¡MAMA, MIRA QUE BONITO!, relato de José I. Velasco Montes

  

 – ¡MAMA, MIRA QUE BONITO!

 "Lo más maravilloso del humano, lo que lo hace superior a las demás especies, es su enorme capacidad de adaptación a cualquier circunstancia".

 

                                         J. I. Velasco Montes.  Tte. de la Reserva.

 

Introducción.

 

               La relaciones mundiales han empeorado. Lo que antaño se llamó "Guerra Fría", con la intervención de Corea del Norte y el cinismo habitual  de los países de siempre, está claro que la situación en la actualidad Es la de "Guerra Caliente".

               Es un contexto que, como se dice en el estudio de bombas y granadas, solo falta un golpe en el iniciador para que la cadena de multiplicador acceda a la carga y todo irrumpa en deflagración.

 

               Los movimientos de tropas en grandes formaciones de Divisiones y Cuerpos de Ejército hace semanas que están en movimientos de ubicación en posiciones tácticas y estratégicas de gran seguridad y ventajas para el más que factible caso de confrontación. 

 

1.–

 

               Hacía meses que no tenía noticias de su marido. Movilizado al iniciarse la contienda, había partido en su unidad con rumbo desconocido y no había vuelto a saber de él. Por ello, cuando sonó el timbre de la puerta, ni apretó el paso ni pensó que pudiera ser Juan. Abrió con desgana, convencida de que sería una vecina a pedir algo, y quedó paralizada al verlo de uniforme mirándola con su típica cara plena de sorna. Estaba más triste, más viejo, canoso y arrugado, pero no había dudas de que era su marido.

                – ¿A qué no me esperabas?

                –¡ Cielos...! ¿Eres tú? – consiguió balbucir al tiempo que se arrojaba en sus brazos.

               Estrechamente enlazados entraron al salón. Juan se dejó caer, agotado, sobre el sofá y Luisa se echó encima de él mientras las lágrimas inundaban su cara.

                – ¿Cuánto tiempo tienes de permiso? –inquirió con el temor reflejado en sus grandes ojos.

                –No es un permiso. Estaré sólo el tiempo que se tarde en cubrir las bajas, rehacer la unidad y recibir todo el material nuevo. Apenas serán unos pocos días.

                –¿Cómo va todo? –siguió preguntando angustiada mientras se apretaba contra él.

                –Mal, para ellos y para nosotros, y eso no me gusta. Se lucha a la desesperada y en cualquier momento alguien perderá los nervios, dará una orden y todo acabará de una forma que no resolverá nada.

               –¿Tan mal están las cosas, cariño?

               –Mal no es la palabra adecuada. Cuando marché era Teniente; ahora soy Coronel y apenas si van ocho meses de guerra. Para ese rápido ascenso hacen falta muchas bajas. Me han concedido tres medallas y nada hice para ganarlas; nada especial al menos, salvo mantenerme con vida, lo cual es un triste premio por mi tozudez en seguir en pie, cuando lo que yo quisiera es estar con vosotros.

                – ¡Enhorabuena, eres un héroe...!

               – ¿Un héroe? ¿Qué es eso? A la mayoría de ellos los entierran como premio a su valentía. Es más héroe el ciudadano que en la paz marcha cada día a su trabajo, sostiene a su familia y aguanta los avatares de la vida, que estar soltando tiros o matando a gente que, al igual que tú, no te odia.

 

               – ¡Pero te han dado medallas y te han ascendido!

               – Ser héroe en guerra es fácil; cada soldado lo es; tiene que avanzar cuando le gustaría salir corriendo o esconderse en un profundo agujero; el soldado sufre frío, aguanta la lluvia y pasa hambre. Pero no tiene opción y por ello no es un héroe. Por el contrario, una acción desesperada, fuera de lugar, instintiva, carente de lógica, suele ser considerada una heroicidad..., pero... ¿Y los niños? ¿Dónde están?

               – ¡Cómo sois los hombres! Son las once de la mañana. Juanito está en el colegio y la niña en la cuna. ¡Ven! No la vas a conocer. Ha crecido mucho y ya da sus primeros pasos... ¡Ven!

