'CONFESIONES SOBRE CUBA', POR PEDRO MEJIA CARRANZA

 

CONFESIONES SOBRE CUBA

 POR  PEDRO  MEJIA CARRANZA

A mediados de la década de los años 70 yo pertenecía a una organización guerrillera de Guatemala. Estábamos influenciados por el pensamiento de León Trotsky. Permanecimos en beligerancia varios años hasta que fui herido en un encuentro con una patrulla de la Policía Nacional. La bala de un revólver calibre 38 me taladró el riñón izquierdo. Dos médicos de nuestra organización me salvaron la vida a duras penas, y siendo el caso  grave me llevaron a un hospital de urgencia, atendido por unos camaradas de la Universidad de la capital. Ahí me recuperé un poco, pero como mi caso se complicó la organización decidió enviarme a curar en Cuba, a donde llegué vía México, con visa de la embajada.

En La Habana permanecí  tres semanas en el Hospital “Calixto García” de El Vedado. No me quejo de la atención que ahí recibí porque fue óptima. Al ser dado de alta pasé a depender para mi sobrevivencia en ese país de las autoridades del Ministerio del Interior, que son las que dominan toda la vida interna en este país. Me alojaron en un hotel ubicado en La Rampa, a pocas cuadras del “Habana Libre” y de la heladería  Copelia, y me dieron trabajo como profesor de literatura en un Pre-universitario en Marianao.  Ahí trabajé hasta Agosto de 1978 en que salí para México. En total permanecí en La Habana catorce meses

 Nunca había estado en un país socialista y yo tenía idealizadas las cosas en este punto. Entendía que eran países en donde regía otro tipo de democracia: una democracia directa, popular y obrera. Ubicaba a Fidel como un líder revolucionario del pueblo y no como un dictador. Pero comencé a estrellarme contra la realidad al ver cómo eran las cosas de la vida real, cotidiana, en ese país a donde llegué enfermo pero ilusionado.

 Para comenzar me fui dando cuenta de que en la práctica no existía ninguna clase de democracia política. Había cualquier cosa menos democracia. Y no me refiero a la democracia burguesa, que encandila a las masas, haciéndoles creer que el acto de sufragar, de elegir a un mandatario o representante (que siempre son defensores del statu quo) es el non plus ultra de la democracia. No. Me refiero a que yo concebía que las cosas eran  consultadas a las masas y que estas decidían por mayoría lo que se tenía que hacer. Era una idea muy vaga la que tenía sobre esto, pero me esforzaba por entender cómo sería  el funcionamiento de la democracia socialista. Y con esto en la cabeza, empecé a escudriñar y a palpar cotidianamente el hecho concreto de que en Cuba regía, para enorme sorpresa mía, un gobierno totalmente vertical, absolutamente antidemocrático, autoritario y represivo. No hay participación popular en las decisiones. Para nada. Todo viene canalizado burocráticamente, desde arriba. Los dirigentes medios y bajos están acostumbrados a obedecer y su papel es solo el de intermediarios entre quienes ordenan desde lo alto y quienes obedecen abajo. Me tomó tiempo entender, asimilar, esta clase de estructura, porque era todo lo contrario de lo que yo había imaginado. Fue traumático encontrar  que es un país prisionero del  miedo.

 Encontré que en Cuba no regía la democracia popular, de las masas, sino una obediencia absoluta, ciega y burocrática, a las órdenes de la cúpula. Y, lo peor, es que estaba prohibido adoptar una actitud crítica ante esto, ni ante nada. Toda actitud crítica era tachada de contrarrevolucionaria. Estaba penalizada. Aquel compañero rezongón que no se resignaba a aceptar pasivamente una disposición que le parecía incorrecta,  corría el peligro de  recibir una sanción drástica.  El “aparato” no admitía ninguna polémica. Simplemente cada orden debía ser obedecida ciegamente. Conocí trabajadores cubanos despedidos de su trabajo luego de haber pasado en la prisión una temporada por haber cometido el delito de disentir. Sin trabajo, debían “resolver” la manera de sobrevivir. Se profesionalizaban en el  mercado negro que por otro lado era practicado por todo el mundo. El que tenía parientes pudientes en Miami, que podían mandarle dólares, se salvaba. Ese estaba bien.

