El ser humano es un animal de costumbres, dicen. Dicen también que es el único capaz de tropezar varias veces con la misma piedra. Esto se debe a la alta implicación emocional que adquirimos con nuestros semejantes, pero también a la adecuación inconsciente a los roles establecidos por la sociedad. Muchas personas sienten la necesidad de tener las cosas bajo control. Planean una vida y una rutina para sentirse cómodos y estables. Pero la vida no es algo estático, y las personas evolucionan con su crecimiento, de manera que esta ilusión de control se puede volver nuestro más acérrimo enemigo.

¿Qué sucede cuando lo que hemos construido se muere? Pues lamentablemente lo usual es que nos cueste aceptarlo. Que intentemos maquillar al cadáver, como sucedía en la gran obra de Ionesco Amadeo o cómo salir del paso, y que ese cadáver siga creciendo dentro y fuera del hogar hasta que sea imposible ocultarlo. Es entonces cuando nos planteamos la verdadera pregunta: ¿Qué hago ahora que lo que he construido se ha convertido en una losa? La respuesta es simple: Empezar a construir algo nuevo. No es tan sencilla la mecánica traumática de asumir la derrota. Tal vez es porque no deberíamos contemplarla como tal, sino como una forma de avanzar hacia la felicidad y la identidad real.

En la novela Quizás dejaré de decir quizás, de la escritora Antonietta Zeni, nos encontramos a una mujer atrapada en un matrimonio frío, en un hogar sin comunicación que ha arrastrado a todos a una existencia casi obligada e inercial. No se siente cómoda y necesita buscar un espacio donde pueda desarrollar su espíritu. Más allá de las fronteras de la casa en la que ella es solo la mujer que no trabaja y cuida del resto, encuentra una vía de escape al matricularse en la universidad. Allí conoce a un grupo de compañeros que forja una relación de amistad muy sana y sincera. Todos conocen sus virtudes y sus defectos y se apoyan los unos a los otros. Mientras ve cómo su matrimonio se derrumba por completo siente la tentación de dejarse caer, pero gracias al apoyo de sus amistades recupera las fuerzas y decide aceptar un trabajo. Intenta disfrutar del ocio y recomponerse pero para poder sentirse libre primero hay que saber serlo. Es necesario romper las barreras de comodidad que instauramos a nuestro alrededor como barricadas contra las olas vitales, porque ninguna marea puede detenerse y hay que aprender a navegar. Esa es la verdadera clave. No existen prototipos sociales que estemos obligados a cumplir, no existen relaciones muertas que debamos soportar, no existen límites que debamos imponernos ante el aprendizaje y la exploración del yo puesto que en ese camino de autodescubrimiento están las miguitas que nos enseñan el camino hacia la felicidad.

Debemos ser valientes, enfrentarnos a los quizás y actuar, porque el tiempo es más fugaz de lo que reconocemos, y la realidad que construimos solo depende de una decisión valiente.

Visita la ficha del libro en la web.