Flores, frutos y otras yerbas del paisaje interior

Flores, frutos y otras yerbas del paisaje interior

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Entre discursos propios y ajenos que diariamente dan forma al pensamiento, el texto poético es el más destilado, denso y sonoro. En la masa de información que llena la mente individual y colectiva de asesinatos sangrientos, aviones que estallan, fraudes financieros y políticos, borracheras terminales, kilómetros de anuncios agresivos y frivolidad descarada, existe también un libro de poemas como acto de purificación y fortaleza.

 

Es cierto que mucha gente puede pasar la vida sin leer poemas, aunque su esfera sea más limitada porque nunca habrá de entender que en el sonido de las palabras se halla el aroma y la luz que revelan aspectos sutiles de la existencia de cada persona y que el sentido pleno de las palabras, su significación precisa, solo se realiza en el poema.

 

También es cierto que en cada época hubo quienes se atrevieron a navegar en su identidad para expandir la percepción y escribir este tipo de textos tan únicos y universales donde los lectores podremos reconocer como propias voces inesperadas, sorpresivas, que dejan sensación de que ya las habíamos pensado en alguna situación especial donde sucedió el amor, el dolor, el miedo, presagio de la muerte o misterio de una mirada, belleza de un rostro, un paisaje, un aroma o el milagro sereno de la amistad.

 

Un escritor profesional, como lo es Elko Omar Vázquez Erosa, quien tiene cinco libros publicados y se dedica todos los días a escribir notas periodísticas para televisión; estudió la carrera de ciencias de la información y se dedicó unos años a escribir a destajo todo tipo de textos escolares y académicos por encargo en una pequeña empresa que tenían él y su madre... un escritor profesional tiene capacidad técnica para redactar cualquier tipo de texto que se proponga. Excepto el poema.

 

Para escribirlo no bastan solo destreza y uso correcto de las reglas gramaticales y la preceptiva. También hace falta que el poema llegue, que se abra por un instante la ventana de la poesía. Y que en ese instante el poeta haya estado alerta y vigoroso para resistir la iluminación que sucede y pueda entonces iniciar el acto de la verbalización, la escritura.

 

Nadie duda que los poetas son personas distintas a los demás. Incluso los hombres torpes que se burlan de ellos y piensan que son locos, que están chiflados y que están fuera de la realidad, saben que son diferentes al común de la gente. Sensibles. En esencia son más fuertes. Saben mirar con exactitud y mayor ángulo el territorio material y el territorio imaginario donde existimos. Elko Omar Vázquez Erosa es uno de esos hombres. Uno de los poetas.

 

En este libro suyo que hoy comentamos, editado bellamente por el Instituto Chihuahuense de la Cultura, reconocemos de inmediato el estilo Elko: versos de imágenes sutiles, volátiles; un lenguaje refinado y difícil donde se asoma un lector muy activo, en las referencias a vastos códigos culturales, mitología, metáforas y símbolos, pero sin recargamientos librescos ni culteranos; un tono leve de romanticismo bohemio y castizo; una reflexión filosófica y una línea estética de tristeza y el dolor; una paisaje bien descrito donde la naturaleza aparece en la plenitud de sus colores, olores, sonidos, en el canto emocionado de una contemplación y una esencia íntima, y donde también existen automóviles y otras máquinas.

 

Este libro, escrito en la primera persona gramatical, dirige su discurso a una protagonista, o quizá podrían ser varias pero pareciera que en las tres partes que forman su estructura la mujer es la misma, en la mayor parte de los textos. La primera estrofa expresa claramente de qué se trata el libro completo, desde sus diversos ángulos:

 

Motas de polvo

suspendidas en el aire

que rabiosas de luz como tus ojos,

vienen a adueñarse de lo oscuro.

 

El texto se propone desde el inicio corporeizar con palabras lo inasible: la luz, la mirada de los ojos azules de la protagonista, el fulgor del sol en el color de su cabello, el gesto de un rostro en la despedida, el recuerdo en las marcas del propio cuerpo o en el humo del cigarro.

 

Rocío, agua lustral,

lluvia que se estrella

en los cristales

 

La presencia de la protagonista puede forjarse con ingredientes concretos que cubren cualquier distancia y le dan a la vida un sentido:

 

Un sorbo de vino turbio,

volutas de humo azul

que escapan por los hoyuelos del granero

y el paisaje que habla de recuerdos,

de luchas y conquistas, de viajes por el mar.

 

Todo esto puede suceder en un ambiente hostil y despiadado, como algunos días del invierno:

 

La lluvia como púas de hielo

 

La crueldad de la naturaleza, metáfora de ausencia, irrumpe en el propio cuerpo y cala hondo:

 

Aire helado que desea formar parte de los huesos

 

Una característica del formato con el que este autor suele componer su escritura es que el primer verso de cada poema funciona a la vez como título y frase inicial del texto, pues lo presenta subrayado en itálicas y con tinta más fuerte. El autor le da a ese primer verso doble significación y logra de esta manera una fuerza concentrada y sintética, que ilumina el sentido de los demás versos. Como ejemplo el siguiente texto:

 

Desde entonces te inventaba

en el juego ocioso y en las líneas de mis libros,

en el barro que está en la orilla del arroyo,

en los juguetes y en los mitos.

 

En las noches tenebrosas, cuando faltaba la luna,

entonces te creaba en la flama de las velas,

con el sonido familiar del viento en las rendijas.

