Entrevista a Roberto Madrigal para la Revista 'Literal'

“Entre los cubanos hay una paranoia muy grande porque nadie sabe quién está con quién”

Roberto Madrigal (La Habana, 1950), psicólogo, escritor y crítico de cine que vive en Estados Unidos, acaba de publicar Diletante sin causa. Textos sobre cultura y represión (Editorial Casa Vacía, 2020), recopilación de textos que tratan principalmente de diferentes facetas de la vida bajo el comunismo en Cuba

Por ISAAC NAHÓN SERFATY

—Al leer Diletante sin causa, que recoge textos publicados entre 2010 y 2019, me pareció que cada uno de ellos podría servir para entender la realidad venezolana de hoy.  Me llamó la atención de tu historia personal el hecho de que saliste con la ola de exilados de Mariel.  

—Primero, yo estuve en la Embajada del Perú, que también lo narro en otro texto, me asilé con otras 10.800 personas en abril de 1980, estábamos agolpados en una casa.  Indirectamente tiene que ver con la Embajada de Venezuela. Dio la casualidad que dos meses antes un grupo que entró por la fuerza allí y Venezuela no los devolvió, y entonces se quedaron allí por meses. Ese ejemplo cundió, y en un ómnibus trataron de entrar, y los agentes cubanos de seguridad comenzaron a disparar y un agente mató a otro en un fuego cruzado. Inicialmente quisieron acusar a la gente que iba en el ómnibus, pero el embajador de Perú dijo que esa gente no tenía armas. Entonces Fidel, como retaliación, quitó la guardia de las embajadas latinoamericanas, que son las que pueden dar asilo, y la gente empezó a entrar, primero poco a poco, porque pensaban que era una trampa. Eso empezó un martes, y yo el sábado, cuando ya había más de 5.000 personas allí, pasé por la embajada del Perú y decidí meterme. Yo ya no podía virar, porque si no entraba, el lunes me ponían preso por otras razones. Fui a casa de mi padre, le dije que me iría a la Embajada del Perú, que le devolviera cosas a algunos amigos, que se ocupara de una tía abuela mía. Le pedí que me diera un pedazo de queso y un poco de agua. Él no me creía, me dijo bromeando que si no me comía el queso que se lo devolviera.  Pero entré. Allí estuve doce días, que fueron horribles, nos rodearon con tropas especiales, 10.000 personas en una casa, la mayoría en el jardín. No comí absolutamente nada. Bajé 17 libras en doce días. De ahí nos mandaron a casa, en una especie de reclusión domiciliaria. Prepararon actos de repudio contra nosotros, tiraban piedras y huevos. En el caso mío no fue tan malo porque la gente de mi cuadra estaba un poco anémica con la revolución. De allí fuimos al Mosquito, que lo cuento en el libro, un campo de concentración, nos tiraron allí, no nos daban comida. Abrieron ese puerto diciendo que los que tuvieran un familiar en Cuba, tenían que venir en botes a buscar a tu familiar, pero no se los daban.

—¿Cuántos salieron en la ola del Mariel?

—150.000 cubanos en seis meses salieron a Estados Unidos. No solo los de la Embajada del Perú, allí salieron delincuentes, locos, de todo. Cuando aquello, ser homosexual era malo en Cuba, y entonces a los homosexuales los dejaban irse. La gente se apuntaba como homosexual, sin serlo, para poder salir. Los Comités de Defensa de la Revolución, que funcionan cuadra por cuadra, y daban la carta certificando si la persona era homosexual o no, una locura tremenda.

—Hablas de varias olas de grandes migraciones en Cuba.

—La primera obviamente cuando empezó la revolución en 1959-60 fue una grande. Después, en el año 1966, una cosa organizada por el gobierno, eso duró unos dos o tres años con los llamados vuelos de la libertad, hasta el 71. Del 71 al 80 apenas salió nadie. A cuenta gotas, en el 79, gracias a la gestión de Carter, liberaron a los presos políticos. Y la gente empezó a casarse con los presos políticos para salir. Entonces vino Mariel. Después volvieron a cerrar, la gente salía a cuenta gotas, hasta el año 94, cuando viene lo que llaman el “maleconazo”, porque la situación económica se puso peor, si eso es imaginable en el caso mío, y la gente estaba muy descontenta, y en Cuba la emigración la usan como un arma política, como una válvula de escape, y dejaron que la gente saliera en balsas que preparaban, y se fueron otros 100.000 más o menos. A Clinton, que estaba en el poder, no le gustó, los tuvo que poner en Guantánamo unos quince días y después aceptarlos. Tuvo que llegar a un acuerdo con Castro para parar eso.  Después de esa ola, no ha habido otra grande.