 

2.–

                             

               Regresaron tarde. Habían dado un paseo, visto una película y posteriormente cenado y bailado. Tras mirar rápidamente a los niños, que dormían profundamente, despidieron a la hija de la vecina y se metieron en la cama buscando una unión que llegaba con muchos meses de retraso. Con timidez al principio, y desesperadamente después, se entregaron al viejo y eterno juego de hacer el amor. Retozaron como animales en una descarada búsqueda del placer y lo hicieron sin barreras, sin frenos, exhaustivamente, sin control. ¿Para qué?

               Bañados en sudor, descansaban unos instantes para volver a comenzar de nuevo, con repuestas energías, descubriendo caricias más atrevidas, queriéndose en una sed inacabable de amor, ternura, hedonismo, sensualidad y desesperación. Esperaban que cada orgasmo se hiciera infinito en intensidad y tiempo. La larga separación y la amenaza de volver a estarlo, actuaban como acicate llevándoles a un paroxismo de los sentidos, a una tempestad convulsa de sentimientos y deseos inexpresados pero presentes, que lo hacían todo válido. Finalmente quedaron reducidos a macho y hembra plenos del deseo de satisfacerse mutuamente hasta aplacar el hambre de sexo tanto tiempo retenida.

 

               Finalmente, agotados, y mientras sentían que se relajaban y se iban quedando dormidos, comprendieron que existían cosas por decir, pensamientos que no se podían mantener al margen por más tiempo, ideas y dudas que se hacían presentes a pesar de que el alcohol y el sexo les ofuscaban.

                – ¿Qué querías decir esta mañana con eso de que alguien daría una orden...? – preguntó súbitamente Luisa.

                –Creo que en cualquier momento apretarán un botón y la guerra atómica será un hecho irreversible.

                –Pero eso no resolverá nada; se destruirán mutuamente. Con ello no quedará nadie.

                – ¿Sí? Pues cuéntaselo a ellos. A los de arriba. A los políticos y altos jefes militares, bien parapetados tras sus despachos y en sólidos bunker. A esos cuya soberbia enmascarada de patriotismo se escudan detrás del sempiterno eslogan de “todo por el pueblo”. Y es esa soberbia, en ambos bandos, la que no les permite ver que, la guerra, la violencia y los muertos son el peor cimiento para construir algo. Como le escuché hace meses a un oficial, descanse en paz, a mis órdenes, "La guerra es la peor manera que existe para abonar la Tierra."

               – ¿Tú crees que lo harán?

                –Cuando tomen la decisión nada de lo que pueda ser sensato influirá en la postura adoptada. Y esta funesta resolución se basará en factores tácticos, en la posibilidad de sorprender a los otros, en estrategia, motivos logísticos o cualquier razón que parezca prevalecer en ese momento. O incluso lo harán en nombre de Dios, de la libertad o de la cultura. No importa el motivo; cualquier razón, o suma de razones, será válida.

                –Pero es una monstruosidad. Saben igual que nosotros todo lo que se ha dicho y escrito sobre este tema. Todos sabemos que no quedará nadie...

               Comenta angustiada Luisa apretándose contra él.

                –Claro que lo saben, pero confían en la suerte, en las estadísticas de los porcentajes mínimos, en los factores de dispersión de la población, en los refugios especiales de los que se han construidos miles, en datos de interceptación del material enemigo, en los sistemas de contra–detección del material propio, en la sorpresa del momento elegido para el lanzamiento, en la elección de mejores blancos y así te podría dar centenares de argumentos justificativos para la acción.

               –  ¿Es que los humanos no valemos nada para esas personas? –insistió de nuevo Luisa.

               –Realmente a determinados niveles la masa no vale nada. No se habla de muertos nunca; se citan bajas, porcentajes de bajas y niveles de supervivencia. Pero no se nombran personas con nombres o apellidos. La colectividad nunca cuenta como tal, salvo a la hora de votar, pagar impuestos, trabajar y producir. En estos casos si se individualiza. En otros aspectos se habla de una masa amorfa, sin rostros. Somos entonces millones de seres sin vida privada, sin familia, sin opinión. Es como en los combates de infantería, en los que los soldados no son sino carne de cañón llegado el caso de que haya que sacrificar unidades completas para redondear una cierta maniobra de engaño.

