Ensayos, reseñas y artículos, reunidos, entre otros, en 'De viaje por la literatura y el cine'

Los textos a continuación han aparecido en la Revista Sinalefa, Termino Magazine, Literaturas.com, Noticias Literarias, El Nuevo Herald y otras publicaciones

 

UN DON QUIJOTE DE LA PINTURA

©2010 Ismael Lorenzo

Se parecía más bien a un Don Quijote sin barba (y sin caballo), alto y desgarbado y también un poco encorvado, Jaime Bellechasse siempre luchó contra fuerzas más grande que él, pero nunca se arredró. Lo conocí allá por el año ‘67, cuando eso Jaime se dedicaba a pintar Op Art, preciso y excelente. Fue Rogelio Fabio quien me lo presentó, en unas peculiares tertulias literarias que se hacían en la noche en los muros del Hotel Nacional, o a veces, cuando había dinero, en la cafetería del hotel. Estas tertulias duraron hasta que una noche la policía efectuó una redada gigantesca en toda esa zona llamada La Rampa, y se llevó preso a todo los que por allí pupulaban, quienes eran considerados decadentes ideológicamente. Tuve la suerte de no estar esa noche, no así Bellechasse, que fue arrestado y lo mantuvieron preso por 11 meses sin juicio.

Sentado, Alberto Guigou, de izq. a der., Ismael Lorenzo, Jaime Bellechasse, Ileana Fuentes

Todos éramos muy jóvenes, unos nos dedicábamos a escribir, otros a pintar, teníamos en común que no participábamos de la cultura oficialista dedicada al alabo. Rogelio Fabio, que para su suerte tampoco había caído preso en la redada, era un buen poeta y narrador también, habíamos servido junto en el servicio militar y por aquella época, aunque no visitábamos más el muro del Hotel Nacional, sin detener nuestros empeños literarios, nos dedicábamos con gran afán a tratar de escapar clandestinamente de la isla, ya fuera en balsa o escondidos en un barco que saliera del puerto o como pudiéramos. Nunca tuvimos éxito, aunque las intentonas fueron muchas.

 

Unos años más tarde, el Dr. Banchi me contó que Rogelio Fabio, ya poeta loco, caminando con su pequeño hijo por la Avenida de los Presidentes, se desnudó en resonante protesta poética y prosiguió sin ropa su andar por la avenida, con el hijo de la mano. Se lo llevó al rato un coche de policía, envuelto en un capa. Y cuando el coche de policía ya se alejaba, el pequeño les recordó que volvieran para recoger la ropa de su papá tirada en la senda de peatones de la avenida.

El poeta Rogelio Fabio Hurtado

En aquella improvisada y a la interperie peña literaria del muro del Hotel Nacional conocí, mientras duró, a otros escritores y artistas de mi generación, entre ellos un talentoso poeta, Delfín Pratt, que después se alcoholizó y su obra cayó en la nada. Fue Delfín quien luego me presentó a Reinaldo Arenas. Con Arenas hice amistad pronto, ya le acababan de censurar su Mundo Alucinante, las memorias de un fraile en México tratando de escapar de la Inquisición, tema que no les gustó a los burócratas de la cultura oficial. Reinaldo y yo coincidíamos en la opinión del escritor como “agua fiestas”, expresión que venía de Vargas Llosa y a quien mucho leíamos en esa época, creíamos en una literatura que tratara de explicar el horror circundante de una forma imaginativa y literaria y no por el realismo de alabanza.

Por esos tiempos, a finales de los años ‘60, otros tenían demasiado miedo a escribir la verdad o quizás todavía enrroquecían sus gargantas gritando !Vivas! al máximo líder en la Plaza de la Revolución o delatando a quien no lo gritara. No fue hasta que cayó el muro de Berlín, que comenzaron a pensar que había que cambiar de bando.

Gracias a Arenas, quien tenía un amigo casado con una francesa que podía salir y entrar de la isla cuando quería, pude sacar primero los manuscritos de dos de mis novelas: Alicia en las mil y una camas y La ciudad maravillosa, allá por el año ‘70, y años más tarde me ayudó también a escabullir La Hostería del Tesoro. Las enviábamos a Severo Sarduy, en las Edition du Seuil, en Paris. Severo, sin conocerme personalmente, me guardó los manuscritos, los dos primeros por más de diez años, hasta que pude salir en 1980. Nunca llegué a conocer a Severo Sarduy en persona, estuvo en Nueva York en los ‘80, pero no coincidimos, después murió en Paris. Los manuscritos de mis novelas que me envió Severo, los recibí en New York en la dirección del loft de Bellechasse en el Soho, pues en aquellos primeros tiempos en New York rentaba yo una habitación en Queens y no era muy seguro recibir allí correspondencia.

Jaime había salido primero de la isla en el ‘79, como ex prisionero político en dirección a España, luego de tres o cuatro meses allá, había pasado a New York, en aquellos momentos centro de la pintura mundial. Años antes, Bellechasse había caído preso de nuevo como buen Don Quijote, por tirar unas simples proclamas antigubernamentales en un cine. Lo condenaron a seis años de prisión. Cuando en el año ‘79 el gobierno reabrió el permiso para emigrar, tuvo preferencia por haber sido prisionero político. Recuerdo que celebramos con gran alegría cuando un día fui a visitarlo y me enseñó su pasaporte con el permiso de salida. No podíamos imaginar que sólo le quedaban unos años de vida, pero estoy seguro que nunca se hubiera arrepentido. Habíamos pasado toda nuestra juventud tratando de escapar del horrendo paraíso.

Un poco antes, creo que fue por el año ‘77, me había reencontrado con el Dr. Banchi, que en realidad no era doctor ni nada por el estilo, otro de los participantes de aquellas tertulias a la interperie en el muro del Hotel Nacional. El Dr. Banchi era un magnífico narrador, pero abandonó la ficción para dedicarse al periodismo. El Dr. Banchi disfrutaba al mentir sin sonrojos. Me cuentan que una vez en la revista en la que trabajaba como reportero, afirmaba tranquilo que había sido corresponsal en los juicios de Nuremberg, como era calvo, bajito y de espejuelos gruesos, y parecía más viejo de lo que era, hubo quienes se lo creyeron. En una reunión del consejo de redacción, el subdirector lo propuso como reportero para una asignación especial, basándose en la experiencia del doctor como corresponsal de guerra en el juicio de Nuremberg. Hubo una risotada general, la mayoría sabía que Banchi no había ni siquiera nacido en esa época.

A finales de los años de ‘70, el gobierno, necesitando los dólares de la comunidad en el exilio, permitió las visitas de la comunidad en el exterior, a la que ya no se les llamaba “gusanos” y reabrió los permisos de salida de la isla. Para mí, como para Bellechasse, Arenas y otros amigos, la esperanza de escapar de la isla volvió. En esa época a menudo visitaba al Dr. Banchi en su casa, como era el responsable de vigilancia del Comité de Defensa de la cuadra, me sentía tranquilo allí. En aquellas visitas reíamos cuando le leía fragmentos de La Hostería del Tesoro, que yo escribía en ese entonces, donde allá en Tombstone, en el viejo oeste, había un Dr. Banchi especialista en ginecología y proctología. Hablábamos también de literatura, el doctor era un admirador y profundo conocedor de la obra de Lezama Lima, a quien conocía personalmente. Lezama era un poeta a quien por su fama el gobierno toleraba, a pesar del poco calor revolucionario en su poesía. Otra de las aficiones del Dr. Banchi, además de leer poesía, era invitar jovencitas adictas al lesbo, que era activamente perseguido en la isla, y prestarles una habitación para su desahogo sexual. Me decía que cuando escuchaba el silencio después de la acción, daba un toque rápido en la puerta de la habitación y entraba con una bandeja llena de refrigerios, que brindaba a las desnudas participantes. En las reuniones del Comité de Defensa, siempre pronunciaba enérgicos discursos contra la depravación moral del capitalismo. Cosa curiosa, aunque siempre se rió del régimen, el Dr. Banchi nunca abandonó la isla, hoy en día es un conocido periodista.

El periodista Ciro Bianchi

También en esos años finales del ‘70, visitaba yo a cada rato a Reinaldo Arenas en el Hotel Monserrate, un depauperado edificio que la policía consideraba “zona de peligrosidad” sólo porque la pobre gente que vivía allí ejercitaba con gran éxito el mercado negro para sobrevivir. Reinaldo había conseguido allí una habitación no sé cómo, después de haber salido de la prisión. Recuerdo la primera vez que lo ví luego del año que estuvo preso, me lo encontré por casualidad en una parada de buses en La Rampa, estaba flaco y encorvado, con una afección pulmonar por la humedad de las celdas del viejo Castillo del Morro, en aquella época aún funcionando como prisión. Me dijo que la tía, una feroz comunista, lo había expulsado de la buhardilla de arriba del garaje donde vivía y se estaba alojando en casa de un conocido seudoescritor, quien seguro que lo había recibido en su casa por órdenes de la Seguridad del Estado, pues era demasiado oportunista y cobarde para ayudar a nadie en desgracia. Arenas me expresó su preocupación por no poder escribir nada comprometedor y la inquietud de sentirse vigilado en todo momento. Por esto, para Reinaldo, fue una gran felicidad cuando consiguió la habitación del Hotel Monserrate. Siempre tuvo una gran habilidad para salir de situaciones difíciles. Más tarde le construyó a la habitación, rompiendo una ventana, una terraza con la madera sacada clandestinamente del convento de Santa Clara, como cuenta en sus memorias Antes que anochezca.

Reinaldo Arenas

Antes de caer preso, Arenas tenía una inmensa cantidad de amigos que produce el éxito, era ya un escritor famoso publicado no sólo en español, sino también en francés, inglés y otros idiomas. Cuando cayó en prisión todos se espantaron y le huyeron. El trató antes de escapar por la Base Naval de Guantánamo, Arenas era un excelente nadador y se había entrenado por años para esta eventualidad. Recuerdo que en ese tiempo, una tarde tocó en mi casa a pedirme alojamiento por una noche, pues yo vivía cerca de la estación de trenes, en la mañana Arenas se proponía coger uno hacia Guantánamo para tratar de escapar cruzando la bahía, según me explicó. Ya cuando eso estaba viviendo a escondidas en el parque Lenin y la policía lo buscaba por todas partes. Mi esposa le preparó la cama del perro, en realidad era de mi hermana, que se había ido para Miami años antes, pero mi perro Pierre se había adueñado de ella. Estaba un poco rota y la sábana que puso mi esposa tampoco estaba en buenas condiciones ni creo que muy limpia, pero al menos pudo dormir. Pierre tuvo que acostarse en la sala.

