El gato de la señora Gertrudis

Dedicado a Ismael Lorenzo e integrantes de Creatividad Internacional en el día del amor                                  

                                                                          I

La señora viajará a Vallarta a un Centro donde ofrecen alternativas para mejorar la salud física y emocional. Con gran entusiasmo y tiempo hace la reservación para internarse en el Centro Naturista Cúrcuma.

—Pero, Gertrudis ¿te irás sola y por tantos días?

 —Ay, solo será un mes, el vuelo es directo, tú me dejas en el aeropuerto y allá pasarán por mí, el Centro tiene traslados.

—Me gustaría ir contigo, pero no puedo…

—No te preocupes, voy contenta, convencida de que es bueno distraerme…

—Me encantaría ir, pero no conseguí permiso, es que mi jefe se va otra vez a las Vegas; no hay poder humano que lo detenga, definitivamente es un ludopático. Debería tomar terapias como tú a ver si se compone.

—Dirás ludópata, pero ya ves, estoy mejor, hasta me iré de viaje, ¡la, la, la!

            —Sé que duermes mejor y estás más tranquila, pero aún no terminas el tratamiento, por eso me da pendiente que vayas sola.

            —Dijo el doctor que ya me dará de alta, además el tiempo y la distancia curan todo, hasta las enfermedades del corazón.

            —Y es lo que más deseo que ya no sufras por ese desquiciante, ¿ese a quién no vuelve loca?

            —Ni lo menciones, Isidra, su referencia aún me molesta. Pero ya superé el trauma, créelo. ¡Soy libre y feliz!

            —Pues si tú lo dices… y  ¿a Rony con quién lo vas a dejar?

            —Me lo voy a llevar, ya hablé con la encargada del Centro y me permitió tenerlo conmigo durante toda la estancia. Rony nunca da lata…  Solo tengo que comprar una jaula para llevarlo en el avión.

            —Oye, Sarita tiene una, dile que te la preste.

            —Buena idea así no tendré que comprar, y con las prisas qué tengo, eso me ayudará mucho.

            —Si gustas voy por ella, nomás háblale...

            —¡Claro, qué linda! ¡Amigas como tú valen oro!

                                    

                                                                                 II

           

Finalmente las maletas se encuentran en la puerta, y todo en orden para viajar, Rony está inquieto dentro de la jaula, mueve la cola, y maúlla más fuerte para que lo liberen.

            —Buen día, señor, al aeropuerto, si me hace el favor…

            —Sí, señora. Pondré la mascota aquí adelante, ¿le parece?

            —Sí, para que le dé bien el aire, porque con este calor se sofoca.

            —Se ve muy nervioso pues ¿qué nunca lo saca?

            —La verdad, no. Es un gato tranquilo, pero ahora se puso así porque lo metí en esa jaula.

            —Se nota que no está acostumbrado a estar encerrado —aclaró el chofer.

            —Es que siempre anda libre por la casa y el patio, y nunca se sale.

            —Es un siamés, ¿verdad? Todos se parecen, mi antigua patrona tenía varios y me platicaba sobre ellos.

—Ah, pues yo sé que son de Tailandia.

—La señora contaba que en los funerales de los reyes tailandeses encerraban a un gato con el rey difunto en el ataúd que a propósito tenía un orificio para que salir, y cuando lo hacía era porque el alma del monarca había reencarnado en él.

            —Oiga, ¿cómo sabe tanto? Yo solo sé que son menos vagos que otros, y muy misteriosos, a veces creo que hay alguien en él. ¿Será un monarca?

—Quién sabe, pero son muy intrigantes, a veces hasta dan miedo… por sus ojos separados y sus orejas puntiagudas…

—Más bien por sus ojos rasgados y siempre azules, pero a mí no me dan miedo, me gustan porque son sensibles y delicados; este es muy quisquilloso, la verdad.

—Sí, tan azules, ¡qué impresionan!

—También por su pelaje suave... brilloso y abundante…

—Pero son muy posesivos, más los de color gris. ¡Ayyy, ya se me atravesó ese camión! ¡Órale, güey!

