Los posts de Axis - Creatividad Internacional2024-03-28T08:43:11ZAxishttps://www.creatividadinternacional.com/profile/Axishttps://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2985167303?profile=RESIZE_48X48&width=48&height=48&crop=1%3A1https://www.creatividadinternacional.com/profiles/blog/feed?user=3crpgas1zj6zn&xn_auth=noLa paloma equivocadatag:www.creatividadinternacional.com,2017-02-11:3073384:BlogPost:6503222017-02-11T19:38:51.000ZAxishttps://www.creatividadinternacional.com/profile/Axis
<p>(Adaptación personal de cuento popular).</p>
<p></p>
<p><br></br>Ella no migraba como las golondrinas, pero sí tenía la sensación de sentirse permanentemente desubicada y fuera de sitio a pesar de los años que llevaba sin salir de aquella ciudad. Dicha ciudad se le había quedado pequeña; tal vez ella necesitaba otros lugares y encontrar hogares en cada uno de ellos, así que un día desplegó las alas y echó a volar sin un rumbo marcado previamente, tras despedirse de los pocos familiares que le…</p>
<p>(Adaptación personal de cuento popular).</p>
<p></p>
<p><br/>Ella no migraba como las golondrinas, pero sí tenía la sensación de sentirse permanentemente desubicada y fuera de sitio a pesar de los años que llevaba sin salir de aquella ciudad. Dicha ciudad se le había quedado pequeña; tal vez ella necesitaba otros lugares y encontrar hogares en cada uno de ellos, así que un día desplegó las alas y echó a volar sin un rumbo marcado previamente, tras despedirse de los pocos familiares que le quedaban allí.</p>
<p><br/>Algunos piensan que se equivocó, la paloma; que por ir al norte fue al sur, que pensó que el mar era el cielo. Pero más allá de confusiones, ella simplemente se dejaba llevar.</p>
<p><br/>Sin pararse a pensar en el acierto -o en el error- que pudiera haber en cada uno de sus actos, nuestra amiga voló durante días, siendo su única brújula no oponerse a la dirección del viento. Sobrevoló otras ciudades cuyos edificios grises y manchados de lluvia amenazaban con arañar el cielo; voló sobre mares, ríos y campos de cultivo como tela a cuadros, y vio hombres, mujeres, niños.</p>
<p><br/>A la séptima noche, exhausta, se detuvo a descansar y ni siquiera miró dónde aterrizaba, pues toda fuerza parecía haberla abandonado.</p>
<p><br/>—Ssszz...</p>
<p><br/>Un silbido de hierro -si tal cosa tiene algún sentido- cruzó entonces la noche sobre su cabeza, peinándole las plumas y arrancándola de los brazos de morfeo cuando ella estaba a punto de caer en un profundo sueño. Reparó la palomita que había parado a descansar en el pedestal que soportaba una suntuosa estatua en mitad de la plaza principal de la ciudad portuaria a la que había acertado a llegar, y al mirar arriba descubrió, con una mezcla de horror y maravilla, que se trataba de la efigie dorada de una serpiente.</p>
<p><br/>—Mi cola enroscada te protegerá del frío—Habló la estatua en un susurro quedo—Soy Sizzsla, ¿Quién eres tú?</p>
<p><br/>La paloma se relajó un poco. No era la primera vez que escuchaba hablar a una estatua, y esta en concreto parecía amable. Levantó un poco la cabeza y con sus ojos de rubí advirtió la cola enroscada de la serpiente, guardando la forma de un signo infinito, en cuya oquedad ella le había indicado que estaría más protegida.</p>
<p><br/>—Soy una paloma—Respondió, decidiendo moverse a saltitos allí donde la cola de la serpiente pararía el viento helado de la noche.</p>
<p><br/>—¿Eres una paloma mensajera?—inquirió la llamada Szzisla con curiosidad—¿Cómo te llamas?</p>
<p><br/>—Me llamo Paloma—respondió la interpelada como si esto fuera obvio. Se quedó un poco pensativa con la pregunta anterior, ¿era una paloma mensajera?—No, creo que no soy una paloma mensajera. O sí. —se encogió de alas una vez llegó a la curva en la cola de la serpiente y se acomodó allí—no lo sé...</p>
<p><br/>Szzisla suspiró y su cuerpo escamoso y dorado pareció estremecerse.</p>
<p><br/>—Necesito... mandar un mensaje.</p>
<p><br/>A la palomita se le había quitado el sueño, aunque continuaba físicamente muy cansada de tanto volar, de tanto buscar.</p>
<p><br/>—¿Ah, sí? Tal vez a eso podría ayudarte—repuso sin pensar demasiado.</p>
<p><br/>Los ojos de Szzisla, dos esmeraldas auténticas de un tono verde insondable, parecían no tener fondo cuando contemplaban la noche ante sí.</p>
<p><br/>—¿De verdad? Te lo agradecería. Llevo muchos años mirando la ciudad desde aquí en lo alto sin poder moverme.</p>
<p><br/>La palomita se imaginó al momento la situación de la serpiente dorada. Tenía que ser bastante frustrante estar allí forzado a no moverse, con cantidad de cosas que decir seguramente, o simplemente queriendo acercarse a alguien. En la situación de Szzisla moverse era una quimera, no digamos volar.</p>
<p><br/>—Lo entiendo, amiga—respondió la paloma, quien tenía un corazón que no le cabía en el pecho—¿y qué mensaje necesitas que lleve? ¿A quién?</p>
<p><br/>Szissla suspiró. De pronto ella también parecía de golpe muy cansada.</p>
<p><br/>—Hay un hombre que vive en la calle, no muy lejos. Pasa las noches en aquel callejón justo en frente—siseó tras un breve lapso de silencio—no tiene nada, salvo un violín. En la estación cálida tocaba por propinas, pero ahora los dedos entumecidos por el frío no se lo permiten.</p>
<p><br/>La palomita ladeó la cabeza visiblemente conmovida. Los hombres por lo general no eran tan fuertes como las palomas o las estatuas; el músico callejero tenía que estar pasando sed, hambre, frío allí sin un hogar donde guarecerse.</p>
<p><br/>—Puedo buscarle—respondió. Esa tarea no sería difícil para ella—¿Qué mensaje quieres que le lleve?</p>
<p><br/>—Arráncame un ojo—repuso Szzisla sin vacilar. Ni iba a dolerle aquello ni parecía importante para ella perder dicho "órgano"—para los humanos estas piedras tienen valor. Tal vez venderlo le permitirá recuperar su dignidad.</p>
<p><br/>Extraña relación causa-consecuencia, no pudo sino pensar la paloma, ya que el capitalismo le resultaba bastante ajeno. Pero, al igual que Szzisla, ella sabía de humanos, y de los "trueques" que solían llevar a cabo. Era cierto que comulgaban con el mundo material hasta el punto "tanto tienes, tanto vales" o más bien "tanto tienes, tanto eres", de modo que lo que Szzisla le pedía tenía lógica.</p>
<p><br/>—Creo que entiendo. Pero... ¿no te dolerá?</p>
<p><br/>Szzisla lanzo una carcajada siseante al viento.</p>
<p><br/>—En absoluto, querida amiga.</p>
<p><br/>La palomita se puso manos a la obra. Le llevó prácticamente toda la noche extraer la esmeralda del ojo izquierdo de Szzisla, usando su pico y bien encaramada al rostro del ofidio dorado. Cuando la tuvo casi en su poder, la sujetó con ambas garras y aleteó fuerte para desenclavarla por fin de su cuenca de oro.</p>
<p><br/>—¡Ya está!—sin reparar en lo fatigaba que estaba, la palomita agitó las alas frente al rostro de Szzisla con la gema liberada, para mostrársela entre sus garras. No se le daba tan bien agarrar cosas como sujetarlas en el pico, así que segundos después aterrizó en el pedestal para arreglar este último factor.</p>
<p><br/>—Llévaselo, mi buena amiga. No sé cómo agradecértelo.</p>
<p><br/>La palomita echó a volar con la gema en el pico. No necesitaba que Szzisla ni el hombre se lo agradecieran. Ella daría aquel "mensaje" por una muy buena razón; la dignidad del músico era suficiente.</p>
<p><br/>Encontró al hombre dormido en el callejón bajo las primeras luces del alba, en un lecho de cajas desplegadas de cartón y papel de periódico, la cabeza descansando sobre una ajada funda de violín. Dejó la gema en su mano abierta sin despertarle, comprobando que aún bajo su piel podía sentirse algo de calor. Con su pequeño cuerpo presionó los nudillos del hombre para cerrarle la mano y que éste no dejara caer la gema entre sueños, y por si acaso picoteó un poco antes de salir volando de nuevo al encuentro de Szzisla.</p>
<p><br/>—Gracias, Palomita—insistió la serpiente dorada—¿cómo puedo pagártelo?</p>
<p><br/>La paloma blanca sonrió con los ojos -no había otra forma para ella de hacerlo-, se sentía contenta, más "grande" por alguna razón, como si hubiera crecido y engordado, y eso que llevaba días sin probar bocado. Era una sensación extraña pero no desagradable.</p>
<p><br/>—No es necesario que me pagues, ¡soy una paloma mensajera!—dijo con voz de arrullo. Y sin saber muy bien por qué, añadió—¿Tienes algún otro mensaje que necesites que lleve?</p>
<p><br/>Szzisla no contestó inmediatamente.</p>
<p><br/>—Pues ya que lo mencionas, sí—admitió tras unos segundos de reflexión—Pero has de dormir, palomita. Te lo diré cuando descanses.</p>
<p><br/>—No, no—se apresuró a responder ésta. Si todos los mensajes eran igual de necesarios que la gema que acababa de entregarle al hombre del violín, no había tiempo que perder.—¿Cuánto tiempo llevas esperando sin poder hacerlo tú misma? Hagámoslo ahora.</p>
<p><br/>—Pero...</p>
<p><br/>—Vamos, Szzisla. Cuéntamelo.</p>
<p><br/>La serpiente dorada suspiró.</p>
<p><br/>—Está bien, palomita. Hay una familia que vive en aquella casa bajo la torre del reloj. El padre sale a emborracharse y se gasta el dinero en mujeres todas las noches. Al regresar a casa pega a su mujer y a sus dos hijos, puedo verlo por aquella ventana. La madre de los niños trabaja en una fábrica; ella quisiera irse, poner distancia para proteger a sus hijos y comenzar una vida nueva, pero el sueldo que gana no es suficiente.</p>
