Nota: esta historia es verídica, por lo que he tenido que cambiar los nombres de los protagonistas.

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Después de escribir este relato, lo mostré a un amigo muy especial para mí el cual me animó a publicarlo en esta red.


EL PRECIO DE LA VIDA

Ernesto colgó el teléfono. Se sentó en su sillón preferido, se reclinó hacia atrás para meditar, encendió un cigarrillo. No acostumbraba a quedar con desconocidas, al menos si él no había dado el
primer paso. Se volvió a levantar, nervioso, apagó el cigarrillo en el cenicero
de oro que su abuelo Juan le había obsequiado por su mayoría de edad y se
dispuso a contemplar el bello paisaje que se divisaba desde la ventana de su
amplio dormitorio. Miraba los árboles, los pájaros, una pequeña fuente que
chisporroteaba a lo lejos; todo esto, pero sin ver nada: sólo pensaba en su
cita, por qué aquella chica había querido quedar con él, así, a solas, sin el
grupo de amigos con los que acostumbraba a salir por el Madrid antiguo.


Se duchó y llamó a su mayordomo para que le ayudara con la ropa como de
costumbre; esta vez estaba más que justificado, pues no atinaba a elegir una
corbata que fuera bien con la camisa amarillo color pálido que quería llevar.
Bueno, no llevaría corbata finalmente. Se enfundó unos vaqueros azul oscuro y
una cazadora de ante beige, sin olvidar los mocasines que compró en Lieja.


No haría falta demasiado abrigo, ya que la primavera de ese año prometía ser suave y soleada.


Cuando salió de su cuarto, atravesó el largo pasillo que desembocaba en la escalera de mármol y empezó a descender los dos pisos que le separaban hasta la entrada principal. Camilo, el chófer, ya estaba
prevenido por el mayordomo, así que entró en uno de los Mercedes de color negro
con ventanas tintadas y se reclinó hacia atrás para intentar adivinar por qué
habían querido contactar con él de forma tan inusual.





Ernesto, que se había puesto unas gafas de sol oscuras, pasó al chófer una pequeña nota en papel que él mismo había escrito con la dirección del pub adonde habrían de dirigirse, con el ruego de
intentar pasar, como siempre, inadvertidos. En esta ocasión sólo les seguía un
coche con dos guardaespaldas. Llegados a su destino, Camilo descendió del
vehículo y con la solemnidad acostumbrada, bordeó el coche para abrir la
portezuela
trasera, sin olvidar de desprenderse del sombrero gris en señal de respeto.


Como se habían detenido en la misma puerta del pequeño pub, sólo tuvo
que dar pocos pasos hasta alcanzar la puerta del local, aparentemente poco
iluminado. Como de costumbre tuvo que bajar un poco la cabeza para acceder sin
problemas a


las escaleritas de entrada, ya que su elevada estatura le solía jugar alguna que otra mala pasada.


Nada más entrar, se desprendió de las gafas oscuras y su vista recorrió
levemente las pequeñas mesas apenas iluminadas con una lamparita color rosa, en
busca de su interlocutora. Allí, al fondo, estaba Lucrecia. De un pelo liso y
castaño que apenas se posaba sobre los hombros, unas gafas de sol verdes se
asentaban sobre su cabeza en forma de diadema. Un traje de chaqueta beige de
cuello chimenea y una camisa celeste adornaban su cuerpo bastante delgado. Una
taza de café a medio acabar era todo lo que se encontraba sobre la mesita de la
muchacha. Al ver a Ernesto, Lucrecia levantó su mano derecha y moviendo los
dedos índice y corazón, quiso señalar su presencia. Ernesto avanzó hasta la
mesa de su interlocutora y ocupó la silla que quedaba en frente de la muchacha.
Un camarero con aspecto sudamericano se acercó al recién llegado para preguntar
qué tomaría, pero Ernesto, con gesto amable, le sugirió que, posiblemente, más
tarde pediría algo. Lo primero que deseaba saber era por qué le había citado
tan insistentemente, qué era aquello tan importante que quería decirle si no lo
conocía. Ella sonrió levemente, sacó un cigarrillo de su bolso marrón, que
Ernesto se apresuró a encender con el mechero de oro que le regalaron sus
padres en el último cumpleaños. Lucrecia insistió en que sí se



