Segundo cuento de mi antología DESDE MI VENTANA

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La lluvia había comenzado desde el mediodía. La ciudad estaba convertida en un piélago donde, en un par de horas, empezarían a brotar las noticias trágicas por doquier, como deslizamientos, accidentes, embotellamientos de tráfico, entre otros.

Era irónico que con ese clima, la zona este hubiese sido víctima de un incendio de tales proporciones. Pero ahora aquel diluvio paralizaba las labores de limpieza y remoción de escombros.

La mujer veía las gotas deslizándose en el amplio ventanal de su oficina que ofrecía la visión de aquella ciudad gris. Acababa de hablar con su "segunda al mando" y esta le había comunicado el destino sufrido por "su protegida".

- La vida es pura mierda. – pensó, mientras fumaba un porro de aquella hierba capaz de hacerla sentir en paz consigo misma al menos por unos instantes breves.

Nada tenía sentido, la joven merecía al menos un poco de felicidad, pero al parecer esta se le había negado al sufrir aquel destino tan triste. En definitiva, no esperaba que ella continuara mucho tiempo en aquel lugar. Quería platicar con la muchacha porque sentía una especial afinidad, ya que era un recordatorio perenne de ella misma a esa edad.

Pero sus elucubraciones fueron interrumpidas por el golpe seco en la puerta, que solo podía provenir de Elsa. Ya conocía la falta de sutileza de la mujer que estaba asignada a cuidar el local durante el día.

- ¡Adelante! – dijo sin mucho ánimo, mientras apagaba el cigarro sobre un cenicero en forma de esfinge.

- ¡Alguien la busca...señora! – contestó la mujer obesa vestida de uniforme gris con cierta pena, mientras asomaba la cabeza por la puerta.

La patrona la miró con extrañeza, y luego con sorpresa, al revelarse la identidad del visitante inoportuno.

- ¡Hágalo pasar! – dijo solo por contestar algo, porque la verdad es que estaba tan desconcertada como Elsa.

Por alguna razón que no entendió, sacó un espejo de una de las gavetas, e hizo un inventario de su aspecto, todo lucía normal. Lo cual era previsible, estaba vestida como la gerente que era. Usaba un traje gris, zapatos y cinturón que combinaban. Adornada con alhajas de oro, de cabello planchado y rojizo; y su maquillaje era el adecuado para realzar las esmeraldas de sus ojos. Se sentía como la reina que siempre soñó ser.

Pero por dentro un desazón se apoderó de ella, el corazón empezó a latirle sin control y un sudor frío recorrió su espalda. Por lo que decidió sentarse y respirar hondo para calmarse antes que el visitante entrara a su oficina.

Los minutos se hicieron interminables, y luego escuchó su risa cuando él bromeó con la vigilante. Era algo tan típico de aquel sujeto, que sintió como su enojo bullía desde el centro del pecho a la cabeza. De súbito recordó todo lo vivido y los viejos rencores se apoderaron de ella. Cuando escuchó el golpeteo en su puerta, ya estaba a la defensiva.

- ¡Pase! - dijo con ira contenida.

Lo que vio era algo que no esperaba, él lucía como diez años mayor. El cabello era casi todo blanco, su rostro lucía tostado como si hubiera estado expuesto a los elementos por semanas, estaba delgado y su rostro mostraba los signos del abandono. Vestía de forma sencilla, pantalón caqui y una camisa a cuadros. Lo único que permanecía era su mirada irónica cargada de picardía.

- ¡Darling! – alcanzó a decir él mientras se sentaba en el asiento de cuero frente a ella.

- ¿Cuánto tiempo?... ¡Te ves delgado! – replicó ella tratando de parecer casual sin lograrlo.

- Como cinco años...creo... acabo de venir de Las Vegas. – agregó el hombre mientras le clavaba una mirada que hizo que la mujer se sintiera incómoda.

- ¿Qué quieres? – cuestionó ella con brusquedad.

- ¡Nada!, vine a ver a unos camaradas, y decidí visitarte. Supongo que aun somos amigos... ¿o no? – replicó el hombre con una actitud sardónica que era tan clásica.

- Debiste haber llamado... así por lo menos te invitaba un par de tragos, pero el pedido viene más tarde... es lunes... ¿recuerdas?

Una sonrisa mordaz apareció en su rostro mientras asentía al recordar los horarios y las distintas tareas a cumplir en aquel lugar.

- Pero...imagino...que aun guardas el vodka en el archivero.

Ella se sonrojó porque la remembranza del porque aún guardaba la botella en aquel lugar la golpeó en un lugar olvidado de su memoria. Así que se levantó, sacó un par de vasos, luego buscó hielo en la pequeña refrigeradora ubicada a su derecha; y colocando aquella garrafa entre ambos, procedió a verter el líquido transparente en cada uno de los recipientes.

Bebieron con lentitud el primer trago mientras él la observaba con curiosidad, así que disparó lo primero que le pasó por la cabeza:

- ¿Estás casada?

Ella lo volvió a ver con irritación, y contestó:

- Con una vez tuve suficiente. ¿Y tú?

- La voy pasando.

