Viudas y viudos.

            Por: José Ignacio Velasco Montes.

Introducción breve para abrir boca.

            La vida no consiste en encontrar un camino, sino en crear uno nuevo: el tuyo. Y queda claro, al menos para mí, que si tienes miedo a las respuestas mejor no hagas las preguntas. Y en el tema que tratamos, cada día que para ti sale el sol es positivo, pues hay vida; y no olvidemos que siempre hay un espejo al final del camino, por si queremos mirarnos en él y saber, por nuestra expresión, si lo hicimos bien.                                                   Nota del A.

       Caminaba distraído, como siempre, cuando tropecé y estuve a punto, en una respuesta estereotipada del varón universal, de echar la culpa a la otra parte a la que, en el subconsciente, le hacemos obligatorio que vaya el otro concentrado para eludir nuestra irresponsabilidad de ir con la mente y la mirada puesta en las batuecas. Al levantar la mirada, ¡o sorpresa!, era Lucía, a la que no veía hacía años.

        La reconocí a pesar del tiempo transcurrido, un lapso que se mostraba por su efectos. Era ella, seguro, pero se la veía triste y algo ajada. Por momentos, como realizaba yo, recogía velas de la reacción agresiva por el choque que, como todos sabemos, siempre es culpa de los demás.

        Estaba seria, pero trataba de conseguir en el rostro un esbozo de sonrisa que, la falta de costumbre, no lograba pergeñar. Mientras lo pensaba sobre ella, mi facies trataba igualmente de conseguir una sonrisa que se me ha borrado desde que, no hace demasiado trecho, me he quedado viudo. Por un instante, en esa velocidad mental que en determinados momentos nos asalta, pensaba si ella estaría en una situación similar y por ello esa lucha por mostrar, como yo, lo que no es cierto: una alegría y ecuanimidad absolutamente falsas.

        –Hola. ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal estáis? –Inquiero.

        –Mal, ¿y vosotros?

               ­–Igualmente muy mal. A Elisa se la llevó el señor.

          –Pues Enrique tomó el mismo camino. Y aquí estoy con todo encima pero voy saliendo adelante con habilidad. Y tú… ¿cómo lo llevas?

          –Mal, bastante mal si te soy sincero. Siempre viví apoyado en ella, ya sabes, reclinado en el trabajo y su supuesta esclavitud, de modo que ella llevaba lo cotidiano, lo más real de la vida.

          –Es cierto. Los hombres os sacudís una gran parte del hogar, con la que cargamos las esposas. Eso, en el caso del que hablamos establece una gran ventaja para la mujer y es un desastre para vosotros, al menos para los de cierta edad, con un orden domiciliario en realidad equivocado pues deberíamos haber repartido a medias la atención del hogar. Sí me hubiera ido yo delante, pobre de Enrique, no sabía ni comprar en el supermercado.

               –Tienes razón. Todo eso lo voy notando y duramente. Lo del súper… fue muy duro al principio, pero he ido aprendiendo usando un truco y voy tirando.

          – ¿Cómo?

          –Elijo una dependienta que sea guapita y me acerco a ella y le solicito ayuda con un poco de coqueteo. Algo así como: -Hola preciosa, podrías echarme una mano. Me he quedado viudo y nunca venía al súper, por lo que estoy como si fuera ciego.

          –No se preocupe. Quédese aquí, vuelvo en unos segundos y le hago la compra. –Suelen responder.

          –Gracias preciosa. Le esperaré aquí lleno de ilusión por su vuelta. Pero que no se vaya a crear problemas.

          –No se preocupe. Suelto esto que llevo y se lo digo al jefe de la planta, pues es algo que está previsto. Es frecuente la llegada de caballeros que por diversas razones no saben nada de comprar la comida y hay que ayudarle. Y, sin embargo, las viudas, pues a muchas las conocemos con anterioridad a su fatalidad, se manejan muy bien mostrando que son más libres que los hombres.

          Mientras se aleja, pienso que es muy cierto que debe ser así pues, para mí, siempre he pensado que la mujer vale más que el hombre, aunque no mucha gente, por ideas equivocadas no lo reconozcan. Y lo acepto pues es algo que siempre he pensado, pero ahora ante la realidad que vivo se me está demostrando con absoluta claridad.

          Momentos después regresa la chica.

          –Aquí estoy ya. Vamos a ver, ¿sabe lo que quiere comprar?

          –Me he traído unas hojas de las que ella usaba cundo venía y espero que con eso podremos ayudarnos aunque, tendrá que ser muy diferente, pues apenas si sé freír un huevo, de modo que debo comprar cosas que calentar con el microondas, pues, en realidad…, lo he aceptado, soy un desastre.

          –Lo arreglaremos. Y el resto de su vida...  ¿Cómo lo ha resuelto?

          –Tengo una señora, muy habilidosa y comprensiva, que viene unas horas todos los días y se ocupa de la limpieza, la lavadora, un poco de la plancha y me hace algunas cosas para comer. Yo soy limpio y ordenado de modo que tampoco causo muchos problemas y ella se toma el tiempo que necesita, y a final de mes me dice lo que ha hecho y lo cobra. No es abusona y ya la conocía pues ayudaba a mi esposa, y ahora lo que sí observo es que le doy pena.

          –Bien, ya veo que se defenderá. ¡Estos hombre de cierta edad! ¡Qué mal les educaron sus madres! ¡Y también sus esposas! Mi marido sabe hacer de todo y así nunca estará indefenso como usted. Deme el papel para ir viendo. Y séquese las lágrimas, a nadie le interesa su tristeza. A ver si van a creer que le he pegado.

          Le doy las notas de mi esposa y es, al ver sus letras de patas de araña, cuando me doy cuenta de que estoy llorando como un niño indefenso.

F I N

                                                                 Marbella 29 / 11 / 2017.