por: Giselle E. Mena

        Llovió por 500 días... Los países ahora son barcas tan distantes como nuevos planetas. Varios como tú y yo, fuimos rescatados de naufragios, por la primera barca que paso.  Llevamos 3 años entre las sales. He desarrollado el oficio de la telepatía con las ballenas. Ellas me cuentan el rumbo lejos de los remolinos y yo le susurro las coordenadas de salvación al capitán.

Un trauma colectivo ilustra el porqué nadie se lanza al agua, ni para bañarse. Makjot lo intento una vez. Subió a la cubierta para suicidarse y según él, el mar lo miro con vergüenza y le escupió la garganta, amenazándole con una muerte lenta y sufrida. Aún carga en los ojos las ganas de morirse, pero todos los atardeceres, le recita poemas al mar, con la misión de seducirlo y que este algún día, le autorice lo que él tanto desea. Miro a Makjot y pienso en la ironía, de anhelar tanto lo que será inevitable, porque no hay otra forma de morir acá. Todos seremos tragados por este mar-suelo.

Deseo romper con los mitos, retar el azar que nos viene moviendo. Partiré después de la cena… A veces creo que el sobreconsumo de mercurio, me brotará un par de aletas. Me he notado la esclerótica un poco más amarilla.

En la otra esquina, noto tu mirada intermitente como quien no mira, junto a todos tus silencios. Siempre he querido saber tu historia, pero no hay tiempo. El tiempo de ser valientes, se nos olvida.

Apresuro el bocado y subo a la cornisa. Es tan fácil distraerse con las estrellas. Hoy son tantas o es tanta la oscuridad ante la ausencia de tanto. La última vez que estuve en la cuidad, no me importaban las estrellas. Las ballenas me han enseñado nuevas constelaciones. Ellas cuentan que en lo profundo del mar hay una ventana donde los peces se reúnen a mirar los cambios en el espacio y más de una vez me invitaron a verlo, pero el costo incluía no retornar y aun no estaba lista, hasta hoy.

Entregarme al mar, no tiene nada que ver con querer morir. Yo solo quiero desafiar el viaje, la impotencia de no poder controlarlo todo, la otredad contra la inmensidad.

Quemándome las manos con el desliz de la soga, recordé el dolor de una microscópica cortadura de papel. Me asombra como una herida tan pequeña puede arder tanto. Apreté el rostro para que no entrara el temor de la amenaza. “Espera” dijo el capitán, echándome un sorbo de vino de cocinar a la boca, el último que nos queda. Trague la incertidumbre y me solté.

Caí sobre un agua solida, quebrándome instantánea algunas costillas. El mar era otro. Los pies no se hundían sobre este mar-suelo, lo demás sí. Solo podían deslizarse los barcos híper-refugios y la vida en los cuerpos. Tras de mí, se lanzaron los otros, sin ropa, sin maletas, sin miedo. No sé si era una nueva humanidad o lo nuevo era el mar-suelo, pero congruentes nos descubriríamos.

* * *

(Este cuento pertenece a una colección de cuentos cortos de Giselle E. Mena, de su libro en proceso "Boda de Cucarachas"). Derechos Reservados. G.E.M©2012