 Me chocó darme cuenta de que el mercantilismo no se había erradicado en absoluto de la isla. Como antiguo militante político revolucionario, con mis camaradas, en mi país, habíamos siempre combatido las valoraciones  burguesas, la mentalidad burguesa de rendir culto a las cosas, a los valores materiales. Habíamos  tratado de construir una mentalidad opuesta al culto del dinero, de la riqueza. Luchábamos por una sociedad  justa, humanista, desembarazada  del materialismo capitalista que se basa en  “tanto tienes, tanto vales”. Pero encontré que en Cuba regía precisamente esa mentalidad. La gente tenía muchas necesidades materiales. Había escasez de muchos productos. Y  una cajetilla de cigarrillos nacionales o extranjeros tenía en ese ambiente un enorme valor de cambio. Habían mujeres que se entregaban a cualquier persona por media docena de cigarrillos. Estos podían ser intercambiados en el mercado negro por comida o ropa. Lo importante era sobrevivir, “echarpalante”. Pero esto no era lo peor. Como extranjero, tenía relación cercana con los militares cubanos. Y pronto me di cuenta de las diferencias de ingresos que hay entre ellos y el resto del pueblo. No solo eso. Comían productos soviéticos inalcanzables para el pueblo. Se decía que la leche, la carne y los huevos estaban racionados, para dar preferencia a mujeres embarazadas, niños y ancianos. Pero esto no era cierto. Los militares tenían a su disposición no solo estos productos sino también abundancia de frutas, que el pueblo nunca las consumía. Solo las veía en las películas. Además, observé que los militares andaban todos en unos autos Alfa Romeo que Fidel había ordenado traer  cientos, o quizás miles, de Italia, años atrás. El transporte era difícil para la gente común y corriente que tenía que embarcarse en buses (guaguas) que se repletaban. Pero los militares se daban el lujo de pasear acompañados de mujeres por las calles de La Habana en sus automóviles, tan cómodos. Luego supe que había una situación interesante, valorable tan solo desde el punto de vista de “tanto tienes, tanto vales”.  El mayor éxito material y social para una mujer cubana era ser la amante de un militar (en Cuba les llaman “pinchos”). Siéndolo, aseguraba su existencia. Tenía acceso a que su novio o amante oficial del ejército le ubicara en un cómodo departamento o en una casa. Y ya no necesitaría de la libreta de abastecimiento para alimentarse, sino que le llevarían diariamente la comida especial en viandas a su casa. Ascendía de categoría, cambiaba de “status”. Me dijeron que habían altos jefes que tenían más de dos amantes instaladas de este modo.

 Conocí a una pareja. Vivían por la playa del Naútico, en Marianao, cerca del reparto Siboney,  en una habitación  de 20 metros cuadrados, con baño propio. Un día  se le cayó a mi amigo el martillo sobre el lavabo y este se rompió. Mi novia era amiga de la esposa de él. Dos semanas después llegué de visita y vi un milagro: habían instalado un lavabo nuevo. Me sorprendí, pues sabía que esto era literalmente imposible en Cuba para cualquier persona común y corriente. Mi novia me hizo una seña, y después me explicó. La esposa de mi amigo le había confesado que todo lo que hizo fue  llamar a un ex novio suyo que era oficial del ejército.  Este le había propuesto ir a la cama, y ella había aceptado, a condición de que le consiguiera un lavabo. Y lo logró. A mi novia le había dicho, muy satisfecha:”Solo tuve que acostarme con él  una vez”. Ojalá este caso sirva para que quienes leen esto se hagan una idea de  que la realidad cotidiana de Cuba no está basada en principios revolucionarios ni nada parecido. Ahí rige algo que encontré inesperadamente prosaico. A esta realidad la propaganda se encarga de ocultar y barnizar para hablar de un “paraíso socialista”  que por más que me esforcé en localizarlo, no lo encontré. La propaganda del gobierno de Fidel sublimiza y mistifica todo. Y  lo cierto es que el régimen castrista tiene miedo de que se sepa la verdad: como oí a alguien decir en México, Cuba es un país “social-fascista”.