conocían, ya que ambos fueron presentados en casa del publicista Pablo Picias,
en una cena a la que asistieron una decena de
personas. Ernesto fue recordando el evento, incluso el ático de Claudio Coello
donde
tuvo lugar la cena y la anécdota de unas gotas de vino que cayeron sobre su
pantalón
de color claro. Pero esto no aclaraba a Ernesto las demás cuestiones. Lucrecia
siguió explicando el por qué de esa cita: ella conocía a un periodista, amigo
de un tal Alejandro. Este último era muy... amigo de Ernesto y existían unos
vídeos muy comprometedores sobre el comportamiento de ambos en varias citas
íntimas que habían tenido lugar en un recóndito pueblo de la sierra de Madrid.
Ese material sería verdaderamente nefasto para la imagen de Ernesto, ya que de
hacerse públicos, lo hubieran hundido socialmente. Ernesto palideció al oír
este relato y automáticamente sacó un talonario de cheques que casualmente
llevaba en su chaqueta y preguntó a Lucrecia qué cantidad deseaba para
entregarle los videos. Lucrecia sonrió con sarcasmo apagando el cigarrillo en
el plato de la taza de café y juntando las manos le dijo que no deseaba dinero,
ya que tenía ocasión de conseguir bastante cada vez que se lo proponía. Lo que
ella buscaba era medrar socialmente, ascender y llegar a lo más alto. Ernesto
callaba para que siguiera explicándose. Lo que ella quería era casarse... con
él, lo había estado meditando detenidamente y ése era el camino para conseguir
sus





propósitos más ambiciosos. En cuanto a sus amistades, él podría seguir viéndose con sus amigos: eso no era problema para las aspiraciones de ella y lo importante sería guardar las apariencias.


Quedaron en volver a hablar del tema, Ernesto sin mucho entusiasmo, ya que no le seducía mucho la idea. Pero ella le instó a que se decidiera en breve plazo.


***


Pasaron un par de meses y Ernesto, por fin, se decidió a dar el paso.
Estaban sus padres en una salita tomando el té, cuando llamó a la puerta, le
invitaron a entrar y ofrecieron un té, pero él lo rechazó suavemente ya que
deseaba contarles sus planes, hecho por cierto que no le dejaba dormir bien. En
principio acogieron la idea del enlace con entusiasmo y preguntaron a qué
conocida familia pertenecía la novia, si la habían visto ya, etc. Ernesto les
aclaró que no la conocían ni a ella ni a su familia; era fotógrafa de prensa,
su abuelo era panadero y se trataba de una familia normalita. Sus padres
mostraron gran contrariedad, dijeron que era imposible celebrar una boda así y
el muchacho salió de la estancia cerrando con delicadeza la puerta. Lucrecia le
llamaba varias veces al día para que no decayera en su propósito de preparar el





enlace. Él le comentó que sería difícil celebrar esa boda por la oposición de sus padres pero Lucrecia lo conminó a que marcharan ambos de viaje a Rumania y desde allí siguiera intentando convencerlos.


Muchas discusiones, muchas súplicas y ruegos, así como presiones mutuas siguieron durante tiempo. Finalmente y para evitar mayores males, los padres, optaron por cubrir las apariencias y preparar una
fiesta de pedida oficial y un poco más tarde la boda, ya que observaban con
preocupación la obstinación de su hijo.


***


Pasaron unos meses de la boda y Ernesto hizo ver a Lucrecia la importancia de que tuvieran, a no mucho tardar, tres o cuatro descendientes. Ella sonrió ligeramente pero le dijo que en una ocasión se
sometió a una ligadura de trompas y que no podría quedar embarazada de forma
natural, pero que como tenía todo previsto en su vida, había pensado en una
fertilización in vitro a su hermana pequeña Elisa, directamente de Ernesto, en
la que ella sería la madre “oficial”.


Ante el hecho de que no se notara su embarazo, Lucrecia arguyó que
también había pensado en ello; conocía a unos




compañeros que se dedicaban a atrezzo y le solucionarían con facilidad el problema de “exhibición”, como decía ella.


***


Después de varios intentos, su hermana Elisa quedó embarazada y pasado el tiempo habitual, dio a luz, apareciendo Lucrecia para aparentar un parto propio. Poco tiempo después, gracias a técnicas más
innovadoras, consiguieron que aunque su hermana concibiera de la misma forma un
segundo embrión, éste se traspasara a Lucrecia, por lo que crecería en el útero
propio.


Pero su hermana Elisa quedó dañada psíquicamente por el hecho de haber entregado un hijo propio a su hermana. Dado que tenía antecedentes de depresión y episodios de tristeza, no tardó mucho en
encontrarse mal.


Como Lucrecia veía por momentos que su hermana Elisa entraba en una depresión cada vez mayor, le sugirió que pasara largas temporadas en su mansión; así estaría cerca de su propia hija, pero parece ser
que esto no satisfizo a la hermana.


Ella misma la acompañó a un exclusivo psiquiatra, el cual le recetó unos
cuantos medicamentos que aseguró le






arguyó que también había pensado en ello; conocía a unos compañeros que se dedicaban a atrezzo y le solucionarían con facilidad el problema de “exhibición”, como decía ella.


