EL PRIMER CARRO QUE ARRIBÓ A BETULIA SIN CARRETERA CONSTRUIDA

Nota..  Esta fotografía no pertenece al automóvil en mención,  es sacada de internet al no encontrar referencia fotográfica de este.

EL PRIMER CARRO QUE ARRIBÓ A BETULIA SIN CARRETERA CONSTRUIDA

 

El acontecimiento del primer carro que llegó a este Betulia, Municipio que nos vio crecer en sus queridos parajes, es un episodio como para escribir una novela o filmar una película, algo no visto en ninguna otra parte del mundo. En aquel tiempo la carretera intermunicipal sólo llegaba hasta La Cuchilla, parcela divisoria entre los municipios de San Vicente y Zapatoca y ramal de la carretera municipal cuya construcción avanzaba a pasos tan lentos que hubo de ser culminado su trayecto en forma comunitaria a pico y pala hasta el sitio denominado La Redonda, donde funcionó la escuela José Antonio Galán y luego las piscinas municipales. Entonces muchos se preguntarán: ¿Cómo llegó el carro a Betulia, sin carretera construida?

 

Hace varios años pude constatar esta anécdota con el señor Crisanto Medina, (q.e.p.d.), personalidad muy recordada en nuestro Municipio, respetable, querido por todas las generaciones de señores, jóvenes y ancianos por ser tan   reconocido barbero del pueblo. Hombre de intachable conducta, entregado a su trabajo, su familia y su gente.  En una de sus frecuentes visitas a mi casa me contó entre muchas leyendas ésta que es de tanta relevancia e interés porque siendo muy niño estuvo presente en este episodio               que marca una pauta en la historia del antes y después de la movilización sobre ruedas en mi tierra.

 

Ocurrió que a finales del año 1.939, comenzando  a sentirse las fiestas decembrinas, el despuntar del Año Nuevo para despedir el Año Viejo, degustando el olor de la cosecha del café en aquella época en que los moradores de Betulia solían desplazarse a ciudades aledañas como San Vicente, Barrancabermeja, Zapatoca y Bucaramanga   para vender los frutos de labranza  de cada cosecha,  los Betulianos tuvieron la dicha de poder conocer en vivo y en directo el primer automóvil que rodó en esta hermosa tierra. Algo insólito, nunca visto. Era el acontecimiento del año.

El señor Miguel Prada, vástago de una de las familias más prestantes  en nuestro Municipio, hijo de don Emigdio Prada y  doña  Ana Belén Prada, nacido en Betulia el 31 de Agosto de 1899 y muy conocido  por su forma de ser folclórica; picaflor amigable, romántico, trovador, jugador y muy  trabajador, viajó  ese como todos los años hasta la ciudad de Bucaramanga para vender el producido  cafetero de sus fincas y la de sus hermanos, quienes le habían confiado su cosecha para la venta en la capital de nuestro Departamento de Santander. Estando allí encontró a un gran amigo suyo, el señor Juan Navarro, quien vivía en el Municipio de Zapatoca, pero estaba haciendo diligencias de carácter propio en la ciudad. Después de hacer sus encargos personales decidieron ubicarse en una tienda y tomarse allí unos cuantos aguardienticos acompañados de unas totumaditas de guarapo y ponerse al día en las cosas que acontecían en cada familia. A estos señores les agradaba el guarapito igual que a unos cuantos en Betulia (el guarapo es aquí un licor tradicional. Se elabora a base de panela y agua que se deja fermentar y así se obtiene una reconfortante bebida alcohólica).

 

Totumada tras totumada se le subió el guarapo a la cabeza.  Frente al sitio donde ellos estaban deleitando las mieles de esta tertulia funcionaba una venta de carros usados, atendido por una señorita muy hermosa, deliciosamente arreglada con una minifalda de moda entre las jovencitas en aquella época, diez centímetros arriba de la rodilla.

 

Don Miguel y don Juan eran picaflores, observaban una flor en un huerto y decidían cortejarla hasta ver si podían absorber su néctar y   antes de retirarse decidieron acercarse a la venta de usados a observar lo que aquella joven hermosa estaba ofreciendo, pero al llegar allí no pudieron resistir ante el excelente manejo de ventas y una retórica que convencía a cualquier persona en comprar un carro en exhibición. Entre miradas coquetas, sonrisitas picantes, conversas y piropos la muchachita terminó cerrando un negocio de compra de un automóvil, cuyo monto don Miguel canceló encantado, sin recordar que estaba comprometiendo en ello todos sus ahorros y parte del dinero de sus hermanos, provenientes de la cosecha confiada a él.  Pero los tragos en la cabeza no lo dejaban analizar las cosas y, como su amigo Juan era un conductor veterano, se ofreció para llevarlo hasta Betulia. En medio de la borrachera cerró la compra del automóvil con el visto bueno de su amigo, un conductor con experiencia.