—Más recientemente ha habido los que se han ido a Costa Rica.

—Ahora es diferente. Con Raúl Castro ha cambiado la situación. Antes en Cuba había que tener visa de salida. Eso ya lo quitaron. Cuando dijeron que se podían ir, la gente se empezó a ir a donde fuera: Guyana, Costa Rica, Trinidad y Tobago, Kazajistán, donde le dieran visa. Hay una lista de países que no requieren visa a los cubanos, allí la gente se empezó a ir para moverse hacia Brasil, Perú, Costa Rica, Panamá, pero no quieren quedarse allí, Chile y ahora Uruguay.

—En Venezuela estamos viviendo un proceso similar. Venezuela no fue un país de emigrantes, pero ahora cambió. Hay unos 6 millones de venezolanos afuera. Y tenemos nuestros propios balseros, que van en botes a Trinidad. ¿Qué interés tienen estos regímenes en que la gente salga?

—La emigración es una válvula de escape, es una política de Estado en estos lugares. Allí no hay mejoras. A mí me da risa cuando hablan de diálogo, eso implicaría mejorar la situación del país, pero a esta gente no le interesa que mejore la situación mientras ellos estén en el poder. Si se pueden sacar a la gente de encima, se la sacan. Por otra parte, la gente que sale termina enviando dinero y fortaleciendo a la economía, cosa que les conviene. Como el país no produce nada, la fuente de producción es esa ola de migrantes que el año pasado enviaron a Cuba, por Western Union, que es solo una de las fuentes, 4.000 millones de dólares, que sea probablemente mucho más. Y además mantienen a la gente en un jaque, porque esto no se puede arreglar, y hablan de diálogo, y creo que tiene que haber diálogo, pero no hay nada que conceder, qué vas a conceder, si no tienes armas, si no tienes un movimiento armado, y eso no existe en Cuba. La solución pacífica demora mucho. ¿Qué hace la gente? Irse, porque la situación económica cada año es peor.

—Desconfianza entre las dos orillas

—Eso ha creado el fenómeno de las dos orillas. También lo estamos viviendo los venezolanos. Reflejas en tus textos que hay una gran desconfianza entre esas dos orillas.

Cabrera Infante decía que en Cuba solo funcionaban las tres “p”: la paranoia, la policía y no me acuerdo la tercera “p”. Hay una paranoia muy grande, porque nadie sabe quién está con quién. Hay varios tipos de exilio diferentes. Yo me acuerdo cuando yo llegué, la gente que no había vivido bajo el comunismo era muy desconfiada conmigo, me tuve que purificar para ser aceptado. Sobre todo al principio cuando había una gran disociación entre las dos orillas, no había cartas, no había llamadas telefónicas. Después se volvió a ganar la comunicación. Pero todo el mundo desconfía de todo el mundo, porque ha habido muchos infiltrados en todos los movimientos. Porque la gente nunca dice lo que piensa. Había un chiste de un cubano al que le preguntan: ¿cuál es su opinión sobre la relación entre la URSS y Checoslovaquia?, y el cubano dice: mi opinión es la misma que el editorial de Granma, ¿y sobre la invasión de Afganistán?, vuelve a decir: la misma que el editorial de Granma. Ya cansado el hombre le dice, pero usted no tiene opinión propia, y le responde: “Sí, pero estoy en contra de ella”. Cuando Raúl Castro abrió la migración, y Obama aceptó más cubanos, mucha gente venía para hacer dinero aquí y montar después un negocio en Cuba. Y la gente empezó a dudar quién es quién. Y ahora ha venido el fenómeno este de la canción “Patria y Vida”. Lo curioso es que a ellos los acusan de ser unos oportunistas, lo que puede ser cierto, porque yo acepto eso, porque eso es lo que oye el pueblo, y es a eso a lo que le tiene miedo el gobierno. Porque mientras los intelectuales y la gente pensante se opongan, eso no les importa a ellos. Pero cuando el pueblo empieza a ponerse intranquilo, cambia, porque ellos nunca han lidiado con eso. En este caso de esta canción, ya la han escuchado 700.000 personas a las que les gusta el reguetón. La música popular es eso, es popular.

