-¿Qué escribes? -me pregunta Ace.
-Es un juego de H. Tenemos que poner lo que nos inspira esta foto.
-¡Guau!
-¿Qué te inspira? -le pregunto.
-La necesidad de ir al gimnasio, seguro que te gustaría una tabletita así en casa.
-No seas ridículo, estás perfecto como estás.
-Claro, por eso te las pasas con tus amigas, mirando tíos como estos.
-Es solo para hacer vuestro trabajo más fácil -replico.
-Prefiero no saber qué has querido decir con eso -dice poniendo su enorme mano en mi cuello, haciendo presión justo donde tiene que hacerla.
-¿Ves? Ninguno de estos sabe hacer eso que tú haces tan bien.
-Ya, menos mal que aún tengo mis armas. ¿Puedo leerlo? -me pregunta.
-Claro.

Se despertó empapado en sudor, desnudo y empalmado en una cama que no conocía. Sábanas revueltas y húmedas con olor a sexo. Al estirar el brazo rozó un frío objeto con la mano, lo miró y no pudo evitar un golpe de miedo. Pesadas cadenas negras descansaban atadas al cabecero de la cama...



No recordaba cómo había llegado hasta allí. Se levantó despacio y recorrió con la mirada la habitación. Era oscura y fría. Altos candelabros de plata descansaban en el suelo. Las paredes de teñidas de un azul oscuro contenían dibujos de ramas de  árboles que se enredaban entre sí, con intrincadas posturas. Algunas pieles descansaban en la cama que acababa de abandonar, también las había en el suelo, parecían auténticas. Una enorme chimenea ocupaba la pared de enfrente. Sobre ella máscaras negras, velas, látigos que colgaban de viejos ganchos. Algo parecido a un palo de golf, que él no imaginaba, o no quería imaginar para qué demonios podía servir. Y a su lado varias palas, como de algún juego de pelota. Pero eso no se utilizaba para jugar a la pelota claro.
 Él no era un hombre que tuviera ese tipo de relaciones. Siempre se había considerado alguien bastante corriente, incluso clásico en cuanto a sexo se refería. ¿Qué demonios tenía de malo la postura de misionero? Los besos largos, las caricias lentas sobre la ropa, para ir descubriendo poco a poco el cuerpo de la mujer con la que quería compartir esos momentos de placer. Sin aparatos, sin objetos, solo un hombre y una mujer.
Aburrido. Eso le había dicho su última novia, eres un aburrido. El puto libro ese que se había puesto de moda, estaba revolucionando a las mujeres, y maldita sea si él iba a permitir que le echaran cera caliente encima, y por nada del mundo le zurraría a una mujer el trasero... él no era un animal. Aunque esa mancha rojiza en su piel, parecía... podría ser un quemado. Rápidamente apartó esa idea de su cabeza. Él nunca se prestaría a ese juego voluntariamente, no podía haber pasado eso. Pero... y si no fue voluntariamente. Se dirigió a la puerta guiado por el miedo y la determinación. Y por su polla que era más grande de lo que la recordaba.
Una imagen llegó como un rayo a su memoria. Una mujer de melena larga y oscura, estaba a cuatro patas en esa enorme cama. Vestida únicamente con un corsé de cuero negro y unas sandalias con pedrería incrustada y unos tacones de vértigo, gemía de forma incontrolable mientras una mano desnuda descargaba golpes en su magnífico y redondeado culo, dejándolo marcado en rojo.
Un grito de horror escapó de su garganta al darse cuenta de a quién pertenecía esa mano, era suya. Él estaba propinando esos golpes, y tan solo con el recuerdo su ya dura erección se había alzado aún más sobre el eje. Se la agarró con la mano con la intención de controlarla, pero esa imagen en su cabeza parecía tan real. Sus dedos cobraron vida propia, no hicieron caso a su cerebro y subieron y bajaron por la verga, proporcionándole un placer indescriptible, tuvo que apoyarse contra la puerta para no caer, y siguió dándose gusto a sí mismo, mientras la morena gemía en su cabeza. Con cada descarga de su fuerte y varonil mano, el trasero se retorcía pidiendo más, la joven arqueaba la espalda y gemía sin cesar. Sus manos agarraban las sábanas en puñados. Mateo oyó el tintineo de las cadenas al moverse, y se dio cuenta que agarraban las muñecas de la joven. La penetró de un solo envite mientras descargaba una nueva palmada y ella rugió de placer. Él la sujetó fuertemente del pelo y tiró de su cabeza para ver la expresión de la cara. Vio  inmenso placer en esos negros ojos y su mano cogió velocidad en el recorrido frenético por la enorme polla. ¿Eso era suyo? Desde luego él no la recordaba así, pero no podía negar que le gustaba su nuevo aspecto, poderoso, ese era el adjetivo que lo describía mejor. Un aspecto poderoso.
Se corrió con una fuerza desconocida para él hasta ese momento y se dejó caer desfallecido, al suelo. Nuevas imágenes acudieron a su mente. Enterró la cabeza entre las rodillas levantadas y respiró profundamente. Olía a sexo; a hembra, a macho, a cuero y cera consumida.
En su pierna vislumbró marcas de tacones, probablemente los mismos que había visto en esa imagen mientras se masturbaba, se habían clavado en su muslo horas antes.
Sentía la primitiva necesidad de encontrar a esa mujer, no sabía qué haría una vez la encontrase, pero necesitaba hacerlo.