 

Se trataba de un automóvil color blanco, modelo 28   con encendido de doble chispa (magneto y bobina), carrozado en madera de cedro,  motor de seis cilindros en línea, ruedas altas para favorecer los enormes frenos de tambor, eje macizo delantero con amortiguadores de fricción ajustables, bloque integral de cilindro de hierro fundidos y culata con cárter del motor y de aceite separados, cuatro válvulas por cilindro movidas por un simple árbol de levas en cabeza mediante tres ejes y engranajes desde el cigüeñal, trasmisión manual de cuatro velocidades,  chasis de acero en u con dos largueros laterales y travesaños tubulares, guardabarros en  gran dimensión, servofrenos de tambor con  aletas delanteros y traseros, llantas de fácil cambio y radios de alambre. Silla delantera con     cojinería en cuero, con capacidad para tres   personas, bien adecuado para viajes largos y unas 6   personas en dos sillas laterales parte trasera. Gran adquisición, el carro era de único dueño, un político importante de la región.

En eso transitaba por el sitio don Luis Medina acompañado de su hijo Crisanto quien tendría unos 11 añitos de edad en esa época. Estaba haciendo diligencias en la ciudad, pero, ya estaba con disposición de regresar al pueblo y al divisar a los dos amigos al otro lado de la acera decidió acercarse, saludarlos y, de paso, refrescarse con algún aguardientico. Inmediatamente le comunicaron la buena nueva sobre la adquisición del lujoso automóvil, fue así como decidieron tomar el rumbo hacia el pueblo acompañados de varias botellas de aguardiente, no sin antes hacer paradas en todos los sitios donde observaban que vendían guarapito. El viaje, como supondremos, era bien ameno. En la borrachera, cantaron, declamaron coplas, rieron y celebraron todas las cosas bellas de la vida.

 

El día era soleado, no hacía frío y la carretera estaba muy bien para el trayecto del carro, lo cual sin ningún contratiempo realizaron en un ameno, muy agradable viaje. Entre cuento y cuento y transcurrida la noche llegaron a La Cuchilla, punto de encuentro intermunicipal donde el señor Juan, en un movimiento intempestivo, frenó de manera rápida y torpe.  En tono de preocupación, el semblante pálido, sintiendo que el mundo se le acababa y observando calladamente a don Luis y a don Miguel, les dijo:

 - “Hasta acá nos trajo el río”- y le entregó las llaves a don Miguel, agregando, en tono de angustia o de broma, que con borrachos nunca se sabe:  

- “De acá en adelante lo maneja usted, no recordaba que le hacía falta la carretera al pueblito”-

 

Al observar el final de la vía, don Miguel se dio cuenta del error cometido. La borrachera le pasó de inmediato y llevando las manos a su barbilla, se dijo a sí mismo:

- “Huy, yo si soy mucho de lo pingo”-

 - ¿Cómo voy a comprar un carro sin tener por donde manejarlo, y sin una jijuelaguanpuerca carretera por donde llevarlo a Betulia? -

- “¿Pero ¿Cómo se hace?”- dijo en voz alta, 

- “lo hecho, hecho está y el carro hay que conducirlo al pueblo”-

 Como los tres estaban tan ebrios, decidieron sacar las maletas, estacionar el vehículo y seguir el trayecto a pie hasta Betulia para buscar la manera de llevarlo a su destino.

 

Al día siguiente don Miguel, don Juan y don Luis llegaron hasta el parque del pueblo y contaron el suceso sobre la adquisición de un automóvil y el gran problema que tenían por no saber cómo llevarlo hasta allí.

Don Anastasio Navarro era de las pocas personas de Betulia que manejaban automóvil, porque había aprendido en su estadía en el ejército, y aunque no se desempeñaba como conductor y tenía en esto poca experiencia, se acercó y le dijo:

-No se preocupe don Miguel-

-Hagamos un convite-  

-Vámonos todos los que podamos a donde está el carro y lo traemos en hombros si es menester y acá en el pueblo yo lo conduzco mientras usted aprende a manejarlo-

-Esa es la solución don Miguel-   -Contestaron las personas que estaban presentes.