Tres o cuatro días después Arenas estaba de vuelta y me contó que no había logrado su intento de llegar a la base, había perdido unos bonitos zapatos y los que llevaba ahora estaban todo desbaratados. Arenas relata los detalles en sus memorias. Estuvo un rato en mi casa, donde le brindé un poco de té casi sin azúcar, pues estaba racionada, puesto que no tenía refrescos y mucho menos comida, hablamos de su fallido intento y después se fue. No me dijo nunca que estaba viviendo en el parque Lenín, unos días más tarde la Seguridad del Estado lo capturó.

Creo que Reinaldo siempre me agradeció esa ayuda de cuando estaba perseguido, pues de mi persona y de las hermanas Bronte (los Abreu) que también lo ayudaron en aquellos momentos, fue de los único que no habló mal en Antes que anochezca. Como Arenas no tenía teléfono ni tampoco yo, me lo habían quitado cuando mis padres habían abandonado la isla, la única forma de mantener contacto era personalmente. Aunque sospechaba que algo andaba mal, porque no había ido más por mi casa, donde él iba a cada rato a escuchar en mi viejo tocadiscos, las lecciones de un curso de francés que le habían enviado de Paris, no me enteré que estaba preso hasta que unos meses después me encontré con Tomasito La Goyesca en la Biblioteca Nacional. Cuando le pregunté por Arenas, Tomasito empalideció y con gran sigilo, mientras caminábamos por los pasillos de la biblioteca, casi no me susurró que Arenas estaba en prisión.

Fue en 1980 que ocurrió el asilo de 11,000 personas en la embajada del Perú, nadie esperaba eso, ni el gobierno ni los que llevábamos años tratando de salir de la isla. Esto condujo al éxodo del Mariel por el que salieron 120,000 personas hacia la Florida y la apertura de otras vías para emigrar. En la confusión reinante, algún celoso policía decidió que el homosexual que vivía sin trabajar en la habitación del Hotel Monserrate, era una escoria conveniente para mandarlo hacia el Norte. Así se les fue Reinaldo Arenas, cuando se dieron cuenta era muy tarde. En esa misma confusión salí un poco después yo también, dejé atrás a mi hijo y su madre que salieron unos meses más tarde hacía España. Ya en Miami, meses después me encontré de nuevo brevemente con Reinaldo en una reunión literaria, apenas pudimos hablar, todo el mundo lo rodeaba, el éxito de nuevo le había traído amigos, luego me fui para New York.



Llevaba ya más de año y medio en New York, y excepto mi contacto con Bellechasse y los manuscritos de mis tres novelas que me había ya mandado Severo Sarduy desde París, estaba desconectado del mundo literario. Una noche, cuando me dirigía en el subway a una cita con una boricua en el upper Manhattan, en una parada, al abrirse las puertas monta alguien con un grueso abrigo que me pareció conocido y se sienta en el asiento transversal del frente. Me quedé mirándolo un momento dudoso y reconocí entonces a Arenas, habíamos todos engordado un poco. Allí nos pusimos a hablar hasta que llegó la estación en la que tenía yo que bajar. Reinaldo me invitó a una reunión en el apartamento de Giulio Blanc, donde se iba a preparar una edición especial de Noticias de Arte, que publicaba el enérgico Florencio García Cisneros, sobre los escritores llegados alrededor del éxodo del Mariel. Meses más tarde, Arenas me conectó con un librero que tenía una pequeña editorial y que me publicaría La Hostería del Tesoro, a mediados de 1982.



La portada llevaba un dibujo de Jaime Bellechasse, que lo había hecho de una idea mía que transplantó fielmente. Era su autoretrato vestido de cowboy, con unas baratijas en las manos y en el medio de un rodeo. Su retrato se debía a que Bellechasse aparecía en la novela. A finales de 1977, luego de él haber salido de la prisión, una tarde iba yo caminando por la calle Monte en La Habana, cuando en una esquina veo a una figura alta y desgarbada vendiendo baratijas furtivamente y mirando para todos los lados, esperando que en cualquier momento la policía interrumpiera su negocio. Al irme acercando, reconocí sorprendido a Bellechasse. Para mí, en ese momento, encontrarme allí a Jaime vendiendo baratijas, fue como un espejo de mi propia situación sin esperanza y condenado a vivir en un lugar que aborrecía. Apenas tuve el ánimo de hablar unas breves palabras con él, y seguí caminando hacia mi casa con un terrible desaliento. En esos momento me encontraba escribiendo La Hostería del Tesoro, que no podía imaginar cuando se publicaría, si se publicaba algún día, y más que nada, si lograría sacarla de la isla a pesar de la vigilancia de la Seguridad del Estado. Meses más tarde esta imagen de Bellechasse vendiendo baratijas la incluí en las páginas finales de La Hostería… Ahora en el 2002 se hizo una nueva edición cuidadosamente revisada de La Hostería del Tesoro, junto con mis dos novelas anteriores de esa época, Alicia en las mil y una camas y La ciudad maravillosa, quise poner de nuevo la portada diseñada por Jaime, pero mi editor se inclinó por algo nuevo. Sin embargo, en mi mente siempre veré La Hostería… con ese diseño de Bellechasse, vestido de cowboy y con baratijas en las manos.



A finales de 1982, con ayuda de Bellechasse, siempre dispuesto con su poco dinero y fuerzas a cualquier lucha, organizé la revista “Unveiling”, también ayudado por Alberto Guigou, el atildado Gu, un excelente novelista y dramaturgo, Peter Bloch, un crítico y escritor de gran prestigio en New York y que había sentido en carne propia el nazismo totalitario y el profesor Heriberto Dixon, que fue una ayuda invaluable. Otras revistas literarias de mi generación estaban creándose también en ese momento. Roberto Madrigal y Manolito Ballagas en Cincinnatti comenzaron a publicar la revista “Término” y unos meses más tarde Reinaldo y otros comenzaron a publicar la revista “Mariel” en Miami, y también se inició “El Gato Tuerto” de Carlota Caulfield en San Francisco. De pronto la literatura oficialista de la isla se veía contrarrestada por la multiplicidad de escritores cubanos jóvenes y hasta ahora inéditos por la censura oficial.

En el amplio loft de Jaime en el Soho, lleno de sus pinturas, muchas veces nos reunimos para planear las nuevas ediciones de “Unveiling”. Como Jaime no conseguía un trabajo decente en New York, en el documental de Néstor Almendros Conducta impropia aparece Bellechasse vendiendo helados en una helada esquina de Manhattan, decidió finalmente irse para Miami, lo acompañaba su amante, un rubiecito anglo que en palabras de Reinaldo Arenas “no valía más de cinco dólares”, y que era bastante promiscuo y fue quien posiblemente le transmitió el HIV. Un poco más tarde, en 1986, dejé la editorial donde trabajaba y me fui como profesor para California, por varios años perdí el contacto con Jaime. En una visita de vacaciones a Miami en el ‘89, mientras almorzaba en casa de Manolito Ballagas, le pregunté por Jaime y Manolito me informó que había muerto. No lo esperaba, sentí pesar por no haberlo sabido antes, por no haber hablado por tantos años con él y por su obra desperdigada en revistas y sus pinturas en quién sabe dónde y porque un buen amigo se encuentra raramente.

Un año después, en una fría mañana de diciembre en California, recibí una llamada de Ballagas avisándome que Reinaldo Arenas se había suicidado. Creo que no por casualidad era un 7 de diciembre, fecha que los cubanos recordamos la caída en combate del general Antonio Maceo, un infatigable héroe de las guerras de independencias. De Arenas siempre respetaré su concepto del escritor, él hubiera podido acomodarse con la dictadura, que le hubiera perdonado entonces su homosexualidad, pero no lo hizo. Pudo más tarde moderar su voz para agradar a los politically correct liberales norteamericanos que admiraban al dictador, y que habían comenzado ya a cerrarle el paso en las universidades y editoriales anglo, tampoco lo hizo. Arenas era un general de la literatura que sólo la muerte podía detener.

La obra pictórica de Jaime Bellechasse de principios de los ‘80, al llegar a New York es la que más me gusta, tenía una brillantez y fuerza única. Los años siguientes, con las vicisitudes diarias, su pintura se oscureció pero siguió manteniendo su fuerza interior. Pero como paradoja, sus cuentos, aunque él nunca pretendió ser escritor, sobresalen del promedio, algunos se pueden considerar entre lo mejor de la literatura cubana. Son cuentos que se recuerdan siempre. Un ejemplo es “Mira, Justo”, el relato de un joven en prisión a la espera de ser fusilado y que aún era virgen. Por todas sus muchas implicaciones es un tema muy difícil de tratar sin perder el tono natural y auténtico, pero Bellechasse lo logró. Jaime murió joven, no logró que su pintura fuera reconocida, pero logró salir de la isla y que sus cuentos, al menos los que no se han perdido, continúen publicándose a través del mundo y cumpliendo la función que tienen la literatura y el arte, entrener y enseñar. Para ese Don Quijote desgarbado y flaco, pluma y pincel en ristre, creo que es suficiente.

