Mi provincia

                                                                                                                                                        Martha Estela Torres Torres

Nací en un lugar donde se ve la nitidez del viento y las cimas inmaculadas de los cerros, donde se expanden los pulmones con la brillantez del aire, donde los niños crecen con los brazos abiertos a la vida y al porvenir. Parral es la ciudad provinciana de mi niñez, es la tierra estéril que da vida por el vigor incansable de sus habitantes, por el persistente afán de los hombres que luchan por sobrevivir en una tierra inhóspita fortaleciendo su espíritu con las enseñanzas de sus antepasados. Este pueblo surgió gracias a la minería, aquí fue la capital del mundo de la plata, denominada así por el monarca europeo Felipe IV precisamente por el auge minero de la región en la época colonial. Actualmente se distingue por ser una región comercial y ganadera aunque se desarrolla lentamente por la carestía de agua y por la compleja geografía del entorno, sin embargo llaman la atención sus intrincadas calles y callejas y algunos edificios antiguos que le dan ese aire colonial que tanto gusta a los visitantes.  

Al mismo tiempo, en tierras lejanas y sombrías existen ciudades abandonadas a la suerte, donde los niños crecen en ambientes precarios, expuestos al clima y a las limitantes del entorno. Algunos arrebatados de sus padres, secuestrados en la escuela, niños ugandeses reciben entrenamiento militar como si fuera un juego pero es una realidad mortal que les sofoca al alma y los ahoga con su persuasiva crueldad.

Estos pequeños adulterados han sido víctimas de la más horrible brutalidad que solo monstruos del mal pueden causar a los más débiles de su especie. Por desgracia, no solo la niñez africana sufre estas experiencias traumáticas, también existen miles de niños en iguales circunstancias en otros países del mundo.

Niños de diez y catorce años juegan con cuchillos y fusiles en vez de balones y patines. Afortunadamente estamos del otro lado del planeta y aunque padecemos diferentes calamidades y problemas en nuestro país, aun somos libres y podemos dar a los niños y jóvenes en su mayoría, además de la esperanza, la oportunidad de crecer sanos y prepararse para la vida.

Los niños son el futuro mediato de nuestro pueblo, son los herederos de nuestros aciertos, pero lamentablemente también de errores y negligencias, por ello, ahora que crecen, que despiertan a la vida, debemos de procurarles la educación como forjadora de visión y carácter, y mantenerlos en ambientes sanos para su desarrollo y fortaleza. Los niños de las grandes urbes se desenvuelven más rápido. Su percepción y sentido común es apresurado porque el sistema de vida de sus padres y del entorno es agitado y estresante. Desde pequeños sufren la presión por los problemas mayúsculos propios de la posmodernidad. A ellos se les debe enseñar a controlar el estrés y también a forjar la voluntad para asegurar que tengan la suficiente fuerza y alcanzar sus objetivos en un ambiente de mayor competitividad.

“Nuestros hijos no son nuestros, son hijos del anhelo de la vida, nos recuerda Gibrán Jalil Gibrán podemos darles nuestro amor, pero no nuestros pensamientos.” Ellos son ramas del mismo árbol, pero independientes y libres como las hojas y las nubes, deben buscar sus propios caminos. A los padres y maestros nos queda la responsabilidad de guiarlos y advertirles los peligros existentes pero, sobre todo darles amor, y en momentos de impaciencia por sus desacatos, recordar el sufrimiento de pequeños de otras latitudes que son víctimas inocentes.

Son más 300 mil niños soldados los que existen en el mundo, en la reunión para analizar este problema en Ginebra, Suiza en el año 2000 se pidió que la edad para ser soldado pasara de los actuales l5 años a los l8. La mayoría de los cuarenta delegados se opusieron. Estados Unidos y otros países consideraron que los l5 años es edad suficiente para tomar el fusil. Así pues, en el escenario tambaleante del mundo vemos como se explota a la niñez y juventud que son promesa de la humanidad. Reporta Unicef que desde l994 hasta la fecha han muerto más de cuatro mil infantes en combates militares o víctimas de enfermedad o hambre.

La población infantil de Parral y otras provincias son afortunadas, despierta todavía con el canto de los pájaros y viven activando su fantasía. Pueden jugar a campo abierto y a veces en las calles, en los patios y zaguanes de las casas viejas, mientras a lo lejos, los niños africanos además de enfrentar el secuestro, padecen hambre y recorren hasta veinte kilómetros a pie para conseguir un poco de agua.