<p><br/>La paloma se orientó en dirección a la torre del reloj y contempló la mencionada ventana que daba a la vivienda. Se dio cuenta de que estaba rota y no podía cerrarse del todo, aunque no se veía movimiento tras ella tal vez por lo temprano de la hora.</p>
<p><br/>—Quiero que arranques mi otro ojo—continuó la serpiente—y se lo lleves a esa mujer.</p>
<p><br/>Conmovida por la situación de aquella familia, la palomita se puso inmediatamente a la tarea. Esta vez tardó menos en extraer la gema que era el ojo verde de Szzisla, tal vez le iba pillando el tranquillo a la cosa.</p>
<p><br/>Cuando le llevó la esmeralda a la mujer, el borracho aún no había llegado. Dejó la gema allí sobre la mesa de la cocina, ante los atónitos ojos del benjamín de la familia que había estado llorando hacía escasos instantes en el regazo de su madre, y remontó de nuevo el vuelo para salir por la ventana.</p>
<p><br/>La paloma equivocada estaba muy cansada, mucho, pero no se daba cuenta. No pudo evitar preguntarle a la amable Szzisla si tenía otro mensaje, pues había descubierto que era paloma mensajera por vocación... y cuán dificil es negarse a la llamada. Como no podía ser de otra manera, después de años observando el mundo desde aquella atalaya, la serpiente dorada tenía otro mensaje que dar.</p>
<p><br/>Así pasaron el día. El zafiro que coronaba el cascabel al final de la cola fue también extraído y entregado; la piel de oro que cubría al reptil, arrancada a jirones y repartida entre quienes la necesitaban más que la propia Szzisla. Ella era una estatua, no pasaba frío, no necesitaba piel.</p>
<p><br/>El vínculo entre la paloma y la serpiente se hizo cada vez más estrecho a medida que pasaban las horas, ya apenas necesitaban hablar. Ambas sabían que ya no pararían hasta que la superficie de hierro se viera desnuda en el cuerpo de Szzisla sin su baño de oro. Cuando no quedaba ni rastro de la lustrosa y brillante piel, una vez todos los bienes materiales fueron repartidos y todos los mensajes dados, la palomita por fin cayó rendida y descansó entre los anillos ahora grises de la serpiente.</p>
<p><br/>Aquella noche llovió durante horas, y el cuerpo de Szzisla se manchó de rojo anaranjado.</p>
<p></p>
<p>A la mañana siguiente, un niño bizqueaba y guiñaba los ojos contemplando la elevada estatua bajo la luz del sol.</p>
<p><br/>—Papá, qué estatua tan FEA...—le dijo a su padre con la sinceridad característica de los niños.</p>
<p><br/>El padre contempló la estatua de la serpiente, dándose cuenta de que algo raro pasaba allí pero sin acertar a apreciar qué era exactamente. Se había oxidado por la lluvia, sí, sería eso.</p>
<p><br/>—¿Eso de ahí es un pájaro muerto?—El niño se aproximó más a la estatua, con los ojos fijos en el cuerpo plumoso que yacía inerte sobre el pedestal.</p>
<p><br/>—Venga, vamos—le apremió su padre para que siguiera andando—no te entretengas por tonterías. Ah, tendrían que demoler estos viejos monumentos, se convierten en un estercolero insalubre para la ciudad... quién lo diría, hasta con bichos muertos.</p>
<p>El hombre no llamaría al ayuntamiento por pereza, sin embargo. Se alejó de allí con prisa, tirando del brazo de su hijo, yendo a quién sabe qué destino premeditado.</p>
<p><br/>Una niña un poco mayor había observado la escena a poca distancia. Ella sí se había dado perfecta cuenta de que la serpiente estaba "desnuda".</p>
<p><br/>Cuando el hombre y su hijo se fueron, la niña trepó al pedestal de Sizzsla y tomó el cuerpo de la palomita en sus manos.<br/>La niña miró al ave con pena, comprendiendo que la vida se le había ido. ¿Un pájaro? el niño ese no tenía ni idea de lo que decía, no se trataba de un pájaro cualquiera, era una paloma. Una paloma mensajera.</p>
<p><br/>Ojalá pudiera devolverle la vida, pero eso era algo que estaba fuera de su alcance.</p>
<p><br/>—Palomita querida—murmuró acercándosela al pecho, tratando de darle calor aun así—Palomita mensajera. Cuando sea mayor y tenga una hija, la llamaré como tú.</p>Nagatag:www.creatividadinternacional.com,2017-02-10:3073384:BlogPost:6500272017-02-10T11:30:00.000ZAxishttps://www.creatividadinternacional.com/profile/Axis
<p style="text-align: left;"> <span class="font-size-5"><strong>-YANOS-</strong></span></p>
<p style="text-align: left;"></p>
<p><br></br> Sabía que era macho. Su cerebro no llegaba a la complejidad del de algunos individuos más evolucionados de su especie, pero para bien o para mal tampoco era tan rudimentario como el de la mayoría. Su vida en la ciénaga consistía en algo más que autoconciencia y satisfacción de…</p>
<p style="text-align: left;"> <span class="font-size-5"><strong>-YANOS-</strong></span></p>
<p style="text-align: left;"></p>
<p><br/> Sabía que era macho. Su cerebro no llegaba a la complejidad del de algunos individuos más evolucionados de su especie, pero para bien o para mal tampoco era tan rudimentario como el de la mayoría. Su vida en la ciénaga consistía en algo más que autoconciencia y satisfacción de instintos, pero el impulso sexual era fuerte en época de apareamiento y esa fuerza de sangre era lo que le estaba moviendo en aquel preciso instante. Algo descomunal que sentía como un tipo de furia abriéndose paso en su interior, algo que tiraba de él y le llevaba a cruzar desesperado el pantano en busca de un semejante del género opuesto, ondeando su cuerpo de serpiente del mismo color que el barro y explorando aire y limo con la lengua bífida sedienta de olor. Los Naga son individuos solitarios, muy sensibles al ruido y la vibración de la tierra; también son territoriales y celosos de su espacio, aunque en época de celo la urgencia por aparearse se antepone incluso a la necesidad innata de soledad.</p>
<p><br/> Sabía que era macho, y sabía su nombre —«Yanos»—aunque nadie lo había pronunciado desde hacía décadas. De alguna manera, igual de arraigados que estaban sus instintos más primarios en su ADN lo estaba también su nombre. De hecho el único recuerdo que le quedaba de haber nacido era ese, haber sido nombrado por primera vez.</p>
<p><br/> Los naga no son realmente exploradores ambiciosos y Yanos no era una excepción. Llevaba mucho tiempo en feliz confinamiento voluntario dentro de los límites de la ciénaga, chapoteando en ella cada día y cada noche tanto bajo el pútrido sol, oculto tras las emanaciones tóxicas del agua, como bajo el manto más opaco sin luna ni estrellas. Estaba bien con ello. Aquel lodazal era un lugar que seguramente resultaría inhóspito para un humano si no imposible para la vida, pero no obstante era agradable para él. Por otra parte, Yanos se conocía su territorio como la palma de la mano y no necesitaba ni siquiera investigar para encontrar comida, era cómodo vivir allí. Había periodos de menos abundancia en aquel hábitat, pero era cómodo aún así.</p>
<p><br/> Sin embargo, desde hacía algunas noches la soledad se había vuelto insoportable quemándole por dentro y doliendo. Dolía casi tanto como su henchido órgano reproductor que sufría de una dureza sostenida, resistiéndose a liberar tanto el material genético como el placer contenido en su cuerpo. El ambar gris que habría de perpetuar su especie no debía ser desperdiciado y sólo podría ser descargado dentro del cuerpo de una hembra, de alguna manera Yanos lo sabía.</p>
<p></p>
<p> <strong>MÍA</strong></p>
<p>Sabía bastantes cosas sobre sí misma o eso creía, aunque por culpa del último electro-shock sólo recordaba el eco lejano de un nombre—«Mía»—, un nombre que tal vez había sido el suyo.</p>
<p><br/> ¿Es importante un nombre si no sabes quién eres?</p>
<p><br/> ... para ella parecía serlo a momentos —«Mía»—, aunque sólo fuera en forma de clavo ardiendo al que aferrarse para no caer al vacío, aunque no significase nada. Alejándose de sí misma, anestesiada y ajena al dolor, sólo una palabra parecía ser lo bastante cierta como para conectarla con el mundo. Una palabra tan frágil y de significado tan voluble como un nombre mencionado hasta el desgaste.</p>
<p><br/> Mía no sabe dónde está, sólo ve negrura ante sí y alrededor. No, espera un momento, lo que ocurre es que tiene los ojos cerrados. No puede abrirlos, pican y duelen, ¿será éste un nuevo tratamiento experimental? Lo último que recuerda es el implacable foco de la lampara sobre su cabeza, cegándola cuando la pusieron sobre la camilla y le metieron ese objeto de goma en la boca para que no se mordiera la lengua en el espasmo tónico producido por las descargas. Hace un momento estaba en la sala donde aquellos matasanos aplicaban su terapia de choque favorita, pero ahora... ahora ya no está ahí.</p>
