(MENDIGO / Bartolomé Murillo)

PARA RECIBIR LA NOCHE

“Por una de esas paradojas en que se complace el amor, me sentí mucho más celoso de él a la hora de su muerte que durante su vida”
(L. Durrell: Justine)

*

Se detuvo a la puerta del local. La penumbra lo obliga a forzar la vista en busca de una percepción definida que dé respuesta al motivo que lo ha traído al lugar. Había esperado muchas horas antes de decidirse a entrar, pero al fin dio el paso hasta el umbral y abrió las cortinas.
Lleva en la mano la nota que recibió del pordiosero en las escalinatas de la iglesia que acaba de visitar. Es un mensaje lacónico: “Allí te esperaré, con todo anhelo”. Desde que lo leyó se llenó de desconcierto. No comprendía por qué esa invitación le producía celos, duda, angustia, dolor en las vísceras; significaba algo que le traería otro dolor, indefinible pero igual de penetrante por el encuentro que sería sorpresivo, y por esa razón avanzó en el pasillo hasta la puerta de entrada al salón.
El itinerario de ese día había sido triste, pero él no puede precisar ahora cada acontecimiento con claridad. No parece consciente de lo que hace, sus pasos son indecisos. Abre entonces la puerta, sin resistencia, y sólo percibe jirones de sombra coagulada; la vibración de sus ojos en la media oscuridad le presenta una figura que parece hacer una pirueta en asomo de danza y extender el brazo con movimientos cortados. Todavía lleva en el olfato el aroma de las especies sagradas del templo en el oficio de difuntos, mezclado con la fragancia del vino y olores extraños. Algo importante para él debe esconderse en este lugar, y el desasosiego en el anochecer le hace confundir el recuerdo de lo que ha presenciado poco tiempo antes en el templo, con lo que imagina hallar en el local que lo recibe ahora. Todo puede ser figuración de su aturdimiento. En la iglesia estaban los dolientes en el acto funerario, y él era uno de ellos; no comprende por qué ahora ha venido a este local para atender una nota que no parece decir mucho: “Allí te esperaré, con todo anhelo”. Lo conmueven las emociones más contradictorias, como sueños sin cuerpo que laten en su pura esencia: miedo, ira contenida, todo anudado en una pasión que lo paraliza y lo mantiene inmóvil en el espacio cerrado y a media luz.
Lo sospechaba. Este momento había de llegar para enfrentarlo a la más amarga convicción. Ella estará en este lugar, ¿pero con quién? La nota, precisa en sus contornos de deterioro, no dice más que la escueta frase y deja oculta la intención del mensaje. Lo que allí lee es una realidad que ha vislumbrado desde hace mucho tiempo, y ese es el motivo que lo ha traído. Descubrirá quizás el engaño, estará traicionada otra vez su devoción, ella lo dejará solo e inerme ante la vida. Todo es posible ante el anuncio en el papel maltrecho.
El salón está hecho de penumbras tardías. Parece más extenso por la refracción de los espejos y se ha recogido en el espacio el silencio de la meditación. La poca iluminación que viene de un sucio ventanal pinta sobre las paredes el paso de cirios, palmas y viento. Así lo imaginó antes de venir a este local: la figura de negro y el brazo en amago de danza los había visto tal vez en el templo, y no era que alguien danzase sino que bendecía como esperanza, advertía como plegaria, señalaba el camino de la redención: requiéscat in pace, en la ceremonia de difuntos. Y sin embargo ahora cree percibir los arabescos de una danza que ella hacía para despertar su pasión, en un movimiento interminable como la incertidumbre que lo acosa. Los recuerdos corren alocados por la conciencia sin detenerse en ninguna forma ni escena; pero desea conocer la verdad y a eso ha venido.
Antes de llegar a este local sombrío ya sabía que encontraría una sorpresa. Lo vio en los ojos del pordiosero cuando le entregó la nota cifrada. Estaba echado en el peldaño de la acera, con traje de abandono y ruego en los ojos, y le tendió la mano con una pequeña hoja de papel que él tomó sin leerla en el momento. Sólo después leyó el texto, que parecía una advertencia, un aviso o una invitación. A paso lento y en lo ineluctable de la decisión caviló para comprender la situación. En aquel templo estaba su rostro, el hermoso rostro de ella, fijo en la eternidad, dispuesto en la muerte, y se escuchaban cantos de súplica y redención. Pero algo ha perdido en la memoria porque cree verla ahora, aquí en este local de media luz, sentada en la mesa en compañía de alguien de quien todo ignora. Hay olvido deliberado porque tiene ansiedad de hallarla, y la clave estará en la misma memoria. Allí podría buscar. El mensaje en la nota le da fuerza dentro de su confuso dolor: “Allí te esperaré, con todo anhelo”.
El trecho que recorrió desde el templo hasta aquí fue de inconsciencia, parece haberse interrumpido el pensamiento en un largo paréntesis, puesto que el gran deseo es el de poseer interminablemente a quien se ama o hundir al ser amado en el vacío en el momento de la ausencia. La vida (o la muerte) de ella se coloca en las orillas de la realidad hasta que se produzca el encuentro.
Siente sus propios pasos sin eco y percibe el rumor de la soledad. Es como una pesadilla de figuras inventadas por la imaginación, de voces que pronuncian una salmodia; formas todas inexplicables pueblan su desconcierto. Los cirios sagrados están también aquí, y se escuchan los cantos religiosos del templo en el servicio funerario, mientras los espejos multiplican su silueta difuminada en la penumbra y amplían la sala silenciosa y solitaria ante sus sentidos embotados. El local está envuelto en la bruma que lo mantiene detenido en este largo instante, con la nota en la mano temblorosa. No sabe qué hacer ahora, si desentrañar el enigma que ella le propone y abordarla con fuerza y orgullo, o retirarse sin otra alternativa.

