Tumba en Betania

Lázaro

 ¿Por qué no nos cuentas, Lázaro… lo que viste allí?

                                                     Leónidas Andreiev

  

José Carlos Emmanuel Rabindranath Urquiza y Villalobos, abrió los ojos en pleno velorio, levantó la cabeza, apartó una enorme corona de flores -rosas y lily blancas, verde follaje, claveles y cempasúchil-, que cubría la mitad del féretro y, con la voz de bajo profundo conocida por todos, exclamó airado, -qué chingada madre están mirando, y, enseguida cayó presa de un desmayo. Del terror inicial en el que, muchos, pusieron pies en polvorosa, otros como el que aquí les cuenta, hicimos de tripas corazón y nos acercamos cautelosos hasta el féretro en el que descansaba el cadáver, bueno el hasta unos minutos antes "el cadáver" y, ahora ya el ex cadáver.

-Pepe, dije en un tono apagado dirigiéndome al sujeto que había vuelto a quedarse quieto, y casi al mismo tiempo, Refugio, su viuda, bueno su ex viuda dijo también en un tono apagado, ¡Ra! -Esa era la manera en que ella le decía por lo de Rabindranath. Ante ambas exclamaciones nuestro amigo siguió impávido. ¡Carlitos! Dijo su hermano Jorge con la mandíbula temblorosa, y sin respuesta alguna. Dos o tres más junto a nosotros con miradas de espanto. Y no sé ni cómo ni porqué pero enseguida dije, -¡Lázaro, levántate!

Lo que les he dicho hasta ahora sucedió el diez de febrero de mil novecientos ochenta y cinco, de eso ya han pasado algunos años, a José Carlos Emmanuel Rabindranath Urquiza y Villalobos, nunca más se le volvió a llamar así, ni con los otros apelativos como Ra, Pepe o el que fuera; a partir de aquel día, para todo el mundo sólo fue Lázaro.

Ahora bien, de todos los amigos debo admitir que, entre Lázaro y yo había habido siempre una estrecha y especial relación que, se perdía en el tiempo, desde el primer día que coincidimos -llanto en los ojos- en el primero de primaria, y, que de alguna manera se fortaleció aquel día del famoso ¡Lázaro, levántate!

El mutis del que fue presa mi amigo Lázaro, respecto al suceso de su muerte acaecida el día ocho de febrero, y, de su resurrección dos días después, se prolongó durante toda la vida hasta hace quince días, justo dos días antes de su segunda y esta sí definitiva, muerte.

Por otra parte debo aclarar que, José Carlos Emmanuel Rabindranath Urquiza y Villalobos, gozaba de un excelente estado de salud. Acudí al llamado de Lázaro, una cita más de las muchas que compartimos juntos. Esta vez fue en su estudio y lo que referiré en seguida es lo que él me contó.

-Una luz intensa hermano, como una ráfaga de relámpagos que, se suceden, uno detrás del otro y todos ellos en una fracción de segundos, -así empezó Lázaro y de allí para adelante. Recordarás aquel ocho de febrero de mil novecientos ochenta y cinco, fue cuando al salir del baño de vapor en el club, me recosté en el camastro. Allí se dio lo de la luz intensa; a mi alrededor personal del club, y ustedes cerca. La presencia de médicos y paramédicos y la certeza de todos de que estaba muerto. A la luz intensa le siguió un profundo abismo con una negrura absoluta y de pronto, seres luminiscentes cruzando de uno a otro lado, tardé apenas unos segundos, -o cualquiera que sea la unidad de tiempo en ese espacio, en reconocerme como uno más de ellos y, en aceptar que éramos seres en proceso de dejar este espacio terrenal. Algunos de ellos caminaban decididos alejándose, y perdiéndose en aquella oscuridad sin que volviera a verlos, otros se alejaban y volvían hacia mí con paso titubeante para después, volver a tomar distancia y desvanecerse, y otros, unos pocos, nos quedábamos como a la espera de algo o de alguien.

Allí no hay ángeles, hermano, no hay tampoco un anciano bondadoso con check list o un manojo de llaves, no hay una flecha hacia arriba que lleve al cielo, ni una flecha hacia abajo que indique el infierno, es un espacio negro y de un silencio puro, no hay nada más que eso, bueno hay también una sensación inenarrable de paz.

Te preguntarás si uno puede comunicarse con los otros, y te respondo con certeza que si se puede hermano y, justo eso fue lo que yo hice. Allí en esa espera, los que no nos decidíamos a seguir hacia adelante, fuimos haciendo un corrillo y nuestras luces se desprendían, subiendo y bajando hasta que, sin saber cómo, empezamos a entendernos. No hay lenguaje pero uno entiende perfectamente a los otros. Identificamos los espacios humanos en el que habíamos vivido, lo que habíamos hecho, todo lo sabíamos, hermano pero, además, podíamos decidir, una vez conociéndonos, seguir adelante o regresar. Esa es una decisión nuestra hermano, de nadie más que nuestra. Uno es el que dice si camina hacia quién sabe dónde o si vuelve a la casa y despierta. Habemos muchos Lázaros, hermano, decenas o quizás miles sólo que, es tan grande este mundo que no nos enteramos pero, así como yo decidí volver, lo hicieron algunos que coincidieron conmigo, otros simplemente dieron vuelta y siguieron hacia adelante, perdiéndose en aquella inmensidad.