—El castrismo ha sido muy eficaz en poner en marcha un sistema de control social.

—De control total. Es el único empleador. Yo tuve ese problema. A mí me botaron de un trabajo, y estuve dos años sin trabajar. Y eso que mis padres conocían a gente en el gobierno. Y después conseguí un trabajo, porque si en dos años no trabajaba me iba a coger la ley de la vagancia, y me iban a meter preso. La otra forma es la miseria. Estás todo el día ocupado pensando qué vas a comer mañana, y te pasas la vida en una cola, de un mercado al otro, no tienes tiempo de pensar qué vas a hacer contra el gobierno.  Tu vida es, como control social, tratar de sobrevivir.  Y se crea la mentalidad del sobreviviente, que es lo que perdura en Cuba, que son gente que vive para el próximo minuto. Esa es una mentalidad que se ha enraizado en muchos cubanos. Miles, millones de personas que viven de los que les mandan de aquí. Todo el mundo tiene para comprarse un celular o para pagar un plan de telefonía de 30 o 40 dólares mensuales, porque se la pagan desde aquí. Es un país parásito. Después tienen los comités de vigilancia, te están vigilando constantemente. La gente además hace la bolsa negra, tú puedes comprar los frijoles en el mercado negro.

—¿Por qué ha sido relativamente fácil exportar esa franquicia de control social a Venezuela, que la ha pagado con dinero y petróleo? Cosa que no se ha visto tanto en Nicaragua, donde los sandinistas tuvieron que dejar el poder y volver.

—Venezuela es más afín a Cuba que Nicaragua, como país caribeño. Nos parecemos mucho los venezolanos y los cubanos. Hay más simpatía. También el régimen cubano ha madurado, le dicen a la gente que no aprieten tanto la mano como ellos, que no tomen control de todo. También sufrieron lo de Allende, que fue un golpe duro para ellos. Fidel se pasó dos meses en Chile. Lo hundió completamente. Se dieron cuenta de que no se puede presionar para que haya más controles, porque viene el golpe de Estado.  Han sido más prudentes ante la gente que quiere instalar el socialismo. A ellos los que les interesa es que les den petróleo como en el caso de Venezuela. Van a lugares donde hay dinero. Otro lugar que han perdido, aunque no totalmente, es Angola, que es un país muy miserable, pero muy rico en recursos, allí metieron 30.000 soldados, una guerra que traumatizó a muchos cubanos, una presencia militar con lo de Ochoa (Arnaldo Ochoa, general juzgado y fusilado por Fidel Castro), y que se robaban el marfil, el contrabando de diamantes, de gente allegada al poder que se ha hecho rica.

—En Venezuela ha emergido una nueva oligarquía, que se ha enriquecido a costa de la revolución. En Cuba también hay una clase militar que controla todos los negocios.

—En Cuba inicialmente se desvalorizó el dinero, pero ellos se cogieron las casas, y allí vive el ministro en una de esas casas, que recibe comida, que tiene un carro, era una especie de subsidio que recibían los que estaban en el poder. Y era una forma de control social, porque el día que dejabas de ser ministro, perdías esa vivienda y tenías que irte a dormir al patio de tu casa. Hoy en día sí circula el dinero, y hay muchos que viajan a invertir el dinero en otra parte. Y los grandes negocios del turismo siempre ha sido controlado por los militares, la claque de ellos, los amiguitos de Raúl Castro, que se consolidaron en el poder. Una especie de oligarquía capitalista, el negocio de turismo, el mismo cambio de dinero, que fue lo que Trump le quitó a Cuba ahora.

Esa es la economía formal que ellos controlan. Pero también está la corrupción.