 

En siete versos el punto de vista recorre distintos paisajes y sensaciones: los libros, el río, el juego, la imaginación, la noche, el recinto apenas iluminado en el que vibra la fuerza del viento. En esos ámbitos se va inventando la ilusión de una presencia anhelada.

 

El autor tiene habilidad para expresar sensaciones telúricas y concentrarlas en una acertada mezcla de imágenes, como en estos dos versos:

 

Se carga el cielo de humedad

y se vuelve perfume el adobe de las ruinas

 

Sin perder el tono de estoica serenidad que la caracteriza, la voz se inclina a veces hacia la ternura, como puede oírse en esta estrofa del poema que se llama Para llevarte lejos:

 

Para que seas una niña,

para que estés segura,

para mantenerte abrigada

en un lecho de seda

 

El autor hace referencia a leyendas y lecciones de la tradición, y atribuye algunos de sus relatos y sus ideas a un personaje colectivo a quien nombra “los viejos”, como en esta estrofa que es también ejemplo de su capacidad de concentración y densidad:

 

Dicen los viejos que hace mucho

vinieron las hijas de la luna

a robar los frutos del edén,

y al tocar la tierra...

se les cayeron las alas.

 

Resulta ágil en la lectura el juego textual donde se mezcla un diálogo con la mujer, unas cartas que se van escribiendo desde la distancia y la evocación, los ecos de su recuerdo sonando en viejos muros o en el campo abierto y la acción de perseguirla y darle vida en las palabras, tomarla como fuente del poema:

 

Transformas los rincones en poesía,

te pierdes entre resonancias

 

Todo el libro puede leerse también como una historia de amor en el que el protagonista está dispuesto a seguir a la amada en todas las dimensiones, hasta fundirse con ella en la tierra y en la muerte:

 

Voy a llevarte hasta la tumba,

voy a ponerte ofrendas

y luego abrazaré la tierra

y me secaré, junto a las flores.

 

Amor constante más allá de la muerte como el poema de Quevedo, aferrado en las palabras y el propósito de trascendencia.

 

En la tercera parte del libro, “Estudios y fragmentos”, hay una variedad de temas, aunque se sigue sosteniendo el diálogo con el personaje femenino que silenciosa escucha o ausente lee las palabras que se pronunciaron o se escribieron para ella. Un ejemplo es el texto que alude a esas imágenes y estructuras que se van derritiendo en la pantalla de una computadora por una falla de sistema, ante la angustia del que aterrado mira la desaparición:

 

Dudas en la agonía del milenio:

¿y si los dioses regresan por sus fueros

y la realidad se ve, de pronto,

desdibujada en sus contornos?

 

¿Y si acechan formas

de tiempos extraviados y blasfemos

y desaparece nuestro mundo, sin dejar siquiera

huellas en el polvo que sobrenada el cosmos?

 

O de este otro que es vivo retrato del vino y de su conexión con el sueño mezclado en delirio y lucidez intensa, efímera. Su primera estrofa es esta:

 

Nada como el vino:

tiene el perfume,

tiene el color,

la suave textura

que se va adueñando

de los sentidos.  

 

Este poema cierra deslumbrante en su estrofa final:

 

de las flores fantasma

que proyectaba la copa,

de la sigilosa mirada

que sorprende un instante

—un mísero instante—.

 

En la desolación, el personaje protagonista de la voz desciende a veces al abismo de la soledad y tristeza profunda, la falta de sentido de la vida que se halla en las sensaciones elementales del cuerpo, como puede verse aquí:

 

¿Será el olvido que hallan los lotófagos

el fin último de la existencia?

 

¿Será la mirada estúpida de la satisfacción

la gloria de que hablan los profetas?

 

¿Será la falta de ilusiones la que corona

los sueños, las fatigas y todos los afanes?

 

¿Serán tus ojos un cigarro, tal vez dormir,

o la embriaguez metódica?

 

Todo lector se reconoce en estos versos cuando ha sentido que ya se fueron todos los trenes, cuando parece que ya solo ha quedado la cotidiana dosis de comida, trabajo, dinero, licor semanal y una cajetilla de cigarros que se consume como cuerpo en tiempo inútil.

 

Sin embargo el poeta no se deja vencer. Cuando todo ha pasado y la vida ya no tiene sentido, quedan los recuerdos como el polvo enamorado de Quevedo:

 

En los vasos rabiosos te recuerdo,

en las cenizas compactadas,

en el fluir del automóvil;

 

en efímeras flores que de esquirlas

nacieron en el muro,

en el grito que tronaba por las calles,

en el borde que me sacudió

todos los huesos,

 

y en las prendas íntimas

que asomaron

por un velo de cristal.

 

En este libro de poemas se percibe con nitidez una atmósfera bien evocada. Se trata de un texto notable en su claridad, en el vuelo de las imágenes y en la expresión exacta de sentimientos colectivos.

 

Por demás está recomendarles la lectura de este autor, Elko Omar Vázquez Erosa, quien escribe para sus contemporáneos, para este tiempo, y con su obra define e inventa los sueños colectivos armonizados en las palabras, en su exacta escritura.

 

Vázquez Erosa Elko Omar: Jardín de luna. Editorial del Instituto Chihuahuense de la Cultura, México, 2002.

 

Septiembre 2002

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Comentario por Jesús Chávez Marín el junio 22, 2018 a las 9:00am

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