La razón de la cara del payaso en la portada de mi obra "Humanitas et Universalitas"

octubre 12, 2020

La razón de la cara del payaso en la portada de mi obra "Humanitas et Universalitas"



Le clown triste. Bernad Buffet

 

En aquellos, ya lejanos, años de mi debut como aprendiz de hombre en el mundo, mediados los sesenta,  vivía en Bilbao, donde había nacido en el año 42, en plena II Segunda Mundial, tres años después del fin de la Guerra Incivil española, en el seno de una familia, -muy curiosa en el fondo sobre la que algún día me extenderé por su participación en la guerra y en la postguerra incivil-, por parte materna de la clase proletaria acomodada y por parte paterna de la burguesía medio-alta vasca. 

Bilbao era por entonces la típica ciudad norteña asomada al Mar Cantábrico, ciudad de mar y brumas, y mucha contaminación, años con trescientos días de lluvias, sirimiri, más semejante en clima, horarios, costumbres, concepto calvinista de la virtud del trabajo, de la seriedad y del dinero, a las ciudades inglesas que a las españolas, una ciudad vasco-española a 120 Kms. de la frontera con Francia, de gran tradición, naviera, industrial, comercial y financiera. El foco del inicio del desarrollo industrial del País Vasco y de España, que en el resto del territorio era básicamente campesino y pescador, excepto San Sebastián que siempre ha tenido una fuerte presencia turística.

Empecé a trabajar muy pronto, era un lector empedernido, el conocimiento ortodoxo me aburría casi siempre y a veces, pocas, me fascinaba, casi siempre en función del entusiasmo del  profesor por su materia, en los colegios, casi todos religiosos, donde estudié, era con mucha diferencia o el mejor o el peor de los alumnos, casi siempre el peor, veía las cosas demasiado rápido, las entendía casi antes de que las explicaran, pensaba que ya lo sabía todo y lo olvidaba con la misma rapidez.  Consecuencia un desastre.

Con el paso de los años entendí esos conceptos sobre niños singulares que necesitan una educación especial, y unos padres comprometidos, yo fui un niño absolutamente asilvestrado que tomaba las decisiones sobre mi vida desde la infancia, desde que tengo recuerdo, pero en aquel tiempo de eso no se sabía nada, de la necesidad de Colegios especiales, ni se sabía que fracasan o abandonan sus estudios los estudiantes más torpes y, en mayor número, los más inteligentes, sobre todo cuando la educación está basada en la memorización tipo loro, la repetición y la perseverancia, y no en la brillantez de las ideas, la fascinación por el conocimiento y la provocación intelectual.

Yo todo eso, todo lo que me interesaba y me interesaba todo, lo tomaba a grandes sorbos de la lectura, con avaricia, con muchas noches leyendo hasta el alba, días enteros de bibliotecas públicas sin asistir al colegio, sin orden ni concierto, con voracidad heterodoxa, soy de esas personas de leer cada día de mi vida y que cuando no tengo otra cosa leo hasta la guía telefónica y, a mejor, un diccionario abierto al azar que es siempre una fuente de sorpresas maravillosas, mientras que la educación formal me parecía, y lo era, gris, triste y aburrida. Y pronto entendí también que dado el volumen inmenso del conocimiento humano la elección era o saber casi todo de casi nada, o saber casi nada de casi todo, yo elegí esta última opción, los ideales del Renacimiento.

Y, además, quería vivir, tenía urgencia por volar, por ganar dinero y vivir mis propias aventuras en el mundo real, amor, viajes, experiencias, y para todo eso, y mucho más, sueños, deseos y sed de aventuras tenía para dar y regalar, pero para ello necesitaba el combustible universal, el dinero. Es decir me puse a trabajar y abandoné mi vida estudiantil sin pena ninguna, tenía la sensación que sabía mucho más que la mayor parte de la gente que conocía. No en educación formal acreditada.