—La corrupción funciona en todos los niveles en Cuba. Por ejemplo, si estás construyendo una casa, que seguramente la estás construyendo ilegal, no tienes materiales, porque no tienes Home Depot, pero tienes un amigo que dirige una cuadrilla en la construcción de un hotel suizo, que dice me voy a llevar un inodoro y te lo voy a vender, los ladrillos igual. Los mismos ministros van dejando hacer cosas a la gente, que van desde medicinas que se roban y que venden en las calles, materiales de construcción, comida, que la van sacando. Es a todos los niveles. Está el carnicero que no te pone en la balanza delante la libra de carne, y que vende lo que acumula en la bolsa negra. El ministro hace lo mismo, que uno de sus acólitos saque materiales de construcción para venderlo. Están también las casas de cambio, a las que la gente llevaba diamantes, oro, lo cambiaban por dinero cubano, y el inventario lo hacían como a ellos les daba la gana. Y arriba están todos esos que tienen cuentas afuera, las organizaciones dummie que hacen en Panamá y en Luxemburgo para sacar dinero.

—Este proceso también ha creado en Venezuela una desconfianza hacia los cubanos, médicos y entrenadores deportivos.

—Y en Cuba sucede igual. A los venezolanos oficiales la gente los trata igual, porque ya no es una cosa que gusta, porque ya vienen en tono oficial, son el gobierno. Eso es lo que hace el comunismo, ya tú te tratas con los otros de manera diferente. Por ejemplo, cuando venía una familia rusa los ponían con otras dos familias rusas que no se conocían en Rusia. Y a ellos les prohibían contactos con los cubanos. ¿Y qué pasaba? Que tenían miedo que los otros los denunciaran. Y a eso ha pasado con los venezolanos, que ya es diferente…

—Esto ha durado en Cuba 62 años. Y nosotros vamos para 22 años. Pareciera que estos procesos tienden a durar mucho. ¿Podríamos decir que estos procesos generan una dinámica inercial?

—Sí, porque no hay forma de tumbarlos. No hay estructura democrática para sacarlos por allí, y sacarlos por la fuerza es muy difícil, porque ellos controlan la fuerza. No hay organizaciones que puedan generar una violencia contra el sistema. Lo único que puede suceder, y me imagino que en Venezuela podría ser similar, es que algún militar, en algún momento de inestabilidad, cuando muera Raúl Castro, se revire, pero eso es muy difícil con la paranoia que ellos instalan.

—Pero si la clase militar tiene muchos privilegios…

—Pero si ven que algo atenta contra esos privilegios, por ejemplo, que el pueblo se suelte, que ellos vean que Díaz-Canel no tiene control, se va a reunir algún grupo, porque siempre ha habido reyertas entre grupitos militares, y todos quieren el poder y el dinero. Es así que se dan los golpes, vamos a sacar a este mentecato, y con nosotros no hay quien se tire. Además, lo que pudieran hacer es lanzar la zanahoria, vamos a abrir un poco la economía, vamos a dar un poco más de liberalismo cultural, vamos a dejar ese discurso de los años 60 de patria o muerte, vamos a suavizar, que la gente tome un poco de ron, que se vayan a la playa, que se relajen. Vamos a dejar que la gente venda caramelos.

—No sería una apertura democrática.

—No. Dejarían la agresividad del lenguaje. Aunque el comunismo tiene un discurso mesiánico que no tiene el capitalismo. Esta gente lo que haría es dejar ese discurso un poco. Ya la gente no cree en nada. Dirían: vamos a comer mejor, vamos a abrir un poco. Pero no se metan en política, no se metan en un partido. Abran un negocio, vamos a dejar que la gente de Miami recupere algunas propiedades si las quieren levantar. Pueden hacer ese tipo de cositas que esta gente no se atreve para suavizar la cosa y mantenerse en el poder.

—Hay una oposición interna en Cuba.