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Marcelino pan y vino

©2007, por Ismael Lorenzo

Nuestra memoria a veces se halla atada imborrable a una pintura, una novela o una canción, quizás sea por esto que los dictadores odien tanto toda expresión artística o literaria, que puede ser mucho más perdurable que ellos. Siempre recordaré del “Ulises” de James Joyce, cuando Leopold Bloom, con quien Joyce nos había tenido durante todo un azaroso día andando por Dublín, llega a su casa y descubre sin mucha sorpresa ni alteración, los rastros en la cama de su mujer y el amante, la tragedia encerrada en lo cotidiano.
También un recuerdo perdurable me ha quedado de cuando ese personaje de Marcel Proust en “Le Temp Recherché”, comprende al final que no está en una fiesta de disfraces, sino es el tiempo inexorable que los ha envejecido a todos. “The Scream”, la pintura de Eduard Munch siempre me ha impresionado por la fuerza de su desesperación, que esa obra maestra haya sido robada y recobrada varias veces, nos da un vestigio de quien es el peor enemigo del hombre. De uno de los cuentos de “El Elefante”, del polaco Slawomir Mrozek, siempre me ha quedado el miedo del personaje que deseaba ir en la noche a la letrina y no se atrevía “porque allí las cosas no son como en otras partes”. Ese miedo impregnado que conoce todo el que ha tenido la desdicha de vivir en un régimen totalitario.

Slawomir Mrozek

 
De Norman Mailer, en “Los desnudos y los muertos” su cruda descripción de la incontinencia anal de los soldados que habían desembarcado bajo el fuego alemán, “tight your ass”, era la recomendación. De Guillermo Cabrera Infante siempre recordaré su cuento “Ostras interrogadas”, cuando sentado en la cafetería El Carmelo, el personaje del cuento le responde a su hijo, que le reprochaba por andar con jovencitas, y le explica que su plato preferido son las ostras y si cree que a ellas les tenga que preguntar si quieren ser comidas. En “La dolce vita”, de Federico Fellini, siempre veo la exuberante rubia Anita Ekberg, metida en la Fuente de Trevi y Marcelo Mastroniani contemplándola luego de una frustrada noche.

 

Anita Ekberg

 
Y como olvidar a Ignacius J. Reilly, de John Kennedy Toole, empujando su carrito de helados por las calles del French Quarter de New Orleans, comiendo más helados de los que vendía. O esa película de 1955 de Ladislao Vajda, “Marcelino Pan y Vino”, basada en un cuento de José María Sánchez Silva, del niño huérfano (Pablito Calvo) al que unos frailes franciscanos encontraron abandonado a la puerta de su convento y sus inocentes ofrendas a la imagen de un Cristo.

El peculiar enano Oscar Mazerath y su “Tambor de hojalata”, de Günter Grass, tocando su tambor y atravesando los grandes acontecimientos de la guerra y la postguerra en Alemania. “Hechicero inocentes”, de Andrzej Wajda, siempre la he recordado por esa expresión de la juventud de los años ‘60, fuera de los hippies y la droga, es un film de Wajda, en el que participan muchos que luego fueron famosos, como Polanski, Skolimoski y Cibulski.
Pero a medida que avanzamos en los años ‘70 y ‘80, se me hace más difícil hallar obras que me impresionaran tanto, la violencia y superficialidad se apodera del cine y hace su mella también en la literatura. “Cuatro bodas y un funeral” un film donde actúa Hugh Grant, del guionista británico Richard Curtis, la vi por primera vez en el Festival de Cine de Miami en el ‘94 y me agradó porque se salía de los tiros, violaciones y asaltos rutinarios; igualmente fue “Notting Hill” del ’99, otro guión de Richard Curtis y la actuación de Hugh Grant y Julia Roberts. Un simple librero que ve su vida cambiada cuando una famosa actriz lo visita en su librería y se interesa por él. Pero ambas películas son excepción dentro de la violencia y banalidad.

No es la literatura o el cine contemporáneo los que se hallan degradado, sino la parte que ha quedado dentro de los medios tradicionales, porque si uno gira por lo que hoy llaman la Web 2, con sus incontables blogs y redes literarias, su Wikipedia y Youtube, se puede hallar una vital y robusta creación literaria de poesía, novelas, relatos, microrelatos y guiones, así como música y expresiones cinematográficas. Obras buena y malas o simplemente porno, en las que el espectador o el lector es el que decide, no un crítico o productor arrogante y alejado de la actualidad. Obras que se encuentran dentro de esa otra dimensión, fuera de los canales habituales de difusión a los que nunca hubieran podido penetrar, negadas estas editoriales, productores de cine, diarios, empresas de música, a reconocer la realidad y seria competencia de nuevas tecnología que han dado acceso a formas más genuina de creación.
Esos cronistas de diarios o televisión, voceros de la publicidad de las grandes casas editoras o gupos periodísticos, en ocasiones manejados por tendencias políticas, ya no pueden dictaminar omnipotentes sobre qué películas, libros o música se deban leer, ver o escuchar. Han quedado obsoletos en su avaricia o envidia, ignorados y relegados, ante los nuevos canales que están al alcance de cualquiera con acceso a la Web: creadores y espectadores o lectores.
Hoy en día, la juventud pasa más tiempo en Yotube o navegando por el mundo de la blogosfera y redes sociales, que en la televisión o salas de cine, hastiados de la violencia y la mediocre simplicidad. La información se ha diversificado fuera de los medios establecidos, que han perdido interés porque no han sabido adaptarse a la nueva realidad virtual. A medida que avanza el desarrollo de esta segunda dimensión de la Web, que surjan símiles al “Kindle” actual, aún demasiado costoso y dentro de los canales editoriales tradicionales, (ya en el iPhone se pueden leer clásicos) y que estos libros electrónicos sean baratos y acequibles a la mayoría e incorporen la Blogosfera, Bubok y Lulu en la palma de la mano, terminará una transformación que ya ha adquirido una triunfante popularidad, hacia una literatura y cine más genuino, una música más auténtica y un periodismo más veraz, cuya lectura o imágenes lleguen a muchos más y nos acompañen en la memoria, sobresaliendo la calidad sobre la banalidad y tontería y se combata la ignorancia y el fanatismo, que son las fortalezas de los regímenes dicatoriales. Algo de lo que todos nos beneficiaremos. Un ejemplo para mí, siempre será esa modesta película en blanco y negro de hace medio siglo, que gira alrededor del piadoso huérfano, Marcelino pan y vino, cuya música y belleza sobrevive en el tiempo. 
Ismael Lorenzo, autor de cinco novelas. “La Ciudad Maravillosa”, “Alicia en las mil y una camas”, “La Hostería del Tesoro”,  “Matías Pérez entre los locos”, "Matías Pérez regresa a casa", y del libro testimonial 'El silencio de los 12', y numerosos ensayos y artículos.

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DESAPARECEN LIBRERIAS HISPANAS EN ESTADO UNIDOS

por Ismael Lorenzo

Juan Pablo Debesis, administrador de la Librería Lectorum en el momento de su cierre. Trabajó en Lectorum por 31 años.

 
Las dos principales librerías hispanas en New York desaparecieron durante el pasado año. La librería Lectorum, luego de casi medio siglo de estar abierta al público y más de veinte mil títulos a la venta, cerró sus puertas el 29 de septiembre del 2007 y dos meses más tarde, Macondo, con 35 años en la venta de libros, fue clausurada por los alguaciles de la ciudad al deber $6,000 de alquiler.

 

Ambos establecimientos se hallaban a una cuadra de distancia entre sí, en la transitada y popular calle 14 del West de Manhattan, a unas cuadras del Village y la New York University. Lectorum fue fundada en 1960 por el matrimonio argentino Gerome y Nora Gutiérrez, quienes comenzaron desde su apartamento en el alto Manhattan, vendiendo diccionarios que importaban de su país. En 1962 se trasladaron para el local de la calle 14.

 

Los altos alquileres y la baja en las ventas llevaron a la desaparición de estas dos librerías, que eran también genuinos centros de la cultura hispana en New York, numerosas presentaciones de libros y celebraciones se realizaron en ellas durante sus varias décadas de existencia.

Teresa Mlawer, presidenta de Lectorum Publications, una distribuidora y editora de libros en español, subsidiaria de Scholastic Corporation, la empresa dueña de la Librería Lectorum desde 1996, explicó a los medios de prensa en el momento del cierre, que con los nuevos incrementos de alquiler era imposible mantener rentable la librería, que sólo representaba un 10% de las entradas de Lectorum Publications.

La Sra. Mlawer también explicó que la calle 14, que en una época atraía a los hispanos de otras partes de la ciudad con sus tiendas de ropa y equipos electrónicos a precios muy asequible, iglesias, restaurantes ofreciendo comida española y latinoamericana, fue disminuyendo su atracción al cerrar muchos de estos establecimientos, dejando de ser un centro de la vida latina neoyorquina.

Ya a mediados de los años '80, Las Américas, la más grande y prestigiosa de las librerías hispanas neoyorquinas, situada en Union Square West, a una cuadra de la calle 14, tuvo que cerrar sus puertas tambiém por los aumentos de alquiler. Un McDonald la sustituyó, pronosticando una tendencia y el ocaso de las grandes librerías en español del bajo Manhattan.

Pedro Yanes, último propietario de la librería Las Américas, y los escritores cubanos Heberto Padilla y Reinaldo Arenas, en la presentación del libro de Armas Marcelo.

 

El escritor argentino Manuel Puig, la escritora norteamericanas Barbara Probst Sokomon y Juan Goytisolo, en la presentación del libro Los felices cuarentas, sobre la Guerra Civil Española, en Las Américas.

Estas librerías hispanas de la calle 14 no sólo eran un lugar donde se podían obtener libros en español, sino verdaderos emporios de actividad cultural donde coincidían escritores, artistas y músicos. Juan Pablo Debesis, quien trabajó en Lectorum por 31 años, ha explicado que los eventos en la librería abarcaron presentaciones de libros con Isabel Allende, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Nilo Cruz, ganador de un premio Pulitzer, hasta visitantes tan conocidos como Antonio Banderas y Benecio del Toro.

Guillermo Cabrera Infante, el escultor Roberto Estopiñan y el periodista Bernardo Viera, en la presentación del libro Las naves quemadas, del escritor J.J. Armas Marcelo, en 1982 en Las Américas.