**

Te he visto desde que saliste de la iglesia. La impresión que tengo de ti es la de un hombre alienado por sentimientos incontrolados. Sé que debes volver a tus actos cotidianos, y sé también que puedo dar por cierto el rumbo de tu conciencia cuando abras el portal de tu casa.
Quién pudiera decirte que en este mismo lugar viviste con ella. Están los espejos enmohecidos, los muebles puestos al descuido, los aromas de encuentros nocturnos tras las cortinas, la danza pasional que hacía para ti. Puedes haber evocado esos felices momentos e imaginar después la difícil realidad que te aguardaba, cuando regresaste al hogar compartido con la mujer que hoy dejaste en el templo, envuelta en sudario, rodeada de incienso y cantos funéreos, preparada para recibir la noche. Ha sido larga tu velada en este día, la gente amiga quería consolarte, pero para ti no había todavía desesperación. La ausencia definitiva de tu compañera no asumía entonces la forma misma de tu vida, era un suceso que sentías ajeno y te hacía espectador; así podías dejarte llevar por el eco difundido en el templo, lejana voz del oficiante que dice la letanía de la liturgia mortuoria. Toda esta impresión vino contigo cuando dejaste la iglesia y bajaste la escalinata para encontrar al mendigo que te dio la estampa con la enigmática frase: “Allí te esperaré, con todo anhelo”, impresa en un recordatorio para los dolientes en el rito religioso.
La invitación comenzará a tener sentido y verás que el regreso al lugar de tus pasiones interminables es una andada inversa en el tiempo, la búsqueda de la memoria en tu vida desorientada. Estás en tu propio hogar, con la estampa piadosa que te dio el pordiosero, y estos ex votos del recordatorio te invitan a esperar con un rezo, para restañar la soledad en esta historia que no tiene final.
Has entrado al apartamento que es tu casa, y adquieren forma los objetos que guardan la huella de la mujer ausente, fija ahora en la eternidad; impregnado el salón con el aroma de las especies sagradas, el cintilar de los cirios, la suave nube del incienso, el vacío de este albergue adonde nadie más llegará.

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Comentario por MARGARIDA MARIA MADRUGA el junio 14, 2019 a las 9:09pm

Bella, misteriosa y melancólica.
Una historia muy bien escrita.

Comentario por BEATRIZ SUSANA OJEDA el junio 10, 2019 a las 4:36pm

Me encantó tu cuento amigo Alejo. He viajado por tus metáforas y he sentido variadas emociones, muy intensas. Felicitaciones! Cariños

Comentario por juan ignacio arias anaya el junio 9, 2019 a las 12:59pm

Buen escrito, deja pensando...

Saludos

Ignacio

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