 

 A todos les pareció la idea excelente e incluso el sacerdote del pueblo en aquella época, el presbítero Manuel María Rueda, en su sermón de la misa cotidiana invitó a los que estuvieran en disposición de acompañar a don Miguel a traer el automóvil para que partieran a la mañana siguiente. Los más motivados por este acontecimiento tan importante decidieron encabezar la caravana. Organizaron una comitiva de más de 50 hombres y decidieron ir hasta el sitio donde estaba el automóvil. Llegaron y entre todos lo transportaron en hombros, por el camino de herradura que conducía al pueblito, haciendo estaciones continuas para deleitarse con las botellas de aguardiente, las totumadas de guarapo, los voladores, los cuentos y las coplas que los músicos estaban inventando inspirados en la hazaña de don Miguel.

 

Parecía una auténtica verbena en medio de la manigua. Algo similar sucedía en el pueblo, donde el sacerdote Manuel María había convocado a todos para esperar la llegada del automóvil, con buena comida, música, calle de honor y muchos voladores: se celebraría en el pueblo un gran festejo

 

Diversas personas de las veredas aledañas habían salido en el transcurso del día para esperar tan importante momento. Entre tanto los señores con el carro en hombros no imaginaban ni remotamente que el pueblo los esperaba con tremendo festín. Emplearon todo el día y toda la noche de ese día para llegar hasta el sitio denominado Loma Redonda, donde finalmente podrían encender a todo honor el motor del vehículo.

Varias personas se habían quedado dormidos esperando este momento, pero al oír el sonido del motor hasta las gallinas querían salir del sancocho. Los tamales y la chicha estaban en su punto.

 

Pasadas las dos de la mañana arribó al pueblo la comitiva que traía el automóvil en hombros como si fuera una penitencia de Viernes Santo o una de las imágenes que en el Viacrucis se pasean por el pueblo en oración. Este acontecimiento daba origen a la movilización mecánica sobre ruedas en Betulia. Algo insólito.

 

 El vehículo lo bajaron en hombros hasta la concentración donde estaba el ramal de la carretera. Su arribo al pueblo fue festejado con música y voladores, ferias y fiestas que se prolongaron durante ocho días.

 

El señor Miguel estaba arrepentido de este negocio, pero sentía alegría al ver en Betulia la emoción de toda su gente. De inmediato nació una maravillosa idea en su cabeza. Había dado con el negocio del siglo: Prestar a los moradores el servicio de transporte desde Betulia hasta la Loma Redonda y viceversa.  El automóvil lo manejó en el pueblo el señor Anastasio Navarro, ya que don Juan lo acompañaba sólo por ese día, dado que vivía en otro Municipio.

Don Miguel cobraba cinco centavos por el tour y la gente hacía largas colas todos los días; En especial los sábados y domingos para tener el honor de andar por primera vez en automóvil.  Aunque su capacidad sólo permitía transportar entre ocho a diez personas, con unos sentados sobre otros, se marchaba hasta con veinte pasajeros y para no ocupar un puesto don Miguel decidió acomodarse en el guardabarros del automóvil, atándose en cada viaje con una cabuya para no caer y poder cobrar a cada pasajero su valor. De esa forma controlaba el movimiento de pasajeros y la contabilidad en su memoria sobre la empresa que acababa de fundar.

 

A don Miguel no le gustaba que las señoras ni jovencitas de la época subieran al automóvil en pantalón y solo dejaba subir a las que llevaban la falda bien corta para tener el sensual honor de levantarlas con sus brazos y ayudarlas a acomodar en las sillas traseras.

 La noticia se expandió por todas las veredas del pueblo y cada fin de semana solían arribar centenares de personas que, pagando los cinco centavos, tenían el honor de hacer el paseo en automóvil. Incluso tenían que hacer paradas a mitad de camino en la cuadraría porque   varias personas se mareaban en el trayecto, que, para ellos, era    demasiado largo, desde el parque hasta la loma Redonda y viceversa.

Incontables anécdotas sucedieron en el primer automóvil.   La señora Hermencia Gómez, muy conocida en el Municipio por ser la señora que lavaba las ropas de casas adineradas, soñaba con tener la dicha de viajar en el automóvil y decidió ahorrar durante seis meses el producido   necesario, para cumplir este sueño.   Un domingo en la mañana le dijo a su familia que no la esperaran durante todo el día porque estaría paseando en carro. Así fue. Decidió llegar al parque a las 6 a.m., hora en que el automóvil hacía su primer recorrido. Tan pronto se sentó en el asiento delantero al lado del conductor, decidió no volverse a bajar. Canceló los siguientes 20 viajes y así sucesivamente estuvo todo el día dentro del carro paseando, porque era la ilusión de su vida, y como ella, muchas personas eran felices comprobando las maravillas de andar en automóvil.

