(Esencia / Kiefer)

¿DONDE ESTÁ EN LA OBRA LA ESENCIA DEL ARTISTA?

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Está en la misma obra, pero no siempre puede descubrirse. Hoy no se oculta la identidad del creador de la obra, como ocurría en la Edad Media. Los arquitectos eran anónimos, salvo alguno que dejó su nombre inscrito en la piedra; pero quien busque sentimientos personales expresados por el autor puede hallarlos, aunque no siempre acierte.

Las teorías filosóficas o científicas han querido hallar la motivación del artista. El existencialismo trata de una identificación con algo que está más allá de los límites que le impone al ser humano el simple hecho de existir. Buscaría el hombre una entidad más elevada que él mismo: Dios, espíritu, como quiera llamársele, pero no hallará sino desarraigo y aislamiento respecto de la masa del ser (en sí). En la búsqueda, el artista tiene que elegir y demostrar su responsabilidad individual en el acto de su elección. La responsabilidad de elegir en libertad produce entonces la angustia, concebida en el Existencialismo como el enfrentamiento con esa misma libertad del individuo para ejercer su libre arbitrio. Esto, unido al reconocimiento de la contingencia del universo (aquello que depende del azar y no es por tanto necesario), crea en el hombre lo que Sartre ha definido como la náusea.

El artista se propone comunicarse con el mundo, realizar el encuentro con su entorno y expresar esa otra realidad que agranda la inmediata, pero en el ejercicio de su libertad existencial. Y como en la vida humana prevalece la desesperación ante el desarraigo de la masa del ser, reflejada en el arte no es un fin en sí mismo sino un principio, porque erradica la culpa y las excusas que producen el sufrimiento, para abrir el camino hacia la auténtica libertad. Ese impulso le exige una sensibilidad sin artificios ni muletas, y despojarse del espíritu de seriedad burgués que le impide darle forma a sus intuiciones.

Lo que el Existencialismo denomina espíritu de la seriedad es la actitud del burgués ante el desarraigo y soledad en que se halla el ser humano, lo cual lo induce a encubrir su compromiso de libertad para optar ante las alternativas de la vida siempre contingente. Con ello, el hombre burgués del Existencialismo se apoya en la existencia de valores trascendentes que residen en las cosas como cualidades sustanciales: el papel de los personajes ante la sociedad, la religión, los ritos de cualquier índole. El hombre que no puede vencer esa mentira carece de virtudes artísticas y la obra que produzca no será auténtica sino actividad de diletante.

El Psicoanálisis explica que se trata de una conciliación entre los instintos que buscan satisfacción y las fuerzas del ego y el superego: la razón vigilante y los valores inculcados que operan en el subconsciente.

De no lograrse esa conciliación, surge la neurosis de la que nace la necesidad de crear arte. Sin duda que los estados de neurosis son terreno útil para la creación. Baste recordar todas las pinturas y esculturas que se han hecho con el tema de la melancolía, desde la más famosa de Alberto Durero, en la que una mujer, sumida en tedio contemplativo, en su mano el compás que simboliza la medición y conquista del universo, abandona todo esfuerzo y deja a un lado el martillo, la balanza y las herramientas con las que el hombre construye el mundo. Van Gogh pintó también la misma actitud en su Retrato del doctor Paul Gachet, y Goya lo hizo con frecuencia en retratos de lunáticos afectados por estados melancólicos. ¿Es la melancolía fuente de inspiración creativa? Pudiera ser que expresada en el arte refleje al artista antes que al objeto representado.

Pueden expresarse estados de ánimo en las artes plásticas sin mostrar figuras humanas. El pintor romántico alemán del siglo XIX, Caspar David Friedrich, decía que el arte tiene un carácter alegórico y refleja la respuesta emocional del artista frente a la naturaleza. Él mismo afirmaba que todos los elementos de la composición tienen carácter simbólico: las montañas son una alegoría de la fe, los rayos de sol en el crepúsculo simbolizan el final del mundo precristiano, y los abetos representan la esperanza.