La opción es nuestra, insistía Lázaro y, yo incrédulo a cual más.

En esa reunión, y ahora entendí la razón de habernos visto en su estudio, Lázaro sacó fajos de cartas y apuntes extraños. -Mira, dijo, y procedió a mostrarme recortes de periódicos. En estos y aunque no conocía el idioma, se trataba de hechos extraños que, como el caso de mi amigo, habían causado un revuelo local por el asombro y la rareza de la resurrección. Notas breves y fotografías de personas que misteriosamente, habían vuelto a la vida después de haber estado muertos. No Lázaros sino, nombrados de otros modos acordes a sus culturas. A la vez, las cartas, con notas al margen y traducidas al español, eran las correspondencias que Lázaro, había sostenido con aquellos seres luminiscentes -vueltos a ser hombres, durante el resto de la vida y en la que, daban cuenta de los pormenores aquí en la tierra.

-Amigos de luz, dijo Lázaro.

Para muchos de los que seguimos tratando a José Carlos Emmanuel Rabindranath Urquiza y Villalobos, después del suceso, el cambio radical que tuvo, lo achacamos a la propia experiencia sin embargo, la razón había sido totalmente íntima y personal. -Cambié, dijo Lázaro, porque así lo quise hacer, porque así lo pensé en ese trance en el que decidí volver. -Qué caso tenía regresar y seguir siendo el mismo, agregó con una sonrisa.

¿Oías nuestras voces? Pregunté en un momento que tuve chance.

-¡No! Respondió él, ya te dije que aquel espacio era un silencio absoluto. -Nada influye.

Después cayó sobre nosotros un velo y solamente nos veíamos; él, con una envidiosa tranquilidad. Lázaro sabía que dentro de mí urgía por salir la pregunta.

-Y dónde queda Dios en todo esto, dije al fin y, Lázaro solamente hizo un gesto elevando los hombros.

¿Y entonces el misterio y el milagro del primero de los Lázaros? Dije, y mi amigo sonrió.

Ese fue el tenor de aquella charla, mi amigo Pepe, falleció como les dije, dos días después, totalmente sano, acostado en su cama, tenía la misma edad que yo, y en su semblante había una sonrisa. Aquella tarde en el estudio me atreví a tentarlo, -si se diera el caso, Pepe regresarías de nuevo, le pregunté. No contestó ni sí, ni no, pero elevó las cejas y sólo por ese gesto, convencí a su mujer y a sus hijos para que lo veláramos un poco más de tiempo, por supuesto que no revelé secretos, respaldé mis dudas por la experiencia de su primera muerte.

Revisé mucho en los papeles que mi amigo me confió, esas vidas que siguieron brillando una vez que por propia decisión, regresaron a seguir sus sinos. La jovialidad, las risas, la intensidad, la tristeza con la que habían afrontado seguir viviendo, incluido por supuesto a mi amigo. Y descorrí también el velo de la historia, y busqué lo que había sido del primer Lázaro, el de Betania, el hermano de Marta y de María, el amigo de Jesús. Vida opaca y triste según algunos, Obispo de Chipre según la iglesia Ortodoxa y Obispo de Galia de acuerdo con la tradición occidental pero, en Betania hay una tumba que se venera hasta hoy en día, Lázaro vivió en la pobreza en que había vivido, no hay de otra, si se regresó o lo regresaron de la muerte es la duda pero, muerto viviente como lo fue en su tiempo, fue perseguido y apedreado, andrajoso con la mirada perdida, los ojos hundidos en las cuencas, los labios y la punta de los dedos azulados cianóticos, ese Lázaro debía haber dado miedo, este fue el Lázaro que según otros, fue llevado ante el César, en Roma y que, para no verlo a los ojos, se propuso matarlo sin embargo, el César lo vio triste y callado y hundido en su pesar y solamente le sacó los ojos con un hierro candente, ordenando que, lo volvieran a su pueblo.  Pensé en todo esto, en el Lázaro de Betania y en los otros Lázaros, y, ahora que mi turno no debe andar muy lejos, espero tranquilo el momento de hacer mía la luz, la negrura profunda y el silencio absoluto. Ya ansío ver el resplandor de luz intensa del que me platicó con tanto gusto mi amigo -aquel que en vida, llevara el nombre de José Carlos Emmanuel Rabindranath Urquiza y Villalobos pero, aunque no lo crean, hay noches que no duermo y también llega a mi mente el primer Lázaro y me estremezco.

¡Mi vida! Le digo a mi mujer, a mí, en cuanto caiga muerto por favor me incineras…

 

©2021 by Oscar Mtz. Molina

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Comentario por Oscar Martínez Molina el marzo 28, 2021 a las 11:37pm

si se diera el caso, Pepe regresarías de nuevo, le pregunté

Comentario por Oscar Martínez Molina el marzo 25, 2021 a las 11:59pm

Una luz intensa hermano, como una ráfaga de relámpagos

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