 

Tuve otra pareja de amigos cubanos. Vivían en el suburbio de Santa Fe, a orillas del mar. El esposo de ella se había ido a los USA pero ella prefirió quedarse por sus padres. Y  vivía con sus tres hijos y su nuevo esposo en su  antigua casa de cemento de dos plantas. Era una villa pequeña.  Tenían casados ya 10 años, y dos hijos comunes. Su esposo trabajaba en el mismo Pre-universitario que yo y nos hicimos amigos. Empezamos a tenernos confianza y pasamos a tocar algunos temas “prohibidos”. El vivía con resignación en Cuba. Era un hombre de izquierda. Tenía una excelente cultura política. Pero reflexionaba con pesimismo: “aquí lo que hay es una dictadura fascista”. Y luego siempre me advertía:”cuidado le cuentas a mi mujer que dije estas cosas, es peligroso, puedo caer preso”. Su mujer era una persona decente, ama de casa, y tenían una buena relación de pareja. Pero él se cuidaba hasta de ella. Esto fue una constante que encontré en mi relación con personas de La Habana. A solas, caminando conmigo por las calles, se desahogaban. Hablaban  sin miedo. Me hacían confidencias. Pero si nos encontrábamos en el camino con otro amigo, cambiaban de tema enseguida. A veces el otro también me había hecho confidencias similares. Pero rehusaban hablar el uno delante del otro, por precaución. Bromeando a veces en reuniones la gente soltaba  alguna frase muy cáustica,  y todo el mundo se reía y luego cambiaban totalmente de tema, instantáneamente. Siempre el miedo era que “podía ser oído por alguien de la Seguridad del Estado”, el G-2. Solo  oir el nombre de esta entidad  hacía temblar a la gente.

 Me chocó una vez enterarme de la manipulación burocrática de las masas. Iba a visitar Cuba un dignatario extranjero y llegó una  nota de la Central de Trabajadores. La misma ordenaba que nuestro colectivo de trabajo debía ubicarse  de tal a tal hora en  la quinta avenida y la calle 54, hasta que la comitiva oficial haya pasado por ahí. Se tomaría lista dos veces a los asistentes en ese lugar y a los ausentes se les descontaría una semana de salario. Con ese tipo de presión, era fácil llenar las calles con gente que iba obligada a mostrar  “su apoyo espontáneo al régimen de Fidel”. De regreso en mi país, con mis camaradas, no me creían…

 La escasez de productos, sobre todo alimenticios, y en general, hacía que algunas mujeres buscaran hacer contacto con extranjeros. En ese tiempo los extranjeros eran muy cotizados en Cuba. Considerados un “gran partido”, porque casarse con uno significaba la posibilidad de salir del país. Hubo dos chicas que conocí que me hicieron ofertas. A cambio de que me case con cualquiera de ellas, y de sacarlas del país, me ofrecían , cada una por separado, ser algo asi como mis esclavas perpetuas. Me daba pena. Comprendía su impotencia de tener que vivir contra su voluntad en una sociedad sofocante. Pero no solo era la escasez de alimentos, sino de ropa. Al pasear de noche, sobre todo los viernes, por La Rampa, me asombraba de ver gente muy elegante, con ropa a la última moda. Galladas enteras de  gente joven, de ambos sexos, se exhibían con relojes de lujo, fosforeras, cigarrillos Marlboro, zapatos importados. Eran  miembros de la pequeña burguesía habanera, que tenían parientes pudientes en USA. Contrastando con esto, en días normales, vi  gente vestida con telas de cortinas, pantalones hechos de la tela de costales. No habían muchos animales en La Habana. Ni gatos ni perros se veían, sino rara vez. Una pareja de novios, amigos míos, que no se casaban porque no tenían donde ir a vivir, me dijeron: “la gente se los come”.

 

Contrastando con las comodidades de los oficiales de las Fuerzas Armadas, había una situación tétrica en el  tema odontología. A veces veía lindas muchachas caminando, admirables por su belleza. Y de pronto  se reían, y era incómodo ver que les faltaban piezas dentales. Uno o dos dientes. Averigüé, porque esto era frecuente, y me dijeron que los dentistas carecían de emplastes. El Estado ahorraba divisas en ese frente. Asi, los dentistas se limitaban a extraer dientes y muelas como locos. Quienes tenían parientes militares o palancas, se hacían curar en policlínicos de las Fuerzas Armadas. Ahí si calzaban la dentadura, y muy bien. Todo esto me hizo sentir que el régimen socialista cubano era una farsa. Había un tipo distinto de oligarquía. La que manejaba el Estado. Su status era muy pero muy diferente al del pueblo. La dictadura del proletariado era para la propaganda. El proletariado ahí era lo mismo que en todas partes. Se gobernaba en su nombre.  Era un membrete.

