POR EL INTERIOR DE LA CIRUGÍA.

4ª PARTE

Dr. José Ignacio Velasco Montes.

Acabo de salir de operar y he dejado al segundo y tercer ayudantes haciéndose cargo de terminar la intervención. Les acabo de dejar, como hicieron conmigo antaño cuando me autorizaron a algo más que la sutura final.
Antes de dejarlos, hacía ya un buen rato que ellos operaban y yo ayudaba a la par que vigilaba que no hubiera el menor fallo. Cuando yo he pasado al puesto de segundo ayudante, no habíamos llegado a la mitad, aunque no faltaba mucho, pero en una posición en la que contemplaba a la perfección todo el campo operatorio, con la legua siempre dispuesta a dar el alto si se hiciera necesario. Pero no ha sido necesario ni una sola intervención, salvo cuando ellos han solicitado consejo o petición de si era correcto eso o lo otro.
Cundo considero adecuado dejarlos, les informo, que estaré muy cerca por si me necesitan y en voz media le digo a Noelia, la corre-turnos del día lo que quiero.
–Noelia. Chivata. Llama a Sor Milagros y a Sole, como hacéis todos los días, que estamos acabando para vengan a llenarnos el depósito de los coches y que traigan algo para todos, incluidas ellas dos, y, desde luego, algo espacial para ti.
–Muchas gracias. Al fin ha tenido usted un detalla cariñoso conmigo y me ha llamado chivata, algo que nunca me lo había ha llamado con ternura.
–Gracias a ti por comprender lo del tono de ternura usado.
Una vez más el pitorreo, acompañando a la intervención, se hace manifiesto. Mientras en coro repiten repetidamente.
–El Dr. X, ha coqueteado por fin con Noelia, a la que tenía abandonada por aquello de que es última que nos ha llegado para cubrir a la que está de viaje de novios.
No contesto a las bromas maledicentes y conforme salgo informo.
–Me largo, me quito la ropa que sobra, los guantes y me lavaré las manos.
Me siento en mi sillón de orejas y pongo los pies sobre una silla. Quedan tres intervenciones más, por lo que debo cuidad las plantas de los pies y las posibles futuras varices de tantas horas en pie. Cojo el libro de los partes de quirófano y empiezo a escribir, rellenando con seguridad y exactitud, pues nunca se sabe que puede pasar en un futuro si, al leerlo el juez en caso de problema, no encuentre algo que sea exacto y tan posible como plausible.
Expongo, siempre soy muy claro y exacto, que desde la mitad de la operación ha continuado operando mi habitual primer ayudante con el segundo de compañero y yo he vigilado de tercer ayudante durante un tiempo, hasta decidirme por salir por estar todo perfecto y próximo ay colocarse los drenajes y el cierre de piel.
Como siempre, empiezo a pensar en la próxima intervención qué, al ser la segunda, siempre se coloca en ese puesto la más difícil y peligrosa. Y una vez más el circuito mental involuntario, ese mono juguetón que todos tenemos en la mente, empieza sus incordios de hacer pensar al que se siente responsable de lo que le está atosigando.
– ¿Peligrosa para quién? Para mí no salvo que meta la pata hasta el corvejón por un fallo responsable y doloso. No bebo, no me distraigo, soy responsable y luchador, no puedo, aunque todo es posible, es cierto; pero no entra en mi perfil y por tanto el riesgo sería para mi paciente, pero tendría que ser causado por alguna variación anatómica que no me permitiera vislumbrarla al llegar al punto anómalo y que ésta no pudiera dominarla.
Y grito en voz alta una reprimenda para mí mismo por seguir a estas alturas de mis cuatro sangrientas especialidades a que me asuste al enfrentarme con ellas, y hablo distraído en voz alta.
– ¡Peligroso una vez más! A mi lo más que me puede pasar en que me echen y me vea trabajando de albañil especialista en yesos y cementos, por mi dominio de las escayolas que he puesto en las fracturas. –y de nuevo lanzo un grito relajante al tiempo que empiezo a reír en una manifiesta crítica a mí mismo y a mis miedos.