<p><br/> El olor a enfermedad mental -sudor alterado, heces, babas y vómitos medicamentosos, huellas húmedas de gritos en las paredes- y al desinfectante de la clínica, inhumano y blanco, se ha evaporado y Mía se da cuenta de que lleva tiempo percibiendo una fetidez anómala en el aire en su lugar. Sus facciones se arrugan en un gesto de asco y trata de taparse la nariz para no respirar esa esencia, pero descubre con horror que "algo" cubre su mano: una materia densa como la brea y de olor nauseabundo pegándose a su piel, ¿restos fecales? santo dios, qué coño es esto. Dónde la han metido, ¿por qué? no recuerda haber transgredido ninguna norma ni haber sido apercibida por mala conducta en la clínica, ni siquiera ha fumado, ni ha robado cigarros, ni los ha vendido de forma clandestina como aquella última vez...</p>
<p><br/> Para colmo, su cuerpo se retuerce en calambres. Está muy molesta, a punto de menstruar; no sabe por qué la regla se le está retrasando tanto y desde hace días se pregunta si será por la medicación que le obligan a tomar. Sus pechos se desbordan turgentes e inflados a tensión bajo el camisón blanco pegado a la piel, los pezones pican agrietados contra el barro que cubre la prenda rígida por el apresto.</p>
<p><br/> Trata de moverse y chapotea sin demasiado éxito en las pesadas aguas. Su cintura se ha difuminado y su cuerpo se ve ahora más femenino que nunca en su naturaleza: con forma de pera invertida, el vientre un cáliz de carne sobre el rasurado pubis. Bajo las bragas color beige que ahora se le pegan a la piel, los labios de su sexo están congestionados y abiertos como los pétalos de una flor, sensibles al mínimo roce y ahora ahogados en la caricia viscosa de -oh, dios- aquella substancia que hace unos segundos ha notado en su mano. Mía está literalmente bañándose en ella, nadando en ella, siente su lamida viscosa justo por debajo del ombligo. Abre los ojos sintiéndose terriblemente indefensa pero inmediatamente los vuelve a cerrar: esa condenada atmósfera irritante le ciega, hay algo muy tóxico flotando en el aire; sea cual sea el lugar horrible donde se encuentra ahora, tiene que salir de allí.</p>
<p><br/> Tantea con los brazos extendidos hacia delante y logra agarrarse a algo -¿una rama muerta? ¿el cuerpo rígido de un animal muerto?-, ganando así estabilidad suficiente para dar un paso y después otro en aquella sustancia que ofrece resistencia a cada movimiento. El objeto quebradizo al que se agarra es en efecto una rama aunque ella no puede verla, una rama negra cuya única vida es el musgo resbaladizo que la cubre y los parásitos que la comen por dentro. Mía se las apaña para dar un par de pasos vadeando la ciénaga aún así, pero en menos que canta un gallo la rama se quiebra y el impulso del paso siguiente es revertido en forma de empuje hacia atrás. La mujer se suelta, cae de espaldas lanzada a una zona más profunda y cuando trata de levantarse pierde pie y se hunde hasta el cuello. Con horror comienza a manotear, dándose cuenta de que no podrá nadar en esta substancia que parece querer tragársela como embudo que succiona. Ahora asciende por su cuello invadiéndola con su toxicidad, puede notar que se insinúa en su barbilla queriendo llegar a su boca, casi besándola, señal inequívoca de que ella se está hundiendo. Todos los intentos de salir a flote son inútiles, de hecho ya se sabe lo que ocurre con las arenas movedizas: cuanto más lucha uno por salir, más profundo se hunde uno en ellas. Pronto el barro negruzco se meterá en la boca de Mía y ella tragará, y abrirá más la boca buscando aire, y entonces este engrudo pestilente penetrará hasta sus pulmones desbordándole la tráquea.</p>
<p> </p>
<p><strong> YANOS</strong></p>
<p>Sin saber cómo, Yanos había llegado a los lindes de su territorio. Era la primera vez en siglos que se aventuraba hasta allí. Hacía mucho tiempo que no se veía en la necesidad de hacerlo, le resultó extraño darse cuenta de que estaba tocando la gran roca esculpida en forma de cráneo que marcaba la frontera con el desconocido más allá.</p>
<p><br/> Desalentado por no poder seguir adelante, experimentando de golpe la paradoja de sentirse enjaulado en aquel pantano interminable, Yanos está a punto de darse la vuelta cuando de pronto la huele. La siente. Una criatura viva, una hembra en celo, justo detrás de él. Pero contra todo lo esperado, no es el pálpito mental de un semejante lo que percibe. Lo que quiera que sea esa criatura que se debate entre la vida y la muerte a poca distancia, definitivamente no es un naga.<br/> Los naga son parecidos (vagamente parecidos) a los humanos en la mitad superior de su cuerpo, salvo por el par de alas membranosas que algunos ejemplares tienen a la espalda. Su garganta está provista de laringe y pueden hablar, pero sus cuerdas vocales no están tan desarrolladas como las de un humano y eso hace que su voz suene anormalmente grave, baja y quebradiza. La falta de costumbre influye para que sean torpes hablando, y es que estas cuerdas vocales prácticamente no son utilizadas por los naga. Ellos se comunican a través de la mente y de las sensaciones, sin palabras de un sujeto a otro, pudiendo incluso crear un entramado múltiple que funciona como una inteligencia colectiva. De esa manera pueden también comunicarse a larga distancia, aunque Yanos lleva ya tiempo sin sentir la vibración mental de un semejante, ni siquiera un mensaje de alerta.</p>
<p><br/> Hay pocos naga, cada vez menos. Yanos no lo sabe, nadie se lo ha dicho pero siente una especie de certeza irracional, algo que nace de su instinto y le impulsa a moverse hacia la hembra: su especie peligra, son pocos los que quedan y reproducirse es la única salvación, aunque sea fecundando a otra especie para crear un individuo híbrido de sangre no pura. No sería la primera vez que un naga se apareara con otra especie incluso por divertimento, algunos tipos de criaturas eran susceptibles de quedar preñadas pero otras no y sólo la naturaleza sabía por qué.</p>
<p><br/> La criatura que se ahoga -Yanos puede sentir su asfixia- a pocos metros de él le envía una señal mental distorsionada, una alarma de socorro. A Yanos le cuesta entender y no puede reconocer esa energía que choca violentamente contra la suya, pero siente la lucha por la vida y el terror que está experimentando la criatura como un puñetazo en el pecho que afecta a su propia respiración. La empatía es instintiva e instantánea, y esto es raro que le ocurra a un naga con un individuo de otra especie, pero Yanos no puede pasar por alto esta llamada de la misma forma que no puede evitar que se refleje en su propio cuerpo el dolor y la angustia de la criatura desconocida. Entre los naga esta empatía es lo normal; impregnarse uno de otro es lo habitual porque son permeables mentalmente entre sí, pero de un naga a otra especie no se traza este vínculo de forma espontánea. No es habitual que un naga sienta la necesidad imperiosa de salvarle la vida a un individuo que no es naga.</p>
<p><br/> Incapaz de no responder, Yanos se gira hacia el punto de donde procede la señal y alcanza a ver un brazo moviéndose desesperadamente como queriendo agarrar el aire, salpicando olas de agua negra. <br/> Sin pensarlo dos veces, el demonio serpiente atraviesa las aguas ponzoñosas que son su elemento natural moviéndose tan rápido como una centella de color cobre. Agarra ese pedazo de carne cálida que es Mía, abrazándola contra su propia frialdad e izandola por las axilas, pegándola a su pecho para protegerla del veneno en el agua con su gruesa piel, y se yergue haciendo toda la fuerza que puede con el tronco para desplegar sus más de seis metros de envergadura alar a fin de levantar el vuelo y perderse entre nubes de vapor llevándola consigo.</p>
<p></p>
<p></p>
<p> <strong>****</strong></p>
<p><br/> Hace calor en la húmeda cueva. Poco a poco Mía vuelve en sí, dándose cuenta de que está de pie y manteniendo el equilibrio gracias a fuertes ataduras en torno a su torso y su cintura. Ha de estar amarrada a un poste, a una columna o algo semejante; sus piernas también han sido inmovilizadas por separado y eso le impide cerrarlas, aunque son pesados grilletes lo que lleva alrededor de los tobillos y no cuerda mordiendo la piel. Olvidando toda cautela, abre los ojos a tiempo para encontrarse con el ser de grandes iris como discos amarillos que la contempla confundido a poca distancia, casi frente contra frente.</p>
<p><br/> Antes de verle ha sentido su aliento y oído su respiración, ¿o era un silbido? el ruido que hacen los crótalos y otras serpientes cuando exploran el aire con su lengua retráctil. La criatura, en efecto, tiene los labios entreabiertos y Mía comprueba con horror que puede insinuarse en su boca el trazo de una lengua bífida, larga y negra como la tinta, cuya punta dividida asoma de vez en cuando.</p>
<p><br/> —Humana.—pronuncia el ser.</p>
<p><br/> Sin embargo la criatura no despega los labios para hablarle a Mía. Se comunica con ella sin pronunciar una palabra, simplemente penetrando en su mente y acomodándose allí como si estuviera en su casa y pudiera tranquilamente salir y entrar a placer.</p>
<p><br/> La voz mental del ser, suave y sin atisbo de rotura, se sintió como una hoja de cuchillo violando la frágil mente de Mía. Ella no supo si estaba viviendo una escena en un sueño o alucinando por la medicación experimental de la clínica.</p>
<p><br/> —Humana—corroboró a su vez sin hablar, hipnotizada en los ojos del ser. De hecho no ve su cuerpo porque siente que sólo puede mirarle a los ojos, está atrapada en ellos como en una tela de araña. Y es como si su mente respondiera por reflejo a esa voz, contestando antes de que ella pudiera decidir si era mejor callar, a pesar de que Mía nunca antes se hubiera comunicado así que ella supiera.</p>
