Rodeado de toda la congoja
gris del vaporoso diciembre,
acosado por sus agujas
de diminutas estalactitas,
perdido con mi nave inmóvil
por un mar de fluyente ceniza,
a quién más encomendarme, Señor,
sino a tu invisible omnipotencia
gobernando sobre los destinos.
A quién apelar en el derrumbe
vertical del cielo gaseobundo,
a quién pedir perdón en esta hora
más espesa de espesos minutos
que cualqu…