Alejo Urdaneta

BEETHOVEN Y LA COMPOSICIÓN MUSICAL

En Beethoven la música es una experiencia vivida, un acto de creación intelectual al mismo tiempo que liberado del rigor del pensamiento lógico cuando la obra despliega su poder.
Romain Rolland, el gran conocedor y apologista de Beethoven, ha dicho que en la mayoría de los maestros alemanes se da la lucha inconsciente de lo simultáneo, el subconsciente y la voluntad. Todo lo que se expresa musicalmente es un movimiento interior. El fondo psíquico impregna la forma. “Los mejores artistas de nuestra raza latina están dotados habitualmente de una imaginación plástica (sin hablar de otras características de orden cerebral) cuyo mecanismo se interpone, como una pantalla, entre el impulso (élan) creador y la expresión musical. Es por intermedio de la imaginación plástica que se traduce, en el lenguaje de los sonidos, el movimiento del espíritu. Los músicos alemanes, menos dotados de la magia de la visión – y de ciertas exigencias de razón lógica – proyectan de modo más inmediato en su música el ímpetu espiritual o psíquico”.
Decía el maestro que los términos componer y escribir poesía eran sinónimos, y nos imponía el mandato de escuchar su sonata número 17 para piano: La Tempestad. ¿Qué quiso decir Beethoven con esas palabras? Cuando se ponía a escribir siempre tenía una imagen en su espíritu para que fuese el soporte de sus concepciones de la obra en formación. Y en la concepción mental del tema estaba la inspiración, el vuelo libre que llegaba a él venido de recuerdos, paisajes, dolor o alegría. El impulso creativo venía – así lo decía – de ideas que el poeta convierte en palabras y el músico en música. Esas ideas “rabian y rugen en mi mente, hasta cuando aparecen delante de mí en forma de notas”.
La sonata denominada La Tempestad puede recordarnos la obra dramática de Shakespeare. Es una pieza sombría y terrible de intenso dramatismo, y pudiéremos presentir a Próspero haciendo rugir el oleaje, motivando el flujo y reflujo, el vaivén tremendo, el fragor de todas las tempestades.
Esta obra pertenece a lo que se conoce como el segundo período creativo del compositor. Es una etapa de exteriorización y romanticismo: el Sturm und drang (tempestad e ímpetu), de origen literario y estético, surgido de una reacción contra lo que era visto como una excesiva tradición literaria racionalista. El movimiento se extendió a todas las artes y originó el romanticismo.
“No estoy contento con mis trabajos anteriores. De ahora en adelante quiero seguir un nuevo rumbo”, expresó Beethoven cuando comenzó un nuevo experimento creativo que desembocaría en sus portentosas obras del tercero y último período de su creación musical.