<p><br/> El ser asiente y coloca la palma de la mano en la columna de roca a la que Mía está atada, flanqueando el cuerpo de la mujer con su musculoso brazo extendido y acercándose tanto que parece querer mirar a través de ella. Ladea la cabeza; la cara de marcados -pero no obstante delicados- rasgos tiene ahora una expresión entre la duda y la ferocidad contenida.</p>
<p><br/> —Te devoraría si pudiera—le espetó de mente a mente sin asomo de pudor.</p>
<p><br/> Lo haría, desde luego que lo haría, está viendo un soberbio pedazo de carne ante sí, pero...</p>
<p><br/> —No, por favor—Mía se encoge contra la columna y trata de apartar la mirada de esos discos amarillos pero no puede.</p>
<p><br/> —No tengas miedo—le respondió el ser. A Mía le pareció que sus hombros bajaron con resignación en aquel momento—no puedo devorarte. Nos estamos muriendo.</p>
<p><br/> Los naga se estaban muriendo. Yanos sabía que el eclipse de su especie estaba cerca, sabía que ese día llegaría pero no se podía imaginar que lo más parecido a una solución fuera, a fin de cuentas, aparearse con una humana. Normalmente uno no copula con lo que come, a no ser que uno quisiera cometer un acto bizarro por divertimento y ese no era el caso.</p>
<p><br/> —¿muriendo?—Mía continuaba atrapada en la matriz amarilla de aquellos ojos que ahora mostraba un reflejo verdoso.</p>
<p><br/> El ser, aún recargado contra la pared apoyándose sobre su brazo derecho, levantó la mano izquierda y acarició la mejilla de Mía, apenas un roce con las largas uñas que parecían esmaltadas en negro brillante.</p>
<p><br/> —Mi especie—explicó sucintamente sin hablar, y de paso exteriorizó una sospecha, más bien un temor—Creo que yo soy el último. El último que queda.</p>
<p></p>
<p>-continúa-</p>Palabra de Musa (extracto)tag:www.creatividadinternacional.com,2017-02-01:3073384:BlogPost:6482552017-02-01T16:54:10.000ZAxishttps://www.creatividadinternacional.com/profile/Axis
<p>[Esto es un fragmento del primer capítulo del trabajo "Palabra de Musa". En este trocito se explican algunas cosas sobre las musas a la par que comienza a desarrollarse la trama]</p>
<p>(Avance/ "trailer" 1- (montaje realizado sólo con fines creativos): <a href="https://studio.stupeflix.com/v/UJT0ROtWBPUm/">https://studio.stupeflix.com/v/UJT0ROtWBPUm/</a></p>
<p>Avance 2: "siete cosas sobre musas": …</p>
<p>[Esto es un fragmento del primer capítulo del trabajo "Palabra de Musa". En este trocito se explican algunas cosas sobre las musas a la par que comienza a desarrollarse la trama]</p>
<p>(Avance/ "trailer" 1- (montaje realizado sólo con fines creativos): <a href="https://studio.stupeflix.com/v/UJT0ROtWBPUm/">https://studio.stupeflix.com/v/UJT0ROtWBPUm/</a></p>
<p>Avance 2: "siete cosas sobre musas": <a href="https://studio.stupeflix.com/v/B51CEPxy4XJQ/">https://studio.stupeflix.com/v/B51CEPxy4XJQ/</a> )</p>
<p></p>
<p>Libro I: AMANECE A MEDIA NOCHE</p>
<p></p>
<p>I</p>
<p>—No hagas tanto ruido, que nos va a oir...<br/>—Oh, venga, ¿quién se supone que va a oirnos?<br/>La Primera de las Siete se detiene a mitad del estrecho pasadizo para apretarle el brazo a Sexta, quien viene caminando justo detrás de ella y es quien ha preguntado.<br/>—Pues el mismo o la misma que nos está viendo ahora--dice con cierta exasperación, parece mentira que a estas alturas tenga que explicarle eso a su hermana.<br/>—Ah, sí. Cuéntame otra—Sexta da un bufido, no suele creer lo que dice Primera ni Cuarta; tampoco es que lo pretenda, simplemente va en su naturaleza.<br/>—Si nos está viendo ya nos está oyendo hablar—comenta Quinta, a la que el resto de hermanas llaman La Hueca, caminando sin mirar hacia atrás—está lo bastante cerca.</p>
<p></p>
<p>El tunel serpentea ante las siete hermanas y parece continuamente a punto de tragarlas: techos bajos, paredes irregulares de roca rezumante de humedad que irradian bastante calor, infinita oscuridad . Si no es por la luz de Uxu sería muy complicado moverse por allí bajo el yugo de los cinco (o seis) sentidos humanos.</p>
<p><br/>—Essel, espera, y a todo esto, ¿por qué tú vas delante?—la vocecita que ha dicho esto entre sorprendida e irritada pertenece a Uxu de los Imposibles, la Cuarta de las hijas de Kira. A su entender, Essel la Hueca no debería ser quien abre la marcha, no señor, ¿por qué va primero en la fila?</p>
<p><br/>Quinta sonríe al ser llamada por su nombre verdadero y alza una ceja, mirando a Uxu por encima de su hombro sin dejar de andar.</p>
<p>—Y qué, ¿vas a ponerte tú primero?—inquiere con ironía—¿para llevarnos a otro de los desastres donde desembocan tus acciones?</p>
<p><br/>—Eh, eso fue cruel—Aru de Kira (también llamada Primera o Amor de Kira) frunce el ceño y le lanza una mirada reprobatoria a Essel. Ni que Uxu tuviera la culpa de que sus pasos llevaran a la nada a veces; Uxu sólo hace su trabajo y nada más, como el resto de hijas de Kira.</p>
<p><br/>—Pero algo de razón tienen ambas—farfulla Sexta desde su posición más atrás en la comitiva. Lamentablemente, el pasadizo es tan estrecho que sólo pueden caminar en fila de a uno, aunque Sexta se da con un canto en los dientes por ser lo bastante pequeña como para no tener que agacharse bajo el techo para no darse en la cabeza, como tiene que hacer Segunda. Bueno, los techos de esta caverna son bajos pero es que Segunda mide casi dos metros...—yo podría ir primero.</p>
<p><br/>—hahahaha...</p>
<p><br/>—¿Tú...?—Aru de Kira se atraganta cuando trata de no reír. La carcajada que acaba de soltar Séptima, tan inocente y espontánea como impúdica, se contagia con facilidad—no lo creo, Yinn. No veríamos nada.</p>
<p><br/>—Bueno, yo sí vería—Yinn, la Sexta de las Siete, no tiene problemas para ver en la oscuridad, porque ella es oscuridad en sí misma. Entre otras cosas.—podría guiaros.—Está algo molesta por las risas de sus hermanas, no entiende bien de qué se ríen, para ella está más claro que el agua.</p>
<p><br/>—¿Guisaron? ¿acosa besas dedón vasom?—canturrea Séptima, ella va feliz atrás del todo en la fila, sería muy peligroso y arriesgado que fuera delante ahora. El lenguaje de Alderik del Cambio, la Séptima y Última de las hijas de Kira, resulta confuso para los humanos (sobre todo al principio), pero sus hermanas la entienden a la perfección—¡vasom de vieja la corten led muhano! le camino se ol tempranito, le camino, chaer camino!—suelta una carcajada como si encontrara terriblemente gracioso lo que acaba de decir.</p>
<p><br/>Aru suspira, en realidad Alderik-como siempre suele pasar-tiene razón. Aunque ella piensa que quizá, mejor que Essel la Hueca podría guiarles Iver, la Segunda, pero gracias al gran tamaño que ésta tiene sería difícil que se desplazara en la fila ahora hasta el primer lugar, en el pasadizo tan estrecho.</p>
<p><br/>—Aparta, aparta—masculla Uxu abriéndose paso entre sus hermanas para escalar puestos en la fila y situarse junto a Essel. Uxu es muy pequeña, una cálida bolita de luz que se pega a las paredes y se adapta como agua a todo aquello que la contiene, por eso es la única de las siete que puede hacer esto ahora, su cuerpo humano en la luz mide lo mismo que un alfiler—voy, no vas a guiarnos tú sola, no te dejaré.</p>
<p><br/>—Qué tormento contigo, de verdad.</p>
<p><br/>En realidad, de las siete hermanas, Essel de la Muerte resulta la más apta-la elección correcta, si lo quieres llamar así-para guiarlas a todas por el estrecho pasadizo, por eso va delante.</p>
<p><br/>Aunque en sí misma fuera luz, y además una luz consistente, fuerte a pesar de ser pequeña, Uxu de los Imposibles no hubiera sido una buena guía debido a su permanente e instintiva temeridad. Su particular sentido de la vista tampoco hubiera ayudado en esta labor, pues aunque Uxu puede "ver" ciertas realidades antes que sus hermanas, no siempre todo lo que ella ve es verdadero o real. Sin embargo, gracias a su tamaño mínimo, puede ahora flotar junto al hombro de su hermana Essel al frente de la fila. Es irónico si uno piensa que no se soportan la una a la otra, aunque bueno, quizá en el fondo se necesitan mutuamente para existir.</p>
<p><br/>—Ah... una pregunta—la tímida Owri, la Tercera de las hijas de Kira, se hace notar por primera vez en un hilo de voz—...¿dónde estamos? ¿estamos en <span>Esalon</span> ya?</p>
<p><br/>—Sí—contesta la Primera.</p>
<p><br/>—¡On,On!—dice Séptima con vehemencia justo a la vez.</p>
<p><br/>—...No me ha quedado claro...</p>
<p><br/>—Según Kira, ya deberíamos haber entrado.</p>
<p><br/>—¿Entrado dónde?</p>
<p><br/>—En el humano.</p>
<p><br/>—Soe, sooooeee, le muhano! hia se donde taesmos aroha.</p>
<p><br/>—Y también en Esalon—puntualiza Iver de la Guerra en voz baja, completando la aseveración de Alderik, que al parecer ha sonado muy clara para todas ellas—Esalon está en el humano.</p>
<p><br/>—Esalon está en el humano...—repite Owri despacio, frunciendo el ceño como tratando de comprenderlo—¿y el humano está en Esalon?</p>
<p><br/>—El humano está aquí. Aquí mismo, ahora.</p>
<p></p>
