Cuando el senador Sam Ervin terminó su carrera de 20 años en el Senado y emitió su informe final como presidente de la Comisión Senatorial Watergate, hizo la siguiente pregunta: “¿Qué fue Watergate?

Innumerables respuestas se han dado en los 40 años desde el 17 de junio de 1972, cuando se arrestó a las 2:30 a.m. a un equipo de ladrones que usaban trajes y guantes de goma en la sede central del Partido Demócrata en el edificio de oficinas Watergate. Cuatro días después, la Casa Blanca de Nixon ofreció su respuesta: “Ciertos elementos pueden tratar de estirar esto más allá de lo que fue”, se burló el secretario de prensa Ronald Ziegler, desestimando el incidente como “un robo con allanamiento de tercera clase”.

La historia probó que fue cualquier cosa menos eso. Dos años después, Richard Nixon se convertiría en el primer y único presidente de EEUU en renunciar, con su papel en la conspiración criminal para obstruir la justicia —la cobertura de Watergate— definitivamente establecido. Otra respuesta ha persistido desde entonces, a menudo sin cuestionamiento: la noción de que la cobertura fue peor que el delito. Esta idea minimiza la magnitud y alcance de las acciones criminales de Nixon.

La respuesta de Ervin a su propia pregunta insinúa la magnitud de Watergate: “Destruir, en lo que a las elecciones presidenciales se refiere, la integridad del proceso por el cual se nomina y elige al presidente”. Sin embargo, Watergate fue mucho más que eso. En su momento más virulento Watergate fue un descarado y temerario asalto, encabezado por el propio Nixon, contra el corazón de la democracia estadounidense: la Constitución, nuestro sistema de elecciones libres, el imperio de la ley.

Hoy en día, mucho más que cuando cubrimos por primera vez esta historia, un registro abundante suministra respuestas inequívocas y pruebas sobre Watergate y su significado. Este registro se ha expandido continuamente durante décadas con la transcripción de cientos de horas de las cintas secretas de Nixon y asociados suyos que fueron a prisión, así como con las memorias de Nixon y su ayudantes cercanos. Tal documentación hace posible seguir el dominio personal del Presidente sobre una enorme campaña de espionaje político, sabotaje y otras actividades ilegales contra sus oponentes reales o imaginarios.

En el curso de su presidencia de 5años y medio, que comenzó en 1969, Nixon lanzó y administró cinco guerras sucesivas y concurrentes —contra el movimiento opuesto a la Guerra de Vietnam, los medios de comunicación, los demócratas, el sistema de justicia y, finalmente, contra la misma historia. Todo reflejó un pensamiento y un patrón de comportamiento que eran únicos y dominantes de Nixon: una disposición a no respetar la ley para lograr ventajas políticas, y una búsqueda del pasado turbio y los secretos de sus oponentes como un principio de organización de su presidencia.

Poco antes del allanamiento de Watergate, las investigaciones, los registros, las grabaciones y el sabotaje político se habían convertido en una forma de vida en la Casa Blanca de Nixon.

¿Qué fue Watergate? Fueron los cinco años de Nixon.

La guerra contra el movimiento antibélico

La primera guerra de Nixon fue contra el movimiento opuesto a la Guerra de Vietnam. El presidente la consideraba subversiva y pensaba que reducía su capacidad para llevar a cabo en sus propios términos la guerra en el Sudeste de Asia. En 1970, aprobó el ultra secreto Plan Huston, que autorizó a la CIA, el FBI y unidades de la inteligencia militar a intensificar la supervisión electrónica de individuos identificados como “amenazas a la seguridad nacional”. El plan pedía, entre otras cosas, interceptar el correo y levantar las restricciones a “entradas subrepticias” (allanamientos).

Thomas Charles Huston, el ayudante de la Casa Blanca que ideó el plan, informó a Nixon de que era ilegal, pero el Presidente lo aprobó a pesar de ello. No se abolió formalmente hasta que el director del FBI, J. Edgar Hoover, lo objetó —no por principio, sino porque consideró que ese tipo de actividades pertenecían al FBI. Sin inmutarse, Nixon mantuvo su fijación con este tipo de operaciones.