Es el momento en el que están entrado la monja y la camarera. Ambas, que me conocen bien, me miran con expresión de asombro por lo que han escuchado en los postreros minutos, algo que no les encaja y tratan de disimular, pero sus rostros, para mí hablan con absoluta claridad.
Observo la bandeja que lleva Sole, y hay novedades para lo de otros días. Novedades que anuncia Sor Milagros con su recia voz de Navarra.
– ¿Qué quiere tomar? Traemos café de los dos tipos, con y sin veneno, agua fresca, galletas y helado que ha traído el padre de un niño que ha operado usted y que están muy contentos con él en casa y el niño ha pedido que se los traiga de su hucha, pues se siente muy bien como “capitán pirata”, lo que le va a convertir en el más importante del barrio cuando llegue su nueva pata de palo, que será mejor que la que tiene.
– ¿Quién es? ¿Manolito, el último amputado?
– ¡Exacto! Ya veo que se acuerda de él y de su nombre.
–Si, desde que se despertó, como usted me contó, era una adaptación modélica en su conducta. Pasada casi dos semanas o más, es lógico que esté como cuentan.
– ¿Qué quiere tomar? –Insiste esta vez Sole.
–Me apetece helado y unas de esas galletas de coco que traéis, que tienen una pinta riquísima.
–Qué raro en usted, que nunca quiere nada más que café y si acaso una Coca-Cola. –Indica la Monja.
–Ya ve. Por el helado me pierdo, y esas galletas de coco también tiene muy buena pinta.
–No sabíamos que era goloso, pero como todos los hombres, –opina Sole–, sois unos cajones de sorpresas. Ya me ocuparé de traerle algún helado cuando esté operando.
– Gracias Sole, sois las dos unas madres. ¿Qué más han contado de Manolito?
–Lo ha contado su padre. Indica que está risueño, feliz, que camina por la casa con la prótesis provisional que usted le hizo con vendas, escayola y tun trozo de palo de escoba y un tapón de goma de esos que se dice, que usted robo de las patas de mesas y sillas de una cafetería sin que nadie se diera cuenta.
– ¿Quién ha dicho esa verdad, si yo sólo se lo conté… a quién se lo conté, no tengo ni idea? ¡Maldito chivato o chivata!
Están apareciendo los primeros desde el quirófano y todavía sin saber nada, se quitan la ropa, hacen bolas y tratan de encestar en la pieza de mimbre que recoge la ropa sucia. Pero no son muy buenos, y la mitad va al suelo que en el que van apareciendo manchas rojizas. Estoy seguro de que es intencionado pues no es posible fallar y sé que están provocando a Sor Milagros a la que desorden y la sociedad la sacan de su postura de monja comedida.
–Son ustedes unos sucios y desordenados. Ya se podían parecer a su jefe, que siempre deja todo limpio y dentro de las cestas de ropas y otras cosas sucias.
–Venga Sor, si todo sabemos que usted bebe los vientos por el jefe. Para usted no hay nadie como él.
Sor Milagros se pone un tanto como un Basilisco. El que insinúen, aunque sea en broma una preferencia por un hombre, le irrita de forma manifiesta y pone de inmediato el grito en el cielo.
–Son ustedes, además de sucios, unos inventores de cosas inexistentes. Yo no tengo favoritos, ni jamás he mirado a un hombre o una enfermera, salvo por su trabajo, pero nunca a nivel personal.
– No se enfade, Sor Milagros. Era una broma de estos aprendices de brujos de la medicina. ¿Le parece que los castigumos sin operar una semana por lo menos?
La monja no contesta. Está muy seria mirando el suelo y adivino que está rezando pues sé el lado en el que lleva el rosario, y le desaparece la mano de ese lado entre los pliegues y por debajo del delantal de trabajo que protege el hábito azul oscuro.
– ¿Nos perdona, Sor Milagros? Sólo era una broma para ver su inteligente respuesta, pero la hemos ofendido. Perdónenos.
Y los tres bromistas se ponen de rodilla suplicantes.