También los colores juegan en la expresión de los estados de ánimo: por ejemplo, los fríos y de iluminaciones claras potencian los sentimientos de impotencia ante el ímpetu inquietante de la naturaleza. Así lo apreciamos en su obra Monje en la orilla, en la que una figura con hábito de monje, de pequeñas proporciones y apenas distinguible, contempla un mar tempestuoso.

El arte exige la acción total del creador, no es una suma de partes. Se juntan los niveles de la conciencia: sensitivo (y es el amor el gran inquisidor), intuitivo e intelectual, en la búsqueda del llamado inconsciente, ese état second que no sabemos de dónde surge: una visión en la calle, el sonido de la melodía que suena un órgano, el recuerdo de una imagen que viene suscitado con alguna presencia física, un suceso inesperado: el mundo en movimiento ante nosotros. Y de pronto está allí la idea coagulada en imagen o sonido, algo que el artista quiere expresar a costa de todo lo demás.

No es, a nuestro juicio, verdadero lo que dice Georges Braque acerca de su propia forma de crear: “Yo necesito palpar. Trabajo con la materia y no con las ideas. No hay que pensar en el cuadro (…) hay que dejarse impregnar por las cosas, jamás hay que cortar la relación con ellas, hay que dejarlas que se conviertan en cuadro cuando ellas quieran.”

Estas palabras no desdicen del principio de que en arte como en cualquier actividad humana no puede haber una obra acabada sin la existencia de ideas y propósitos; debe existir una base sobre la cual se soporta el impulso inventor: la imaginación interna movida por el ideal artístico que se persigue. Pero tampoco puede admitirse que el artista tiene de antemano toda la obra y que sólo necesita objetivarla. No hay una fantasía indisciplinada que el creador deja correr libremente, como tampoco una ensoñación puede conducir a un poema o una narración realizados.

Es posible, y así lo hemos dicho en este ensayo, que en el arte abstracto el impulso que prevalece sea la libre voluntad, sin aparentes motivaciones anteriores situadas en la psiquis del creador, y que el arte no figurativo que juega con volúmenes y colores sea excepción y quede a merced del acto experimental. No obstante, algún impulso inconsciente anclado en la realidad radical del artista será la justificación de la obra.

Los temas de toda creación son los del hombre como universo: la muerte, el amor, la pasión de vivir desplegada en líneas geométricas que se cruzan y dirigen hacia el infinito, y los hallamos en toda producción del arte, aunque no se observen a primera vista las nervaduras de la conciencia. La obra de arte es compromiso con lo inmanente humano; de otro modo sería adorno vacío.

En literatura cuenta sobre todo la actitud poética, no la utilización de formas poemáticas, y esto quiere decir que el poeta o narrador se niega a mediatizar con ornamentos innecesarios lo que desea significar como tema de la obra, con la presencia de lo irracional dentro del espacio limitado del texto discursivo, para describir los personajes y las situaciones humanas que confrontan. En toda creación intelectual hallamos la intuición que describió Bergson, puntal de la obra de arte como lo vemos en la novela de Marcel Proust, descrita como un fluir ininterrumpido del pensamiento y que constituye uno de los elementos de la conciencia.

