I                                                   

Cada año era como otra gota que caía sobre mi cabeza. Eso dijo antes de comprender las palabras del mentado profeta. Proferidas como cintas de colores, como confeti que cae desde balcones en carnaval. Disfrazado con ropa heterogénea y barata, como la de cientos de jóvenes del mundo, a los que así pretendía llegar. El denominado profeta (no por su propia elección pero saboreando el término) se ponía una piel de oveja  para así aproximarse y ser creído y querido por esos jóvenes a la vera y posteriores a todas las religiones, todos los ismos, que se aglomeraban en los malles o sus cercanías. 

Es que la urbe crecía a pesar de la oscura resistencia en su o sus periferias. No importa las invocaciones a dioses y los automartirios que a veces asolaban los paseos públicos, la megaciudad se tragaba otro poblado, acogía en sus barriadas una nueva horda de recién llegados que a los pocos años ya no se distinguían del resto si no fuera por un cierto acento, una reliquia familiar cuyo mismo origen se tornaba borroso

La preparación del profeta (falso) de su piel duró un tiempo tan largo como incalculable. En una dura decisión para salvaguardar su desvaneciente ancestro, sus tradiciones  esa tribu o secta había optado por abolir el execrable calendario para volver a orientarse por el ciclo de las estaciones

Eso no les impedía la compra de armas de diverso calibre de preferencia portátiles y de fácil uso que resultaban igualadas y a veces superadas por las de otras tribus receptoras ellas también de las mismas—o ligeramente diferentes. Los ex países se desglosaban en diversas regiones de bordes tenues delimitados por los ires y venires que se sembraban de anécdotas sangrientas  e ignotas flores rojas de batallas y escaramuzas

Los mercaderes de armas mantenían el perfil más desdibujado posible en sus tratos con todos los poderes—políticos y adquisitivos, desde imperios a jefes locales pero con acceso a recursos—en vastas complicadas cadenas comerciales. Los sacerdotes y ancianos de las diversas tribus y sectas urgían a la reproducción de sus vasallos para contar con nuevas huestes para las guerras del futuro. O Acaso la misma  guerra que seguía su curso desigual recorriendo las décadas

Pero eso no entraba en los cálculos de la obsesión del profeta que como una flor roja de pétalos carnosos le comía la vida mental ya desde la temprana adolescencia

Si alguien me viera desde la vereda del frente. Yo mismo cuando me salgo al encuentro en escaparates, desde espejos inesperados, ventanas súbitas que reflejan sin permiso

Vería una figura delgada y edad indefinible. Luego de más cerca un rostro más bien magro, sin las gafas negras los ojos oscuros, la frente un poco saliente, las cejas ya blancas que se hirsutan un poco y muestran el corte de unas tijeras baratas—ya no estamos para muchas pretensiones

Tengo que mencionar ropas en tonalidades oscuras de preferencia el negro, más bien ajustadas, el  paso más bien rápido

El falso profeta se caracteriza en cambio por la ropa clara, de tonos pastel, más bien holgada, los músculos un poco salientes de tantos hombres jóvenes esteroidales. Una cara abierta de rasgos quizás un poco acentuados, que se ofrece al mundo

Con paso rápido, como animal de presa desatado en las calles, entra en cafés con su computadora portátil, con ojos predadores estima su efecto en las jóvenes que toman café y estudian y se ostentan desde las mesas, los sillones. Su disfraz lo mimetiza, lo sume en ese círculo normal y a la moda. Breve es el exanen que aprueba la marca de sus zapatillas, el corte de pelo, el logo de la polera. Esas mentes y ojos nacientes lo aceptan como uno de ellos. El jubilado que lee el diario solo levanta un segundo sus casi desdeñosos ojos azules  y mirada resbala apenas con tedio sobre esa imagen que pasa, una de tantas

Al tiempo que las fotos tomadas vía satélite sin que sepan los afectados esas diminutas sombras que parecen danzar enarbolando sus fusiles en la meseta gélida a muchos kilómetros del poblado más cercano—alrededor de las cabezas cercenadas, los cuerpos con miembros doblados en imposibles ángulos desparramados sobre la tierra—ahora encienden un fuego donde parece que asan a un enemigo capturado. La resolución del video que pasa casi directamente a las redes noticiosas más grandes, con más audiencia en la hora de mayor sintonía permite incluso ver el blanco del ojo y de los dientes de las figuras ahora casi al alcance de la mano cuando la gente se  toma su café—el primero—mientras ve las noticias

Simbólicos pájaros de todos los colores del arcoíris, otros infrarrojos, ultravioletas o de gamas de colores nunca vistas por humanos pero que por ejemplo sí perciben los insectos

Quieren ser desplegados sobre páginas sobre todo electrónicas para desde allí sobrevolar los hechos capitales o no que como una cinta sin fin se suceden uno tras otro no tan sólo desde los medios y pantallas más oficiales sino por la red intangible pero tupida que comunica entre ellos a quienes portan estos aparatos de funcionalidad múltiple que ahora casi están al alcance de cualquiera

Desde el inconsciente de los hombres (y las mujeres) a la postre y en definitiva y aunque se pretenda y piense lo contrario

Se han levantado siempre los pájaros/las aves  que copian a sus homólogos y análogos concretamente alados que surcan esa atmósfera, cercanos al cielo que es abierto y en el peor de los casos vacío, pero carente de esas pulsiones de la carne que rodea al inconsciente—genético, ancestral colectivo— lo que se quiera que dé más plata y publicaciones

Entonces se dice en las publicaciones revisadas por colegas (en inglés peers) que esos símbolos quieren decir algo, apuntan hacia algo, refieren a algo—siempre respecto a la vida concreta que se desarrolla afuera de esa carne ciega, en las calles y plazas de las sociedades, bajo la forma humana

La adicción se cernía sobre el profeta (falso entre los otros por su necesidad de disfrazarse) y sobre mis propias entrañas, mi cabeza cuando elucubraba, mi cuerpo  cuando me movía inmerso en rutina cotidiana—siempre igual a sí misma no importa dónde. Puedo mencionar al alcohol y los cigarrillos en mi caso

En algún momento la cosa llegaba un poco a mayores. Ni siquiera debo mencionar el sexo, resquicios de una temprana educación cristiana me lo prohíben

Ni tampoco los sueños y ensueños a que solía entregarme y que no tematiza casi ninguna literatura

Me pregunto quizás un poco retóricamente sobre los sueños  y ensueños a que se entregaba (y se entrega) el falso profeta

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