—Ha de ser otro loco, pero ¿qué tiene que ver el color? Rony es muy querendón solo maúlla cuando está enojado. Pero es muy meloso, bueno, igual que todos… Aquí, adelante señor, bájeme, por favor.

—No permiten bajar pasajeros en esta zona, pero después de la línea.

—Bueno, está bien. Aquí tiene su dinero, y gracias.

—Buen viaje señora, para usted y su siamés. ¡Qué lindo gatito!

                                                                      

                                                                                  III

 

Vallarta con sus palmeras y nubes ofrecen un ambiente paradisíaco para todos los huéspedes del Centro naturista ubicado frente al mar, ahora la señora Gertrudis convive agradablemente con sus compañeros. Todas las mañana realizan ejercicios en la piscina bajo las sombras de los cocoteros, y después disfrutan un nutritivo desayuno a base de jugos y frutas tropicales, después baños turcos, masajes, aromaterapia, acupuntura y en la tarde juegos y bailes a la luz de las farolas.

Rony se queda en la habitación tranquilamente, mirando siempre por los ventanales. Sube a todos lados y se asoma curioso, observando durante horas el exterior. Al atardecer rasguña la puerta insistente, esperando ansioso que su ama regrese de las actividades de esparcimiento que realiza ahora por consejo del médico para recuperar la estabilidad y la paz que perdió con los engaños de su falso amor.

Al tercer día de estancia, la señora Graciela recibió una mala noticia, la interrumpieron en clase de yoga para avisarle el desafortunado desenlace de un ser tan querido. Llena de pesar, se quitó el leotardo de rayas ajustado para ponerse el primer vestido que encontró, llamó a la agencia de viajes, y se dispuso a hacer las maletas con los ojos empañados de lágrimas.

Unas horas más tarde llegó un Uber para llevarla al aeropuerto. El taxista le ayudó con las maletas, pero ella no soltó ni por un momento la jaula que contenía una de sus hermosas y coloridas pashminas.

Sin decir palabra recorrieron el largo trayecto, escuchando música tapatía hasta arribar al aeropuerto.

—Cerca de Volaris, comentó la señora. ¿Cuánto le debo?

—Son trescientos, pesos —comentó el taxista bajando las maletas.

Ella le dio un billete de $500,00 y le dijo: “así está bien, guarde el cambio.”

—Mil gracias, señora. Dios la bendiga —expresó el taxista, gratamente sorprendido.

                                                                             IV

 

En una hora iba Gertrudis en pleno vuelo, mirando tristemente las nubes que simulaban figuras en el cielo ante la lejanía del sol. Le podía haber suspendido su estancia de meditación y control emocional, pero lo que más le afectaba era la gran pérdida en esos momentos críticos de su vida. 

Dos horas después, en la sección de carga donde almacenan las jaulas de los animales viajeros, Nerón descubrió, después del aterrizaje, una jaula vacía, y alarmado fue con el encargado a informarle; este inmediatamente se alteró:

—Pero ¿cómo? ¡Se les escapó otra mascota, bola de babosos! Miren nomás, de seguro no verificaron las puertas. ¡Inútiles!

—Ya buscamos, jefe y no anda ningún animal suelto…

—¡Pues los animales son ustedes por no están pendientes!  A ver, a ver, ¿cuál es la maldita jaula? ¡Ábranla! –ordenó de mal modo, y al hacerlo encontraron bajo la luminosa pashmina, el cuerpo inerte de un siamés.

            —Ah, carajo, este gatito ya torció la pata. ¡Qué va! ¿Ahora qué haremos?

—¡Ustedes tuvieron la culpa, güevones! Miren ¿dónde pusieron la jaula?, aquí ni el aire le da. De seguro se ahogó entre estas enormes cajas. Hay que hacer algo porque van a demandar a la aerolínea por la muerte de este animal.

            —Oiga, jefe, a la mejor ese gato venía enfermo…

            —Claro que no, animal, si los revisa el veterinario. Es que ustedes no tienen cuidado con las mascotas. ¡Los tratan como velices y maletas!

