Bertrand Bonello: "El narcisismo actual ha convertido los sentimientos en algo peligroso"

Bertrand Bonello: "El narcisismo actual ha convertido los sentimientos en algo peligroso"


El director francés convierte 'The Beast' ('La bestia') en una reflexión obsesiva sobre el miedo, el amor y la soledad en nuestros días.

El futuro es básicamente una cosa muy del pasado. Tantas veces la literatura o el propio cine han imaginado las formas que tendrá la vida cuando la vida ya no sea la vida conocida que ya no hay forma de distinguir lo que pasará de lo pasado, lo que está pasando de lo que nunca pasó. Bertrand Bonello, autor difícil de apresar en una definición empeñado siempre en un cine múltiple y transgénero, está convencido de ello y lo está hasta tal punto que su última película, The beast (La bestia), imagina la vida de una pareja en tres tiempos diferentes (en 1910, en 2024 a fecha de hoy y en 2044), pero como si no. En los tres casos, el miedo al amor es el mismo, la soledad se mantiene exactamente igual y la desolación lo ocupa todo. Suena pesimista y, en efecto, lo es.

«Entiendo», comienza el propio director para atemperar el desconcierto quizá, «que la tarea del cine no es tanto ofrecer discursos como plantear problemas e inquietudes. Como decía Godard, lo que me interesa no es hacer cine político o social, sino hacer cine políticamente. Hay una diferencia entre las dos cosas y es importante».

The beast (La bestia) es una película feliz en la perplejidad en la que discurre. Basada no tan lejanamente en el relato de Henry James La bestia en la jungla, la película vive en el mismo tesón, que también es incertidumbre, del texto que muy a su manera adapta: la necesidad de comprometerse de verdad en el amor y la pulsión egoísta y huidiza que escapa de ese compromiso. «En realidad, todo se resume en el miedo.

El miedo al amor es una constante que nos atraviesa. En el libro, el personaje principal vive pendiente de una especie de premonición. Algo va a suceder, pero no sabe qué. Y eso le mantiene paralizado», explica el director, que se toma un segundo y sigue: «Pero no conviene demonizar el miedo. Biológicamente, es muy útil. Es el miedo, la advertencia de lo oculto, lo que nos mantiene vivos. Es un sentimiento muy hermoso que tiene que ver con incertidumbre y con los estados de alerta. El miedo nos obliga a mirar la realidad a nuestro alrededor y a preguntarnos por ella, puesto que nos amenaza. La parte negativa es que en exceso nos inmoviliza».

Valga la explicación para quizá ensayar una primera definición de la propia película. A su modo, es una cinta de terror. The beast, de hecho, se despliega en la pantalla majestuosa como una sesión de hipnosis, como un cuento fantástico de hadas que en realidad es provocación y sueño. El principio de la historia, entre la distopía y la fiebre, es el penar de una mujer (Léa Seydoux) dispuesta a borrar de sí y de su ADN todo rastro de emoción. Estamos en el futuro. Todo un clásico del devenir perfecto. El delicado proceso le pondrá en contacto con sus vidas pasadas. Con ellas y con un amor recurrente (George MacKay) que reaparece a veces como don y otras como castigo.

El director convierte la textura de la película en el escenario a la vez reconocible y perfectamente extraño de una pesadilla sin tiempo, sin pasado, sin presente y quizá sin futuro. Y desde ahí, Bonello construye un relato con forma de laberinto tan obsesivo y delirante como magnético.

«Lo que planteo que nos pasará, en realidad, nos está pasando. Ese es siempre el juego de la ciencia-ficción. Imagino en la película que la Inteligencia Artificial ha triunfado completamente. No estamos tan lejos de ello.

Vivimos en una sociedad en que el narcisismo lo domina todo y lo ha hecho hasta el punto de convertir las emociones en peligrosas. Borrarlas podría ser la solución o así lo cree la sociedad de 2044 en la que viven los personajes. Es como si la máquina hubiera acabado por resolver algo de lo que el ego humano es incapaz. Lo siguiente es preguntarse qué clase de mundo sería ése. La paradoja es vivir en un mundo sin miedo, pero a la vez en el que te sientes menos vivo. Vivir mejor, sin temor, pero sentirte peor», comenta en el mismo tono entre el enigma y la perplejidad en el que navega toda su obra.