                –Es decir... –interrumpió Luisa.

               –Que todo se hace por nuestro beneficio, para que seamos felices y vivamos mejor. Sobre todo que vivamos felices, que vivamos mejor, plenos de libertad. ¡Ah, la famosa palabra libertad! La de cosas que se hacen por esa palabra. Todo se justifica con la libertad. ¿Qué libertad, me pregunto a veces? ¿Libertad de qué? Pero..., me pregunto. Es que desde que estamos en esta guerra ¡somos más felices? ¿Vivimos mejor? ¿Vamos a vivir mejor en un futuro más o menos inmediato? Yo no lo creo. Tal como estamos sólo hay destrucción por todas partes.

               Ella no responde. Juan encendió un pitillo y quedó mirando el oscuro techo que apenas se vislumbraba con la escasa luz que penetraba por las rendijas de las persianas. Notaba que el cansancio le impedía conciliar el sueño. Luisa se volvió en la cama adoptando una posición casi fetal, con las manos entre las rodillas y se quedó dormida. Juan  fumó entre cortos periodos de sueño superficial. Era la forma en la que dormía hacia meses en el frente, siempre pendiente de los ruidos, de los disparos más o menos lejanos o cercanos que le mantenían en tensión. El amanecer, con su cálida luz dorada, empezó a penetrar con fuerza por las mal ajustadas persianas. Se levanto con cuidado y salió a la terraza de la cocina. Contempló el claro y precioso día que se iniciaba.

                – ¿Y qué puedo cambiar yo? ¡Lo que haya de ser será! – comentó en voz alta en un claro pensamiento de aceptación que hasta ese momento nunca había pasado por su mente. Y se sintió relajado y con sueño como hacía tiempo no había sentido.

               Bebió agua y orinó largamente. Se asomó a la habitación de los niños y, tras contemplar a Luisa que dormía ajena a todo, se metió de nuevo en la cama y se quedó al instante dormido.

 

3.–

               Juan marchó pocos días después. Se había repuesto del cansancio infinito que traía. Los paseos con su mujer y los niños, por el parque, la casa de fieras y ver unas cuantas películas, le había relajado y llevado a una aceptación inconsciente de la realidad. Y la marcha la hizo sin despedirse, sin avisar. Se escapó de madrugada, cuando todos dormían, como un ladrón, furtivamente. En el espejo del cuarto de baño, escrito con lápiz de labios, en brillante color rojo, unas pocas palabras campeaban en lo más alto: “Adiós, suerte, que Dios os bendiga a todos”.

               Por la mañana, al levantarse Luisa lo leyó y no quiso borrar los trazos; los dejó como recuerdo del que se fue. Sería como tenerlo un poco más cerca cada vez que los viera. Se sintió tan sola, tan vacía y angustiada que no quiso ni salir a la calle para acompañar a Juanito al viejo autobús que lo llevaba al colegio. Tras dar el desayuno a Luisita, se metió con ella en la cama llorando amargamente.

               Cuando el niño volvió por la tarde, tuvo que tocar el timbre varias veces antes de que su madre le franquease la puerta. Juanito, tras merendar se fue a la calle a jugar con sus amigos.

 

4.–

 

               El misil con cabeza atómica múltiple dormía hacía mucho tiempo dentro de su silo de hormigón y sólo era despertado para revisiones periódicas de rutina. Alto como una torre y pintado de gris, presentaba una apariencia tan serena y tranquila como un obelisco en una plaza de Roma. Sus alerones estabilizadores, pintados en blanco y rojo, rodeaban unas sólidas toberas negras de esbelto diseño. Docenas de familias habrían tenido una vida espléndida con el precio de aquél sofisticado material que, conformando unos troncos de conos, impulsarían el misil. Unos números y unas letras, en caracteres cirílicos, delicadamente rotulados sobre la mitad de la estructura, contrastaban con una bandera a todo color que indicaba el país propietario. En sus entrañas, kilómetros de cables, miles de circuitos integrados, unidades logísticas, bancos de memoria y sistemas inerciales de navegación, convivían con miles de litros de combustible. Pero todo ello dormía la parálisis de la desconexión. Solamente en algunos puntos de los circuitos, unas pequeñas baterías de Litio, mantenían viva y pulsantes las BIOS de determinados circuitos del ordenador central, siempre alerta para mantener unas memorias básicas de sistemas.

