¡Vaya Circo! En un bosque tropical de Borikén se disponían unos animalitos a llevar a cabo una reunión preliminar antes de presentarse ante el resto de los animales. A dicha junta se presenciaron: un caballo azul, un alacrán rojo, una cotorra verde y un coquí anaranjado. No, un momento, me falta alguien… ¡sí! una esperanza color acqua, quien llegaba un poco más tarde de la hora estipulada ya que andaba por los estanques recogiendo firmas.

El caballo pidió la palabra y dijo “Yo le expondré al pueblo la necesidad que tenemos de aliarnos con el gran águila de la ciudad. De esta manera sentiremos que no somos un pedazo olvidado del bosque. El gran águila es grande y poderosa. ¿Qué depredador se nos acercará sabiendo que somos sus protegidos?; ¿Qué alimento nos faltará si ella siempre nos lanzará un poco de los restos de su carroña?” relinchaba.

La esperanza intentó hablar “¿Ustedes no creen…?” pero todos, casi al unísono gritaron o dijeron “Silencio, que tú llegaste a lo último” y ella decidió esperar su turno. “Como que se está nublando…” observó uno de los animales. “Prosigamos que es mi turno” determinó el alacrán.

“Lo que el compañero caballo dice suena muy bonito, pero la realidad innegable e irrefutable es que el águila no nos quiere entre su gente de la ciudad. Sólo un ciego no podría ver que es mejor quedarnos así como estamos y hemos estado hasta el sol de hoy, comiendo de su carroña, sí, pero viviendo acá en el bosque, sin convertirnos en citadinos.”

“Fíjate, yo difiero en que…” intentó argumentar el coquí, pero todos, casi al unísono gritaron o dijeron “Cállate, que no es tu turno” y él entendió que había que seguir unas reglas. “Huele un poco extraño” observó otro de los animales. “Prosigamos, que es mi turno” determinó la cotorra.

“Este país lo que necesita son mis alas, libertad, un firmamento abierto en un paraíso utópico donde abunde el intelecto, el pensamiento crítico, los libros, el deseo de trabajar unidos, el respeto por la vida… ¿A quién le importa las migajas que el águila nos pueda dar o dejar de darnos? Si nosotros sólo con ideas y pensamientos bonitos podemos sustentarnos. No nos hace falta nada más” filosofaba la cotorra mientras se acomodaba los espejuelos, acariciaba su barba y mantenía sus ojos cerradas en pleno trance de nirvana.

“Pueblo ¡fuego, fuego, fuego!” croaban unas ranas que pasaban por ahí saltando a toda prisa. “¡Eso es!” aplaudió el alacrán.

“¿Podemos hablar?” preguntaron el coquí y la esperanza, pero fueron totalmente ignorados, pues no bien había terminado su parte la cotorra, cuando ya el caballo estaba diciendo “Ay, sí, ya, porque los animales nos alimentamos de aire”

“¿Después que tú le vendiste nuestros árboles de mangó, toronjas y panas al águila, te atreves a plantear esa pregunta?” le respondió la cotorra.

“Al menos es realista” interrumpió el alacrán.

“¡Vaya hasta que al fin me das la razón!” celebró el caballo.

“¿Qué razón ni que ocho cuartos? Yo jamás estaría de acuerdo con un corrupto como tú. ¡Pillo!”

“¿Pillo? ¡El burro hablando de orejas grandes!” rio el caballo.

“Yo nunca le he robado a los animales de este bosque” pavoneó la cotorra.

“Porque no has tenido la oportunidad” le gritaron al mismo tiempo el caballo y el alacrán “Mantente callado, como casi siempre has hecho y confórmate con lo que obtienes del pueblo, que es lo que te ahorras permaneciendo en el anonimato” Le increpó el caballo. Se voltearon y siguieron en su repetitiva y eterna discusión.

“Fuego, fuego” gritaba una bandada de ruiseñores que volaban despavoridos. “Sí, bien acalorado que se ha puesto esto” replicó el alacrán. “Échenme, échenme las porras”.

Empezó a subir la temperatura, se escuchaba el crujir de las ramas, el cielo, antes negro, se alumbraba de colores anaranjados, los nidos se quemaban, algunos animales ancianitos y bebés no pudieron salvarse, el terror se apoderaba de las hembras, los machos intentaba proteger sus familias, los árboles se desplomaban, el mundo se caía y en el bosque sólo se escuchaba “Mira tú, crakero”; “Mira tú, golpeador de mujeres”; “Vete a darle el culo a tu águila, como bien lo saben hacer todos ustedes, caballos”; “Yo juro por mi madre que nunca hice nada de lo que tú me acusas”, etc., etc., etc., ETCÉTERA.