—Hay una oposición mínima, que se faja (pelea) entre ellos mismos. Tienen conflictos, una constante discusión, tanto allá como sus representantes aquí. Estoy de acuerdo con que haya diversidad. No tenemos que cogernos de las manos y empezar a brincar. Pero los que están en el gobierno sí están cogidos de las manos, aunque no se soporten. Se presentan como un monolito, y eso sí le mete miedo a la oposición. Y la oposición está infiltrada de agentes. Las firmas de Payá fueron 30.000, eso no es nada, aunque fue un proyecto interesante. El gobierno se muere de risa. Y no les importa si salen 30.000 personas a la calle. Porque son gente pensante. No es la gente que te va a romper la vidriera. Porque lo que hay que hacer para acabar con eso es cuando alguien agarre cuatro seborucos (piedras) y les rompan las vidrieras de las tiendas en dólares. Desgraciadamente la violencia es efectiva. Yo no la quiero. Pero si Martin Luther King triunfó, es porque tenía a los Black Panters detrás.

—En el bloque comunista soviético ha habido cambios políticos y en Cuba ha sido imposible. ¿Cómo lo explicas?

—Cuba se pudiera parecer a un cambio como el que ha habido en Rusia. Lo que diferencia a Cuba es que Fidel Castro es un producto autóctono cubano y él metió el comunismo. En la antigua Checoslovaquia, en Yugoslavia, Polonia, Hungría, metieron de verdad el comunismo. Llegaron los tanques rusos e impusieron el comunismo. En Cuba hubo un movimiento para zafarse de un dictador que mucha gente no quería. Allí Castro era uno de los movimientos, que era el que tenía las armas. Los primeros dos años empezó a limpiar a todo el mundo. Empezó con el paredón, porque los soldados eran los de él. A los allegados que no le habían hecho nada, los mandó de diplomáticos a todas partes, y no los dejaban ni venir a Cuba. Él hizo todo para que no hubiera posibilidad de complot, de asociación. Se acabó con la libre asociación.

—La revolución fue un producto autóctono con más raíces en Cuba.

—La gente ni sabía qué era el comunismo, la gente no tenía esa educación que podían tener en Europa. La gente era fidelista básicamente. Muchos creían en eso.

—Cuba ha sido muy prolífica en producción cultural. Hay dos caras, la de la cultura oficial y la no oficial, que tiene una vida propia, desde el exilio o desde Cuba.

—Cada vez la no oficial se va haciendo más evidente. Ellos, al principio, después de las palabras de Fidel a los intelectuales de 1961 que se pueden resumir como “todo dentro de la revolución, nada fuera de ella”, y esa era la cara que se ponía. Ningún intelectual que no hablara bien de la revolución podía estar allí. Se creó el sindicato de los escritores, y todo eso. Y había esa cultura de la que yo trato de hablar, pero no se publicaba nada, nadie sabía la existencia de uno. Pero ya hoy en día, gracias al Internet y a los medios digitales, publicar es más fácil, hacer una obra de arte es más fácil, difundirse es más fácil. Antes había periódicos, hoy en día la gente coge las noticias por la computadora, por el teléfono. Todavía hay control, pero se les está yendo de las manos. Ellos tratan, pero no pueden. Por ejemplo, la revista donde yo publico está censurada, no la puedes leer en Cuba, ni con VPN. Para que la gente pueda leer los artículos, yo tengo que copiárselos y ponerlos en un correo. Pero cada vez más esa cultura no oficial está aflorando más, y se está difundiendo más, tanto allá como aquí. Ya se puede hacer cine con un teléfono, que antes no se podía. Ya no hay que pedirle permiso a eso organismo todo poderoso que es el Icaic (Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográfica), que es el que decide cuántas películas se van hacer, quiénes la van a hacer, cuánto dinero van a tener. Ellos a veces te lanzan el trozo de carne a ver quién se lo va a comer. Ellos han hecho ese tipo de apertura a ver quién se atreve, e inmediatamente van y le parten la cabeza.

—La universidad también es un centro de control social.

—Por supuesto. Una de las cosas geniales en Cuba es que hay ciertos parámetros que no están escritos. No tienes que ser necesariamente de la Juventud Comunista, pero eso ayuda. Tengo una historia que a ella no le gusta que la cuente. Mi esposa era editora en el Instituto del Libro. Ella editó Sophie’s choice en español. Llegaron las compañeras de la Federación de mujeres cubanas diciendo que ese era un libro antifeminista, porque a la mujer la habían forzado a esto. Mandaron a Orieta a trabajar a un taller castigada, de ser editora la mandaron a poner planchas en la imprenta. Tres meses después de eso llega Willian Styron a La Habana, amiguito de Fidel, y le regala un ejemplar de Sophie’s choice. Se aparece Fidel Castro en el Instituto del Libro y le pregunta a Abel Prieto, entonces director del instituto y ahora ministro de cultura: chico, ¿y este libro por qué no se ha editado todavía, tan bueno que es? Todos se miraron así, e inmediatamente regresaron a Orieta a su puesto y editaron el libro en Cuba, porque William Styron cedió los derechos a Cuba. Están a la merced de ese tipo de caprichos, la gente tiene miedo.