En un memorando del 3 de marzo de 1970, el ayudante presidencial Patrick Buchanan le escribió a Nixon sobre lo que él llamó el “poder institucionalizado de la izquierda concentrado en los fundamentos que socorren al Partido Demócrata”. De particular preocupación era la Institución Brookings, un grupo de estudios de Washington de inclinación liberal.

El 17 de junio de 1971 —exactamente un año antes del allanamiento de Watergate— Nixon se reunió en la Oficina Oval con su jefe de personal, H.R. “Bob” Haldeman; y su consejero de seguridad nacional Henry Kissinger. Estaba en discusión un expediente sobre el manejo del ex presidente Lyndon Johnson de la supresión de los bombardeos en Vietnam en 1968.

“Puedes chantajear a Johnson sobre esto, y podría valer la pena”, apuntó Haldeman, de acuerdo con la cinta de la reunión.

“Sí”, dijo Kissinger, “pero Bob y yo hemos estado tratando de poner las malditas cosas juntas durante tres años”. Ellos querían la historia completa de las acciones de Johnson.

“Huston jura que hay un expediente de ello en Brookings”, indicó Haldeman.

“Bob”, dijo Nixon, “¿recuerdas el plan de Huston? Impleméntalo … Quiero decir, impleméntalo sobre una base de robos. Maldita sea, entra y consigue esos expedientes. Vuela la caja fuerte y obténlos”.

Nixon no dejó que se abandonara el asunto. Trece días después, de acuerdo con otra discusión grabada con Haldeman y Kissinger, el presidente señalo: “Entren y tómenlo. ¿Entienden?”

A la mañana siguiente, Nixon expresó: “Bob, obtén de inmediato lo de Brookings”. Y más tarde esa mañana persistió, “¿Quién va a entrar en la Institución Brookings?”.

Por razones que nunca han quedado en claro, el allanamiento aparentemente no se llevó a cabo.

La Guerra contra los medios de comunicación

La segunda Guerra de Nixon fue librada incesantemente contra la prensa, que informaba cada vez con mayor insistencia sobre la problemática Guerra de Vietnam y la efectividad del movimiento antibélico. Aunque Hoover pensó que había cerrado el Plan Huston, en realidad lo implementaron ayudantes de alto nivel de Nixon. Una unidad de “Plomeros” y el equipo de robo con allanamiento se establecieron bajo la dirección del consejero de la Casa Blanca John Ehrlichman y un asistente, Egil Krogh, y encabezadas por los jefes operacionales del futuro allanamiento de Watergate, el ex operativo de la CIA Howard Hunt y el ex agente del FBI G. Gordon Liddy. Hunt fue contratado como consultante por Charles Colson, un ayudante político de Nixon cuya su sensibilidad sin contemplaciones coincidía con la del presidente.

Una asignación temprana fue destruir la reputación de Daniel Ellsberg, quien suministró los Papeles del Pentágono, una historia secreta de la Guerra de Vietnam, a los medios de comunicación en 1971. La publicación de los documentos en The New York Times, The Washington Post y eventualmente otros diarios había enfurecido a Nixon, según se grabó en sus cintas, con Ellsberg, el movimiento antibélico, la prensa, los judíos, la izquierda estadounidense y los liberales en el Congreso —a todos los cuales mezclaba unos con otros. Aunque Ellsberg ya estaba acusado de espionaje, el equipo encabezado por Hunt y Liddy penetró en la oficina de su psiquiatra, buscando información que pudiera calumniar a Ellsberg y socavar su credibilidad en el movimiento antibélico.

“No lo puedes dejar, Bob”, le dijo Nixon a Haldeman el 29 de junio de 1971. “No puedes dejar que el judío se robe eso y se vaya con ello. ¿Comprendes?”

El siguió: “Las personas no confían en estas personas del establecimiento del este. El es Harvard. El es un judío. Sabes, y es un intelectual arrogante”.