Don Miguel estaba feliz. Con su chofer don Anastasio celebraban muchas noches contando el producido del día.  Pero en Betulia, en aquella época estaba de alcalde el señor Agustín Navarro y al ver el negocio del siglo del cual don Miguel se estaba lucrando, decidió cobrarle un impuesto por los viajes efectuados. Era algo normal. Todo negocio debe pagar un impuesto; todo vehículo, todo trabajo y la institución municipal tiene derecho a cobrarlo.  

Fue tan grande el disgusto de don Miguel que decidió hacer huelga automovilística por un mes y no permitir que nadie manejara el automóvil, quitándole las llantas y guardándolo en un lugar completamente cubierto, y así.  el alcalde viendo el disgusto de las personas del pueblo hacia él, se vio obligado a anular el cobro del impuesto al vehículo y dejar que don Miguel siguiera con su rentable negocio.

 

 Don Miguel es una leyenda en Betulia, un   ser original, creativo y en aquellas épocas donde no existía la tecnología ni la luz eléctrica siempre se ingeniaba una idea para llevar al pueblo   y divertir a grandes y chicos.  Aparte de llevar el primer carro a Betulia, llevó también los primeros helados desde Zapatoca y los repartió a las señoras de mayor edad a la salida de misa, con el fin de verlas   hacer sus cómicos gestos.  Llevó la primera máquina de moler maíz al pueblo donde la gente se aglomeraba en su vivienda para admirar esta máquina convertir el maíz en fina harina reemplazando la piedra utilizada en esa época para tal labor.  También llevó la primera linterna de baterías, algo extraordinario, ver como ese aparatico reemplazaría los mechones y lámparas de gasolina y petróleo que acompañaban a los moradores del pueblo en sus casas y viajes nocturnos. Fue la primera persona que aconsejó al sacerdote de turno   celebrar las novenas navideñas con participación de las veredas, pero con la condición que a él le designaran una noche para hacer volar su creatividad y emocionar al pueblo con sus locuras.  En las fiestas   navideñas sacaba la "Vaca Loca" o "Toro de Candela" para que los niños y jóvenes la torearan y se divirtieran. El día que le correspondía celebrar la novena de aguinaldo lo hacía con esplendor, música, bombos, platillos, muchos voladores, enmascarados, músicos, copleros. Él   tenía un acordeón y la tocaba empíricamente y en una de sus novenas, reunió a todas las personas con discapacidad mental   y les asignó un instrumento para que tocaran como ellos quisieran, les compró ropa nueva, zapatos, los bañó, los afeitó y peluqueó   y les dio (maracas, guacharacas, panderetas y guitarra,) y salió a la plaza con la orquesta completa. Eso fue un   espectáculo extraordinario y muy cómico, ver hacer muecas, tomar aguardiente y escuchar las tonadas y notas sin ningún compás donde    cada uno tocaba por su cuenta, siendo esto un verdadero festín.  En otra oportunidad envasó limonada mezclada con anilina de varios colores y la vendió haciéndole creer a la gente que era gaseosa.  En su carro fue transportado el primer televisor que llegó a Betulia a la casa de don Liberato Estupiñán.  Fue promotor de bailes, bazares y diversas actividades que alegraban   la monotonía en aquellas épocas.

 

Después de muchos años, un poco cansado por la forma tan desordenada y extrovertida de llevar las cosas, don Miguel decidió vender el automóvil para cancelar algunas deudas.  Con el dinero restante compró una finca y también un caballo, pero con tan mala suerte que un día pasado de tragos decidió ponerle el freno muy fuerte y este le propinó un enérgico golpe ocasionándole una profunda herida en el estómago dejándolo delicado de salud, y por tal motivo decidió comprar una casa en Zapatoca e irse a vivir allí sus últimos días.  Su muerte se produjo en Betulia, cuando decidió aún enfermo ir a unas ferias y fiestas, esas que tanto había disfrutado, y, subiendo al atrio por las gradas que conducían al famoso Pino del recuerdo, se desplomó y murió en el sitio exacto donde tantas fiestas promovieron con los remates de los Arcos y los Diezmos y Primicias que se negociaban en ese entonces al mejor postor.

Se fue lentamente, llevando consigo esta hermosa historia plasmada en el recuerdo de los Betulianos. La dicha de poder conocer un automóvil y viajar en él, y muchas otras cosas que gestionó para que el pueblo las deleitara por primera vez.

  Gracias damos a este pueblo y sus historias por estas vivencias de don Miguel.

Cuento autoría de Emna Codepi

 

 

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