<p><br/>Siete musas, siete hermanas, las Siete hijas de Kira:<br/>Aru nació la primera, aunque siempre estuvo ahí. Paradójicamente es la más frágil y vulnerable de las Siete y a la vez la más fuerte: tanto como es la Primera podría ser también la Útima que quedase, Alfa y Omega, pues es gracias a ella que existen sus hermanas y se pueden comunicar. Nunca abandonaría a su padre, no en vano ella es el Amor de Kira. Sus hermanas la llaman Musa Mandarina por razones desconocidas, "Gamusino", y también se la conoce como Diente de León, que es una de sus formas físicas en el plano terrenal cuando no ocupa el cuerpo de un muchacho desnudo.<br/>En otro orden de cosas, Aru de Kira es prácticamente ciega y no tiene edad.</p>
<p><a href="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999136837?profile=original" target="_self"><img src="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999136837?profile=original" width="282" class="align-full"/></a></p>
<p></p>
<p><a href="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999136968?profile=original" target="_self"><img src="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999136968?profile=original" width="400" class="align-full"/></a></p>
<p><a href="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999137046?profile=original" target="_self"><img src="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999137046?profile=original" width="400" class="align-full"/></a></p>
<p></p>
<p><a href="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999131903?profile=original" target="_self"><img src="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999131903?profile=original" width="400" class="align-full"/></a></p>
<p></p>
<p><span>La Segunda musa se llama Iver, Iver de la Guerra. Hay muchos poetas forzados a ser soldados, y también hay personas que sólo en la guerra descubren la palabra correcta en su interior. La descubren al mirar a los ojos del otro y reconocerse en ellos cuando llega el final, viendo la nada en el propio rostro reflejado en esas pupilas. La palabra correcta, lo que importa, se descubre de pronto al oir las detonaciones y al tomar en brazos a otros semejantes bajo un cielo que se quiebra. Sólo en un lugar de fuego y muerte es tan potente la pulsión de vivir; en el campo de batalla, por debajo de los escombros que deja el odio irracional, brota la flor de lo humano entre fragmentos y cascotes, algo vivo bajo el sol. Algo que sobrevive y se rebela negándose a corromperse y a rendirse, echando raices en la tierra húmeda de sudor y de sangre. Algo poderoso en constante oposición al abuso y a la muerte: humanidad.</span><br/><span>Las musas ayudan a los humanos a definir la humanidad de nuevo y a verse unos a otros. Cuanto más atroz es la guerra, mayor es la fuerza de una musa dentro de un hombre; cuanta más injusticia más alto es el grito de respuesta, cuanto más desasosiego más bella es la oportunidad.</span><br/><span>La mirada en la mirada, la sonrisa, el calor de la voz, la mano tendida, "cuando un cuerpo coge a otro cuerpo". Humanidad.</span><br/><span>Todos los humanos han estado en guerras, guerras diferentes; todos los humanos igual de humanos, parecidos pero iguales. Muchas personas esquivan balas luchando por otras personas y por algo que está fuera de ellos. Eso es también luchar por ellos mismos, esos humanos lo saben.</span><br/><span>En la guerra, algunos seres humanos reaccionan amando a sus semejantes con todas sus fuerzas, siendo la dignidad de uno la de todos. A veces, al verle la cara a la injusticia y a la muerte tan de cerca, de pronto uno es consciente de cuán profunda es su capacidad de amar, más allá incluso de su propia fragilidad y de la necesidad que uno creía tener de ser tenido en cuenta.</span><br/><span>Por si acaso uno se bloqueara mentalmente en el seno del odio, o se pudiera contaminar con ello, Iver es bien grande para que se la vea entre fuego cruzado y balas de todo tipo. De hecho, es la más fácil de ver de las Siete, siendo Aru la más difícil de percibir en contrapartida. </span><br/><span>Iver es la más tranquila de todas sus hermanas, sosegada, muy paciente, normalmente cuidadosa y amable. Es muy grande en materia psíquica y el cuerpo físico que ocupa se corresponde en tamaño con esto, pero no por eso es torpe o densa a la hora de desplazarse. De hecho también la llaman Musa Meteorito, pues una de sus manifestaciones en el mundo terrenal son las mal llamadas por los humanos "estrellas Fugaces" que cruzan el cielo en una fracción de segundo.</span><br/><span>Iver es una musa de las denominadas "exteriores", y tiene aproximadamente veinte años.</span></p>
<p></p>
<p><span><a href="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999137179?profile=original" target="_self"><img src="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999137179?profile=original" width="401" class="align-full"/></a></span></p>
<p></p>
<p></p>
<p><span>La Tercera de las hijas de Kira se llama Owri, y es la musa del dolor, la tristeza y la melancolía. Ser tocado por ella se siente como respirar aire cargado de ozono: ese olor a tierra mojada que trae nostalgia y recuerdos de lluvia, levemente opresivo y difícil de respirar. Con tristeza infinita se han cometido grandes creaciones, todos lo sabemos. Estamos tristes cuando estamos vivos, despiertos y cargados de motivos; compartirlo pasa a ser una responsabilidad porque nunca sabremos el dolor de quién podemos sosegar, una vez traspasamos el nuestro sin evadirlo y vivimos para contarlo.</span><br/><span>Owri es la más pesada y densa en materia psíquica de las Siete; ella fue quien consiguió parar los mandobles de Kurenayo sentándose en el filo de la hoja de su katana, pero eso es otra historia que será contada más adelante. En el mundo terrenal, cuando no ocupa un cuerpo físico como ahora, Owri es esa estrella fría que te quedas mirando en la noche como si fuera la única, como si ninguna otra existiera, pensando que quizá ese alguien que tanto extrañas podría estar también mirándola en ese mismo momento si levanta los ojos al cielo. </span><br/><span>Owri del Dolor es una musa Interna o Endógena. Tiene más o menos la edad de Kira, quien fue capaz de verla a los cuatro años, pero hasta algún tiempo después no pudo dejarse ayudar por ella. </span><br/><span>Como curiosidad, Owri ve sólo en colores pesados como grises, marrones o azules muy oscuros y negros.</span></p>
<p></p>
<p><span><span>La Cuarta Musa es bastante contestataria, una verdadera molestia para el resto -salvo para Alderik, a quien todo le parece estupendo y genial-, en especial para Essel la Hueca que viene justo detrás y es su opuesta natural. Se llama Uxu de los Imposibles, aunque para ella la palabra "imposible" no tiene sentido pues nada lo es. Uxu es la cosita pequeña que fuerza a Kira a intentarlo todo, a luchar por ello hasta el final, aunque el mundo entero esté en contra. A ratos hace sufrir mucho a su padre, salvo las veces que este logra transformar lo imposible en complicado, y lo complicado en real. </span><br/><span>El ciclo vital de cada una de las hermanas es diferente. En su caso, Uxu vuelve a nacer cada vez que es requerida, teniendo para ello que romper una cárcel donde está encerrada el resto del tiempo dentro del humano. Una cárcel de miedo cristalizado, muros duros pero frágiles que saltan como metralla cuando ella los rompe a puñetazos desde dentro cada vez que tiene que salir. Es algo traumático, pero así ha de ser. </span><br/><span>En su forma más pequeña, Uxu está envuelta en una bolita de luz que abraza directamente el corazón del humano en el interior del pecho; no es que el resto de hermanas no puedan abrazar al humano de esta forma, pero Uxu sólo puede hacerlo así. Ella simplemente se abraza al corazón del humano hasta fundirse con él, y le susurra que no se rinda, que se levante, en un tono de voz que sólo a esa nula distancia se podría sentir.</span><br/><span>Uxu es una musa Endógena como Owri, Aru y Yinn, nacida dentro del humano. Kira no sabe qué edad tiene. Igual que todas sus hermanas, como entidad psíquica no tiene género pero su cuerpo físico sí, y aunque no lo parezca es el de un chico.</span></span></p>
<p></p>
<p></p>