La población de habla hispana en EE.UU. para julio del 2008, se estima en un 10,7 % de la población total de casi 304 millones de habitantes*. Es decir, unos 32,5 millones de hispanoparlantes en EE.UU. Sin embargo, el lector medio en español es sólo una mínima fracción de esa población. Una situación que parece improbable que mejore, puesto que las nuevas generaciones de hispanos nacidos o criados en Estados Unidos se sienten menos atraídas hacia el español. El grueso de las ventas de las librerías hispanas en EE.UU. se han basado siempre en libros de textos a escuelas, universidades y bibliotecas. Al disminuir los estudiantes de español, especialmente en los niveles superiores, un hecho que ha venido incrementándose en los últimos veinte años, las librerías en español se han visto cada vez más afectadas. Además, la aparición del Internet y sus librerías online han contribuido a empeorar una situación ya no buena. Muchas editoriales que publican libros de textos en español, los ofrecen directamente online o a través de Amazon.com.

En New York todavía quedan seis librerías hispanas, más pequeñas, en zonas menos transitadas y sin la distinción y actividad de centro cultural que disfrutaban las librerías de la calle 14. En Miami, donde el 70 % de la población habla español y existen diez canales de televisión en español, la situación de las librerías hispanas no es mucho mejor. Hace dos años, La Moderna Poesía, una de las dos mayores librerías hispanas de Miami, tuvo que trasladarse de su céntrico local en la calle 8 del SW, en donde había estado por varias décadas, a un sitio mucho menos frecuentado en el NW de Miami, por las mismas causas, un aumento de alquiler hasta un punto que no podieron pagarlo más. La Universal, la otra librería hispana de importancia en Miami, abierta desde 1965, no ha tenido estas vicisitudes porque Manuel Salvat, su propietario, es dueño de su espacio y también porque el volumen de ingresos proviene de la parte editorial, con más de 1,000 títulos publicados o más bien autopublicados a un sustancial costo, casi todos de temas cubanos.

Podemos presumir que las nuevas generaciones de habla española en Estados Unidos, a diferencia de las emigraciones de los años 60 a los 80, se hallan menos interesadas en la cultura hispana y su literatura, aunque no puedan conectarse completamente a la cultura anglo. Un detalle revelador, los dueños del local de la librería Lectorum en la calle 14 de Manhattan, los que determinaron su cierre, eran los hijos de la pareja de inmigrantes argentinos que la fundó en 1960. Y el dueño actual del espacioso local que ocupaba La Moderna Poesía en la calle 8 del S.W. de Miami, él que obligó a su mudanza, es el hijo de quien durante décadas había mantenido en un precio moderado la renta del local, como una ayuda a la librería y su labor cultural.

* Argentina, casi 40,7 millones de habitantes. España, casi 40,5 millones de habitantes. EE.UU. casi 32, 5 millones de habitantes que hablan español. Estimados para julio del 2008. (Datos de población del CIA Factbook 2008)
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By the Rivers of Babylon


 © 2009 Ismael Lorenzo

By the Rivers of Babylon... Una maravillosa canción que escuchaba a menudo en la radio, allá por 1978, en aquella ciudad olvidada de la mano de Dios y que siempre me traía esperanza de que algún día saldría de allí. Años después, ya estando en New York, caminaba un día por Broadway, más allá de Times Square, hacia el bajo Manhattan, entre cines pornos y tiendas de ropa barata, vi una tienda discográfica y decidí entrar. Mientras repasaba mi vista por una infinidad de inmensos long plays, descubrí el disco de los Bony M, By the rivers of Babylon, fue la primera vez que veía a los integrantes del grupo jamaiquino, sólo los había podido escuchar, pues sus videos no estaban permitidos en la isla, por no sé qué razón, quizás por ese bote de velas que se muestra en el video, alejándose veloz de una playa rumbo norte ... Compré el disco bastante feliz y salí hacia una estación de subway cercana, eran menos de las siete de la tarde, pero el sol ya había desaparecido y el frío se sentía.

 

Al pasar junto a un estanquillo de revistas y periódicos de todo el mundo, oí que alguien me llamaba con voz cantarina, cuando miré, era Reinaldo Arenas. Nos pusimos a hablar y le dije que en un par de semanas me iba para California, donde había conseguido un trabajo de profesor, y me invitó entonces a cenar en un pequeño restaurante chino no muy distante. Cuando entramos, estaban allí cenando Alberto Guigou y Peter Bloch, siempre amables nos invitaron a sentarnos con ellos. Reinaldo nos dijo que venía del New York Times, donde le había dejado una carta de protesta al director por un artículo alabatorio de Castro. El New York Times siempre había tenido una gran admiración por el dictador y había sido uno de sus mejores propagandistas, aun desde los tiempos en las montañas de la Sierra Maestra. Servando González, un historiador bastante original y humorista, en uno de sus libros pone el “motto” de los clasificados del periódico, en boca del dictador: “I got my job through the New York Times”.

Mientras comíamos una hirviente sopa china, Peter Bloch, cuyo padre había muerto en uno de los campos de concentración nazi, su madre estuvo en uno de ellos hasta el final de la II Guerra Mundial y él mismo había tenido que huir a Francia, luego a Suiza, perseguido de cerca por los nazis y era visceralmente antitotalitario, nos explicó que los liberales estadounidenses se negaban a aceptar que las dictaduras de izquierda fueran tan terribles como las de Hitler y Mussolini. Admiraron a Stalin y ahora admiraban a Castro. Alberto Guigou, el atildado Gu, agregó sentencioso que el ciego que se niega a ver, nunca verá. Así seguimos hablando, terminamos de cenar, cada uno pagó su parte y al salir ya había caído la noche y el frío se había hecho molesto. Nos despedimos y cada cual cogió su rumbo, yo con mi preciado disco de los Bony M apretado contra mi abrigo, no lo sabía, pero era la última vez que vería a Reinaldo Arenas. Tres años después, viviendo en California, recibiría la noticia de la muerte de Reinaldo.

De esto hace algo más de veinte años, Alberto Guigou y Peter Bloch, buenos amigos y dedicados intelectuales, ya sólo viven en mi recuerdo y aquel disco de los Bony M lo perdí en una de mis muchas mudadas, pero hoy a cada rato los oigo por medio de la magia inextinguible de YouTube. En este largo tiempo transcurrido, algunas cosas han cambiado y otras no. Hace poco, leyendo una revista con un pomposo título de política exterior, veo que había lanzado una encuesta para elegir a los 50 intelectuales más influyentes de iberoamérica, entre ellos situaban a Castro.
Para quienes dirigen esa revista, perseguir, reprimir y encarcelar a intelectuales, convierte al que lo hace en intelectual, los victimarios junto con las víctimas, provistos de una licencia 00 de impunidad. En medio siglo, los hilos de la historia se pierden o más bien los esconden. Hay una nueva generación que no ha oído hablar quizás de la siniestra fortaleza La Cabaña, ni de los miles de fusilados allí y de cárceles repletas por el sólo delito de hablar o escribir. Es comprensible que en nuestra fácil vida moderna se prefieran otros temas, pero cuando se publica algo así, sólo con una profunda carencia de profesionalidad, ignorancia histórica y exceso de cannabis en las noches, se puede calificar a un deteriorado y escondido dictador, como un intelectual influyente. Desde Reinaldo Arenas hasta Guillermo Cabrera Infante, muchos deben de haber temblado de ira en sus tumbas.

Ya en los comienzos de nuestra prodigiosa literatura occidental, en la aún actual Odisea, Homero, con esa sutil sabiduría que ha hecho llegar su obra hasta nuestros días, nos advertía contra los serios peligros de los cantos de sirena. Quienes los escuchan, pueden que no regresen nunca a la realidad y carentes de visión, perezcan ahogados.

By the rivers of Babylon, there we sat down...
When the wicked
Carried us away in captivity
Required from us a song
Now how shall we sing the lord's song in a strange land...

http://creatividadinternacional.com/video/by-the-river-of-babylon

 

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MAS ALLA DE SU TIEMPO

por Charles Hill


Publicado en la Revista Sinalefa No. 17, Verano 2007

Lo conocí a mediados de los años ‘80, en Manhattan, en una actividad literaria de la que sólo recuerdo el aburrimiento. Ya había oído hablar de su revista “Unveiling Cuba”. De cuello y corbata y un traje algo ajado, Ismael Lorenzo estaba al fondo de la audiencia como dispuesto a desaparecer en la primera oportunidad. Deseo que yo compartía, y así hice un comentario. “Es mejor tomar un café, esto da sueño”, me contestó y salimos caminando, en esa tarde de frío neoyorquino, hacia el Village. Hablamos de literatura y política. Lorenzo me dio la última edición su revista, que se había comenzado a llamar solamente “Unveiling”, porque a lo liberales norteamericanos no les simpatizaba nada que atacara a la dictadura castrista, y bloqueaban su entrada a las universidades.

En aquella época, tengo que confesar, yo también pensaba que esa dictadura no era una dictadura, sino una vanguardia. Unas semanas después leí su novela “La Hostería del Tesoro”, una original obra que se desarrolla en Tombstone, en el viejo Oeste norteamericano, colocado bajo una represión totalitaria, donde hasta el sexo se reprimía de forma muy peculiar. Llena de un penetrante humor y de un erotismo singular, no cayó bien dentro de la estirada sociedad miamiense de los años '80. Esta novela de Ismael Lorenzo me hizo ver o más bien vivir, que algo iba mal en la isla paradisíaca.

Un tiempo después nos encontramos de nuevo por la 5ta. Ave. y lo invité a almorzar en el “Havana Village”. Lorenzo me habló de que en Miami sus libros no caían bien por demasiado eróticos (además de “La Hostería... tenía otra novela con el sugestivo título de “Alicia en las mil y una camas”, una obra maestra de la literatura Pop), y en cuanto al mundo norteamericano, los liberales trataban de olvidar que existían escritores cubanos disidentes. Para colmo, había comenzado a escribir “Matías Pérez entre los locos” y al publicar un fragmento en su revista, le había conseguido muchos enemigos en Miami.