La música y la poesía, dice Hegel, tienen una ventaja sobre la pintura: el lirismo. El contenido del poema lírico es el propio poeta, que da con la palabra lo que quiere expresar de su espíritu. También la música puede captar los movimientos del mundo interior del compositor, lo que es inaccesible a los artistas plásticos. Y diría todavía más: La música puede ser más lírica que la misma poesía así llamada, porque de la exposición de los temas pudiera descubrirse el motivo íntimo y personalísimo que ha dado origen a la obra. Es conocida la descripción musical que hace el compositor checo Bedrich (Federico) Smetana en uno de sus dos cuartetos de cuerdas de la serie denominada De mi vida, compuestos cuando acababa de perder el oído, en el que se repite una nota aguda para representar el silbido que escuchaba continuamente y tanto lo atormentó. El mismo compositor lo dijo: “Son el torbellino de la música en la cabeza de un hombre que se ha quedado sordo”. Además, su acendrado nacionalismo y la situación de pobreza y sometimiento en la que vivió su país dieron motivo a la música que habla de la vieja Bohemia, el gran río Moldava, sus bosques y aldeas, todo lo cual se refleja en el ciclo de seis poemas sinfónicos al que denominó Mi Patria.

Pero quizás la forma más explícita de expresar los motivos de la creación la da Gustav Mahler en los bocetos de su décima sinfonía, que el artista dejó inconclusa. Ellos contienen desgarradoras confesiones del músico: indicaciones escritas al margen de las notas, dirigidas a sí mismo: “Piedad, Dios mío”, Satán baila conmigo. ¡Adiós mi lira! o a su mujer, Alma Schindler: ¡Vivo para ti!

Todas esas exclamaciones líricas nos permiten conocer el origen de la última sinfonía del compositor austriaco, pero no es ese el lirismo al que nos referimos en la música. Quizá pecó el artista al desnudar el motivo de su inspiración, porque una obra artística no debe permitir que se adviertan sus límites; el arte no debe proclamar su génesis de esa manera.

El creador de música o poesía, deslumbrado por su alma, es impulsado por el deseo de comunicar su fuero interno y deja en la obra su propio retrato. Las artes plásticas no miran tan de cerca la interioridad del artista, ni en la pintura ni en ninguna de las demás artes así calificadas.

La palabra, instrumento divino que acerca el hombre a Dios, puede decir lo que expresa la música en toda su abstracción, pero no toca el fondo precisamente por eso: porque la palabra es pensamiento materializado, y la poesía no puede desprenderse de esa cualidad que tiende a describir algo, a significar porque es significante y su instrumento es la palabra, aunque, como creación artística, tenga el ritmo y la armonía que constituyen la esencia de la música, así como lleva también el choque de la tradición con las nuevas formas expresivas del arte de la palabra.

Cuando el lirismo va cediendo en el ser humano al acercarse la madurez, y de él sólo quedan las emociones guardadas en la memoria como asociaciones emotivas que el creador puede revivir a voluntad, el verdadero artista tiene la capacidad de expresar de manera auténtica la creación madura (suscitada por viejas emociones y experiencias) que merezca el título de obra de arte.

Esta frase de Picasso pudiera resumir la esencia de un artista: “¿Qué creen ustedes que es un artista? ¿Un imbécil que sólo tiene ojos si es pintor? Muy por el contrario, es al mismo tiempo un ser político, constantemente despierto ante los desgarradores, ardientes o dulces sucesos del mundo, que se moldea todo entero a imagen de ellos…”
El mundo que nos recibe ya ha sido descifrado antes que nosotros pretendamos darle significación, pero quedan infinitas posibilidades a los nuevos intérpretes, y en cada hombre vive la inquietud de conocerlas. El artista que rompe mediante símbolos nuevos la estructura enmascarada de ese mundo interpretado de antemano por muchas generaciones, abriendo con ello posibilidades nuevas a la expresión, será quien ponga la seña de identidad del arte en la obra realizada.

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El artista que rompe mediante símbolos nuevos la estructura enmascarada de ese mundo interpretado de antemano por muchas generaciones, abriendo con ello posibilidades nuevas a la expresión, será quien ponga la seña de identidad del arte en la obra realizada.

Siempre hay posibilidades de encontrar caminos nuevos para expresarse. Sería terrible quedar anquilosado, detenido, entrampado en las formas prefijadas. Las alas del alma nos permiten volar.

Gracias querido amigo Alejo por tu trabajo inteligente.

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