tacón resbalara de sus pies. Cogió sus esposas y la retuvo en el cabecero de la cama. Confía en mi, le dijo al ver su mirada perpleja, estaba a punto de lanzarle una patada. Gideon conocía la obsesión de Jackie por dominar, e iba a jugar con ello todo el tiempo que pudiera.

Con la camisa ya en el suelo y solo vestido con unos pantalones que empezaban a molestarle, Gideon se puso encima de ella mientras continuaba besándola. Cada ósculo era más largo que el anterior, los segundos entre uno y otro aumentaban para impacientar más a Jackie. Quería, necesitaba que se los suplicase, pero no le iba a ser fácil, por lo menos no todavía. Una vez se hubo satisfecho, comenzó a bajar, primero lamiendo su cuello, luego con cuidado de no tocar su reciente herida, desabrochó su camisa, botón tras botón, mordisco tras mordisco. Jackie no llevaba sujetador y ver los duros pezones de la mujer, lo excitó aún más. Su miembro vibraba de forma violenta, impaciente por penetrar en la federal que le había robado la cordura, pero no queria terminar tan pronto, necesitaba disfrutar de un momento que puede que jamás se repitiera.

Las piernas de Jackie temblaron al sentir como Gideon las separaba, y sus braguitas de encaje se deslizaban hasta sus pies. Ella emitió un sonido gutural cuando su lengua se deslizó por una de las zonas prohibidas.

– Dios mio, Gideon – era la primera vez que esa chica, de familia atea, mentaba a dios. Menudo momento más impío para recordarle, pensó. Sintió una convulsión de la chica, intentaba quitarse la esposas sin resultado favorable. Ya era hora de dejar a la fiera en libertad,él también tenía derecho a disfrutar de sus caricias.

Se alzó para soltarla de sus metálicas cadenas cuando, una vez liberada, las piernas de Jackie se enredaron en su cadera. Gideon perdió el equilibrio y las tornas se cambiaron, ahora era él quien estaba sumiso, a merced de la reina del placer que tenia encima de su miembro hambriento. Las manos de Jackie acariciaron el torso trabajado del agente, luego eliminaron la última prenda de ropa que quedaba en esa cama. Gideon la rodeo desde los glúteos, cogiéndola con firmeza.

– Ahora soy tuyo, princesa – se le escapó la sonrisa del niño travieso – descarga toda tu ira en mi, con fuerza.

No era lo que le apetecía, no queria seguir pensando en ese maldito día, solo en este sensual momento en el que Gideon Morton se convertía en su esclavo. Comenzó a balancearse, con suavidad, luego sus embestidas fueron más agresivas y potentes. La herramienta de Gideon era grande y gruesa, al entrar le había hecho daño pero ya no sentía otra cosa que no fuera placer. Gideon arañó su piel entre gemidos mientras sus ojos se ponían en blanco. Era suyo, ese espectacular semental no rendiría cuentas ante nadie que no fuera ella. Con ese pensamiento su libido estalló, al poco de que la de Gideon la llenara. Cansada y extasiada, Jackie se dejó caer a su lado, él la rodeó con sus brazos.

– No vuelvas a tener miedo, mi fiera – Gideon volvió a leer sus pensamientos. Acaricio su rostro, apartando varios mechones de su rubia melena – no dejaré que te hagan daño.

Eso no podría saberlo, la mafia coreana los seguía buscando hasta que sus agencias los pusieran a salvo, si no llegaban tarde. Eso ahora le importaba una mierda, solo podía mirar a Gideon y sonreír.

– No prometas algo que no sabes.

– Entonces, ¿Qué puedo darte?

– Algo más a corto plazo – y dicho esto le volvió a besar.

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