 

Greenwich Village

Este encuentro en el Village fue por el año 1986, luego de esto, salimos ambos de New York, en diferentes direcciones. No volvimos a coincidir hasta diecisiete años después, en una conocida librería de Miami. Me comentó que su novela “Matías Pérez entre los locos”, acababa de ser publicada finalmente y que la librería había comprado una treintena de libros, sin embargo no se veía ni uno en los anaqueles. La habían retirado de circulación problamente a pedido de alguien influyente, pues en Miami no se venden libros tan rápidamente. Quise leerla, mi experiencia con “La Hostería del Tesoro” había sido regocijante, como no podía hallarla en las librerías de Miami, la busqué en Amazon.com. Estas aventuras de Matías Pérez, un personaje del folklor cubano que desapareció en un globo el siglo XIX, y que ahora como un profesor de química con una peculiar fórmula secreta, aterriza sobre un condominio en una ciudad a orillas del mar, cuyo nombre nunca se dice, pero a todos se nos ocurre pensar que es Miami y sus pobladores. Matías es una novela que me hizo reír de nuevo y pensar ¡Qué gente! La burla a veces es más peligrosa que mil bombas.

La segunda novela de esta serie, “Matías Pérez regresa a casa”, que será publicada pronto, representa las aventuras de Matías en una isla en la que luego de medio siglo de ser gobernada por un egomaniático, comienza regresar a la normalidad y al juego de vida democrático. Como es costumbre en sus obras, Lorenzo no se refiere por nombre a la isla, como queriendo indicar que es algo suceptible de pasar en muchos lugares. Es quizás una visión del futuro, repleta como en toda sus obras, de un humor delirante, en la que de nuevo me parece que Lorenzo vuelve a estar más allá de su tiempo y no concordar con las opiniones de muchos. Y a veces esto es inconveniente.

Ismael Lorenzo, un precursor de la literatura Pop, con una obra literaria magistral y significativa, tiende a ser ignorado, pero aun así, sus originales novelas están ahí, los que las hemos leído, las hemos disfrutado, apreciado, y nadie puede saltar sobre esto.

Charles Hill, nació en Puerto Rico, periodista y escritor, es director de la publicación "Noticias Literarias".
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VIOLETA Y EXTRAÑOS EN UN TREN

Por Ismael Lorenzo

Whitfield Cook es un escritor norteamericano probablemente más conocido por sus colaboraciones con Alfred Hitchcock, sobretodo su magnífica adaptación cinematográfica de “Extraños en un tren” (Strangers on a train, 1951), una novela de Patricia Highsmith llevada a la pantalla por Alfred Hitchcock. También hizo la adaptación cinematográfica de "Stage Fright", otro clásico de Hitchcock, que protagonizaron Richard Todd, Marlene Dietrich y Jane Wyman. Su participación como escritor cinematográfico y de televisión fue muy amplia.



"Strangers on a train"
En "Extraños en un tren", protagonizado por Farley Granger y Robert Walker, dos extraños coinciden en un tren y uno de ellos propone "intercambiar asesinatos", un tema retomado varias veces desde entonces, pero sin el éxito y el suspenso creado por Alfred Hitchcock, que convirtió esta cinta en un clásico del cine moderno.

Aquí un famoso tenista profesional (Farley Granger) comienza a hablar en un tren con un extraño (Robert Walker), que habiendo leído sobre la vida del conocido tenista sabe que se halla atrapado en un matrimonio infeliz y le propone la idea de que él pudiera asesinar la esposa del tenista y este asesinar a su vez al padre del desconocido. No habría pista que los vinculara. Al bajarse del tren, el tenista sólo se sentía divertido y no creyó que esta convesación fuera en serio, poco después la mujer del tenista es hallada estrangulada...


Aun con todas estas soberbias adaptaciones cinematográficas, a Whitfield Cook (1909–2003) siempre lo recordaré más por una pequeña joya literaria, "Violeta" una novela para niños y para adultos también. La primera vez que la leí era un muchacho, me pareció maravillosa en aquella ocasión, y ahora, décadas después, ha vuelto a caer en mis manos y la he leído con el mismo deleite. El tema es poco común, es la narración de una niña precoz de doce años, hija de un padre que se había casado tres veces, de su segundo matrimonio habían nacido Violeta y sus dos hermanos y en el tercer matrimonio tres hijos más.

La trama comienza cuando Peter, el padre de Violeta, un poco práctico pintor, está por casarse por cuarta vez, en esta ocasión con Lily, la que fue su primera esposa. Para Violeta esto es muy complicado: "A nosotros, los niños, nos trastorna mucho eso de cambiar de madres. ¡Es como para volverse locos!". Aprovechando que los hijos del tercer matrimonio de Peter habían caído con sarampión, Violeta decide que las otras dos ex esposas de Peter debián estar presente, para que esta vez no hubiera errores y su padre pudiera elegir correctamente. Así le envía un telegrama a Carlota, su madre y a la tercera esposa avisándoles que vinieran por la epidemia de sarampión y complicaciones. Las complicaciones, Violeta no les explcó a su madre y su ex madrastra, era el inminente nuevo matrimono de su padre. Finalmente Peter, su padre se casa de nuevo con Lily, su primera ex esposa, la cual le caía muy bien a Violeta
"A veces pienso que la carga que llevo es demasiado pesada para una niña de mi edad", explica Violeta, que decide que sería bueno que la pareja recién casada tuviera una luna de miel, como su padre no tenía dinero, rompe su alcancía de ahorros y la de su hermano para comprarle un viejo Roll Royce y le consigue, a través de un anuncio en un periódico, una casa en México para que pase gratuitamente la luna miel, a la cual Violeta se decide incorporar también, porque a ella le gustan las luna de miel. Como siempre, las cosas no marchan como era de esperar en esa luna de miel en México. Más tarde, ya de regreso de la luna de miel de su padre, Violeta se gana en la escuela un viaje a Washington, DC, donde estaba su madre. El título de ese capítulo es emblemático "Washington carga con las consecuencias". Una vez más, los enredo provocado por el espíritu comercial de Violeta terminan bien, aunque esta vez casi por un pelo, "Tal como yo lo entiendo, siempre que alguien trata de hacer algo original, lo más fácil es que lo metan preso", concluye pensando Violeta, no sin cierta razón.

Después de medio siglo de publicada, "Violeta" continúa fresca y capaz de brindar una lectura deliciosa, aún hoy en la avalancha de títulos que nos rodea. Y qué se le puede pedir más a un libro, que sea leído y releído y que sea recordado.
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EN BUSCA DE LA LITERATURA PERDIDA

Influencia de Proust, Joyce y Kafka en la escritura moderna

por Ismael Lorenzo

La obra de Marcel Proust definió la literatura del siglo XX, junto con las obras de James Joyce y Franz Kafka, crearon las bases de la literatura moderna, si bien extensas, caracterizadas por una intensidad y trascendencia diferentes a las obras de Balzac, Dostoiesky o Tolstoi.

Su vigencia continúa, aunque no se puede pretender que en nuestra época de cine, televisión, internet, ipods y vídeos, se vuelvan a repetir, hay que situarlas como un punto de referencia en la calidad literaria y tratar de comprender porqué lograron su influencia y definieron la literatura de todo un siglo. Como se lamentaba Virginia Wolf, refiriéndose a Proust “¡Oh, si pudiera escribir como él!

Leer a Proust es una experiencia y una aventura, y casi un siglo después, en nuestro atareado mundo moderno, debemos hallar un momento para leerlo. El tiempo pasado en la lectura de “En busca del tiempo perdido”, nunca será un tiempo perdido.

Marcel Proust nació en 1871, en su adolescencia de finales del siglo XIX, vio la declinación del mundo aristócratico y sus valores, el auge de la clase media en Francia y el comienzo de la violencia masiva, a través de la sangrienta Primera Guerra Mundial. Elementos que marcaron todo el transcurso del siglo XX hasta el presente.

Proust era hijo de un médico católico y una judía de familia rica y culta. A la muerte de su madre en 1905, recibió una herencia de varios millones, lo que le permitió encerrarse en una habitación durante años, sin preocupaciones mundanas de pagos de alquiler o electricidad, para escribir los extraordinarios siete volúmenes de “En busca del tiempo perdido”.

El primer volumen “Por el camino de Swan”, fue publicado en 1913, financiado por el propio Proust, pues la “Nouvelle Revue Française”, cuyo editor era André Gide en ese momento y otras editoriales parisienses rechazaron el manuscrito, y aun después de publicado no tuvo una gran acogida crítica.

Sin embargo, con la publicación en 1918 del segundo volumen “A la sombra de las muchachas en flor”, le fue otorgado al año siguiente el Premio Goncourt, y comenzaron a tomarlo seriamente. En 1920 se publicó el tercer volumen, “El mundo de Guermantes”, en el cuarto volumen “Sodoma y Gomorra”, 1922, se penetra en el cerrado mundo del homosexualismo de la época. Este fue el último volumen que el mismo Proust revisó y corrigió sus pruebas, el 18 de noviembre de 1922 murió en París de una neumonía, ya debilitado por el asma que padecía desde joven. Pero dejó en manuscritos los restantes tres volúmenes de su novela. En 1923 se publica, “La prisionera” y luego en 1925 “Albertine desaparecida” (cuyo título original era “La fugitiva”) y por último “El tiempo recobrado”.

Se discute si alguno de los personajes femeninos de Proust eran representaciones de sus amores homosexuales. Se dice que Albertine era un reflejo de su chofer, que luego murió en un accidente de aviación, es posible. Su obra se puede mirar así, inversamente, o se puede ver tal como Proust la escribió, tratando de llegar a lo más general, ya que cuando quiso hablar de homosexualismo como en “Sodoma y Gomorra”, se refirió directamente a ello.

De una obra tan extensa como “En busca del tiempo perdido”, surgen incontables opiniones y teorías, porque es la vida misma, desmenuzada en sus infinitas variantes y trágicas etapas, la juventud llena de optimismo, la difícil sobrevivencia de la madurez y la terrible vejez. En “El tiempo recobrado”, el narrador piensa que se halla en un baile de disfraces y no reconoce a los asistentes, hasta que poco a poco comprende que no son disfraces sino los personajes inevitablemente envejecidos, y al final termina con la alegría que siente al ver una jovencita, comprendiendo que todo comienza de nuevo, aunque no sea con los mismos personajes. Es la vida interminable y triste en sus ciclos. Cada vez que un escritor logre reflejar esto en su obra, quizás no logre el reconocimiento o influencia de Marcel Proust, pero ha hecho literatura, ha logrado recrear la vida.
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EL GENUINO JAMES BOND

Por Ismael Lorenzo

Los canales televisivos repiten sus películas en maratones con una gigantesca audiencia, luego de cuatro décadas de James Bond su popularidad no ha decaído. Desde “Dr. No” hasta “From a view to a kill”, las películas de James Bond han logrado una éxito que transciende el tiempo y las generaciones. Sin embargo, menos populares, pero más valiosos y auténticos son sus originales literarios.


