(Adaptación personal de cuento popular).


Ella no migraba como las golondrinas, pero sí tenía la sensación de sentirse permanentemente desubicada y fuera de sitio a pesar de los años que llevaba sin salir de aquella ciudad. Dicha ciudad se le había quedado pequeña; tal vez ella necesitaba otros lugares y encontrar hogares en cada uno de ellos, así que un día desplegó las alas y echó a volar sin un rumbo marcado previamente, tras despedirse de los pocos familiares que le quedaban allí.


Algunos piensan que se equivocó, la paloma; que por ir al norte fue al sur, que pensó que el mar era el cielo. Pero más allá de confusiones, ella simplemente se dejaba llevar.


Sin pararse a pensar en el acierto -o en el error- que pudiera haber en cada uno de sus actos, nuestra amiga voló durante días, siendo su única brújula no oponerse a la dirección del viento. Sobrevoló otras ciudades cuyos edificios grises y manchados de lluvia amenazaban con arañar el cielo; voló sobre mares, ríos y campos de cultivo como tela a cuadros, y vio hombres, mujeres, niños.


A la séptima noche, exhausta, se detuvo a descansar y ni siquiera miró dónde aterrizaba, pues toda fuerza parecía haberla abandonado.


—Ssszz...


Un silbido de hierro -si tal cosa tiene algún sentido- cruzó entonces la noche sobre su cabeza, peinándole las plumas y arrancándola de los brazos de morfeo cuando ella estaba a punto de caer en un profundo sueño. Reparó la palomita que había parado a descansar en el pedestal que soportaba una suntuosa estatua en mitad de la plaza principal de la ciudad portuaria a la que había acertado a llegar, y al mirar arriba descubrió, con una mezcla de horror y maravilla, que se trataba de la efigie dorada de una serpiente.


—Mi cola enroscada te protegerá del frío—Habló la estatua en un susurro quedo—Soy Sizzsla, ¿Quién eres tú?


La paloma se relajó un poco. No era la primera vez que escuchaba hablar a una estatua, y esta en concreto parecía amable. Levantó un poco la cabeza y con sus ojos de rubí advirtió la cola enroscada de la serpiente, guardando la forma de un signo infinito, en cuya oquedad ella le había indicado que estaría más protegida.


—Soy una paloma—Respondió, decidiendo moverse a saltitos allí donde la cola de la serpiente pararía el viento helado de la noche.


—¿Eres una paloma mensajera?—inquirió la llamada Szzisla con curiosidad—¿Cómo te llamas?


—Me llamo Paloma—respondió la interpelada como si esto fuera obvio. Se quedó un poco pensativa con la pregunta anterior, ¿era una paloma mensajera?—No, creo que no soy una paloma mensajera. O sí. —se encogió de alas una vez llegó a la curva en la cola de la serpiente y se acomodó allí—no lo sé...


Szzisla suspiró y su cuerpo escamoso y dorado pareció estremecerse.


—Necesito... mandar un mensaje.


A la palomita se le había quitado el sueño, aunque continuaba físicamente muy cansada de tanto volar, de tanto buscar.


—¿Ah, sí? Tal vez a eso podría ayudarte—repuso sin pensar demasiado.


Los ojos de Szzisla, dos esmeraldas auténticas de un tono verde insondable, parecían no tener fondo cuando contemplaban la noche ante sí.


—¿De verdad? Te lo agradecería. Llevo muchos años mirando la ciudad desde aquí en lo alto sin poder moverme.


La palomita se imaginó al momento la situación de la serpiente dorada. Tenía que ser bastante frustrante estar allí forzado a no moverse, con cantidad de cosas que decir seguramente, o simplemente queriendo acercarse a alguien. En la situación de Szzisla moverse era una quimera, no digamos volar.


—Lo entiendo, amiga—respondió la paloma, quien tenía un corazón que no le cabía en el pecho—¿y qué mensaje necesitas que lleve? ¿A quién?


Szissla suspiró. De pronto ella también parecía de golpe muy cansada.


—Hay un hombre que vive en la calle, no muy lejos. Pasa las noches en aquel callejón justo en frente—siseó tras un breve lapso de silencio—no tiene nada, salvo un violín. En la estación cálida tocaba por propinas, pero ahora los dedos entumecidos por el frío no se lo permiten.