Se puso en pie y abrió la pesada puerta de madera que lo separaba del pasillo y del misterio de esa noche.
Un instinto primitivo lo guió en la oscuridad hasta unas estrechas escaleras en forma de caracol. Se descubrió a sí mismo olfateando en el aire. Se palmeó la cabeza intentando ahuyentar esos bajos instintos. Su polla se había levantado nuevamente, enorme y dura como el acero. A pesar del miedo, eso le gustaba. Se dio cuenta, demasiado tarde que no había perdido el tiempo en ponerse nada encima. No supo por qué, pero sus labios se curvaron en una sonrisa y comenzó a subir los peldaños de tres en tres. Como un vendaval abrió la pequeña puerta al final del corredor al que había accedido por las escaleras.
Se quedó mudo ante tanta belleza. La hembra, su hembra, descansaba entre sábanas del color del fuego.   Completamente desnuda, lo esperaba con las piernas abiertas, la melena apenas cubriendo sus maravillosos y cremosos pechos, y entre el negro cabello, el relucir de las duras areolas, erectas para él, para su boca. Bajo la mirada por el cuerpo de la mujer. Quería un momento así, ahora que ella estaba dormida, para amarla con los ojos. La tela roja descansaba descuidadamente sobre ese precioso y blanco estómago, pero el sexo estaba completamente expuesto. Mantenía las piernas abiertas y era evidente que estaba teniendo sueños húmedos. La oyó gemir. Esas maravillosas y bien formadas piernas se movían inquietas, la brillante ambrosía que discurría por la unión entre sus muslos, le hizo salivar. Tenía que probarla. 
Sus instintos se apoderaron de él y se lanzó hacia ese lugar que lo reclamaba. Bebió del interior de la hembra con desesperación, y alcanzó a escuchar el grito gutural que salía de la jugosa boca, antes de que la mujer apretara sus rígidos muslos, enterrándolo en ella. 
Unos fuerte brazos lo arrancaron del paraíso, mientras dos corpulentos hombres sostenían a su hembra contra la el colchón, los esfuerzos de ella por liberarse eran magníficos. Tenía una fuerza sobre humana y él se rindió un poco más a este amor y deseo que lo estaba consumiendo y transformando, en alguien a quien no conocía. Y decidió luchar por acercarse a ella. 
Sintió un golpe y la oscuridad,justo un segundo antes de escuchar por primera vez la voz de la joven. Una maravillosa y profunda voz, que sonaba como miel derritiéndose, aterciopelada y dulce.
-Ayúdame Mat. ¡Libérame! 

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