Ian Fleming, su autor, nacido en Gran Bretaña en 1908, tenía la experiencia y entrenamiento para escribir novelas de espionaje, como corresponsal de Reuters en 1933, conoció la Rusia Soviética y varios otros países de Europa. Poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, fue reclutado por el contraalmirante John Godfrey, Director de Inteligencia Naval como su asistente personal. En la Inteligencia Naval, Fleming inicialmente entró con el grado de “Teniente de la Reserva”, luego fue ascendiendo hasta “Comandante”, el mismo de grado de su personaje James Bond. Fleming recibió entrenamiento en “Campo X”, una escuela super secreta de los servicios de inteligencia aliados en Whitby, Ontario, en Canadá.
Después de terminada la 2da. Guerra Mundial, Fleming trabajó para el Sunday Times como director de noticias internacionales, donde estaba en contacto con todos los corresponsajes extranjeros y también indirectamente con la inteligencia británica, en esa época compró una propiedad en Jamaica, que nombró “Goldeneye” (Ojo Dorado), que era el nombre de un plan británico de contigencia militar, que Fleming había ayudado a diseñar, en caso que los Nazis hubieran invadido España durante la guerra, luego también este nombre “Goldeneye" fue utilizado como el título de una película de Bond en 1995.

En su residencia en Jamaica, donde finalmente se retiró a vivir permanentemente, Ian Fleming comenzó a escribir ficción, y en 1953 creó su primera novela de James Bond, “Casino Royale”. Se cree que el personaje femenino en esta novela, “Vesper Lynd”, se inspiró en la agente de la inteligencia naval Christine Granville. Fleming escribiría un total de 12 novelas y 9 relatos cortos teniendo de protagonista a James Bond. Aunque menos conocida, también escribió la novela infantil “Chitty Chitty Bang Bang”.

Las novelas de James Bond tuvieron un amplio éxito de venta en los años ‘50 y principios de los ‘60, aunque el reconocimiento de la crítica fue elusivo, algunos consideraban a Bond demasiado sadista y violento. En los países comunistas, incluyendo Cuba, estaba prohibido leerlo, también el Vaticano tenía la misma opinión. A principios de los años ‘60, siendo ya Ian Fleming un autor bastante conocido, coincidió con John F. Kennedy en una recepción en Washington. Más tarde, Kennedy declaró que las novelas de James Bond eran sus libros de cabecera, lo que contribuyó aún más en su número de lectores.

Imagen de James Bond, creada por el propio Ian Fleming

En 1961, Bond firmó un contrato que permitía a Albert “Cubby” Broccoli y Harry Saltzman, producir una película basada en su novela “Dr. No”, que fue un éxito tan grande cuando fue estrenada en 1962, que al año siguiente se produjo “From Russia with Love”, (Desde Rusia con amor). Esta sería la última película de Bond que Ian Fleming vería vivo, en la madrugada del 12 de agosto de 1964 murió de un ataque al corazón, a la edad de 56 años. Fleming acostumbraba diariamente a fumar 70 cigarrillos y tomarse una botella de ginebra.

Ian Fleming escogió el nombre de James Bond para su personaje porque le pareció opaco y no atrayente, él sabía que los espías necesitan pasar desapercibidos y vivir en la opacidad. El alardoso y exhuberante Bond de las versiones cinematográficas no corresponden con sus novelas, ni con los espías reales. Mientras es a veces un poco difícil diferenciar una película de Bond de otra, en las novelas y relatos de Fleming, el personaje de Bond aparece mucho más auténtico y elaborado, perfilado dentro de una trama original.

En el libro de relatos “For your eyes only” (Sólo para sus ojos), hay dos relatos de una extraordinaria dimensión, nunca alcanzada en los films. En “The Hildebrand Rarity”, un abusivo esposo termina asfixiado por un raro pez que le atascaron en su boca cuando estaba ebrio en su yate, y al final Bond se debate en la duda de si fue la linda y amable esposa o uno de los huéspedes, duda que nunca se aclara. Pero sobretodo, en el relato “Quantum of solace”, donde se narra una historia de un empleado colonial en Bermudas, que fue engañado por su esposa, y que como venganza más tarde, calculadoramente, la abandona dejándola en la miseria. Bond hace entonces el comentario de que la violencia real de las pasiones humanas y el juego del Destino, es más complicado que cualquier conspiración de un Servicio Secreto urdida por cualquier gobierno. Hoy en día James Bond es más famoso que su creador Ian Fleming, pero las novelas de Fleming siguen siendo mucho mejores.

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Los amos del mundo

Juan Carlos Castillón, Editorial Debate, 352 págs, Barcelona, España, 2006

 

LOS CONSPIRADORES DE SIEMPRE

Por Ismael Lorenzo

He vivido por mucho tiempo en una ciudad repleta de conjuras y conspiraciones, por esto cuando cayó en mis manos “Los amos del mundo”, lo leí con avidez, es un libro que analiza con minucioso detalle la historia de los crédulos creyentes en toda clase de conspiraciones para todo tipo de acontecimiento. El autor es el escritor barcelonés Juan Carlos Castillón que por coincidencia, o quizás producto de una conjura, también vivió en esta ciudad por diecinueve años. Es un tema que atrae a muchos, “Los amos del mundo” se halla ya en su segunda edición en español y ha sido traducido o está traduciéndose a media docena de idiomas, desde el inglés hasta el ruso.

Un ejemplo reciente de los creyentes en siniestras conspiraciones, se encuentra en los atentados del 11 de septiembre a las Torres Gemelas, de donde salieron decenas de tesis y “best sellers” acusando a Bush, Israel y el sionismo internacional de estos hechos , y no a los fanáticos musulmanes confesos del atentado.

Juan Carlos Castillón revela con claridad la causa: “Parte prejuicio cultural, y parte prejuicio racial, lo cierto es que en la lista de los grandes sospechosos de las conspiraciones sólo entran los blancos occidentales. Lo que en cualquier caso era evidente, para los creyentes en las tesis conspirativas, es que los culpables no podían ser árabes. Cuando finalmente se confirmó que Bin Laden estaba detrás del ataque, se hizo notar que empresas asociadas a su familia habían hecho negocios con empresas asociadas a la familia Bush, lo que en el cerrado ambiente de los petroleros no es sorprendente, o que Bin Laden había luchado en Afganistan y Bush había sido jefe de la CIA, obviando no sólo que Bush no era ya el jefe de la CIA durante la guerra de Afganistán; sino que además el jefe de la CIA no puede conocer personalmente a todos sus agentes o subagentes. En cualquier caso, todo el mundo estaba de acuerdo en afirmar que si Bin Laden había estado implicado en el caso era sólo como cómplice y ejecutor de una mano occidental: la CIA, los Bush y los petroleros de Texas”...

Para los creyentes de las conspiraciones, no importan las pruebas reales, sino los libros y escritos donde se sólo se confirma lo que ya ellos saben sin lugar a dudas, aunque las pruebas sean sólo malabarismos de palabras. Están seguros de quienes son los “malos” que se mueven en las sombras. Los que atentaron contra Lady Di o provocaron la epidemia de Sida.

En los “Amos del mundo” Juan Carlos Castillón sigue con rigor el hilo histórico de las tesis conspirativas hasta el Siglo XVIII y la revolución francesa, donde se acusaba a templarios, judíos, a la banca protestante y a Illuminati y masones, de haber tenido parte en la caída del Ancien Régime, aunque los testimonios serios de todos los que sobrevivieron esa época confirman que no hubo ninguna conjura específica.

“Es a finales del Siglo XVIII cuando, más que descubiertos, fueron inventados los sospechosos habituales de todas las tesis conspirativas que han llegado hasta nuestros días. Los judíos, los masones que en pocas generaciones pasaron de ser un grupo católico y monárquico inglés a ser un grupo anticlerical y revolucionario francés; los templarios, desaparecidos siglos atrás y sin embargo increiblemente activos en medio de su inexistencia; los illuminati que en la imaginación popular pasaron de ser una logia racionalista”, explica Juan Carlos Castillón..

Al vivir en una sociedad cada día menos religiosa y más laica, los ocultos responsables de conjuras tienen que ser tan poderosos e implacables como Dios o el Diablo en el Siglo XVIII, a quienes sustituyen, tal como los que creen en estas tenebrosas conspiraciones están siempre en el grupo de los perdedores, quizás esas secretas conjuras les han impedido tener el éxito que hubieran deseado tener en sus diferentes campos.

Todavía en nuestro Siglo XXI, a los judíos, los masones, los jesuítas, la fraternidad de los “Skulls and Bones” de Yale y los nuevos ricos, actuando en selectos grupos financieros o agencias de inteligencias, se les hace responsable de todo lo malo que pase en nuestro mundo, desde un Fidel Castro agente de la CIA hasta de los “Tsunami” del Oceano Pacífico.

Un ejemplo actual, no menos revelador del malabarismo mágico de las conjuras, es el conocido caso de una valija con $800.000 descubierta por una demasiado eficiente agente de aduanas en Argentina, valija que transportó un avión oficial venezolano, al cuidado de un venezolano–americano con claros vínculos al gobierno venezolano, pero nadie ahora quiere o puede explicar de donde salió ni adonde iba ese valija con casi un millón de dólares, excepto que todo fue una conspiración de la CIA y los culpables de siempre, lo que es suficiente para que los ávidos creyentes concuerden en su culpabilidad.