Las furias antisemitas de Nixon eran bien conocidas para los que trabajaron de forma cerrada con él, entre ellos algunos ayudantes que eran judíos. Según informamos en nuestro libro de 1976, Los días finales, él le diría a sus principales ayudantes, incluyendo a Kissinger, que “la conspiración judía trata de agarrarme”. En una conversación del 3 de julio de 1971 con Hadelman, dijo: “El gobierno está lleno de judíos. Segundo, la mayoría de los judíos son desleales. ¿Saben lo que quiero decir? Tienes un Garment [el consejero de la Casa Blanca Leonard Garment] y un Kissinger y, francamente, un Safire [el escritor de discursos presidenciales William Safire] y, por Dios, ellos no son excepciones. Pero Bob, en general, no puedes confiar en esos bastardos. Ellos te entregan”.

La filtración de Ellsberg pareció alimentar sus prejuicios y paranoia.

En respuesta a sospechas de filtraciones a la prensa sobre Vietnam, Kissinger había ordenado en 1969 grabaciones del FBI a los teléfonos de 17 periodistas y ayudantes de la Casa Blanca, sin una aprobación judicial. Muchas historias nuevas se basaban en las supuestas filtraciones que cuestionaban el progreso del esfuerzo de guerra estadounidense, fortaleciendo aún más el movimiento antibélico. En una cinta de la Oficina Oval del 22 de febrero de 1971, Nixon dijo: “A la corta, sería mucho más fácil, o no, llevar a cabo esta guerra en una forma dictatorial, matar a todos los reporteros y llevar a cabo la guerra”.

“La prensa es tu enemigo”, explicó Nixon cinco días después en una reunión con el almirante Thomas H. Moorer, presidente del Estado Mayor Conjunto, de acuerdo con otra cinta. “Enemigos. ¿Comprenden eso?... Ahora, nunca actúen así… denles un trago, saben, trátenlos bien, quiéranlos, traten de ser útiles. Pero no ayuden a los bastardos. Jamás. Porque ellos tratan de clavarte el cuchillo justo en nuestra ingle”.

La Guerra contra los demócratas

En la tercera Guerra de Nixon, el tomó las armas —los plomeros, las grabaciones y los robos con allanamiento – y las desplegó contra los demócratas que combatían su reelección.

John N. Mitchell, administrador de campaña de Nixon y su confidente, se reunión con Liddy en el Departamento de Justicia a principios de 1972, cuando Mitchell era secretario de Justicia. Liddy presentó un plan de $1 millón para espiar y sabotear durante la próxima campaña presidencia, con el código “Gemstone” (Gema).

De acuerdo con el reporte del Senado sobre Watergate y la autobiografía de Liddy en 1980, él usaba tarjetas de varios colores preparadas por la CIA para describir los elementos del plan. La Operación Diamante neutralizaría a los manifestantes antibélicos con escuadrones de atracos y equipos de secuestro; la Operación Carbón canalizaría dinero a Shirley Chisholm, una representante negra de Brooklyn que buscaba la candidatura presidencial demócrata, en un esfuerzo para crear discordia racial y de género en el partido; la Operación Opalo usaría supervisión electrónica contra varios objetivos, incluidas las oficinas principales de los candidatos presidenciales demócratas Edmund Muskie y George McGovern; la Operación Zafiro estacionaría prostitutas en un yate, preparado para grabaciones en secreto, frente a Miami Beach durante la Convención Nacional Demócrata.

Mitchell rechazó los planes y le dijo a Liddy que quemara las tarjetas. En una segunda reunión, menos de tres semanas después, Liddy presentó una versión reducida de $500,000 del plan; Mitchell lo eliminó nuevamente. Pero poco después, Mitchell aprobó una versión de $250,000, de acuerdo con Jeb Magruder, el segundo jefe de la campaña. Incluía reunión de inteligencia sobre los demócratas mediante grabaciones y robos con allanamiento.

Bajo juramento, Mitchell denegó posteriormente el aprobar el plan. El testimonió que le dijo a Magruder. “No necesitamos esto. Estoy cansado de oírlo”. Según su propia versión, no objetó sobre la base de que el plan fuera ilegal.