<p><span>La Quinta musa, llamada por sus hermanas la Hueca, es la musa de la muerte y del final. Su nombre es Essel y tiene el trabajo más preciso de las Siete, aunque a decir verdad no trabaja mucho porque Kira no suele llamarla. A ella le gustaría trabajar más, desde luego, y de ese modo ahorrarle toneladas de sufrimiento a su padre, pero lamentablemente éste parece tener pasión por la pequeña kamikaze (como llaman también a Uxu) antes que por ella. Y ni Kira, ni ninguna otra criatura viva con conciencia de ser, podría ser abrazado por Uxu y por Essel al mismo tiempo.</span><br/><span>Tanto Essel como Alderik-la Séptima-son musas temidas por los humanos, y su presencia rara vez es deseada. El aspecto físico de Essel en el plano terrenal podría resultar algo intimidante, pues el cuerpo que ocupa es el de un cadáver macilento en la primavera de su descomposición, la piel como pétalo marchito desecándose en el hueso. El aire huele a flores y a la esencia penetrante y dulzona de la muerte cuando ella está cerca, aunque contra lo que uno podría pensar Essel no es una compañía ingrata sino todo lo contrario: tiene una conversación interesante, sentido del humor, paciencia para regalar y no suele hablar de más. Ella comprende que a los humanos les cuesta cortar ataduras así que está acostumbrada a esperar sin una queja, en un discreto segundo plano, hasta el momento preciso en el que debe sacar sus tijeras de filigrana de plata.</span><br/><span>Essel es una musa Exterior, como Iver y Alderik. Las musas Exteriores son las que hacen humano al humano desde el exterior, no es que sean ajenas al humano pero siempre han estado ahí fuera. Hacen reaccionar a la persona ante el mundo cuando son inspiradas y procesan su respuesta con ayuda de las musas interiores. En ocasiones esta respuesta puede proyectarse desde dentro del humano hacia fuera, acercándole a sus semejantes más allá de la distancia física.</span><br/><span>En cuestión de edad, Essel es vieja como el mundo, pero Kira tardó mucho en darse cuenta de que estaba ahí y tenía algo que ver con él.</span></p>
<p></p>
<p><span><span>La Sexta de las Siete es la musa de la Soledad y la Oscuridad. Se llama Yinn y es la más paciente de todas las hermanas, más incluso que Essel, a pesar de lo que pueda parecer debido a sus frecuentes gruñidos y desmanes pues no tiene pelos en la lengua. Yinn nunca le falla a su padre, y es la que mantiene laaargas charlas con él a solas cuando Uxu o Alderik le producen insomnio. Gracias al exceso de energía que absorbe de Kira y de otros, y a la cantidad de cosas que tiene que soportar sobre miedos o dudas, una y otra vez, Yinn es sencillamente intratable de cara al resto del mundo. No tiene mal caracter como rasgo en sí, pero normalmente va saturada por la vida, aunque con su padre jamás será ruda o malhablada como es con sus hermanas. A veces, en el plano terrenal, se transforma en un gato negro de ojos verdes, aunque el cuerpo que ocupa ahora es el de un muchacho malencarado y andrógino de aproximadamente 1 metro cincuenta de estatura, cuya mirada brilla y alumbra en un tono esmeralda la oscuridad.</span><br/><span>Algunas musas llevan objetos a mano, objetos característicos que les pertenecen, como Essel con sus tijeras. Yinn porta consigo tres objetos que en el plano terrenal le son de mucha utilidad: un teléfono (para llamadas de emergencia a cualquier hora), un espejo negro y un bate de beisbol.</span><br/><span>Yinn la Oscura (también llamada paradójicamente "la Alumbrada") es una musa Endógena que tiene exactamente la edad de Kira, pero Kira no pudo encontrarla dentro de sí hasta los 18 años. Para ver a Yinn en su propia oscuridad, Kira necesitó la ayuda de una voz que le guió a través de numerosos laberintos y más allá de monstruos dentro de sí mismo.</span></span></p>
<p></p>
<p><span>La Séptima de las Siete, la que apareció la última abriéndose paso a codazos y patadas a pesar de la resistencia natural de su padre, es Alderik del Cambio. Sus hermanas la llaman La Autista porque, aunque ellas sí pueden entender su lenguaje (a diferencia de los humanos), Alderik se comporta habitualmente como un niño con tal trastorno. Normalmente no la esperas cuando aparece, y cuando crees que va venir tarda o directamente ni se presenta; "no es el momento adecuado", es la respuesta comodín que humanos y hermanas han desistido de entender. Si buscas lógica en lo que hace Alderik no la vas a encontrar; sólo la encontrarás cuando dejes de buscarla. Es la más impredecible y rápida de todas las musas, y cuando aparece ya no hay vuelta atrás. Es la única que, aparentemente, puede aparecer sin ser llamada, aunque cuando se presenta sin avisar puede traer a otras musas con ella, especialmente a Essel. Se desplaza saltando, volando o rodando como bola de nieve imparable pendiente abajo. </span><br/><span>Desde fuera podría parecer que Alderik tiene un patrón errático de vuelo, que no sabe lo que dice, que se fija en nimiedades, que se ríe de cosas que no tienen gracia... pero bueno, que no veas sentido en lo que alguien hace no quiere decir que lo que hace esa persona carezca de sentido, ¿verdad?</span><br/><span>La Séptima es una musa exterior y el concepto "edad" no puede aplicársele.</span></p>
<p></p>
<p>—eh, mira. Hay una luz al fondo del pasillo— exclama Uxu, aún junto a Essel al frente de la fila.</p>
<p><br/>—Qué dices, no hay ninguna luz, no inventes.</p>
<p><br/>—Oh, sí que la hay—Uxu se ríe, comprendiendo que Essel no puede ver la pequeña llamita como fuego fatuo al final del túnel—a lo mejor es que tú no puedes verla <em>aún</em>.</p>
<p><br/>Essel da un resoplido, ante eso se tiene que callar porque es cierto. Aún yendo las dos las primeras en la fila, ella caminando como antes y Uxu como lucecita anaranjada pegada a su hombro, hay cosas que su hermana de los Imposibles puede ver /antes/ que el resto de las musas, como ya se dijo.</p>
<p><br/>—Puede que sea falso.—También se dijo ya que Uxu a veces ve cosas que no están ahí y nunca existirán. Es su naturaleza. Aunque esta vez lo que ve la musa de los Imposibles no parece tratarse de una ilusión.</p>
<p><br/>—No, no lo es. Es un resplandor que ilumina las paredes hasta el techo, aunque desde aquí no puedo ver de dónde procede...</p>
<p><br/>—Esperad...—en ese momento, La Primera se detiene. No puede por menos de confiar en la visión de Uxu aunque tal vez sea incierta; si es verdad que hay una luz al fondo del corredor, entonces ellas están a punto de llegar a su destino.—Padre me advirtió de algunas cosas antes de empujarme al plano terrenal en este cuerpo.</p>
<p><br/>—¿Ah, sí?—Yinn frunce el ceño, poniéndose de puntillas y estirando el cuello para mirar por encima del hombro de Essel: los contornos de la pared de roca aparecen claros ante sus ojos de mirada fluorescente, pero ella tampoco puede ver ninguna luz—¿qué dijo? ¿por qué a mí no me contó nada?</p>
<p><br/>—No sé—Aru se encoge de hombros, no tiene ni idea de por qué padre la eligió a ella y no le contó nada sobre Esalon a ninguna otra de sus hijas— en realidad no importa mucho, dijo que no lo recordaría. Cuando lleguemos a Esalon, ninguna de nosotras recordará nada excepto que somos hermanas y musas.</p>
<p><br/>Owri asiente sin decir nada y se apoya contra la pared para descansar un poco. Las Siete estaban acostumbradas a no saber nunca cuál era su mision en el plano tangible y terrenal, fuera del limbo de las musas en la casa de su padre. Eso no era nada nuevo, aunque ahora se pregunta qué le habrá dicho Kira a Aru, ¿un tipo de advertencia o algo así? ¿por qué su padre habría hecho eso sabiendo que luego ninguna de ellas lo recordaría?</p>
<p></p>
<p>(...)</p>
<p></p>
<p>*Nota: estoy editando para poner unas imágenes que no me deja colocar.</p>
<p>**Nota1: Hay once capítulos más escritos en este trabajo, si alguien gustara de leerlos por favor me lo haga saber.</p>
<p></p>Salón de bailetag:www.creatividadinternacional.com,2017-01-31:3073384:BlogPost:6477272017-01-31T14:04:01.000ZAxishttps://www.creatividadinternacional.com/profile/Axis
<p><span>Está lloviendo fuera. Por encima del tamborileo de la lluvia en la claraboya del techo, Antonio puede escuchar las primeras notas de su canción favorita elevarse poco a poco, cosquilleándole el cerebro de esa forma familiar que siempre le obliga a sonreír y a moverse. La música es ahora como magia de otro mundo en el salón de baile: luz que ilumina la tierra y en este cuento también los ojos de Antonio, algo nervioso cuando se levanta de la silla y avanza con paso vacilante hacia esa…</span></p>
<p><span>Está lloviendo fuera. Por encima del tamborileo de la lluvia en la claraboya del techo, Antonio puede escuchar las primeras notas de su canción favorita elevarse poco a poco, cosquilleándole el cerebro de esa forma familiar que siempre le obliga a sonreír y a moverse. La música es ahora como magia de otro mundo en el salón de baile: luz que ilumina la tierra y en este cuento también los ojos de Antonio, algo nervioso cuando se levanta de la silla y avanza con paso vacilante hacia esa chica sentada junto a la columna en el centro de la sala. Una chica que -para él- es la más guapa del mundo, sobre todo mientras dura esta canción.</span></p>
<p><br/><span>--¿Me concede este baile, señorita?--el muy canalla guiña el ojo, y entonces ella sonríe y sin levantarse de su asiento le echa los brazos al cuello.</span></p>
<p><br/><span>--Amor primero, amor verdadero--canturrea la chica al oido de Antonio antes de depositar un delicado beso en la comisura de sus labios--¡Locuelo!</span></p>
<p><br/><span>Tras decir esto se echa a reír, Antonio es su marido, y siempre, SIEMPRE, cuando suena esta canción le hace la misma broma: presentarse ante ella así, haciéndose el tímido como si no se conocieran de nada para sacarla a bailar con un ardid coqueto. Claramente, Antonio no necesitaba hacer algo así para que ella quisiera bailar, pero a ella le encanta que rice el rizo por un baile; le encanta su dulce loco y piensa "ojalá en esto si acaso no cambie nunca, nunca..."</span><br/><span>La música sigue ondulando el espacio y el tiempo que comparten, ahora los acordes más quedos justo cuando ella, sin soltar su abrazo, comienza a levantarse de la silla. </span></p>