               Por ello, cuando un estímulo eléctrico codificado en un chorro de Bytes, la CPU despertó con pereza, realmente nanosegundos de retraso y puso en marcha toda una serie de programas que recorrieron el misil en décimas de segundo activando miles de relés, cargando millones de condensadores y activando centenares de bancos de memorias. Los microcircuitos iniciaron sus funciones al sentir la savia eléctrica que recibían los transformadores y estos a su vez iniciaron la alimentación de docenas de servomotores que arrancaron suavemente a la vez que las bombas hidráulicas pusieron en movimiento el remansado líquido elevando su presión. El misil, sordo de nacimiento, no podía escuchar los timbres de alerta que sonaban en el silo, pero si lo escucharon y saltaron en sus salas de ocio, docenas de técnicos que se apresuraron en preparar todo para el previsible, aunque no deseado, lanzamiento.

 

5

               El cuartel rebosaba de tropas y vehículos en frenética actividad. Cientos de luces iluminaban los edificios, los aparcamientos y los talleres. Los conductores aceleraban en vacío calentando los motores y una densa humareda, entre azulada y blanquecina se elevaba hacia el cielo.

               Los postreros rayos del sol iluminaban en mortecinos rojos y naranjas la franja del horizonte por poniente. Miles de soldados, embutidos en oscuros y coloreados uniformes de camuflaje, avanzaban en largas colas para subir a los transportes con la facilidad que da la práctica diaria. Una bengala verde llenó el cielo con su luz espectral. Una veintena de Jeeps arrancó saliendo del acuartelamiento y penetró en la autopista. Inmediatamente detrás empezaron a salir camiones, orugas, blindados, unidades de transporte de tropas y toda clase de vehículos militares. Lo hacían con rapidez según un orden preestablecido y una larga columna fue ocupando la ancha calzada que se dirigía hacia el Norte.

               Sucesivamente, unidades, cuerpos y brigadas se fueron incorporando, desde otros acuartelamientos, a 1a ingente formación cuya vanguardia se alejaba ya varios kilómetros.

               Sentado en su vehículo, fumando el enésimo piti11o del día, Juan avanzaba autopista adelante camino de su nuevo destino.

6

 

 

               Juanito ya hacía rato que había subido de la calle. Permanecía en la ventana viendo como algunos de sus amigos, más afortunados, seguían jugando. Las luces del día declinaban, pero el cielo mostraba todavía el azul grisáceo y dorado del ocaso. La luminosidad de la lejana ciudad apenas si era visible para el muchacho que observaba como el sol, un sol naranja y enorme, se ocultaba en el horizonte.

 

7

               Al alcanzar su techo el misil inicia lentamente su inclinación de descenso. Lanza unas espasmódicas toses por sus toberas y queda silencioso mientras, al aumentar su velocidad de caída, hace silbar el escaso y enrarecido aire de las altas capas de la atmósfera en los bordes de sus estructuras y alerones. En su interior, ajeno al frío glacial que lo lame, un chasquido múltiple inicia el armado de los contactores que lo harán explotar a trescientos metros del suelo.

 

8

 

               Un súbito resplandor iluminó el cielo como si fuera de día. Juanito mira hacia la zona de máxima luminosidad. La luz le molestaba como si le quemara los ojos. Un ingente anillo rojo amarillento se extiende muy lejos. Un enorme hongo trepa con increíble rapidez hacia e1 cielo iluminándose con el sol. Juanito corrió hacia la cocina.

               –¡Mamá, mamá, mira qué bonito!

               Luisa acudió a la ventana y abrazó al niño fuertemente mientras veía el hongo de la muerte crecer y esponjarse en lontananza.

               – Si hijo, es muy bonito. Son los mejores fuegos artificiales que vas a ver en tu breve vida.

               Un rugido monstruoso llegó hasta ellos y poco después un golpe de viento caliente rompía los cristales y les arrojaba hacia el interior de la casa haciéndoles rodar por el suelo.

               – No son bonitos mamá, me dan miedo – gritó Juanito tratando de levantarse.