El 10 de octubre de 1972, el escribió una historia en The Post en la que esbozaba las grandes operaciones de sabotaje y espionaje de la campaña de Nixon y la Casa Blanca, particularmente contra Muskie, y dijo que el allanamiento de Watergate no fue un acontecimiento aislado. La historia describió que al menos 50 operativos estuvieron involucrados en el espionaje y sabotaje, muchos de ellos bajo la dirección de un joven abogado de California llamado Donald Segretti; varios días después, informamos de que Segretti había sido contratado por Dwight Chapin, el secretario de nombramientos de Nixon. La Comisión Watergate del Senado encontró posteriormente a más de 50 saboteadores, entre ellos 22 a los que les pagaba Segretti). Herbert Kalmbach, el abogado personal de Nixon, le pagó a Segretti más de $43,000 de lo que quedó de los fondos de estas actividades. A lo largo de la operación. Segretti fue contactado regularmente por Howard Hunt.

La investigación del Senado suministró posteriormente más detalles sobre la efectividad de los esfuerzos de cobertura contra Muskie, quien en 1971 y principios de 1972 era considerado por la Casa Blanca como el demócrata más capaz de derrotar a Nixon. La campaña del Presidente le había pagado al chofer de Muskie, un voluntario de campaña llamado Elmer Wyatt, $1,000 mensuales para fotografiar memorandos internos, programas y documentos de estrategia, y enviar las copias a Mitchell y al personal de campaña de Nixon.

Otro sabotaje dirigido contra Muskie incluía comunicados falsos y acusaciones de actos sexuales inapropiados contra otros candidatos demócratas —producidas sobre papelería falsificada de Muskie. Un truco sucio favorito que causó confusión en las escalas de campaña suponía llevarse los zapatos que los ayudantes de Muskie dejaban en los pasillos de hotel para que los limpiaran y depositarlos entonces en contenedores de basura.

Haldeman, el jefe de personal de la Casa Blanca, aconsejó a Nixon sobre el plan de sabotaje Chapin-Segretti en mayo de 1971, de acuerdo con una de las cintas del presidente. En un memorando a Haldeman y Mitchell con fecha abril 12 de 1972, Buchanan y otro ayudante de Nixon escribieron: “Nuestro objetivo principal, prevenir que el senador Muskie Barra en las primarias tempranas, lograr que la convención se celebre en abril y unir al Partido Demócrata detrás de él para el otoño, se ha logrado”.

Las Cintas también revelaron la obsesión de Nixon con otro demócrata: el senador Edward Kennedy. Uno de las más tempranas labores de Hunt para la Casa Blanca fue rebuscar basura en la vida sexual de Kennedy, y construirla alrededor de un accidente automovilístico de 1969 en Chappaquiddick, Mass., que resultó en la muerte de una joven ayudante de Kennedy, Mary Jo Kopechme. Aunque Kennedy había prometido no buscar la presidencia en 1972, era seguro que desempeñaría un gran papel en la campaña y no descartaba aspirar en 1976.

“Me gustaría realmente que grabaran a Kennedy”, indicó Nixon a Haldeman en abril de 1971. De acuerdo con el libro de 1994 de Haldeman, Los diarios de Haldeman, el Presidente también quería que fotografiaran a Kennedy en situaciones comprometedoras y que filtraran las imágenes a la prensa.

Y cuando Kennedy recibió protección del Servicio Secreto mientras hacía campaña para el candidato presidencial demócrata McGovern, Nixon y Haldeman discutieron un nuevo plan para mantenerlo bajo supervisión: ellos insertarían a un agente retirado del Servicio Secreto, Robert Newbrand, quien había formado parte de la protección de Nixon cuando fue vicepresidente, en el equipo que protegía a Kennedy.

“Hablé con Newbrand y le dije como hacerlo”, apuntó Haldeman, “porque Newbrand hará cualquier cosa que yo le diga”.

“Podríamos tener suerte y atrapar a este hijo de perra y arruinarlo para 1976”, replicó el Presidente, quien agregó “Esto va a ser divertido”.

El 8 de septiembre de 1971, Nixon le ordenó a Ehrlichman que le dijera al Servicio de Impuestos Internos que investigara las declaraciones de impuestos de todos los candidatos presidenciales demócratas, entre ellos Kennedy. “¿Vamos a seguir sus declaraciones de impuestos?” preguntó Nixon. “¿Saben lo que quiero decir? Hay mucho oro en esas colinas”.