            —Y ahora ¿qué hacemos, jefe?, y acabarla parece que es de una señora emperifollada que vi hace días con ese mismito gato, de segurito se va a morir del soponcio cuando sepa que su gato está bien tieso, ¡ya me imagino!

            —Pues por mí que se muera, a mí me da lo mismo, lo malo es que nos quedaremos sin chamba y todo por descuidados…

—Oiga, jefe, ¿qué le parece si compramos un siamés, pero vivo, y lo ponemos en lugar de este muerto?

            —No es mala la idea, Nerón, pero no hay tiempo; si no entregamos la jaula vendrán a reclamarla.

            —Es cosa de apurarnos porque aquí al final de la avenida, en la calle Victoria, hay una tienda de animales.

            —¿Y cuánto saldrá un gato de ese tipo?

            —Son caros, jefe, como diez mil. Es que ¡son siameses!

            —¿Diez mil? Pues ni que fuera elefante o tigre de Bengala; es muchísima lana por un gato tierno, ¡qué caray!, pero con tal de que no nos corran, pediré un préstamo al viejo agiotista para que vayan por uno…

—No, no, don Poncho, va a cobrar las perlas de la Virgen.

—Pues ni modo, urge el dinero, así que pagaremos las perlas entre todos, ¿oyeron? Uñas, tráete la moto para que vayan a comprar el mugroso gato. ¡Rápido!

            —¡Sí, jefe!

            —Y no olvides, tiene que ser siamés, y gris. Solo gris. ¿Me oyes? Ah, y pides factura, ¡no pierdas tiempo!

—¿Darán factura por el gato?

—¡Claro, y ya vete! Y tú, Raspas, ve a vigilar, no dejes que vengan a reclamar el gato hasta acá. ¡Entretén a quien sea!

                                                                                 V

 

            —Oiga, joven, ¿por qué será que aún no me entregan mi mascota? Es que ya tengo aquí como una hora esperando, ¿apoco venían muchos animalitos en el vuelo?  —preguntó impaciente doña Gertrudis.

            —Es que faltó gente, solo hay un compa pero anda malo, cada rato va al baño.

            —Pues entonces, vaya usted por mi jaula…

—Sí, seño, pero no se desespere, siéntese para que se ponga a leer. Aquí le dejo estos paquines.

—Pues si no regresa pronto tendré que iré a buscar a mi mascota.

            —No se preocupe, seño. Yo le traigo su lindo siamés…

            —¿Y cómo sabe usted que es un siamés?

            —Es que… Es que… Todos los gatos parecen siameses…

            —Pero yo no le dije que era un gato…

            —Pues entonces lo soñé o lo adivine… Seño…  —respondió nervioso.

            —Pues si usted lo dice…  Vaya pues rápido, tengo urgencia de irme…

 

                                                                                 VI

           

              —Querida seño, aquí le traemos a su gatito… ¡Mire qué lindo! –comentó uno de los empleados, abriendo la jaula para que la señora contemplara al espectacular siamés que se levantaba arqueando suavemente el lomo para estirarse, y elevaba despacio y suavemente su hermosa cola, ronroneando notablemente feliz.

            —¿Este es mi gato?

            —Sí, señora, mire esta es su jaula, aquí viene su nombre; ¿usted se llama Graciela Gertrudis Ordóñez viuda de Gómez?

            —Pues sí, yo me llamo así, pero este no es mi gato. Díganme, ¿qué diablos hicieron con mi gato?

            —No entendemos, señora…

            —Les pregunto… ¿Qué le hicieron a mi gato?

            —Nosotros nada, señora. ¡Véalo, revíselo, su gato está rete bien! ¡Muy lindo!

            —Por eso, por eso mismo. ¡Si mi gato estaba muerto! ¿Dónde lo dejaron?

            —¿Estaba muerto?

            —¡Muerto y yo venía a enterrarlo!

            —¿Enterrarlo?  —preguntaron todos al mismo tiempo.

            —Sí, suspendí mi viaje para darle una digna sepultura. A ver, a ver ¿dónde está?, ¿dónde lo tiraron, hombres ingratos?

           

 

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