Santa Cecilia

"Una cosa bella es una alegría
para siempre"
John Keats: Endimión.

Porque le dieron aquellas prebendas, Artemisa estaba gozosa. La mañana del día de Santa Cecilia tuvo grato despertar y preparó sus asuntos, sin prisa, minuciosamente: dispuso el carcaj pleno de finos dardos, encendió la lámpara lunar que es su espectro de seducción y luego se dispuso a salir. Estaba segura de la importancia de aquel día.

EI encuentro con el resplandor de la calle le produjo ligero aturdimiento, pronto disipado. Artemisa tiene armas que la protegen. Su padre, alto señor de los cielos, le brinda protección, y su madre le insufla inquietud y firmeza. Recibió los buenos días del vecino y pensó: "Hoy sonaran todas las sonatas del barroco, hoy también se escuchará Brahms". EI hado protector de Santa Cecilia hará mas intenso el programa central del día. Esa certeza le dio alegría. La calle esta llena de noticias: sucesos varios que a veces son inadvertidos atraen la atención de Artemisa. Se detuvo en un gesto de asombro cuando escucho que Acteón había perecido destrozado par una jauría de perros. Acteón, aquel que le profesaba devoción y lujuria. Pero aun así sintió desconcierto. Morir en las fauces de unas fieras es un hecho extraño en la ciudad. Artemisa conocía los gustos de Acteón por los animales y su destreza para manejarlos. Pero la noticia no enturbiaría la jornada. Hoy sonaran todas las sonatas del barroco.

Se detuvo en su lugar de trabajo (porque Artemisa ama el arte y la cetrería y se desplaza sin sosiego). Allí despachó asuntos de rutina, impuso firmas, escuchó quejas, trató con Consejos de Empresa. Casos de todos los días en el día de Santa Cecilia; y continuaba pensando en todas las sonatas que escucharía. EI comentador de la empresa, persona culta y versada en ciencias y artes, le dio cuenta de lo que estaba previsto para el día de hoy: acudir a una breve cita con el financista, preparar una disertación cuyo tema seria la protección de Santa Cecilia, enhebrar los hilos Lunares de su
escudo protector en la noche de ese día especial.

No debes preocuparte, Artemisa, habrá tiempo para tantas cosas.

Después Artemisa quiso enterarse de lo que había ocurrido a Acteón. Le dijo el comentador que Acteón había estado el día anterior en la exposición de la Gruta de las Artes, galería que propicia el cultivo del desnudo. Supo que Acteón había estado observando un cuadro donde figura Hécate en la fuente, en plena desnudez. Se dijo que en la sala de exposiciones ocurrió un enfrentamiento entre Acteón y un desconocido; que luego el cazador se había marchado y que en la Gruta de las Artes había quedado un profundo malestar. Se oyó decir que entre la gente que estuvo presente alguien recordaba al interlocutor de Acteón, persona inquieta, de grandes poderes y un extraño nombre: Endimión.

Pero estas noticias no pueden entorpecer las emociones del día de Santa Cecilia, para cuya celebración Artemisa enhebra los hilos lunares del escudo protector que la acompaña. Ella debe continuar la jornada hacia el encuentro con el suceso que hará la plenitud de todas las sonatas. Por eso mismo, sus pasos de este día no están muy claros. Son muchas las precauciones a tomar, y debe estar preparada para recibir la sorpresa. Se dice que luego de estar en su lugar de trabajo, se dirigió a su casa y que en el camino tuvo un pequeño accidente en la calle con una vieja señora. Luego se tuvo la noticia sobre una desgracia que sufrió esa vieja dama: sus seis hijos perecieron en un siniestro ferroviario ocurrido en Atenas. Pero de todo esto no se enteró Artemisa el día de Santa Cecilia. Hoy ella debe concentrar toda la fuerza de una pasión que aún desconoce, para hacerla desenlace en el contorno de la noche.

En la proximidad de la celebración, Artemisa preparó sus galas más finas: sobre su pecho, una rosa nocturna cambiará de tonos a medida que la luna de esa noche se eleve. Ella notaba que las plantas crecían a su paso, humedecidas por su resplandor lunar, y pretendía ser la protectora de la paz frente al caudaloso torrente de las sonatas barrocas. Vas segura de ti misma, Artemisa; llevas una antorcha en las diademas de tus manos, y los dardos de tu carcaj penetrarán el cielo.