<p><br/><span>Empiezan a moverse juntos bajo el clamor de la lluvia en el tejado, abrazados. No se trata de que sea una canción para bailar agarrado, sino de que cada uno baila las canciones como le da la gana ¿verdad?</span></p>
<p><br/><span>Se congela el tiempo aunque el reloj de pared sigue avanzando, pero ninguno de ellos dos piensa que hay vida arrebatada en cada segundo que pasa. Tampoco en que después de esta canción una voz amable les alentará a separarse porque dentro de poco es la hora de cenar, y esta noche dan flan de postre! El flan favorito de Antonio: de vainilla y cubierto de caramelo, con esa textura que no hace falta masticar, como si uno tuviera un pedazo de cielo fresquito en la lengua. </span></p>
<p><br/><span>Baile, cena y flan(Locuelo!), y las pastillas, que si no es porque la enfermera las camufla en el caramelo Antonio se negaría a tomarlas. Siempre la misma cantinela "no estoy enfermo, señorita, sólo estoy viejo". En esos momentos la mujer de Antonio sonríe y repite su canción anudada con la música: "Amor Primero, Amor verdadero".</span></p>
<p><br/><span>Todo eso -cenas, flanes, regateo de pastillas y más cosas- ocurrirá, como tantas tardes a la misma hora, pero no todavía. Aún suena la canción de sus vidas y ellos bailan juntos, más juntos que nunca. </span></p>
<p><br/><span>Tal vez Antonio todavía sienta las curvas de ella bajo la palma de su mano si cierra los ojos, sin dejar de bailar; o con los ojos abiertos porque la memoria del corazón es lo que queda, es aún más verdadera cuando la conciencia de la realidad se diluye. En tierra de nadie, en este salón de baile al que dios sabe cómo llegaron y cuándo, ella es lo único real y él no necesita nada, sólo sentirla y reconocerla, sólo bailar.</span></p>
<p><br/><span>--Ay, Antonio!--una enfermera ríe y se aproxima sabiendo que esta canción es importante, aunque ya va a terminar. Pone una mano sobre el hombro de Antonio y le da unos toquecitos--tocándole el culo a tu mujer a tu edad, ¿no te da vergüenza?</span></p>
<p><br/><span>¿Edad?¿Vergüenza? No sé, pero de cualquier forma Antonio no percibe la ironía de la situación, está demasiado concentrado en los últimos acordes que baila con su esposa bajo la lluvia y tampoco quiere prestar atención a lo que dice la loca de blanco.</span></p>
<p><br/><span>"A tu edad". La mujer de Antonio, Berta, sonríe de oreja a oreja. El calendario cuenta ochenta y nueve otoños pero ella perdió la edad hace mucho tiempo, junto con algunas memorias que antaño debieron de ser importantes. Ahora, en el momento presente, recuerda a Antonio y sus bromas y también cuando corrían de la mano calle abajo en el pueblo; ya para entonces habían bailado esa misma canción algunas veces pero nunca había sonado tan bonita como ahora.</span></p>
<p></p>
<p><span><a href="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999136918?profile=original" target="_self"><img src="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999136918?profile=original" width="570" class="align-full"/></a></span></p>Lulú en Wonderland -I-tag:www.creatividadinternacional.com,2017-01-27:3073384:BlogPost:6469862017-01-27T17:06:08.000ZAxishttps://www.creatividadinternacional.com/profile/Axis
<p>[Lulú, Lulú. Un club,<br></br>su luz sur: su zulú,<br></br> un frufrú su cruz vudú.]</p>
<p></p>
<p>I</p>
<p>Lulú trabaja en un night club de carretera, prostituyéndose. Ahora sale del trabajo con las primeras luces del alba, no del todo despierta y sin sentir ni uno sólo de los pasos que apuntalan sus tacones sobre el asfalto. Un cielo rosa pálido de inicios de verano va tomando color sobre su cabeza; debió de amanecer en algún momento dado fuera del local, mientras el cuerpo se le dislocaba a…</p>
<p>[Lulú, Lulú. Un club,<br/>su luz sur: su zulú,<br/> un frufrú su cruz vudú.]</p>
<p></p>
<p>I</p>
<p>Lulú trabaja en un night club de carretera, prostituyéndose. Ahora sale del trabajo con las primeras luces del alba, no del todo despierta y sin sentir ni uno sólo de los pasos que apuntalan sus tacones sobre el asfalto. Un cielo rosa pálido de inicios de verano va tomando color sobre su cabeza; debió de amanecer en algún momento dado fuera del local, mientras el cuerpo se le dislocaba a empujones hasta fundirse la piel con la pared y el alma yacía anestesiada por el jaco. No es la primera vez que Lulú ha traspasado la frontera entre el ayer y el hoy sin enterarse, se da vagamente cuenta, pero qué coño importa si ninguna unidad de tiempo -ni las horas, ni los minutos, ni los años- tiene significado ya.</p>
<p>Trabajando, Lulú es poco más que una muñeca hinchable sin sangre en las venas, mirada fija y vacía diluyéndose en el techo. Su jefe, el proxeneta negro a quien llaman El Zulú, opina que esto es rentable. Después de todo, él mismo se molesta en ir al poblado de chabolas a las afueras cada semana y, como alma de la caridad o algún tipo pagano de madre superiora, procede a suministrar la pertinente dosis de heroína a todas sus princesas. Cortesía de la casa, incentivo laboral que promueve un buen ambiente de trabajo.</p>
<p>Casualmente todas las prostitutas allí tienen nombres curiosos: Nini, Maya, Jojó, Tere y Lulú. Este dato algo extraño sería irrelevante en esta historia si no fuera porque, en definitiva, no son sus nombres de verdad.</p>
<p>Esta noche hubiera sido para Lulú como cualquier otra (etérea, sucia y de otros) salvo por el hecho de que recibió un regalo. A veces algunas prostitutas recibían regalitos de sus clientes habituales, pero este no era el caso de Lulú, demasiado escéptica quizás para querer hacer amigos. El "mejor" cliente de Lulú es un tal Chuck, un camionero al que gracias a su parecido con Chuck Norris y su pose de hacerse el duro todos llamaban así, y bueno, suerte para Lulú que Chuck no es el prototipo de putero romántico. Por eso le sorprendió tanto que, al terminar la jornada, Zulú se acercara a ella y, en un alarde inusitado de honradez, le tendiera aquel paquete. "Lulú" le dijo con su habitual voz de lija del cero "han dejado esto para ti".</p>
<p>Se trataba de un paquete de forma ovalada, del tamaño aproximado de un balón de Rugby. Lulú no tenía ni idea de lo que algo así podría ser o contener a menos que fuera dicho balón, y cuando le preguntó a Zulú quién lo había enviado, éste le dijo que no lo sabía. Por lo visto alguien lo había dejado allí, a la entrada del Night-club, con una tarjeta a nombre de su destinataria, y se había largado sin más. De cualquier forma, si algún trabajador del local tenía información al respecto daba lo mismo, porque a aquella hora sólo quedaban Zulú y Lulú en el local.</p>
<p>Lulú sale del Club sin mucha ilusión, aunque algo curiosa por el paquete que lleva en las manos. Tiene que sostenerlo con ambas manos, sí, porque pesa bastante. La jóven entiende que dinero no es (no tendrá esa suerte), pero tal vez si pesa se trate de algún objeto macizo y valioso que, quizá, podría venderse en el Compro Oro de la esquina cuando menos.</p>
<p>No tarda mucho en llegar a la licorería en cuyo sótano pernocta. Abre la puerta trasera, y tras bajar un tramo de escaleras se sumerge en ese espacio oscuro entre cuatro paredes de piel rota y enmohecida, al que apenas alcanza la luz y por entre cuyo desorden no circula el aire. Hay una linda familia de ratas compartiendo celda pero gracias al jaco no molestan demasiado, y el alquiler es barato, lo cual viene bien. Porque Zulú sólo le regala una dosis por semana a sus princesas, y Lulú necesita un paraíso ficticio continuado para sobrevivir al infierno de sus días (de sus noches) (de su tiempo inadvertido).</p>
<p>Hay luz eléctrica en el sótano, pero ayer se fundió la única bombilla que cuelga del techo y no la han cambiado, así que Lulú enciende una vela. A la luz palpitante de la llama comienza a desnudarse contra el teatro de sombras en la pared, tras haber dejado el paquete en el nido de mantas donde duerme. Su piel está cansada y aún conserva las marcas invisibles de más de veinte manos, suciedad que no se irá bajo la ducha, impregnada del sudor de unos diez cerdos anónimos.</p>
<p>Como siempre al llegar a "casa", se da una ducha en el baño como cuchitril de dos por dos que hay junto a la alcoba. Nada del otro mundo, sólo hay espacio para un plato de ducha, un retrete y un lavabo con la tubería al aire empotrado en el alicatado blanco sucio. Se lava el cuerpo minuciosamente con un jabón de color rosa perlado, insistiendo en aquellas zonas de su anatomía femenina que ya está empezando a odiar: las montañas blancas de sus senos, su sexo y el calor entre sus nalgas, entre otras. Aunque el asco cada vez se siente menos, a medida que lo va acolchando con el paso de los días sin darse mucha cuenta.</p>
<p>Termina de ducharse aún anestesiada, se coloca una bata y sin más prenda en el cuerpo sale del exiguo cuarto de baño.</p>
<p>El paquete ovalado sigue sobre las mantas, esperando ser abierto. De pronto, mirándolo desde aquella perspectiva a cierta distancia, Lulú tiene la sensación inexplicable de que algo va a pasar. Una sacudida como un temblor de tierra con epicentro en su pecho le hace soltar un leve jadeo, ¿qué ocurre?</p>