***


Después de varios intentos, su hermana Elisa quedó embarazada y pasado el tiempo habitual, dio a luz, apareciendo Lucrecia para aparentar un parto propio. Poco tiempo después, gracias a técnicas más
innovadoras, consiguieron que aunque su hermana concibiera de la misma forma un
segundo embrión, éste se traspasara a Lucrecia, por lo que crecería en el útero
propio.


Pero su hermana Elisa quedó dañada psíquicamente por el hecho de haber entregado un hijo propio a su hermana. Dado que tenía antecedentes de depresión y episodios de tristeza, no tardó mucho en
encontrarse mal.


Como Lucrecia veía por momentos que su hermana Elisa entraba en una depresión cada vez mayor, le sugirió que pasara largas temporadas en su mansión; así estaría cerca de su propia hija, pero parece ser
que esto no satisfizo a la hermana.


Ella misma la acompañó a un exclusivo psiquiatra, el cual le recetó unos cuantos medicamentos que aseguró le devolverían el temple y la tranquilidad, además de suprimir los constantes episodios de llanto
que sufría. El carácter fuerte y decisivo de Lucrecia ayudaba bastante a Elisa,
pero ésta no podía estar siempre a su lado, ya que con frecuencia emprendía
largos viajes protocolarios. A esto hay que sumar que Elisa, que vivía en
pareja
y tenía una hija pequeña, Carmen, tuvo una separación temporal de su compañero,
ya que querían replantearse ambos la situación de vivir juntos o no.


***


Hacía varias semanas que, por circunstancias impuestas, Lucrecia no veía a Elisa.


De pronto, una mañana, Lucrecia preparaba en su despacho unos documentos cuando sonó uno de sus móviles y una voz muy débil que reconoció como la de su madre, le comentó en un suspiro: “Lucrecia,
Elisa... está... muy grave”. Esta quiso conocer el alcance de la gravedad, si
debía trasladarse a su domicilio, en qué condiciones se encontraba, etc. Su
madre sólo repetía tristemente: “está muy, muy grave...”


Lucrecia dispuso su traslado inmediato al pequeño apartamento de Elisa,
por lo que llamó a uno de sus





chóferes, Alberto, que de inmediato se dispuso a preparar uno de los coches. Isabel, la fiel doncella, sugirió a Lucrecia no acudir de forma tan desesperada, dado el avanzado estado de
gestación en que se encontraba. Pero Lucrecia insistió: un sexto sentido le
hablaba en silencio de la peor de las predicciones.


Lucrecia subió en el ascensor del edificio de su hermana hasta el piso más alto. Un edificio que le traía buenos y malos recuerdos a ella misma. Dos guardaespaldas rusas la acompañaban en esta visita.


No fue necesario llamar a la puerta, pues ésta estaba entreabierta. En el apartamento se encontraban varios sanitarios del Samur, un par de agentes de policía y algunas personas más. Hablaban de esperar
al juez para el levantamiento de... Lucrecia no podía creer lo que estaba
viendo... Allí yacía Elisa, pálida, sobre su cama, los ojos cerrados, unos
pantalones vaqueros azul oscuro y una blusa blanca cubrían su cuerpo. Un gran
vaso de agua sobre la mesilla de noche, varias cajas de medicamentos abiertas
y... vacías. Lucrecia reconoció algunas de las medicinas que le recetó aquel
médico que visitó junto con su hermana.






Sentada en un pequeño sillón, Lucrecia daba pequeños sorbos a su café humeante. Comprobaba que cual torbellino los últimos acontecimientos la habían dejado con el alma acorchada. Los oropeles externos
la asfixiarían el resto de su vida, pero una frialdad estaba ya invadiendo su
interior narcotizándola para seguir viviendo una vida interior triste y gris,
pero muy relevante socialmente.






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Comentario por MCarmen Dieguez el agosto 5, 2010 a las 5:33pm
Alonso, sabes que es una historia real y ocultada, de unos personajes muy conocidos ?
Comentario por Alonso de Molina el agosto 5, 2010 a las 5:16pm
Por cierto, has leído mi último post? http://www.creatividadinternacional.com/profiles/blog/list?user=2zk...

y me diras
Comentario por Alonso de Molina el agosto 5, 2010 a las 5:14pm
joder con Ernesto que se las entendía con su amiga, Lucrecia que se las sabía todas menos disfrutar de una vida interior gratificante, en cambio que bien maquinaba a su favor, tu los has dicho, real como la vida misma.
Pero a fin de todo, la vida tiene sus riesgos, porqué no aceptarlos.

Un buen relato apreciada Dieguez, redactado con agilidad y limpieza literaria

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