Un proverbio oriental recuerda que «los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres». ¿Cuál fue el tiempo de Ray Bradbury (Waukegan, 22 de agosto, 1920-Los Ángeles, 5 de junio, 2012)?

El futuro. Algo que no existe, una invención que se cumple, una ensoñación que marca con fuego al presente, una ficción que nunca se hará realidad, una realidad que se construye sobre una quimera o un apocalipsis.

Si uno quiere conocer el secreto que este escritor guarda en el trastero de su oficio, nada como la biografía escrita por José Luis Garci sobre este visionario del presente, bajo el título de «Ray Bradbury, humanista del futuro», publicada originalmente en 1971 y reeditada hace apenas un año por Hatari! Books.

¿Fue Ray Bradbury un hombre de su tiempo? Tal vez, lo cierto es que fue un hombre del futuro que vivía intensamente en su presente. Cada presente alberga un jardín de senderos que se bifurcan. La historia y el presente, como señaló el historiador ruso Herzen, no tienen guión. El azar, los pasos y destinos a tomar, lo imprevisible, los errores, los cálculos trazan la inquietante geografía del presente.

Bradbury conjuga los avisos, las advertencias, los posibles que un determinado y único presente, lo único real en cada vida, permiten y dilucidan lo que vendrá. Es el hilo invisible que perfila al autor de la memorable «Crónicas marcianas» (1950). No se anticipa a su tiempo, describe lo que es posible que llegue. No es ciencia, ni es ficción. Es realidad contemplada desde el otro lado de la realidad de verdad. Pero eso que no es ciencia ni es enteramente ficción, señala el territorio de lo que vendrá. Apunta.

Advierte. Luis Alberto de Cuenca, en el prólogo al libro de Garci, escribe a propósito de Bradbury: «Es un superhéroe de la narrativa capaz de competir con igualdad con monstruos como Poe, Melville, Hawthorne, Lovecraft, Hemingway, Scott Fitgerald y otros nombres –no muchos más por otra parte– de semejante calibre que los USA nos han regalado».

Desde sus primeros relatos como «Aunque siga brillando la luna» y «El vino del estío» a sus obras maestras, Bradbury muestra algo que Ezra Pound había señalado para los pocos grandes escritores que lo son de verdad y, por ello, dejan huella, una impronta, un antes y después de su obra: «Los artistas son las antenas de una especie». Esa antena que viaja del presente al pasado para construir, o pronunciarse sobre un posible futuro.

«El niño es el padre del hombre», solía recordar Cortázar. En Bradbury la infancia es el eje que vertebra sus ensoñaciones literarias, sus fantasmagorías oníricas y espaciales, sus otros mundos que están ya en éste. Desde su nacimiento en Waukegan (Illinois) a las tempranas lecturas de John Carter, «Tarzán», Buck Rogers, cuánto de cómic tiene la llamada ciencia ficción, la admiración por el gran Lon Chaney, los fascinantes descubrimientos del «Frankenstein» de Mary Shelley y sus versiones cinematográficas, el inquietante Henry James de «Otra vuelta de tuerca», el imaginario desbordante de Lewis Carroll, la magia aventurera de Stevenson, las imágenes imperecederas de «El mago de Oz», los relatos de fantasmas, del inframundo, de Arthur Machen, los pantanosos delirios de Lovecraft, el futurible de Aldous Huxley.

Acierta Garci en la biografía citada: «Es difícil comprender la literatura de Brabury –o adentrarse en ella– sin tener en cuenta todo ese inmenso –¡y tan sólido!– poso cultural de sus lecturas infantiles». Cine (Bradbury fue un notable guionista, por ejemplo, en la excelente «Moby Dick» de John Huston, 1956) y Literatura. Dos caras de una misma hoja, contrarias y complementarias, que buscan el misterio, el asombro y el desafío con el presente.

«Todo lo que es posible creer –escribiría el visionario inglés del XVIII William Blake– forma parte de la realidad». Para Bradbury, «bastan los sueños», porque «la imaginación debe ser el centro de tu vida». La imaginación completa la circunferencia de la vida. Un tiovivo que da vueltas y vueltas sin ir a ninguna parte. «Fahrenheit 451» (1953) no era el futuro, pero prevenía al lector frente al que podría ser. Una novela distópica (ahora desde la serie «Black Mirror», género tan querido). Es un ejemplo luminoso. Los libros antes de Bradbury y su obra habían sufrido persecuciones, prohibiciones, quemas públicas, y un presente en el que se presentía, cuando fue escrita la obra, que eso formaba parte del pasado más oscuro de la sociedad occidental, y, sin embargo, nos advierte que nada es eterno, que el futuro también es un eterno retorno.

Se definía como «un narrador de cuentos con propósitos morales». Una fantasía moral con repercusiones sociales: «Vivimos en un mundo que nos absorbe con sus normas, con sus reglas, con su burocracia, que no sirve para nada». Sí, Garci lo definió espléndidamente: «un humanista del futuro», de un futuro que construyó y que ya está, o estuvo, aquí.