—Y hay teorías que no se estudian o libros que no se leen.

—Yo estudié la carrera de Psicología. Uno de mis delitos era que yo tenía libros de Freud en mi casa. Se hablaba de Freud y te daban un capítulo que ellos seleccionaban. Pero si te veían con el libro, ya te miraban mal, te decían que tenías problemas de ascendencia burguesa. Te preguntan “qué hace usted con el libro”. Ellos seleccionan lo que tú vas a leer, tanto de la psicología soviética y la psicología cubana. Cuando vas a la biblioteca y pides un libro, porque no puedes ir directo a cogerlo, te anotan el nombre, ah fulano está leyendo tal libro. Ya eres sospechoso. Tienes que tener cuidado con los libros que sacas.

—En Norteamérica estamos viviendo estos movimientos woke y del cancel culture en las universidades. ¿Ves un paralelismo entre la universidad cubana y estos movimientos de la izquierda radical universitaria norteamericana?

—Veo un paralelismo. Siempre lo ha habido. Desde que yo llegué aquí, las universidades eran muy hostiles, sobre todo entonces, ahora un poquito menos, con los escritores que veníamos de Cuba y que tratábamos de decir algo. No te daban ningún foro, te eliminaban, no te dejaban participar en los eventos. Pero sí traían a gente de Cuba. Yo recuerdo que a mi esposa y a mí nos escoltaron de una reunión porque se la pusimos mal a la tipa que vino de Cuba. Ellos esperaban una audiencia amistosa. A la cuarta pregunta nos dijeron que ya no podíamos seguir allí, y nos sacaron, de una universidad americana. Y así ha pasado mucho. La izquierda ha dominado siempre la parte liberal. Pero ahora se ve una izquierda más cerrada con todos esos estudios de gente que sabe mucho de género, pero no se lee un libro. Hay muchos especialistas que hacen el cancel culture que son especialistas de estudios negros o de estudios de la mujer, pero que no se han leído un libro, y están cancelando la literatura.

—¿Crees que esto sea un síntoma de un retorno de una extrema izquierda o del comunismo en lo político?

—Creo que la extrema izquierda está regresando. Ellos siempre dicen que el comunismo nunca se ha perdido, porque ellos dicen que esos países eran llamados comunistas, pero no eran comunistas verdaderamente. Yo presenté en una universidad una película de Eliseo Diego. Diego dice allí que la revolución entró acabando con todo, como todos los regímenes comunistas. Yo dije que esa era una crítica que hacía alguien desde la izquierda Y uno de los panelistas, un profesor, salta y dice que eso no puede ser así, que como voy a decir eso, si Diego acusa el comunismo de acabar con todo lo que había. Le dije que el director de la película y el escritor eran los dos miembros del Partido Comunista, y trabajaron en el Icaic y fueron voceros del gobierno por muchos años, y se cansaron de eso, y son gente de izquierda. La izquierda norteamericana es de poses. Yo soy de izquierda porque apoyo esto y esto. No puedo dejar de apoyarlo, porque cuando deje de apoyar a uno ya no soy de izquierda. El ideólogo norteamericano es muy curioso. No hay un debate sobre la idea, sino sobre lo que representa la idea. Tienes que defender causas, cuatro o cinco causas obligatoriamente. No se puede criticar a la revolución cubana, porque el que critica deja de ser de izquierda. Ese profesor es un izquierdista de buró, tiene un salario, tiene sus vacaciones de verano, tiene libertad para expresar lo que le da la gana. Él no sabe lo que es la izquierda en el poder.

La revista 'Literal',  es el supplemento cultural de 'El Nacional' de Caracas

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