En los llamados Campos de Marte, un importantísimo grupo de soldados se prepara, con suma y completa dedicación, para el evento artístico que los colocará como protagonistas absolutos del gran espectáculo burgués, popular y aristocrático de nuestro país. Si bien cada año se reduce más y más el presupuesto para tan magno evento y que, por ello, han debido acortarse los tiempos, mostrar menos, e incluso improvisar algo más (aviones sobre todo), el show debe continuar hasta el final. Sea dicho, ojalá con la mayor calidad televisiva posible, pues la nación se merece algo a la altura de lo mucho que ya ha pagado. Además, este lejano y desmemoriado país, que a más de alguno le parecerá similar al de La oveja negra de Monterroso, tiene el derecho absoluto a recordar, con lujo de detalle, la gallardía, el profesionalismo, la disposición, los uniformes; pero, ante todo, que ellos aún están aquí por si asomara algún “problema”. El rating también apoya.

Dios, como siempre, ha decidido aportar en la férrea preparación legitimando así la patriótica obligación de estos soldados. En efecto, una agradable temperatura ha permitido que marchen al son de esos tambores, bellísimos y monótonos tambores, que facilitan el coordinar el movimiento de las cámaras, de los micrófonos y de todo aquello que aporte en una puesta de escena cada vez más exigente. Después de todo, mañana, en el horario indicado, la marcha nos mostrará cada paso, cada respirar, a cada uno de los participantes como ejemplos de una disciplina sin parangón, digna de temer: teatro hermoso y funcional para esa hora y media de la que se dispone; un verdadero producto de exportación. Ante los espectadores, serán un único cuerpo, uno solo. Qué duda cabrá con esos uniformes inmaculados por orden de alguien que siempre da las órdenes, sin excepción.

En ello están, ensayando, cuando, repentinamente, un pequeño perro, de esos que aparecen de la nada, pues viven junto a todos, se ha atrevido a ingresar sin permiso. Casi como si recibieran una cachetada a mano abierta, muchos de los rostros imperturbables de los valientes soldados, escondidos bajo esos cascos y esas boinas, han revelado una sonrisa. Incluso más de alguno ha perdido por centímetros su posición como si instintivamente quisiera correr junto al pequeño animal. Es más, sus pies casi se despegan del suelo cuando un grito detiene el avance del caos. Condicionados como ovejas en un rebaño, han atinado a decir “beee”, que traducido a lengua marcial sería “Sí, señor”. Afortunadamente, el acto ha bastado para que se retome el guion. Todo, mientras un anónimo ha sacado al único animal libre en los Campos de Marte. No se le volverá a ver.