Mis amigos hablaban bien del sistema educativo de los jesuitas, pero la calidad intelectual de otras órdenes educativas religiosas era sencillamente patética, muchos de aquellos hermanos eran simplemente huidos del campo, refugiados de la pobreza. Muchas familias enviaban a educar a sus hijos a los Seminarios y a las Órdenes Religiosas, y muchos no volvían a la pobreza y al trabajo agotador que veían en sus padres. Pero a muchos de ellos les estimé muy seriamente, más por su calidad humana que intelectual.

Recuerdo especialmente, en mis años de internado, a un anciano al que llamábamos El Hierbas, al que al final de sus días le habían encargado de la Farmacia del Colegio, por darle alguna ocupación y que era muy aficionado a la Medicina Naturista y la Fitoterapia, a las hierbas curativas,  un adelantado a todos los hoy modernos al menos de cincuenta años, aunque en realidad era la medicina de los pueblos agrícolas, los remedios caseros de toda la vida, tiempos de parteras y curanderas. Y, además, demasiado cerca de Zugarramurdi, lugar de triste recuerdo, ya que allí se celebró el juicio a la brujería más importante de la historia de España.  

Pero era un hombre feliz, un anciano activo, un creyente sin fisuras, allá, en el Baztán, uno de los valles más hermosos del mundo regado por el Bidasoa, rio que marcaba la frontera con Francia, donde pasé dos años con los Maristas, y le gustaba hablar conmigo y a mi hablar de mis inquietudes intelectuales adolescentes con él, sobre todo religiosas, pero recuerdo con pavor que un día me dijo “Para de hablar, Juanmari, me estás inquietando y estás poniendo en peligro mi alma”.

Fue demoledor y me enseñó una cuestión capital: Respetar las creencias ajenas, las creencias se gestan en los hondones del alma, no puedes quitar consuelos y esperanzas, y menos a un hombre que pasados los ochenta, había dedicado toda su vida a Dios y a su Iglesia. Era un ser humano que no andaba, levitaba, llevaba el hábito siempre flotando detrás de sí, allí murió, y fue para mí el primer muerto en olor de santidad, algo extraordinario de bondad. Lloré. Mucho. Y muchísimos años después tuve otro amigo aquí en Marbella que también murió en olor de santidad. Íbamos a visitarle en el que fue su lecho de muerte y nos consolaba él a nosotros, sus desconsolados amigos. Se llamaba Paco Lara y yo me iba después a la playa a pasear mi dolor y su agonía.

Vidas heroicas incluso para un agnóstico, o tal vez más por ser agnóstico, el aprecio por las virtudes humanas heroicas, que son heroicas tanto a la luz de la Razón como a la luz de la Religión. Tantos héroes religiosos que reparten amor, educación, alimentación y asistencia sanitaria por los muchos estercoleros del mundo, mientras que muchos políticos y más intelectuales  utilizan a los pobres para vivir como ricos. “Cuentan, -y yo lo cuento siempre que puedo-, que un importante político visito a la Madre Teresa y viendo el día a día de su trabajo en Calcuta, alimentar a los pobres,  cuidar a los enfermos, dar cobijo a los moribundos, enterrar a los muertos, entre otras muchas obras meritorias, le dijo “Ni por un millón de dólares al día haría yo este trabajo”- Y la madre Teresa le contestó “Yo tampoco”.

¿Pero qué coño estoy haciendo? He empezado intentado hacer un artículo frivolón y aquí estoy con recuerdos que me hacen llorar. Esto de la memoria de los ancianos es una cosa de poca confianza, te traiciona con facilidad, es muy larga en lo lejano y muy corta en lo próximo. Ya se sabe que envejecer es jodido pero que las alternativas son mucho peores.

Vamos pues a la “frivolité” ya que quiero hablar de París y el origen de la cara de payaso triste y lloroso con la que presento mi obra Humanitas et Universalitas, que a mi amigo Ismael Lorenzo no le gusta y me dice que le gustaría más mi cara real. Pero para mí eso es imposible.

El origen de mi elección es el siguiente. Ya he dicho que nací cerca de la frontera francesa, a exactamente mil kilómetros de París, la misma distancia que tenía con Torremolinos, Málaga, otro de los grandes amores en mi vida: Andalucía, destino muy lejano y exótico para los vascos en aquellos años,  donde ahora vivo.