               Una creciente ola de calor envolvió la casa. En la cuna Luisita lloraba y gritaba. La luz eléctrica se incrementó por unos instantes antes de apagarse. El edificio empezó a temblar y una sonora vibración empezó a hacer tintinear los vasos que quedaban en la caída alacena.

               – ¡Ven Juanito, ven! – llamó la madre buscándolo a tientas por el salón.

 9

               Juan, sentado en su Jeep, encendió, un pitillo y saboreó la primera chupada con deleite mientras, moviendo los pies y haciendo fuerza contra el incómodo y duro respaldo del asiento, buscaba una posición más cómoda. Hacía horas que rodaban por la autopista y sabía que quedaba mucho tiempo antes del primer alto.

               Nadie escuchó ni sintió nada. Todo quedó atomizado instantáneamente. Los colores se esfumaron y las siluetas fueron sustituidas por el rojo–blanco más absoluto. Lo que era dejo de ser y los átomos subieron hacia la atmósfera en un chorro incandescente.

 

10

 

               Juanito, cubierto de quemaduras, calvo, frío y bañado en sus heces yacía en brazos de su madre, igualmente muerta y que sostenía contra su pecho a la pequeña. Los tres, en fundido u confuso abrazo de carne ampollada, ocupaban parte de la gran cama de matrimonio.

               En el vecino cuarto de baño, sobre el quebrado espejo, escrito con carmín, unos trazos enérgicos todavía continuaban mostrando, a fragmentos entre las líneas de rotos, los buenos deseos de un hombre que, hacía días, había sido reducido a una nube de cenizas radioactivas que, dispersas por la atmósfera, volaban a más de diez mil metros de altura:

 

                               "Adiós, suerte, que Dios os bendiga a todos".

 

                                                                                           Revisado a 1/ 11  /2.017.

 

                                           

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Comentario por Trina Mercedes Lee de Hidalgo el enero 1, 2018 a las 7:26pm

  –Que todo se hace por nuestro beneficio, para que seamos felices y vivamos mejor. Sobre todo que vivamos felices, que vivamos mejor, plenos de libertad. ¡Ah, la famosa palabra libertad! La de cosas que se hacen por esa palabra. Todo se justifica con la libertad. ¿Qué libertad, me pregunto a veces? ¿Libertad de qué? Pero..., me pregunto. Es que desde que estamos en esta guerra ¡somos más felices? ¿Vivimos mejor? ¿Vamos a vivir mejor en un futuro más o menos inmediato? Yo no lo creo. Tal como estamos sólo hay destrucción por todas partes.

Voy leyendo lentamente,  la secuencia de este texto que tiene tanta afinidad con mi forma de pensar y analizar las crudas realidades sociales, políticas, que nos rondan y dominan con resultados desastrosos para la humanidad,  por culpa de una cuerda de desquiciados y fanáticos cuyo dios es el amor al poder aunque pasen por encima de la humanidad entera, convirtiéndonos sin querer  nosotros, en serviles de sus propios intereses para los cuales somos sólo una pieza como en el juego de ajedrez, que ellos manejan  a su antojo.

El dolor de muchas madres, esposas, hijos, entre otros integrantes de núcleos familiares que se ven separados por esas obsesivas  guerras que dan al traste con los sueños y anhelos de numerosos  ciudadanos.

Mientras el dolor y sufrimiento se agita, la tierra caliente absorbe la sangre de los caídos que se pueden evitar mediante el entendimiento y la comunicación, pero los egos se imponen dominando el acertado razonamiento y conduciéndonos a la época de las cavernas, a pesar del avance científico y tecnológico que se utiliza en parte para devorarnos entre nosotros mismos.

Tu imaginación es prodigiosa  e impacta profundamente al acercarse al final  cuando la inclemencia e indiferencia de seres sin alma, permite impactar en la tierra y su entera humanidad a las benditas armas nucleares para comvertir todo en silencio, soledad y desastre, donde pagan nocentes por pecadores y caen hasta los familiares de los que luchan por la supuesta, convincente, justa y acertada causa en un mundo de locos desatados.

He quedado con el pecho apretado y u sobresalto en el estómago. 

Dios se apiade de nosotros.

Un placer leerte.

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