––Estáis perdonados.
Se da la vuelta y mirando el suelo desaparece.
Me levanto y corro detrás de ella, y la alcanzo de inmediato, antes que salga del recinto de los quirófanos de esa planta.
–Sor Milagros, no les haga caso, como se suele decir son niños “mal criados” y era una broma destinada a mí, no a usted. Olvídelos. Ya los voy a castigar yo. Una semana sin ayudarme a operar, que es donde más les duele.
–No los castigue, Como ha dicho, sólo son niños que no distinguen más allá que sus bromas y no saben que las monjas somos muy cuidadosas con ese tipo de comentarios. Al ser religiosas, hay muchos descreídos que buscan la forma de hacernos daño, y nos atacan siempre con la afectividad y el sexo.
–Tiene razón. Puede estar segura qué no volverá a ocurrir. Les voy a decir que una nueva c osa de este tipo con el entorno, le costará al que o los que lo hagan, tendrán que buscar otro Hospital, en el que seguir aprendiendo, pues los expulsaré de mi servicio. Si no quiere volver, no lo haga, es usted libre de hacer lo que considere oportuno.
–Los he perdonado, tiene razón de que era una broma. Voy con usted.
Gracias hermana. No digo lo de santa pues no le gusta. Por cierto, que si quiero que tengamos un rato con ellos y nos cuente lo que vivió usted con Manolito, el amputado, cuando regresó de quirófano y sé que le esperaba usted en Reanimación. ¿Es así?
–No se le va nada. De todo se entera. Me gustaría saber quien es su espía en la planta. Algún día lo sabré.
– ¿La curiosidad es también un pecado o no?
– Debe serlo, pero si es en el trabajo, debe ser sólo venial. Se lo confesaré al padre Angelino y que me lo perdone, pues me arrepiento de ello.
– ¿Cómo sabe que al padre Andrés, el capellán , lo llamamos Angelino pues creemos que es un santo?
–Hermana, este mundo nuestro del servicio y del hospital, es muy pequeño y además sólo nuestro. Por lo tanto, todos sabemos todo de los demás. Usted y yo conocemos las parejas que hay entre nuestras niñas y niños, pero no podemos intervenir mientras no afecte al trabajo y al respeto del servicio. Si hay algo con pacientes o con familiares de ellos, usted me lo debe decir, para que lo resuelva, pero usted, si le es posible, y será mejor, no se mezcle. ¿De acuerdo?
– Sí Doctor. Lo sabía pues son cosas que nos recuerda la superiora con frecuencia dado que sabe los problemas que hay a nuestro alrededor y lo indefensas que estamos entre esa fauna, y lo dice con caridad la superiora, pero es como mejor se la entiende, y siempre nos pide perdón al terminar y que se confiesa de ese tipo de faltas de la lucha cotidiana protegiendo a todas las monjas del hospital, que son muchas como sabéis
–Es cierto, son ustedes muchas. ¿Va a estar usted después de comer en la planta?
–Sí Doctor. ¿Me necesita?
–Les voy a decir a los niños, y no es un castigo, ya sabe lo que digo, que se queden. Usted nos cuenta todo lo referente al postoperatorio de Manolito, con lo que aprenderemos todos nosotros.
–Sí, no tengo inconveniente. ¿Le parece que se quede Sofía, que era como una madre para Manolito desde que ingresó? Se quedó, no le dijimos nada a usted, varias noches para que no estuviera solo, y me comentó un día Manolito.
–Hermana, cuando yo sea mayor quiero que Sofia sea mí mujer, pues me quiere mucho y me ha tratado como lo hace mi madre.
–Vaya. Que ternura por ambas partes. –Comento sorprendido–. Entonces… ¿ le parece sobre las tres y media en la sala de reuniones? Y que venga Sofía, claro.
–Sí Doctor, así lo haremos. Sé que está trabajando y ella es muy libre, pues yo creo que debe ser Teresiana o de alguna orden de ese tipo. Ella no dice nada, ni yo le pregunto. Es decir, es medio monja y medio seglar. Pero recuerde que yo no le he dicho nada, pues nada sé cierto.

CONTNUARÁ.

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