No pienses ahora en la muerte de Acteón. Allá él con su lujuria y sus desplantes ofensivos.
Alguna sombra perturba el andar de Artemisa. Es el recuerdo de una traición y una despedida. Es el recuerdo de Orión, que abandonó el lugar que le había prometido a ella para colocarse en el arco estelar que admirarán los hombres. EI sendero es ahora oscuro y Artemisa anda precavida. Cuidase de todo lo que pueda perturbar su belleza lunar. Ha examinado el escudo, la antorcha, el carcaj. Todo está bien dispuesto para que suenen las sonatas del barroco, para que se escuchen miles de coros en el atrio de la noche de Santa Cecilia. No pienses en otra cosa que el destino de esta jornada. Olvida a Orión para que no se perturbe el concierto que hoy harán los violines, las violas, los panes y los tenedores. Prepárate para recibir el misterio de Endimión y para que escuches salmos que no dirán sino de humores y locura.

En el portal, el orden es para su homenaje, las lámparas aturden en sus fulgores y avanza Artemisa al encuentro de la noche de Santa Cecilia. La ofrenda que darás a Endimión velará los sobresaltos de tantas otras noches, y tú alumbraras con un solo resplandor las oscuras sensaciones de algún distante recuerdo, para borrarlo de una vez en beneficio de esta ofrenda que hoy te augura tu prestancia de diosa.

No puedes pensar en otra cosa que en tu deslumbramiento. Proteges los pasos de los hombres que buscan apoyo en senderos abruptos, propicias triunfos, y tu apariencia es de luna: única, candida, púdica. Comienzas a ver la fragua de la sorpresa que te ofrece Santa Cecilia. Ya los músicos suben a la palestra y se anuncia el programa: el Trío Opus 99 de Schubert, el concierto para dos violines de Vivaldi. Alguien llama tu atención: ¿Donde esta Brahms? Te vuelves para ver quién te inquiere. Es una figura de silencio cuyo nombre esta grabado como en una gruta en sus propios ojos: Endimión. Extraña semejanza con fabulas olvidadas. Ahora recuerda Artemisa que algo le han dicho de Endimión. Que es de adolorida presencia, que simboliza la distancia y la muerte, que sobre él palpita una tristeza que solo sacia la luna, y que se pretende inmortal. Artemisa percibe que en esa pregunta hay un requerimiento, porque Brahms es tal vez una insinuación. Y calla Artemisa, para que no sea invadida su aura lunar. EI escudo y el carcaj están avisados en defensa de la diosa. Pero Endimión indaga de nuevo y dice que ha visto la belleza perfecta, que en un poema de Keats descubrió que el sueño del poeta es esta misma historia de hoy. (Tamaña locura, ¿verdad, Artemisa ?). El concierto comienza y durante la ejecución se alejará el asedio de la melancolía. Ya puedes ver, Artemisa, cómo este andante de Schubert te devuelve la seguridad que viste tambalear. Tendrás el sosiego que estuvo a punto de alterarse. Tú eres cazadora y no presa.

Y así, de una sola y definitiva vez fue cambiándose el andante en rondó, en luz, en curiosa travesía por caminos ya recorridos. Y surgió a los ojos de Artemisa la imagen que trazó el viejo Swann frente a la sonata de Vinteuil: "¿es un pájaro, es el alma aun incompleta de la frase, o es un hada invisible y sollozante cuya queja repite enseguida, cariñosamente, el piano?" No, Odette no merecía la devoción de Swann. Y vuelves los ojos hacia Endimión, adormecido con la música. Es verdad, falta Brahms. Posiblemente sea complacido Endimión; o será quizás Artemisa quien desea penetrar la insinuación. Contempla Artemisa a su acompañante, cuya tristeza sólo se sacia con la luna. Para ello ha traído la diosa su escudo tejido con hilos de luna. ¿Descenderá cada noche cerca de Endimión o huirá para siempre y quedará atormentada por la desolación? Pero basta que en Santa Cecilia haya habido el encuentro de la diosa y el pastor, porque así se explicará la serenidad de esta noche lunar. Algún poeta podrá decir que Selene ha entronizado en ella su amor por Endimión, bendecido por la belleza de la eterna juventud.
La salida fue furtiva. Ninguno de los concurrentes notó la ausencia de Artemisa, y menos la de Endimión, pastor que busca refugio en el misterio. Ya no recuerda Artemisa otra cosa que la imagen de su amado. No importa ahora Orión, tampoco Acteón, ni que Brahms haya sido olvidado. En ambos está una nueva emoción que cuidan con recogimiento, para ofrendarla luego a los ardores de esta noche de Santa Cecilia.

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Comentario por juan ignacio arias anaya el noviembre 21, 2018 a las 1:24pm

Santa Cecilia, patrona de los músicos

FELICIDADES por tu escrito

Saludos

Ignacio

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