La lectura de “Amos del mundo” llevándonos por esa escabrosa senda de las teorías conspirativas, delirantes e increíbles, es fascinante y una experiencia inigualable que nos ayuda a comprender mejor a los creyentes e inventores de esas ocultas conjuras y sus complejas razones.
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EL ÚLTIMO CUPLÉ

por Ismael Lorenzo

Hubo una época cuando el cine se consideraba un arte y no una galería de tiros al blanco o un escenario para karatekas, pero en medio siglo todo ha ido cambiando. Al ver de nuevo algunas de las películas de Sarita Montiel, aún con su modesta fotografía, me recuerdo de esos tiempos en que Sylvester Stallone, Schwaznagger o Robocop no llenaban nuestros cines o las pantallas de los televisores. Una temática diferente, donde no se necesitaba tiros o dar golpes para ganar una audiencia, y donde se apreciaba una buena canción, y una actriz para ser buena o estar buena no tenía que desnudarse.
¿Qué ha pasado? A partir de la revolución de las costumbres de los años ‘60 se transformaron muchas relaciones, el sexo ha sido más libre, las diferencias de clases adquirieron un matiz menos pronunciado, la iglesia ha perdido influencia;. Ha habido una mayor mezcla de todo tipo y a todos los niveles. Aunque el lema de los Hippies norteamericanos de los años ‘60: “Hacer el amor y no la guerra” sólo ha alcanzado una mitad, la de más fornicación.

Pero el incremento mayor de la cinematografía de la violencia se genera en los años ‘80. La tecnología del cable televisivo y las vídeo grabadoras multiplicaron el uso del cine.

Para enfrentar este inmenso incremento de la demanda, la simplicidad de la violencia fue necesaria. Los Oestes y John Wayne eran precursores. Aquellos Westerns donde a los revólveres de seis tiros nunca se les agotaban las balas y aquellas peleas en los salones, rompiendo sillas y mesas, donde nadie salía lastimado. También aumentaron las interminables series de policías, cuyo mayor conmoción sentimental era cuando sus mujeres le clavaban los cuernos porque no se ocupaban de ellas, o cuando por equivocación, o descuido, tiroteaban a una mujer o a un niño inocente y se daban entonces a la bebida.
Hacer un guión de violencia es mucho más fácil que tratar de las complicadas relaciones y emociones humanas o de las dificultades y retos, alegrías y tristezas de la vida cotidiana.

La crudeza de una violación en la “Viridiana” de Luis Buñuel, estaba concebida con el propósito de una burla a la mojigatería. Las películas de Fellini, allá en los años ‘60, eran una fuente de conocimiento, desde la “La Dulce Vida” en 1960, hasta “Amacord”, “Las noches de Cabiria” o “El Satiricón”. El neorrealismo italiano, con Vittorio de Sica, el cine polaco de Wajda, Polanski y Skolimosvki tenía una transcendencia. Un film de Wajda que siempre recuerdo, sobre las relaciones de una pareja joven fue “Hechiceros Inocentes”, no fueron necesarios tiros y muertes para ser vista y recordada.

Aún a nivel de la comedia el suave humor de Stan Laurel y Oliver Hardy o Cantinflas han desaparecido, para dejar paso a films como “La Máscara”, de Jim Carey o las “Naked Gun”, de Leslie Nielsen, comedias de índole policíaca y basadas en la violencia. Hasta en la actuación de animales, la tendencia a la simplicidad de la violencia resalta, sólo comparemos a la amable Lassie con los agresivos dinosaurios de “Jurasic Park”. Tampoco ya nadie baila bajo la lluvia como Gene Kelly.

Hay que tener en cuenta también que la influencia de la literatura sobre el cine hace medio siglo era muy fuerte, directamente sobre los guionistas y directores, e indirectamente sobre el público en una época cuando se leía más que se veía. Es difícil pensar que un cineasta de importancia no hubiera leído a Kafka, James Joyce o las complejas relaciones humanas de Marcel Proust, la trascendencia y dimensiones de las temáticas literarias quizás fueran un freno y una comprensión para no crear basura cinematográfica.

Existe también un elemento económico importante, por veinte dólares hoy en día se puede obtener un libro, quizás dos, pero por esa misma cantidad se obtiene una inmensa cantidad de películas y programas por cable o una docena de vídeos. Las ganancias para un autor o librero son muy poca, para cualquiera en la industria del cine y televisión, son muchas. Si esto no varía, es difícil que el libro logre recuperar el puesto perdido.

Pero la tecnología no tiene marcha atrás y el tiempo a veces se recicla, pero no siempre igual. La revolución de las costumbres de los años ‘60 se abrió camino por décadas de pensamiento literario o filosófico hacia una mayor libertad y al rompimiento de barreras sociales. Esperemos que en el siglo XXI, bajo nuevas formas, el arte y la literatura logren abrise camino contra la simplicidad de la violencia, la ignorancia y su hijo preferido, el fanatismo.
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LA GENERACION DEL SILENCIO

Publicado en la revista Término, Vol. I, No. 2, Cincinnati, Ohio, 1983. Adjunto en Tres Novelas, Ismael Lorenzo, Intelibooks, CA, 2003

por Manuel Ballagas

El lugar: un pueblecito del viejo Oeste llamado Tombstone (Lápida) regido severamente por el famoso Pecos Bill, con el concurso del Sheriff Masterson y un puñado de hombres de valía . El enemigo: los malvados cuatreros del norte. Víctimas del sistema resultante: todos los habitantes de Tombstone , y en particular, un muchacho llamado Henry El Fullero. Su obsesión (la misma de tantos tombstonenses o lapidarios): huir a Pénjamo, donde las praderas parecen ser más verdes.

Ismael Lorenzo escribió La Hostería del Tesoro en Cuba de estos tiempos, donde hacer literatura es una tarea cuando menos sospechosa; más tarde, logró pasar la obra de contrabando a Estados Unidos , y tras ella, por lo que se ha visto con posterioridad, vino él mismo para prolongarla y editarla, cosas estas que —al decir de los cubanos — son como para darse con un canto en el pecho, por los riesgos que todas ellas implican.

Prescidiendo de las peripecias extraliterarias, La Hostería del Tesoro es una obra cuyo sostén no lo constituye el mero contexto en que fue escrita y escamoteada a los atentos ojos del censor y del policía (y de donde algunos aseguran que nada bueno puede salir). De hecho , no ha venido precedida del bombo sensacionalista que ha apoyado la publicación de otras novelas de cubanos exiliados.


Nacido en 1955, Lorenzo pertenece a una generación que no halla identidad o centro de gravitación en vehículo expresivo alguno ( léase Revista de Avance , Orígenes o Lunes de Revolución ). Cuando un ejército de barbudos ocupó la isla en 1959, el autor apenas era un niño. Diez o doce años después, todos los medios de comunicación disponibles en Cuba (incluyendo, por supuesto, la revista literarias) habían pasado a manos del Estado, e indirectamente, a los sectores más arribistas de las generaciones precedentes .

Salvo raras excepciones (pensamos en Reinaldo Arenas , por ejemplo ), sólo el exilio en Estados Unidos y otros países ha permitido que la nueva generación de escritores cubanos viera sus obras publicadas , dando lugar a una verdadera eclosión de autores menores de 40 años, casi todos sospechosamente inéditos.

Cuando en 1965 —por órdenes expresas del dictador cubano— fue clausurada la editorial El Puente, su director José Mario no cosechó los beneficios de una campaña internacional en su favor. El hecho no suscitó tampoco la más débil protesta por parte de los intelectuales cubanos formados en etapas precedentes. A la sazón se hallaban casi todos bién insertados en la burocracia cultural y en la diplomacia castristas; en el mejor de los casos, la clausura del único órgano de expresión con que contaron en Cuba los escritores más jóvenes constituía para ellos un incidente inoportuno y embarazoso. Fue preciso, pues , “inventar “ una generación sometida a los dictados del régimen y al buen juicio de sus mayores, y así fue como surgió de la nada el célebre Caimán Barbudo, publicación destinada a atomizar, más que a aglutinar, a los nuevos valores.

Al oportunismo político de las anteriores generaciones (particularmente, la de Lunes de Revolución) debe, pues, agregarse una falta mayor: la de haber propiciado, por acción o por omisión, el silenciamiento de todas una nueva hornada de escritores cuyo talento no ha hallado efectivo eco ni en las publicaciones oficiales cubanas, ni en los concursos que han servido para legitimar el dudoso valor de tantos libros que —aun vueltos a publicar en el exilio— transpiran la falsedad y las turbias intenciones que los inspiraron.

Las limitaciones impuestas poe el régimen de terror no impidieron que Ismael Lorenzo reflejara de manera perceptible las circunstancias en que le había sido dado existir y crear. Tombstone es una clara metáfora de la Cuba castrista , de la misma manera que Henry El Fullero es la viva estampa de esa de curiosa especie de animal frustrado y sólo a medias sumiso, producto de los laboratorios políticos donde se fabrica el llamado hombre nuevo. Por supuesto, semejante libro jamás hubiera obtenido el Premio Casa de Las Américas, ni mucho menos el de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Por idénticas razones, es probable que los medios editoriales hispanos de mayor prestigio —muy dados a recoger los desechos del muestrario cultural castrista— opten también por ignorarlo.

Puede decirse que Ismael Lorenzo ha escrito la primera novela pop cubana. Este elemento , presente ya en otras obras literarias latinoamericanas (Carlos Fuentes , José Agustín, Parménides García Saldaña ), se hace patente en La Hostería del Tesoro a través de la curiosa nomenclatura que sirve de máscara a la escurridiza naturaleza de sus personajes. Tenemos así no sólo a Pecos Bill y al Sheriff Masterson, sino también a Ringo Starr, Joe Palooka y otros de igual prosapia, inmersos en una permanente alusión a los recalentados éxitos del hit parade ibérico.
La novela de Lorenzo hace suyos igualmente los ropajes estilísticos de ese cúmulo de baratas novelas del oeste que desde hace mucos años se vienen publicando en España, y que en Latinoamérica suelen conformar en alto grado las lecturas de todo adolecente ocioso.

