Visiones

                                                                            Martha Estela Torres Torres        

Un zarpazo de llamas me despierta, siento olas de fuego que abrasan mi cuerpo cuando trato de incorporarme. El sudor empapa mi ropa y solo alcanzo a distinguir objetos, destellos de intensa luz, círculos de diferentes dimensiones que se reproducen constantemente. El vértigo empieza a dominarme y ya no puedo sostenerme en pie, sin embargo hago un gran esfuerzo apoyándome en los muebles para caminar.        

Siento que las luces se incrementan, intermitentes y exageradas, los foquitos multicolores del árbol parecen ojos de sapos que me miran con locura; el verde hiere mis pupilas, el dorado es relámpago que me obliga a cerrar los párpados, el rojo es un intenso fuego que quema sin tocarme. Las distintas figuras de adorno adquieren una deformidad monstruosa. Los siervos y los camellos de felpa son seres extraños de otro planeta. Los caballos y las ovejas son animales mutilados y apocalípticos. Santa Claus, con rostro iracundo se convierte en golem desfigurado y ridículo que se acerca sonriente. Trato de ignorarlo, retirarlo de mi vista.

Las esferas giran y giran en una espiral infinita donde se va alojando la incredulidad y la desconfianza. Los ángeles encantados en el árbol se volatizan dejando una estela raída de espuma negra.

Nadie detiene mi caída, caigo de golpe. La dureza del suelo se mueve de un lado a otro, se expande y se reduce multiplicando imágenes que cambian de color y de forma. ¿Qué me pasa? Mi pulso acelerado, mi mente confusa. ¡Estoy mal! El clima se torna intolerable y la humedad filtra mis huesos, pero contradictoriamente siento después un calor intenso que me sofoca. Mi cabeza da vueltas, el contorno de las cosas se pierde entre la nebulosidad que habito. El mareo me ocasiona una terrible náusea y solo puedo avanzar arrastrándome  para llegar al baño. Estoy frente al retrete asida a él como si fuera el único recurso para afianzar mi condición humana. Mis sienes palpitan con vigor, siento que la cabeza me explota y que mis ojos se inflaman con esta fiebre convulsa.

Me pierdo en un extraño laberinto, me desprendo fácilmente de los cuadros, de los muebles, de canastillas doradas, de adornos en terciopelo y de regalos en vivos colores predominantemente rojos. Nada detiene mi desconcierto, sucumbo ante un sopor inclemente donde no comprendo lo qué sucede. Empiezo a imaginar sombras, figuras que a veces me parecen siluetas femeninas y otros seres extraños que invaden mi territorio. También escucho voces más allá de mi conciencia. Son conversaciones lejanas, extrañas, duplicidad de sonidos indescifrables e incongruentes, pero reconozco que son producto de mi mente confinada por el encierro.

 Las figuraciones pierden vigor, han sido producto de un mal sueño, ¡sí, pesadillas! Mi imaginación débil, enfermiza o tal vez… será que… Siento mayor debilidad, y un sofocamiento mayor anula los intentos que hago por sobreponerme. No tengo noción del tiempo, no sé cuántas horas han transcurrido desde que empecé a ver o imaginar animales moribundos por todas partes.

Por instantes creo recuperarme, apenas puedo abrir los ojos y con gran dificultad percibo entre los destellos de las esferas radiantes, la mano de Roberto que gentil me tiende un vaso con agua y vuelve a darme el medicamento. Su mano es cálida y fuerte. Rigurosamente musculosa, y… la detengo por uno momento, pero escapa ágil, huye ligera y segura. “No te vayas” suplico con el eco de mi respiración, detengo entre mis labios las palabras delgaditas y sin fuerza que finalmente se pierden… No me escucha… No me atiende...

Respiro hondo, profundo, inhalando una y otra vez el aire viciado, tratando de controlar mi cuerpo cuando la náusea se incrementa, y empiezo a vomitar de nuevo. Expulso la patética duda que lastima mi razonamiento. Quedo exhausta, ya no tengo fuerza ni siquiera para mover los ojos.

El dolor de cabeza me hace temblar, estoy entumida por la frialdad del piso, y ajena me pierdo sin tiempo en un vacío interminable, me deslizo en un pozo donde solo habita la oscuridad. Sin embargo no suelto la vida, me adhiero esperanzada a la última partícula de realidad. ¡Tengo que recuperarme ¡ ¡Tengo que estar bien!

A lo lejos, vuelvo a escuchar voces, murmullos que no logro identificar. Mi percepción se agudiza, fijo la vista tratando de distinguir las figuras y sombras de la habitación contigua. ¿Figuraciones de nuevo? ¿Otra vez las mismas imágenes? Es mi mente confusa que inventa cosas, seres extraños, personas desconocidas… No sé, ya la oscuridad me invade, y no quiero pensar.

 No sé cuánto tiempo ha trascurrido, pero ahora puedo ver mejor entre la penumbra. Me voy recuperando poco a poco, me incorporo con dificultad. Ahora descubro todo, veo cuando mi esposo la besa y la acaricia. ¡Es ella! Mis manos caen, ceden de nuevo ante la oscuridad que me gobierna. Vuelvo a caer en delirio, expulso toda la rabia que me sofoca. ¡Es ella!

Relato extraído del libro de cuentos Árboles en mi memoria. Editado por la Secretaría de Cultura de Chih. México. 2017.