- ¿Es que ninguna de esas "bitches" te ha dado el sí? – inquirió ella con ironía.

- Es que ninguna es como tú – dijo él mientras despachaba de un trago lo que quedaba en el vaso.

Ella casi se atraganta al escuchar aquella declaración, pero la furia seguía creciendo, agazapada y expectante en algún lugar recóndito de sí misma. Solo esperaba darle el mejor de sus golpes en el momento menos esperado. Había renunciado a pensar en él desde hacía tiempo, pero ahora, sabía que el resentimiento seguía intacto, fresco como cuando lo encontró desnudo en brazos de aquella hetaira de cabellera revuelta. No respondió al último comentario, solo volvió a servir otra ronda en sendos vasos.

- ¡Cuánto ha cambiado todo, se ve que remodelaste y resolviste el problema de las duchas! – añadió él como para hacer tiempo y atenuar la tensión del momento.

- Tenía que hacerse, nunca tuve muchas opciones. Ahora ya nadie recuerda la sarta de problemas que tuve que resolver cuando te fuiste.

- ¿Ha crecido el staff? Veo que ampliaste la zona de camerinos. – comentó el hombre.

- Son muchas más ahora, casi cincuenta. Todas profesionales.

Él se le quedó viendo y por un instante se quedó en silencio, luego despachó la mitad del vodka en un solo trago, y al final declaró:

- ¡Aún te amo! – mientras bajaba su vaso y la volvía a ver expectante.

Ella también colocó su trago lo más lejos posible mientras la rabia la dominaba. Así que hizo la pregunta que había esperado hacerle por más de cinco largos años.

- ¿Y me amabas cuando los encontré desnudos en el "Salón Champagne"? Dime... ¿pensabas en mí?

Él se le quedó viendo con tristeza, y tomó lo último del vodka, mientras hacía el amago de levantarse del asiento, ella le devolvía un rostro con una carga de resentimiento y furia que había estado latente todo ese tiempo.

- ¡Lárgate! – replicó, mientras el mareo se apoderaba de ella. Y luego añadió:

- ¡Hace mucho que dejé de amarte, ya no significas nada para mí!

Aunque en el fondo sabía que era la mentira menos creíble que alguna vez dijo. Él era el amor de su vida, su cómplice y aliado desde que se habían conocido en aquel burdel. Jamás se volvió a comprometer con nadie porque ningún hombre estuvo a la altura de Bobby. Tuvo un par de aventuras que terminaron en desencanto y hastío. Porque el recuerdo de su ex esposo la asaltaba en los momentos menos indicados, creándole problemas durante la intimidad con sus pretendientes.

De hecho acababa de pensar en él, minutos antes que apareciese por aquella puerta, porque sabía que era el único que podía consolarla ante la tristeza que sentía por el destino sufrido por "su protegida".

Pero su resentimiento era igual o mayor a su amor. No podía olvidar como un plan destinado a hacerla más rica se había torcido tanto, amargándole la vida desde hacía tanto tiempo.

- ¡Vete por donde viniste! ¡Estoy ocupada! – replicó ella con veneno.

Él la volvió a ver y entornando los ojos exclamó:

- ¡Ivette me lo contó todo!... desde siempre supe que era una trampa. – dijo en tono de reclamo que dejó a la mujer paralizada y con una expresión aturdida.

- ¿Cómo? – cuestionó ella con una falsa indignación.

- Jamás pensé que esto solo era por el dinero, creí que teníamos algo "especial". Y si lo hice con esa putilla fue para darte una lección, sabía lo que harías si se violaba la cláusula prenupcial, pero quería ver hasta donde eras capaz de llegar para quedarte con todo. Y de veras me dolió lo rápido que actuaron tus abogados para quitarme el club. De verdad, solo eres una mujer ambiciosa.

- Bobby...yo nunca... - respondió ella con una expresión compungida.

- ¿Sabes que es lo peor?...Te sigo amando...Nunca he dejado de pensar en ti... solo soy un triste pendejo... por amar a alguien como tú. – replicó él con una tristeza infinita que aunada al diluvio exterior hizo que aquella oficina se sintiera como el lugar más desolado del presente universo.

Acto seguido Robert Redman se levantó de su asiento y salió de la oficina sin volver a ver hacia atrás en ningún momento; mientras Michelle se quedó como una cariátide recordando los momentos más felices vividos con su ex esposo, y de cómo su excesiva ambición la llevó a ese lugar tan solitario.

Luego se puso a llorar de furia mientras destrozaba su oficina. Elsa, la vigilante, solo escuchaba el estruendo, contando los minutos para que terminara su turno, porque no se le hacía justo limpiar el estropicio que esa mujer estaba haciendo.

Después Michelle Castaneda se sentó en la silla de cuero que presidía su oficina. Abrió la botella de vodka y sin pensarlo mucho llenó su vaso. Con un gesto decidido empezó a tomar el licor sin pausa alguna sintiendo como el fuego líquido le bajaba por la garganta, mientras veía las gotas de lluvia caer desde el cielo gris metálico sobre el amplio ventanal de su oficina, que le devolvía el reflejo incierto de su soledad.

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