Y también he dicho alguna vez que en la España de la época -creo que en todo el mundo occidental con la misma fuerte represión sexual que era general, con matices y excepciones sobre todo nórdicas, las mujeres follaban cuando querían -y querían poco sin promesa matrimonial- y los hombres solo cuando podían, que podíamos poco. Eran tiempos donde la virginidad era exigida por muchos hombres para casarse, y no eran solo los brutos ignorantes, en un grupo de amigos míos un día hablando del tema, de unos veinticinco universitarios de magnífico nivel social y académico el único que dijo que no era importante, que lo importe eran otras muchas cosas fui yo. Y me reía por lo que sabía y callaba. 

Menos mal que un hombre y una mujer pueden hacer muchas cosas placenteras sin penetración, el problema era que éramos muy poco desinhibidos, muy tímidos, muy pudorosos, una sociedad con muchos silencios,  pero, es gracioso a estas alturas de mi vida, muchas de aquellas virginales doncellas te proponían de todo, incluyendo sexo anal, por el que yo he tenido muy poco interés por motivos médicos, pero no sexo vaginal. Hay un vulgar pero muy expresivo refrán castellano, tan cierto como la Ley de la Gravedad, que dice que "Los asuntos de la jodienda no tienen enmienda", por represiva que sea una sociedad los hombres y las mujeres se buscan y se encuentran, vaya que si se encuentran, casi ocho mil millones estamos para atestiguarlo.

Hoy todos pueden y todos quieren, y tampoco es eso, se ha hecho demasiado fácil y vulgar, yo soy algo más romántico, más sentimental, me gusta el juego y los prolegómenos, pero como fui muy aficionado, confieso que me hubiese gustado nacer cincuenta años más tarde y haber tenido un poco sexo fácil y vulgar, pero sobre todo naturalidad, curiosidad, experimentación y alegría sexual. Yo fui de ese tipo de hombre que cuando no estaba enamorado de verdad todas las mujeres del mundo -bellas, jóvenes  y en estado de merecer, naturalmente- me parecían pocas y cuando he amado de verdad una sola mujer llenaba por completo mi vida y todas las demás dejaban de existir.

Pero en aquel tiempo, para ventaja de los golfantes entusiastas, era muy difícil que una mujer dijese que no a una escapada a París. Y allí iba yo, viernes tarde, toda la noche conduciendo cuando todavía no había autopistas, solo el desdoblamiento de Las Landas, llegada a París amaneciendo, búsqueda de Hotel en el Barrio Latino, alrededor del cruce de Saint Germain des Prés y Saint Michel, en el centro del París literario y bohemio al que entrabas por inmersión, tiempos de Sartre y Simone de Beauvoir a los que siempre intentabas ver desde lejos en el Café de Flore y en Les Deux Magots, pero poco se les veía, impensable acercarse,  Camus y Gide, por allí andaban, no para mí, salvo en sus libros, un breve descanso y un urgente sexo desenfrenado, y a patear el París que yo amo y amaba, el eterno. Como siempre me ha pasado en mi vida normalmente para mal, yo fui un adelantado, estuve en París en Abril del 68, pero no en Mayo. Dependía cada año en qué fecha caía la Semana Santa, que es una festividad movediza. Podían haber empezado un poco antes.

Las horas muertas en el Jeu de Paume, el antiguo frontón de pelota vasca, sede aquellos años de los Impresionistas, recoleto, íntimo, maravilloso, todo lo importante del Impresionismo allí estaba, no más de diez personas como asistentes, intimismo y dialogo con las obras,-ahora refugiados para mal en la monstruosidad de la Gare d’Orsay donde han metido de todo-, justo en los Jardines de Luxenburgo, en las cercanías el Grand y el Petite Palais, donde cada año, y yo no faltaba a ninguno en primavera, se montaba el Salon des Independants, el último grito en pintura, mucha, casi toda, para quemar, pero a veces absolutamente fascinante. Allí se marcaban las tendencias del mundo.

