Daniel Guzmán estremece  Málaga con 'Canallas' una original comedia  sobre, y contra, el orgullo de ser pobre

Joaquín González, Daniel Guzmán y Luis Tosar en un momento de 'Canallas'.

'Canallas', el segundo trabajo del director, mezcla sin prejuicios el cine quinqui y el social, el 'thriller' y la comedia, la pobreza y la desfachatez, en un prodigio sin límite y sin la más mínima vergüenza

Al inicio de uno de los capítulos de 'Chavales del arroyo'('Ragazzi di vita'), Pasolini deja caer una cita del ruso Tolstoi en la que se lee "El pueblo es un gran salvaje en el seno de la sociedad". El italiano abandona ahí por boca interpuesta buena parte de su ideario consciente de la condición indomesticable de sus héroes que igual resisten al desprecio de unos que a la mirada condescendiente y piadosa de los otros. Sufren sí, pero sobre todo se ríen. A carcajadas.

'Canallas', la segunda película de Daniel Guzmán después de la iluminación 'A cambio de nada', es exactamente eso. En todo lo que dura esta comedia que también es 'thriller'; en lo que corre este retrato social de picaresca que además es broma exagerada y quinqui, la voz de los desheredados del extrarradio resuena como lo que es: como un gran salvaje. Ni rastro de autocompasión ni un gramo de vergüenza. 

Se podría decir, y se dice, que la película que el sábado más que presentarse arrampló, con codicia además y sin miramientos, con el Festival de Málaga es una recusación de todo. Es lo contrario a un informe de Cáritas y lo radicalmente opuesto a un político que, después de mirar a su alrededor, el único signo de pobreza que acierta a ver es la flaqueza anémica de su muy pobre dignidad. 'Canallas' es una feliz anomalía que no permite más definición que el bramido. Voraz e inclasificable, orgullosa de ser la última bandera en pie del descampado.

Cuenta Guzmán que su idea era "reírse, pasárselo bien" y hacerlo con los suyos, con los que han sido los suyos desde antes de que la adolescencia de motos a escape libre y de discotecas de garrafón tuviera siquiera nombre. Y así, allí están Joaquín, Brujo y Luismi, interpretados por Joaquín González --el auténtico superhéroe de todo esto y actor de sí mismo porque no queda más remedio--, el propio Guzmán y Luis Tosar. Dice el director que su intención (intención que le ha tenido siete años ocupado y una vida entera en la sala de montaje) era huir de toda fórmula aprendida.

"Buena parte del cine que se hacer ahora flota como peces muertos en la superficie del agua: ni se sumerge para explorar el fondo ni vuela para respirar el aire puro. Simplemente se muere", confiesa. Y mientras habla, precisa para evitar malentendidos que él sí que se ríe de sus personajes. No con ellos, sino y sin pudor de ellos. El problema es que sus personajes también "se 'deshuevan'" de él. "Nos hacemos la vida imposible, vaya", concluye.

'Canallas', para situarnos, es la historia de un reencuentro de tres perfectos inútiles como los 'vitelloni' de Fellini y en un escenario que bien podría ser el de '¿Qué he hecho yo para merecer esto!', de Almodóvar.

Los dos primeros siguen sin oficio y el tercero, sin beneficio, pese a ser, aunque sólo sea en su imaginación, un empresario. A sus casi 50 años, Joaquín sigue sin dientes y viviendo en el reino hormigonado de Orcasitas en casa de su madre Esther, junto a su hija Brenda, campeona de yo-yó, y su hermano Chema, soldador y maestro del arte más marciano que marcial Wing-chun. Todo en la vida de Joaquín va mal, pero ahí está la película y la propia realidad para demostrar que puede ir mucho peor. Es pobre, sí, pero no gilipollas. O al revés.

La cinta mezcla a los personajes reales (Joaquín, Esther, Brenda, Chema o, atentos, Víctor Ruiz 'Popi') que se dan vida a sí mismos, pero sin que se note mucho, con actores como los citados arriba más Luis Zahera, Julián Villagrán o Antonio Durán 'Morris', que no queda claro si siguen el guión o es el guión el que les sigue a ellos. A medio camino ente la realidad, siempre tan cerca de lo surreal, y la fabulación, que no puede ser más que cierta, 'Canallas' discurre por la pantalla como una provocación, como un estruendo, como un acertijo sin más resultado que su vocación irredenta.

Con el cine quinqui comparte su inestabilidad por la sencilla razón de que al sujeto de la periferia siempre le ha costado ser alguien. Fue y aún es una amenaza y una promesa. El gran salvaje que diría el ruso Tolstoi y el romano Pasolini. Pone en peligro el mundo de los políticos indignos por pobre, pero a la vez anuncia la fiebre de la aventura. 

Pero 'Canallas', decíamos, es otra cosa. Con la comedia, 'Canallas' comparte su hambre de absurdo, pero sin renunciar a la denuncia, a la chulería y hasta al orgullo. Exhibicionista y decente, cruel y divertida, salvaje y más salvaje. Y sin dientes. Como el documental, a 'Canallas' no le importa mancharse de barro, pero con el traje de todos los días (no hay otro) impoluto y la cartera completamente vacía. A 'Canallas' le faltan muchos dientes. La nueva película de Daniel Guzmán hace suyos cada uno de sus errores para transformarlos en oro con que forrar los dientes de antes y, con lo que sobra, comprar la dentadura del mismísimo Hitler. 

Lo que queda es un retablo 'valleinclanesco' voraz e indomesticable de una España sin seguro dental y con políticos esencialmente cutres que buscan pobres entre los escombros de su decencia. O indecencia. El gran salvaje.