Una señora y su hija en la tienda de ropa vaquera

Por Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín

Esteban Medina iba en su cotidiana marcha por la calle
Libertad, único gimnasio que conoce su viejo caparazón
nacido en los años cincuentas del siglo pasado, cuando miró
a una mujer linda y curvilínea que caminaba por la acera de
enfrente acompañada de una señora muy elegante, conocida de él. Ambas entraron a una tienda de botas y ropa vaquera, muy exclusiva y cara.
¿Qué andará haciendo en el centro de la ciudad Valentina Capoulade, con esa supermodelo cuarentona que la acompaña? Se preguntó Esteban, pues sabía que la señora muy pocas veces salía de su residencia, nada más que para ir a misa de doce los domingos al Templo de San Felipe. En el último lugar donde alguien pudiera hallarla, un comercio de moda country.

Como allí venden ropa Levi Strauss and Co., se dio a sí mismo ese pretexto para deducir los pormenores del pequeño misterio. Valentina se aburría en un sillón mientras la mujer más joven se medía unas botas vaqueras de edición especial. Aunque mujer de pocas palabras, andar de compras contra su costumbre la volvió un poco menos antisocial; hasta podría decirse que hubo un leve, muy leve
indicio de que la alegraba un poco el saludo de un viejo compañero de la secundaria.
—Valentina, ¿qué milagro? Años sin verte.
—Pues mírame nomás, aquí de shopping con mi hija
Carolina. ¿Sí te acuerdas de ella?
—Uy… pues la verdad no; tal vez la haya visto de niña alguna vez. ¿Es la mayor?

—Sí. Se anda divorciando y ‘ai me tienes: consecuentándola.
Ya ves que ahora los matrimonios no duran; a mi nena le fue como en feria.
—Válgame, qué mala onda. Sufre uno cuando los hijos andan en dificultades.
—Pues sí. Oye: Y a ti, ¿cómo te ha ido?
—¡Bien! ‘Ai la voy pasando. Tengo una pequeña empresa editorial y me va más o menos.
—¿Tuviste hijos?
—Sí, dos muchachos. Y como tú, también los consecuento lo más que puedo. O más bien cuando se dejan, porque ya ves que ahora los jóvenes se manejan muy indiferentes de uno.
—Tienes razón. Pero en cuanto les cala un poco más fuerte la vida, la buscan a una, ya ves. En parte me siento contenta de andarle comprando ropa como cuando era jovencita. Y es que el hombre con el que se casó la dejó en la ruina y le secuestró a los dos hijos, se los llevó a Estados Unidos, ¿tú crees? Hemos gastado un dineral en abogados para devolvérselos a m’ija. ¡Ha sufrido tanto! Vieras... Pero tú me conoces. Muy pronto voy a tener de regreso a mis nietos.

Cuando regresó la hija a consultarle algo de la ropa que había elegido, me despedí de mi amiga con un beso en la mejilla, como en aquellos tiempos clásicos de nuestro siglo XX.