Esas terrazas acristaladas de Saint German, donde veías pasar la vida como un rio sin fin, allí lo inicié pero lo he hecho costumbre alrededor del mundo el ver pasar la ciudad desde una terraza, inventándote historias sobre los paseantes, y donde veías pasar la mejor moda de París y las niñas más hermosas, las fascinantes estudiantes de la Sorbona, sobre todo las de Bellas Artes, las más originales, se las veía desde lejos, eran un grito de sexualidad, estilo y alegría de vivir.

Años después me enteré que ese pensamiento también lo tenían los grandes diseñadores e iban a inspirarse a mis mismas terrazas, buscando ideas y originalidad. A lo largo de mi vida he asistido a desfiles de alta moda, ninguna como las calles del París estudiantil.

Un sábado y un domingo desenfrenado por París, de museo a museo,   sin faltar nunca al de Rodin, de restaurante a restaurante, el centro Le Procope para cenar, de garito a disco y  de disco a garito, sobre todo aquellas cuevas de cantantes en vivo, escapada que repetía unas 8 veces al año, a veces solo, a veces acompañado, excepto en Semana Santa que la repartía entre París y Londres.

Veranos entre Tanger y Torremolinos, que era el centro del mundo hippy europeo,  junto con el Soho, que ardía de pasiones y sexo, de guitarras y quejíos flamencos, de libertad, de muchas flores y pocos sujetadores ¡Gloria, los pechos tenían movimiento propio!, playas para bañarnos desnudos a la salida de las discotecas, espetos y chanquetes y cerveza helada, pero aquel sueño lo mató un Gobernador de Málaga que cerró todos los bares de mariquitas y muchas discos, y Torremolinos, todo lo divertido, todo lo original, todo lo transgresor, se mudó a Ibiza al completo que inició un despegue maravilloso, de forma que gracias pueden dar los ibicencos a aquel gilipollas, en fin, aquello de juventud divino tesoro, divina locura. Cuando tuve un poco más de dinero cambié el verano en Torremolinos por los cruceros, pero esa es otra historia. Y, con más tiempo, por Marbella.

Con las maletas en el coche, la despedida de París era el concierto de órgano en Nôtre Dame a las cinco de la tarde y a su término, carretera y vuelta Bilbao, para llegar antes de las ocho del lunes, para ir directamente a trabajar, muerto matáo, pero feliz y loco por volver a hacerlo.

Pues al final, parece que llego al origen de la carátula del payaso, cuando me pongo a recordar soy un plasta, he elegido dar la vuelta al mundo por el camino más largo, al igual que aquel queso de bola que se equivocaron en el envío y en lugar de mandarlo al pueblo vecino que era su destino, lo hicieron pero dando la vuelta al mundo.

Y cuando le pusieron en la estantería con sus compañeros estos se interesaron por su tardanza y él les contó el viaje de su vuelta al mundo, lo que causó gran admiración. Y uno le demostró su curiosidad y le dijo “¡Qué suerte has tenido! Habrás aprendido mucho” y el queso viajero le contesto, “No creas tú que tanto”. Cuantos seres humanos son el queso viajero en el viaje de la vida, lo que a mí me despierta mucha compasión, también por mí que no se dé cierto cuanto de queso viajero tengo.

El Museo de Arte Moderno de Paris,  dedicado al siglo XX, está en un hermoso edificio, una sobresaliente obra arquitectónica, el Palais Chaillot que tiene una hermosa y enorme terraza justo enfrente de la Tour Eiffel que está al otro lado del Sena, las mejores fotografías de ella se sacan justo desde ahí. Los domingos primaverales hay muchos patinadores algunos de nivel excepcional aprovechando la inmensa terraza y llevan incluso su propia música.

Yo iba mucho a ese museo ya que tenía entonces -creo que ahora está en el Pompidou- un cuadro de Dalí que me fascinaba, “Alucinación parcial. Seis apariciones de Lenin sobre un piano de cola”, la precisión prodigiosa de las caras de Lenin de mayor a menor, prodigio de perspectiva, de tal vez entre lo mejor del surrealismo,  complicado de decir, Dalí es mucho Dalí, nadie como él desde El Bosco.