La palomita ladeó la cabeza visiblemente conmovida. Los hombres por lo general no eran tan fuertes como las palomas o las estatuas; el músico callejero tenía que estar pasando sed, hambre, frío allí sin un hogar donde guarecerse.


—Puedo buscarle—respondió. Esa tarea no sería difícil para ella—¿Qué mensaje quieres que le lleve?


—Arráncame un ojo—repuso Szzisla sin vacilar. Ni iba a dolerle aquello ni parecía importante para ella perder dicho "órgano"—para los humanos estas piedras tienen valor. Tal vez venderlo le permitirá recuperar su dignidad.


Extraña relación causa-consecuencia, no pudo sino pensar la paloma, ya que el capitalismo le resultaba bastante ajeno. Pero, al igual que Szzisla, ella sabía de humanos, y de los "trueques" que solían llevar a cabo. Era cierto que comulgaban con el mundo material hasta el punto "tanto tienes, tanto vales" o más bien "tanto tienes, tanto eres", de modo que lo que Szzisla le pedía tenía lógica.


—Creo que entiendo. Pero... ¿no te dolerá?


Szzisla lanzo una carcajada siseante al viento.


—En absoluto, querida amiga.


La palomita se puso manos a la obra. Le llevó prácticamente toda la noche extraer la esmeralda del ojo izquierdo de Szzisla, usando su pico y bien encaramada al rostro del ofidio dorado. Cuando la tuvo casi en su poder, la sujetó con ambas garras y aleteó fuerte para desenclavarla por fin de su cuenca de oro.


—¡Ya está!—sin reparar en lo fatigaba que estaba, la palomita agitó las alas frente al rostro de Szzisla con la gema liberada, para mostrársela entre sus garras. No se le daba tan bien agarrar cosas como sujetarlas en el pico, así que segundos después aterrizó en el pedestal para arreglar este último factor.


—Llévaselo, mi buena amiga. No sé cómo agradecértelo.


La palomita echó a volar con la gema en el pico. No necesitaba que Szzisla ni el hombre se lo agradecieran. Ella daría aquel "mensaje" por una muy buena razón; la dignidad del músico era suficiente.


Encontró al hombre dormido en el callejón bajo las primeras luces del alba, en un lecho de cajas desplegadas de cartón y papel de periódico, la cabeza descansando sobre una ajada funda de violín. Dejó la gema en su mano abierta sin despertarle, comprobando que aún bajo su piel podía sentirse algo de calor. Con su pequeño cuerpo presionó los nudillos del hombre para cerrarle la mano y que éste no dejara caer la gema entre sueños, y por si acaso picoteó un poco antes de salir volando de nuevo al encuentro de Szzisla.


—Gracias, Palomita—insistió la serpiente dorada—¿cómo puedo pagártelo?


La paloma blanca sonrió con los ojos -no había otra forma para ella de hacerlo-, se sentía contenta, más "grande" por alguna razón, como si hubiera crecido y engordado, y eso que llevaba días sin probar bocado. Era una sensación extraña pero no desagradable.


—No es necesario que me pagues, ¡soy una paloma mensajera!—dijo con voz de arrullo. Y sin saber muy bien por qué, añadió—¿Tienes algún otro mensaje que necesites que lleve?


Szzisla no contestó inmediatamente.


—Pues ya que lo mencionas, sí—admitió tras unos segundos de reflexión—Pero has de dormir, palomita. Te lo diré cuando descanses.


—No, no—se apresuró a responder ésta. Si todos los mensajes eran igual de necesarios que la gema que acababa de entregarle al hombre del violín, no había tiempo que perder.—¿Cuánto tiempo llevas esperando sin poder hacerlo tú misma? Hagámoslo ahora.


—Pero...


—Vamos, Szzisla. Cuéntamelo.


La serpiente dorada suspiró.


—Está bien, palomita. Hay una familia que vive en aquella casa bajo la torre del reloj. El padre sale a emborracharse y se gasta el dinero en mujeres todas las noches. Al regresar a casa pega a su mujer y a sus dos hijos, puedo verlo por aquella ventana. La madre de los niños trabaja en una fábrica; ella quisiera irse, poner distancia para proteger a sus hijos y comenzar una vida nueva, pero el sueldo que gana no es suficiente.


La paloma se orientó en dirección a la torre del reloj y contempló la mencionada ventana que daba a la vivienda. Se dio cuenta de que estaba rota y no podía cerrarse del todo, aunque no se veía movimiento tras ella tal vez por lo temprano de la hora.


