Los asesinos de la luna: un western para acabar con todos los westerns

Lily Gladstone y Leonardo DiCaprio en 'Los asesinos de la luna

Martin Scorsese expía los pecados del más clásico de los géneros del cine en su mastodóntica última película. "No podía volver a hacer una película desde el punto de vista de los blancos", dice.

El western es el encuentro de una mitología con un medio de expresión". Así reza la definición canónica firmada por André Bazin del género que hizo al cine. Y, en efecto, todas las historias posibles (Borges dixit) caben en él: la de la ciudad sitiada, la del guerrero que regresa, la de la búsqueda de lo inaudito y la del sacrificio de un dios (por orden y por ejemplo: Fort Apache, El hombre que mató a Liberty Valance, Centauros del desierto y Tres padrinos).

Martin Scorsese lo sabe. Disimula, pero lo sabe. Aunque Los asesinos de la luna, su última y mastodóntica película de tres horas y media inagotables, quiera pasar por ser su primera aproximación al género, en realidad, buena parte de su cine se alimenta de él. Siempre lo hizo.

Cuando hace una década la revista The Hollywood Reporter le invitó a reflexionar sobre una película de la historia del cine, eligió Centauros del desierto, la cinta que John Ford rodara en 1956 y que, en palabras de Scorsese, "es una obra maestra a la que define su incomodidad".

No en balde, Taxi Driver, su primer gran manifiesto de 1976, se puede leer como un remake del western fordiano. Así lo hace Tarantino en sus Meditaciones de cine y se antoja casi imposible obviar uno a uno los paralelismos que cosen una película con otra. En los dos casos, se trata de un rescate. Ethan Edwards, el personaje con el que John Wayne se niega a sí mismo, busca a su sobrina secuestrada por los comanches.

Travis Bickle, al que da vida Robert De Niro también fuera de sí, aspira a ser perdonado de sus pecados transformado en ángel de venganza contra los captores-proxenetas de una Jodie Foster que replica con la crueldad debida el papel de Natalie Wood. Pero lo que importa en ambas películas es el odio. Se trata siempre de dos tipos envenenados por su desprecio absoluto a todo, incluido a sí mismos.

"Ethan -escribe Scorsese- da miedo. Su obsesión, su odio absoluto hacia los comanches y todos los nativos americanos, además de su soledad, lo diferencian de cualquier otro personaje que interpretara John Wayne... Ethan Edwards, tal como Wayne y Ford le dieron vida, es primo del Ahab de Melville, por un lado, y de su Bartleby, por el otro, llevado al punto extremo de la locura". Y todo lo que vale para Ethan sirve para Bickle. Pese a ello,

Scorsese nunca definiría Taxi Driver como un western. Y tiene razón, no lo es. O lo es en la misma medida en que Centauros del desierto se antoja el más oscuro de todos ellos, el más desengañado, el que los contradice a todos.

Hay una escena al principio de la película que define perfectamente las intenciones y la amargura de Ford hacia el género que él mismo encumbró. Cuando Ethan encuentra a un comanche enterrado al pie de una roca, le dispara entre los ojos. Quiere condenarle a vagar para siempre entre los vientos imposibilitado como está en ese preciso instante, sin ojos, para entrar en la tierra de los espíritus. "Odia tanto a los comanches que incluso se ha molestado en conocer sus creencias para violarlas", dice Scorsese.

Los asesinos de la luna es, a su modo, una respuesta a esa acción de Ethan Edwards en concreto y, apurando, a toda la genealogía racista de los westerns en su totalidad. Basada en el texto de David Grann (que no novela), se cuenta la historia del pueblo indio de los Osage, que, en su momento, fueron señalados como los elegidos de dios. Del dios del capitalismo. Sus tierras en Oklahoma eran puro petróleo.  La película da cuenta de la investigación seguida por el naciente FBI para aclarar la treintena de asesinatos de nativos americanos durante demasiado tiempo impunes.

Cuenta Scorsese que originalmente la película estaba planteada como precisamente un western clásico en el que el papel protagonista era el del agente federal que, básicamente, salvaba a los Osage. Sobre el primer guion, Leonardo DiCaprio era el héroe; Robert De Niro, el villano, y Lily Gladstone, la víctima redimida. "En algún momento me di cuenta de que estaba haciendo una película sobre los blancos exclusivamente", confesaba el director en la presentación de la película en Cannes.

"Lo que significa que estaba adoptando un enfoque de afuera hacia adentro". Sobre el primer guión, DiCaprio interpretaría al incorruptible Texas Ranger enviado a Oklahoma a principios de la década de 1920 por J. Edgar Hoover para responder a una llamada desesperada de la nación india. Y así hasta que el director cayó en la cuenta de lo inapropiado de un relato que convertía en salvadores de los Osage a los mismos que les habían condenado. Todos blancos.