 Supe que Ramón Mercader, el asesino material de León Trotsky, vivió asilado en Cuba en los años sesenta. Después viajó a la Unión Soviética. Fue otra cosa que no entendí bien al principio. Luego fui entendiendo que eso era lógico, puesto que Cuba es un país estalinista, regido por el modelo que la URSS creó bajo la dictadura de Stalin. Se me hizo posible visualizar que había un error en la definición trotskista de los Estados estalinistas. No eran “Estados obreros degenerados”, como los llamó piadosamente Trotsky.  Al  menos, lo que vi en Cuba fue un país  basado en el capitalismo de Estado. La propaganda estalinista deformó esto, lo sublimó, y mucha gente sigue creyendo que es un Estado socialista. Yo lo viví y eso se parecía mucho a la Alemania Nazi. Díganme: cuál es la diferencia entre la Checa  (o KGB) y la Gestapo? Y el G-2?

 Cuando volví a mi país,  aún fue posible ver algunas películas sobre el tema de la Segunda Guerra Mundial. Casi toda Europa ocupada por los nazis. La gente no podía hablar, ni viajar, ni hacer nada libremente. La GESTAPO  tenía potestad para hacer cualquier cosa: encarcelar, matar…cuando me preguntaban cómo era Cuba yo les respondía “igual que la Alemania nazi”. Nadie me creía. Creen que en Cuba la gente es alegre, porque vive feliz  bajo el gobierno de Fidel. “Ahí hay otra clase de democracia y la gente es libre”. Si. Asi es.  La gente en Cuba tiene toda la libertad de estar totalmente de acuerdo con todo lo que diga Fidel.

 Algo que me llamó la atención fue saber que en Cuba la gente consume muchos tranquilizantes y antidepresivos. En mi país  nunca oí a nadie decir que “estaba enfermo de los nervios” pero en Cuba esto era normal. Y supongo que la tensión nerviosa que produce vivir bajo una enorme opresión política, desencadena  un estrés  que con frecuencia estallaba en broncas violentísimas en las “guaguas” (pero también es causa de disolución de muchos hogares. El índice de divorcios en Cuba es altísimo.) Asombraba ver esa violencia barata, lumpesca, pero llegué a entender que era un signo de la crisis interior que vive esa gente que tiene que controlarse todo el tiempo para no hablar, no opinar, tener que callar por el miedo que les inspira las mazmorras como “EL PRINCIPE”, principal prisión masiva, a la que me la describieron como era por dentro, llena de galeras enormes donde los presos están hacinados, ubicados  y clasificados según la gravedad de su delito…contrarevolucionario.

 Cuando llegan delegaciones extranjeras a Cuba, por pocos días, les atienden muy bien. Les muestran todo lo bueno, lo lindo y presentable.  Les dan excelente comida. Les hacen que hablen con trabajadores o jóvenes delante de los miembros del Partido gobernante. Entonces la gente dice que todo está bien, que van “palante”, que la revolución y Fidel son chéveres. Después esas mismas personas reniegan de lo que tuvieron que decir: “pero y que más querías que dijera, chico, que hablara bobería y media para que venga el G-2 y me lleve, estás loco”. Los extranjeros se van convencidos de que todo es una maravilla. Si algún fanático estalinista lee este documento, me imagino que va a decir que soy de la CIA o que me he vinculado a la gusanería de Miami. Pero no es asi. Jamás aceptarán que lo que aquí cuento es verdad. Pero después de que muera Fidel Castro, cuando se devele el culto a  su personalidad y se desmonte ese aparato político despótico y totalitario creado bajo el molde de la exKGB, cuando se empiecen a conocer los crímenes cometidos por la dictadura omnímoda de Castro y su gente, cuando  desde dentro de Cuba se denuncien estas iniquidades, tendrán que bajar la vista.

Y la vida, la historia, les obligará a reconocer que apoyaron una farsa, y que Fidel Castro no fue un gran revolucionario sino que se convirtió en un sátrapa, en  un despótico  y  temible tirano, cruel y frío.  Y en un mal administrador que no pudo industrializar ni sacar a Cuba del atraso, por más ayuda que recibió de la exURSS y del Este europeo, en la época de vacas gordas, que por su incompetencia  e incapacidad desperdició. Ahora sobrevive de milagro gracias al  turismo,  y al petróleo venezolano que le manda Chávez.

  

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