<p>De pronto el aire huele diferente. A... ¿flores?</p>
<p>Se acerca con paso vacilante a las mantas revueltas, se arrodilla sobre ellas y, con una cautela ridícula igual que si desarticulara una bomba, comienza a desenvolver el paquete. Está tan cuidadosamente envuelto que le da pena romper el papel de regalo a causa del temblor de sus manos, pero no puede evitarlo porque desde hace tiempo los movimientos finos no son lo suyo.</p>
<p>Cuando por fin consigue retirar los pliegos de papel que rodean el objeto, y desnudarlo de un segundo envoltorio interior a rayas de colores (como el diseño de las lonas de los circos antiguos en las carpas) el rostro de Lulú se convierte en una máscara entre la incredulidad y la decepción. Lo que hay ahora encima de las mantas, entre volutas de papel coloreado, no es otra cosa que un huevo.</p>
<p>Un huevo, sí señor, en efecto del tamaño de un balón de Rugby. No un huevo de verdad, claro; se trata de una escultura o algo parecido, a Lulú le recuerda a uno de esos huevos Fabergé que la señora Petrov acumulaba en su casa como reliquias por las que no pasaba el tiempo (pero sí el polvo). Antes de licenciarse en el arte de la prostitución y las confesiones de cama, Lulú trabajó más o menos un año limpiando la casa de la señora Petrov: el nicho en vida de una anciana viuda, lleno de fotos antiguas en papel quemado, gatitos de porcelana y los dichosos huevos. Claro que los huevos de la señora Petrov eran MÁS PEQUEÑOS que ese que Lulú tiene ahora en su cuarto.</p>
<p>Sí, no hay duda. El huevo que tiene delante ahora mismo es, salvo por el tamaño, muy parecido a los de la colección de tesoros de la rusa. Es de color rojo brillante, del mismo tono que esas bolas de navidad en cuya superficie el rostro de Lulú niña se deformaba con una sonrisa de oreja a oreja, hace más de veinte años (bastante más). El color rojo navidad está enmarcado por arabescos dorados que se enredan en delicados zarcillos, concentrándose en lo que serían los "polos" del huevo si el huevo fuera la Tierra. Una fina línea en oro cruza el rojo a nivel del ecuador, también, y entonces Lulú recuerda que algunos de los huevos de la señora Petrov podían abrirse como cajitas...</p>
<p>Suspirando, toma el huevo con ambas manos y lo va girando buscando un cierre o similar. Oh, mira, ahí está, sus deducciones eran ciertas, ha encontrado un delicado broche en forma de pica, o quizá es un corazón invertido.¿Sería el huevo un regalo de joyería de la sra. Petrov? nunca fueron muy amigas, pero la vieja estaba algo loca y era hasta cierto punto entrañable.</p>
<p>Sigue oliendo a flores nocturnas en la habitación: jazmín, don Diego de noche y rosas en la oscuridad de una noche de verano. A pesar del aire enrarecido en el cuartucho de la licorería, si Lulú cerrara los ojos ahora podría sentir que está en alguna terraza de un lugar como París o Florencia, festejando la vida bajo las estrellas con una copa de vino en la mano, tal vez incluso sonriendo sin más compañía que la luna.</p>
<p>Todo es bastante extraño, pero como todo yonki sabe, llega un momento que entre dosis y dosis se pierde conciencia de la realidad y el único escape es la huída, la magia del chute siguiente: el "viaje". Así que Lulú no se toma demasiado en serio la experiencia sensorial cuando acciona el cierre para abrir la cajita huevo, pensando que como alucinación no estaba nada mal, eso sí.</p>
<p>Está sonriendo sin darse cuenta y su sonrisa se amplía cuando al abrir la caja se despliega lo que parece ser una reproducción a escala reducida de un tiovivo; barras verticales que por cierto mecanismo se levantan al abrir la tapa de la caja, cada una con su correspondiente caballito delicadamente labrado. Hay caballos de todos los colores, y cuando digo todos quiero decir TODOS, incluso los que no tendrían sentido en un caballo. Hay caballitos negros, castaños, blancos y caretos pero también de color verde esmeralda, magenta, rosa chicle o azul cielo. "Qué bonito" no puede sino pensar Lulú, aunque aún no se imagina lo que eso podría ser si es que era algo más allá de un puro objeto decorativo. Pero entonces, examinando el huevo más detenidamente, se da cuenta de una anotación grabada en el borde opuesto al cierre de la pica, acuñada en caligrafía cursiva sobre dorado:<br/> "Dame Cuerda".</p>
<p><a href="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999135745?profile=original" target="_self"><img src="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999135745?profile=original" width="235" class="align-full"/></a>-continuará-</p>Camina, guerrero.tag:www.creatividadinternacional.com,2017-01-26:3073384:BlogPost:6468542017-01-26T15:51:47.000ZAxishttps://www.creatividadinternacional.com/profile/Axis
<p></p>
<p><span>El guerrero, pensando en salvar su vida, decidió entrenarse renunciando a aquel sentido del que más se depende: la vista. Si lograba mantenerse en equilibrio sin ver, si salía victorioso en la lucha aún estando ciego, ¿qué no haría entonces cierto tiempo después con los cinco sentidos funcionando? Era listo, aunque aún no había caído en la posibilidad de que la vista pudiera engañarle. No se privó de ella por temor a ser burlado, sino por querer oír el mensaje del viento, o…</span></p>
<p></p>
<p><span>El guerrero, pensando en salvar su vida, decidió entrenarse renunciando a aquel sentido del que más se depende: la vista. Si lograba mantenerse en equilibrio sin ver, si salía victorioso en la lucha aún estando ciego, ¿qué no haría entonces cierto tiempo después con los cinco sentidos funcionando? Era listo, aunque aún no había caído en la posibilidad de que la vista pudiera engañarle. No se privó de ella por temor a ser burlado, sino por querer oír el mensaje del viento, o para saborear el polvo en el aire, en suma para sentir mejor todo lo que componía una misma realidad. Porque toda esta información era también indispensable en la batalla, sólo por ese motivo.</span><br/><br/><span>En pos de aprender algo grande a través de la experiencia, el guerrero inteligente cubrió sus ojos con un lienzo negro. No iba a ser algo para principiantes, sino un experimento a control férreo para el eterno advenedizo: se prometió a sí mismo no retirar esa venda de sus ojos hasta tres años después pasara lo que pasara, siendo su palabra más fuerte que cualquier sello o candado físico en el trato.</span><br/><br/><span>Aguantando este pulso desde dentro, todo el tiempo, no vaciló en comenzar y apuntaló bien los pies en el suelo para no desfallecer.</span><br/><br/><span>El mundo era diferente con los ojos cerrados, ¿acaso era más real, como un mundo sólo para unos pocos cuerdos elegidos a destiempo?</span><br/><br/><span>El guerrero se dio cuenta pronto de que la vista engañaba, y de hecho no sólo engañaba sino que sobre todo <em>distraía</em>. Con los ojos cerrados siente que sabe mejor cómo es todo, qué es cada cosa sentida al tacto único, cómo huelen las palabras, cómo sabe la vida al paladar. Echa de menos los colores pero ha de reconocer que con este mundo en negro es sencillo conectar en un abrazo indeleble. Sólo en negro encontró los verdaderos colores que ahora voluntariamente no ve, esta es una de las cosas que ha descubierto.</span><br/><br/><span>No sólo aprendió de sus enemigos, no sólo ganó habilidades en la lucha esquivando golpes por adelantado, prestando atención al silbido de la hoja cortando el aire antes de caer. </span><br/><br/><span>También le pasó otra cosa,</span><br/><br/><span>encontró a alguien,</span><br/><br/><span>o quien sabe si el encontrado fue él en esta historia.</span><br/><br/><span>Claro está que, yendo ciego, él se moría de ganas de ver qué aspecto tenía aquella persona que de golpe llegó a amar, sin previo aviso, desde el fondo de su alma...</span><br/><br/><span>«No me quites las vendas todavía» le dijo el guerrero a su amada una noche, y no por no querer verla sino todo lo contrario «aún quiero conocerte mejor» </span><br/><br/><span>Ella tal vez era real. </span><br/><br/><span>O tal vez era sólo un fantasma, la fragancia en la oscuridad de la noche de verano; tal vez solo el roce del viento o la caricia del sol sobre los vendajes cubriendo los párpados cerrados, pero, ¿no era eso acaso lo más real que él jamás había vivido nunca?</span><br/><br/><br/><span>Sea como fuera, hay un destino pendiente para el guerrero, escrito -por desgracia- por alguien que no es él mismo. </span></p>
<p><br/><br/><span>«NO!» </span><br/><br/><br/><span>El guerrero grita cuando intentan quitarle la venda de los ojos de camino a la celda, aulla y llora como un niño roto por dentro, un niño que se enamoró con los ojos cerrados de algo que no volverá a ver...</span><br/><br/><span>«¿por qué está acolchada la pared?» ya puede ver con las manos los malditos muros blancos rodeándole, confinándole en esa estancia donde le meten a trompicones.</span><br/><br/><span>«para que no te hagas daño, anda y camina, guerrero.».</span><br/><br/><br/></p>
<p><span><a href="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999131903?profile=original" target="_self"><img src="http://storage.ning.com/topology/rest/1.0/file/get/2999131903?profile=original" width="400" class="align-full"/></a></span></p>