La guerra contra la justicia

El arresto a los ladrones de Watergate puso en marcha la cuarta guerra de Nixon, contra el sistema estadounidense de justicia. Fue una guerra de mentiras y dinero para comprar silencio, una conspiración que se hizo necesaria para ocultar los papeles de altos funcionarios y para esconder la campaña del presidente de espionaje ilegal y sabotaje político, entre ellas las operaciones encubiertas que Mitchell describió como “los horrores de la Casa Blanca” durante las audiencias Watergate: el Plan Huston, los plomeros, el allanamiento de Ellsberg, el plan Gema de Liddy y el propuesto allanamiento en Brookings.

En una grabación del 23 de junio de 1972, seis días después de los arrestos en Watergate, Haldeman alertó a Nixon que “en la investigación que sabes, el allanamiento demócrata, estamos de nuevo en la zona de los problemas, porque el FBI no está bajo control… su investigación está llevando a algunas áreas productivas, porque ellos han podido seguirle la pista al dinero”.

Haldeman dijo que Mitchell había venido con un plan para la CIA a fin de insistir en que los secretos de seguridad nacional se comprometerían si el FBI no detenía la investigación Watergate.

Nixon aprobó el plan y ordenó a Haldeman que llamara al director de la CIA Richard Helms y su segundo Vernon Walters. “Juega duro”, instruyó el Presidente. “Esa es la forma que ellos juegan, y ésa es la forma en que vamos a jugar”.

El contenido de la cinta se hizo público el 5 de agosto de 1974. Cuatro días después, Nixon renunció.

Otra cinta contenía discusiones en la Oficina Oval en agosto 1 de 1972, seis semanas después que se arrestó a los allanadores y el día en que The Post publicó nuestra primera historia mostrando que los fondos de campaña de Nixon habían ido a la cuenta de banco de uno de los allanadores.

Nixon y Haldeman discutieron el pago de los allanadores y sus líderes para mantenerlos alejados de hablar con los investigadores federales. “Hay que pagarles”, señaló Nixon. “Todo lo que hay que hacer es eso”.

El 21 de marzo de 1973, en uno de los más memorables intercambios sobre Watergate grabados en una cinta, Nixon se reunió con su consejero, John W. Dean, quien desde el allanamiento había recibido la tarea de coordinar la cobertura.

“Estamos siendo chantajeados” por Hunt y los allanadores, informó Dean, y más personas “van a empezar a hablar ellos mismos en su contra”.

“¿Cuanto dinero necesitas?”,preguntó Nixon.

“Diría que estas personas van a costar un millón de dólares durante los dos próximos años”, replicó Dean.

“Y podrías lograrlo en efectivo”, dijo el presidente. “Sé donde podría obtenerse. No es fácil, pero se puede hacer”.

Hunt demandó $120,000 de inmediato. Ellos discutieron un perdón ejecutivo para él y los allanadores.

“No estoy seguro de que puedas ser capaz de esa clemencia”, dijo Dean. “Podría ser difícil”.

“No se puede hacer hasta después de las elecciones de 1974, eso es seguro”, declaró Nixon.

Haldeman entró entonces en la habitación, y Nixon encabezó la búsqueda de formas “para cuidar a los estúpidos que están en la cárcel”.

Ellos discutieron una parte de $350,000 en efectivo que se mantenía en la Casa Blanca, la posibilidad de usar sacerdotes para ocultar los pagos a los allanadores, “lavar” el dinero por medio de apostadores en Las Vegas o Nueva York, y preparar un nuevo gran jurado, de forma que todo el mundo se acogería a la Quinta Enmienda o reclamaría un fallo de memoria. Finalmente decidieron enviar a Mitchell a una misión de emergencia de recaudación de fotos.

El Presidente elogió los esfuerzos de Dean. “Manejaste esto bien. Lo contuviste. Ahora después de las elecciones tendremos que tener otro plan”.

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El Watergate del que escribimos en el Washington Post entre 1972 y 1974 no es el mismo que conocemos hoy. Sólo era un atisbo de algo mucho peor. Cuando le forzaron a dimitir, Nixon había convertido su Casa Blanca, en gran medida, en una empresa criminal.

Carl Bernstein Bob Woodward son los coautores de dos libros sobre el caso Watergate, All the President’s Men (1974) y The Final Days (1976), de las cuales hay versiones en español.

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