Pero si a primera vista parece que el autor de La Hostería del Tesoro ha leído muy bién a Marcial de Lafuente Estefanía, no es menos cierto que ha sabido asimilar a Kafka y a otros autores que de forma parecida abundan en el tema de la alienación contemporánea. La ironía y un marcado sabor generacional hacen de La Hostería de Tesoro algo más que un simple pastiche. Henry El Fullero, su personaje central, reprocha a sus mayores el mediocre destino que le ha tocado vivir, empleando estas palabras:
Tú al menos puedes contar que atravesaste el desierto o buscaste oro en las montañas, pero yo siento que mi juventud pasa y no he podido hacer lo que he anhelado y ya las paredes de la hostería me parecen insalvables... Siento que todos estos años he estado luchando poe sobrevivir, empleando toda mi energía en ello, pero sin llegar nunca a vivir realmente” .

Y agrega:
Mi uníca esperanza es llegar a Pénjamo. No quiero pasar todos los días de mi vida haciendo lo que otro quiera, diciendo lo que otro ha pensado por mí... Tombstone no se ha hecho para mí. Se lo regalo entero al que le guste”.

A estas alturas, sin embargo, la posibilidad de huir clandestinamente a Pénjamo ha dejado de ser una alternativa aceptable para Henry. Llegado el momento, optará por permanecer en el afantasmado pueblo, donde ni la Gran Feria Fronteriza, con su galería de pintorescos invitados extranjeros, parece ser capaz de disipar el mortal tedio instaurado por Pecos Bill y sus secuaces. El Fullero, acostumbrado a vivir de milagros, se confiesa vencido:
Hay un límite a la resistencia de cada uno. Si lo pasas, nunca más vuelves a ser el mismo. Cuando uno lleva mucho tiempo perdiendo, aun cuando gane alguna vez, lleva dentro de sí para siempre el sabor de la derrota”.

Al final de su obra , Lorenzo permite al lector atisbar la realidad que sustenta a esta pesadilla disfrazada de tira cómica. El Fullero, paseando entre los quioscos de la desoladora Feria Fronteriza, se da de bruces con el pintor Bellechasse, devenido traficante de prendas femeninas. La tenebrosa realidad y la fantasía más tenebrosa aún intercambian pocas palabras y se despiden, quizás para siempre.

No cabe duda de que La Hostería del Tesoro se habría beneficiado de una buena revisión antes de ir a la imprenta. Algunos pasajes, así como la errática puntuación que a veces exhibe la novela, son demostrativos de un talento que merece pulirse. No obstante, con su primer libro, Ismael Lorenzo ha sabido expresar —sin recurrir a los consabidos arabescos formales— el sentir de una generación silenciada y olvidada (olvidada particularmente por la literatura ), y al hacerlo se ha revelado como un buen narrador, que es como decir, todo un novelista.

Manuel Ballagas, fue integrante del grupo "El Puente", codirector de la revista Término y ha ocupado cargos directivos en "El Nuevo Herald", "Wall Street Journal" y "Centro mi Diario".
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LAS VENTAJAS DE TENER UN OTOÑO

Por Ismael Lorenzo

Autumn leaves, falling leaves"... las hojas caen, es otoño, el frío aún no se hace insoportable, comenzamos a usar abrigos y siempre estas hojas que caen me recuerda a Nat King Cole y su popular canción de unos otoños que nunca volverán. Pero en este otoño del 2008, ocurre algo en particular que sólo sucede a cada cuatro años, son las elecciones presidenciales estadounidenses. En muchas ocasiones no les presto tanta atención, pero esta vez este otoño lo he anhelado.

Es un otoño en el que corren vientos de cambios tan huracanados como para impulsar a tres candidatos presidenciales nada usuales. Hillary Clinton, una mujer en un país que nunca ha tenido una presidenta, inteligente y ambiciosa; Obama Barack, un negro hijo de inmigrante, elocuente pero con escasa experiencia internacional o económica y John McCain, un expiloto y exprisionero de la guerra de Vietnam, a quien los conservadores de su partido lo consideran como demasiado liberal o independiente. Los mayoría de los norteamericanos los ven como algo diferente y lo son.

Tanto Hillary como Obama son verdaderas expresiones del "Sueño Americano". La madre de Hillary fue abandonada por sus padres de pequeña, el padre tenía un pequeño negocio textil, pero logró enviar a su hija a estudiar en la Universidad de Yale, donde también estudiaron los dos Bush y el joven Clinton, a quien conoció allí. Obama es hijo de un agricultor de Kenia, que conoció a la madre de este en Hawai, una joven estudiante blanca de 18 años, procedente de Kansas. Unos pocos años después, el padre de Obama, ya graduado en Yale como economista, los abandonó y regresó a Kenia. En cuanto a John McCain, hijo del Almirante Jefe de la Flota del Pacífico, podía haberse refugiado en cualquier unidad de la reserva o la Guardia Nacional durante la guerra de Viet Nam, como optó George W. Bush o haber tomado refugio en Oxford, como hizo Bill Clinton, pero no quiso, aunque tenía las conexiones necesarias para eso.

Es por ellos que este otoño es diferente, y por los millones de norteamericanos que han decidido que en unas elecciones se debe de hablar de algo más que del derecho o no al aborto. Hemos esperado este otoño con impaciencia, es la salida de un presidente que una vasta mayoría considera como particularmente desastroso. Y la mayoría en una democracia decide. Sin saber el resultado final, estamos seguros que no será nada usual.

Durante los últimos ocho años casi atónitos hemos presenciado como de un presupuesto balanceado y con superavit , se pasó de nuevo a un déficit descomunal, como los costos de la vivienda casi se han doblado, los de la gasolina se han triplicado, los costos médicos y dentales se han incrementado en más del doble también. El valor del dólar de paridad con el Euro hace ocho años, se ha desplomado en más de la tercera parte. Al entrar en un supermercado o en una tienda de ropa cada vez se sale con menos. Los pensionados cada año se les aminora aún más, su ya magro cheque.

Es escalofriante, excepto para los muy ricos o aquellos arropados en las burocracias federales o estatales, cuyos salarios y beneficios siempre se incrementan anualmente, pero para el resto de la población de la economía más poderosa del planeta (en el 2006 el PIB de EE.UU fue: 13,195,000 millones de dólares, compárese a Japón: 4,366,000 millones de dólares; Alemania, tercer lugar: 2, 916,000 millones de dólares; España, noveno lugar, con 1,232,000 millones de dólares), las condiciones de vida han decaído drásticamente.

La administración Bush dejó manipular impunemente el precio del petróleo y del mercado inmobilario e ignoró lo que sus predecesores Reagan, Bush Sr, Clinton y sus asesores económicos habían entendido como vital para el bienestar de la población norteamericana, un dólar fuerte y estable, se rieron de esto, como se rieron del balance presupuestario que había sido logrado. Clinton y el Congreso republicano de los años 90 tuvieron que aceptar, en parte por el influjo de un millonario gritón como Ross Perot que ganó casi un cuarto del electorado en 1992, que era necesario balancear el presupuesto de la nación, bajando los gastos federales, empezando por los militares, condición facilitada por el fin de la guerra fría. Lograron el balance del presupuesto y el poderoso complejo de la industria militar y petrolera tuvo que esperar por su otoño, y cuando este llegó hace ocho años, apoyaron con todos sus recursos la candidatura de George W. Bush, que no los defraudó en lo más mínimo.

La persecución a los inmigrantes, la guerra de Irak o el desprecio hacia la opinión de otros, son sólo secuelas de la arrogancia y la ignorancia de la administración actual. Movilizar una democracia con instituciones bien establecidas es un proceso lento, pero existen mecanismos que funcionan cuando se sobrepasa un punto, y en estos últimos ochos años se llegó a ese punto. Hay que tener en cuenta también que una sociedad cada vez más abierta y relajada en sus costumbres, inspirada por los cambios de valores ocurridos durante los años '60, globalizada con un sistema de comunicaciones instantáneas y mundiales, es capaz de sacar sus propios estimados y hallar nuevos valores. Y aunque nunca en el fondo debamos esperar demasiado de políticos cualquiera que sean, que por gajes de su propio oficio, trabados en la jungla lobbysta, están acostumbrados a ofrecer promesas que no cumplen, cuando llegan al poder democráticamente como expresión de cambio, tendrán que hacer algunos, en una democracia la mayoría no se puede ignorar al menos por mucho tiempo.

Lo que está pasando ahora en EE.UU. es una prueba más que un país democrático con instituciones fuertes y sólidas, siempre puede sobrevivir a sus momentos más difíciles, que la voz de la mayoría se ha de respetar, algo que los países totalitarios o aspirantes a ese título, anquilosados y rígidos, siempre descansando en las decisiones de un obcecado hombre fuerte, llenos de envidia, resentimiento y arbitrariedades, les es imposible lograr o siquiera imaginar. Es una ventaja tener un otoño así cada cuatro años donde las hojas se desprenden para renovarse y todos los que vivimos en el mundo occidental debiéramos de comprender la belleza y la importancia de esas hojas otoñales que caen inevitablemente.

©2003-2012 by Ismael Lorenzo

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Comentario por Ana Muela Sopeña el marzo 12, 2013 a las 4:37pm

Interesantísimos textos, Ismael. La literatura y el cine siempre nos acompañan y conforman nuestra historia presente, pasada y futura.

Felicitaciones y abrazos

Ana

Comentario por Ma. Gloria Carreon Zapata el diciembre 9, 2012 a las 10:28pm

Excelente trabajo, le felicito por su maravilloso talento,  saludos cordiales.

Comentario por Jeniffer Moore el octubre 28, 2011 a las 4:30pm

Cuánta calidad en tu blog. Te felicito!  Recibe un gran abrazo.

Jeniffer

Comentario por Dama de la Poesía Lílian Viacava el febrero 21, 2011 a las 11:16am

Muy interesantes escritos ... Te felicito y agradezco por toda la información que compartes

Te deseo un feliz inicio de semana y miau miau a kitty

abrazo

 

Lílian

Comentario por Cleto de Assis el abril 26, 2009 a las 4:13pm
Felicitaciones por sus textos. Me alegro por la invitación de participar de esta comunidad com su amigo. Será un buen camino de aprendisaje.

Desde Brasil

Cleto
Comentario por Alina Galliano el abril 22, 2009 a las 4:57am
Ismael querido
Estos textos es como el caminar a ratos entre fantasmas queridos .
Abrazos
Alina

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