Cuando le salió su primer diente, una caída casi mortal de un árbol se lo arrancó de una sola vez. A sus 17 años se enamoró… del director de la escuela. Cuando cumplió 25 su novio le regaló un conjunto de perlas que tiempo después supo era robado. Y a sus 33 años le informaron que la universidad donde estudió no estaba avalada por el estado por lo tanto su titulo era falso.

Solía caminar a paso lento por la alameda de su ciudad, sonreía todo el tiempo mostrando sus enormes frenillos de lata y tropezaba con cada piedra que se le cruzaba en el camino, se llamaba Soledad y le hacía honor a su nombre pues vivía sola en un departamento arrendado a un hombre de lentes. Cada día la visitaba un perro vagabundo, ella le daba comida y le contaba largas historias de su trabajo como vendedora de libros y discos en una tienda antigua de la ciudad. Nunca derramó una lágrima, incluso aquel día en que sus amigas la llamaron foca gorda cuando recitaba un poema frente a toda la escuela – bueno ella decía que eran sus amigas-. Sus padres aún vivían a las afueras de la ciudad, en una casa de campo antigua, su madre regaba las plantas y su padre hablaba con extraños personajes que nadie más podía ver.

Su día transcurría así:
9 30 am- Levantarse, mirar lo ventana, saludar con la mano a la niña de enfrente que jamás devolvía el saludo.
10  am- Desayunar pan tostado con margarina y café con leche mirando el horóscopo chino en el matinal.
10 30 am- Ducha fría – El dueño no paga el gas-
11 am -Caminar hasta su trabajo que queda a diez cuadras y medias de su departamento, pasar vitrineando collares para perros.
 11 30 -Pararse detrás del mostrados a esperar que entre gente.
1 pm -Ver como entra el primer cliente del día, se da una vuelta, pregunta mucho y se va.
2 pm -Almorzar en la cocina mientras el dueño de la tienda se va a su casa con su familia
3pm  -Lo mismo de las 11 30 pm
6 30 pm- Regresar a casa caminando las diez cuadras y media, vitrineando chucherías.
7 pm - Cenar – lo que hay en el refrigerador-
9 pm - Irse a la cama a dormir.

Treinta y cinco años de silenciosa vida llevaba Soledad, era feliz o al menos eso creía, estaba acostumbrada a su ordinaria rutina y no aspiraba a más.
Una noche de regreso a casa todo cambió. Sólo por curiosear tomó una calle alternativa, era más oscura que las demás y tenia distintos pasajes pequeños dentro de ésta. Las tiendas eran interesantes y bellas. Lo extraño es que no se veía mucho público por allí. Avanzó un par de cuadras más y se distanció sin querer de su rumbo, entró una tetería. Para acceder a ella tuvo que bajar unas inclinadas escaleras y abrir un par de cortinas coloridas. Al entrar de plano vio cinco mesitas muy bien dispuestas con tres sillas cada una. A una orilla del lugar había una antigua vasija con 5 espadas y al centro una carpa extraña que descomponía la simpleza del lugar. Se sentó en la mesa más alejada de la entrada y saliéndose de toda normalidad esperó allí a que la atendieran. Al cabo de media hora nadie llegó. Así es que se paró y llamó a algún mesero. Un hombre viejo salió desde el interior de la carpa y le dijo que ya estaba cerrado. Algo indignada Soledad se disponía a salir del lugar, pero una ira incontrolable se apoderó de ella, tomó una de las espadas de la entrada y de una sola vez asesinó al hombre irrespetuoso…

Al verse empapada de sangre buscó el baño del lugar para limpiarse, dejó la espada en su lugar y salió más calmada de la tetería. Cuando llegó a su departamento, se depiló las piernas, forcejeó hasta quitarse los enormes frenillos de lata y puso un poco de música. Cuando eran más de las 10 de la noche Soledad aún no se iba a la cama.