—Quiero que arranques mi otro ojo—continuó la serpiente—y se lo lleves a esa mujer.


Conmovida por la situación de aquella familia, la palomita se puso inmediatamente a la tarea. Esta vez tardó menos en extraer la gema que era el ojo verde de Szzisla, tal vez le iba pillando el tranquillo a la cosa.


Cuando le llevó la esmeralda a la mujer, el borracho aún no había llegado. Dejó la gema allí sobre la mesa de la cocina, ante los atónitos ojos del benjamín de la familia que había estado llorando hacía escasos instantes en el regazo de su madre, y remontó de nuevo el vuelo para salir por la ventana.


La paloma equivocada estaba muy cansada, mucho, pero no se daba cuenta. No pudo evitar preguntarle a la amable Szzisla si tenía otro mensaje, pues había descubierto que era paloma mensajera por vocación... y cuán dificil es negarse a la llamada. Como no podía ser de otra manera, después de años observando el mundo desde aquella atalaya, la serpiente dorada tenía otro mensaje que dar.


Así pasaron el día. El zafiro que coronaba el cascabel al final de la cola fue también extraído y entregado; la piel de oro que cubría al reptil, arrancada a jirones y repartida entre quienes la necesitaban más que la propia Szzisla. Ella era una estatua, no pasaba frío, no necesitaba piel.


El vínculo entre la paloma y la serpiente se hizo cada vez más estrecho a medida que pasaban las horas, ya apenas necesitaban hablar. Ambas sabían que ya no pararían hasta que la superficie de hierro se viera desnuda en el cuerpo de Szzisla sin su baño de oro. Cuando no quedaba ni rastro de la lustrosa y brillante piel, una vez todos los bienes materiales fueron repartidos y todos los mensajes dados, la palomita por fin cayó rendida y descansó entre los anillos ahora grises de la serpiente.


Aquella noche llovió durante horas, y el cuerpo de Szzisla se manchó de rojo anaranjado.

A la mañana siguiente, un niño bizqueaba y guiñaba los ojos contemplando la elevada estatua bajo la luz del sol.


—Papá, qué estatua tan FEA...—le dijo a su padre con la sinceridad característica de los niños.


El padre contempló la estatua de la serpiente, dándose cuenta de que algo raro pasaba allí pero sin acertar a apreciar qué era exactamente. Se había oxidado por la lluvia, sí, sería eso.


—¿Eso de ahí es un pájaro muerto?—El niño se aproximó más a la estatua, con los ojos fijos en el cuerpo plumoso que yacía inerte sobre el pedestal.


—Venga, vamos—le apremió su padre para que siguiera andando—no te entretengas por tonterías. Ah, tendrían que demoler estos viejos monumentos, se convierten en un estercolero insalubre para la ciudad... quién lo diría, hasta con bichos muertos.

El hombre no llamaría al ayuntamiento por pereza, sin embargo. Se alejó de allí con prisa, tirando del brazo de su hijo, yendo a quién sabe qué destino premeditado.


Una niña un poco mayor había observado la escena a poca distancia. Ella sí se había dado perfecta cuenta de que la serpiente estaba "desnuda".


Cuando el hombre y su hijo se fueron, la niña trepó al pedestal de Sizzsla y tomó el cuerpo de la palomita en sus manos.
La niña miró al ave con pena, comprendiendo que la vida se le había ido. ¿Un pájaro? el niño ese no tenía ni idea de lo que decía, no se trataba de un pájaro cualquiera, era una paloma. Una paloma mensajera.


Ojalá pudiera devolverle la vida, pero eso era algo que estaba fuera de su alcance.


—Palomita querida—murmuró acercándosela al pecho, tratando de darle calor aun así—Palomita mensajera. Cuando sea mayor y tenga una hija, la llamaré como tú.

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Comentario por José Ignacio Velasco Montes el junio 17, 2017 a las 12:49pm

La acabo de encontrar guiado por Laura que leí su comentario.

Amigo Axis, tiempo ha que no coincidimos. Me ha encantado. Tierna, original y con un final de hacer saltar las lagrimas, pues, como siempre, los que dan son los que peor escapan, pero lo hemos vivido aquellos que hemos querido dar más que recibir.

Enhorabuena Axis.  Un abrazo.

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