“Alucinación parcial. Seis apariciones de Lenin sobre un piano de cola. Dalí”


Y por fin llegamos. En la tienda de recuerdos del museo -no compro nada habitualmente- vi la litografía de una cara de payaso, con mirada triste, pero lúcida, inteligente, penetrante, esa tristeza en la mirada que siempre he pensado es la del filósofo, de los que ven la trama oculta de la vida y  que es, tal vez, mi mejor patrimonio familiar, se exactamente de quién la heredé, una tía abuela siempre me decía que tenía la misma mirada triste que su madre, mi bisabuela paterna.

Total, compré la pequeña litografía, la pegué en una madera para dale soporte, le puse un marco gótico que hacía un contraste provocativo y me ha acompañado por todas y cada una de mis vicisitudes del vivir los últimos 55 años. Nunca vi el original, y pensaba que su autor era uno de los muchos impresionistas tardíos, ya muertos, que lo intentó en París sin llegar a ninguna parte, como tantos. Entonces Google no existía.

Yo he sido un egoísta feroz con respecto a la difusión del conocimiento, a mí me interesaba el conocimiento ajeno, lo que ya sabía no me interesaba nada difundir ni pensar sobre ello, siempre he sido un lector, y aunque desde niño todos me auguraban un futuro de escritor lo cierto es que mi vocación era la lectura.

Pero llega un momento en la vida de los hombres en que de pronto, y sin saber porque, de pronto tienes una mirada crítica sobre la vida y el mundo, y esa lucidez te hace llorar al ver el dolor y el despropósito del mundo y te obliga a devolver y a colaborar, en lo posible, lo mucho que has obtenido y disfrutado del trabajo intelectual  ajeno y te decides a colaborar  con el desarrollo del ser humano, de las sociedades y del mundo, máxime cuando compruebas que eres capaz de volar a las alturas donde muy pocos pueden llegar o han llegado a lo largo de la Historia y que tienes ideas que tal vez puedan ser nuestra salvación colectiva, en ese agudo filo de la espada donde se mueven las sociedades humanas, entre nuestros mejores sueños colectivos y el desastre más absoluto.

En mi opinión más cerca del desastre que de la salvación, con la eterna pregunta sin contestación de si la inteligencia humana es lo mejor que le ha pasado a la vida y al planeta, o si la inteligencia humana es una enfermedad mortal para la vida y el planeta.

Y, entonces, hace unos veinte años, comienzo a escribir un trabajo donde plasmo lo poco o mucho que ido incorporando a mi vida intelectual, a mi memoria del vivir y del pensar,  a ratos, ya que mi vida estaba dedicada a vivir y a sobrevivir, y aburrido de una obra que nunca se acababa  hace unos quince años me retiré a un convento benedictino para terminarla, en el maravilloso Monasterio de Leyre, tumba real de los reyes de Navarra, el único lugar del mundo donde reposó por unos días de verdad mi alma inquieta. 

Además de escribir desesperadamente en mi celda de clausura, con un frio polar, hice exactamente la misma vida de la Comunidad, asistía cada día al ritual benedictino de la Obra de Dios, el Orad sin cesar, más preciso el Ora et labora, el rezar y el trabajar al servicio de tus hermanos, por tanto empezaba el día a las 6 con los Maitines, Laudes, Celebración Eucarística, Sexta, Nona, Lectio, Vísperas y Completas a las 21. Y todo con canto gregoriano, para ti solo, era el único asistente a los oficios, casi siempre. ¡Y era tan hermoso! ¡Tan, tan hermoso!

De pronto entrabas en un tiempo sin tiempo, en un deslizarse hacia el infinito, eras testigo y participabas de una liturgia eclesial que continua con la regla de San Benito para la vida monástica desde los principios del año 500, 1.500 años de Historia, 1.500 años de tiempo me contemplaban en aquellos muros, estaba traspasado de paz, de insignificancia, de envidia de aquella vida de creyentes, de aquel amor, de aquella oración por la salvación del mundo, en fin, tal vez la única vez en mi vida que estado en paz, en calma intelectual, que he lamentado que el ejercicio de la Razón, para mi la cumbre máxima del ser humano, me halla llevado a un agnosticismo sin fisuras, a abrazar el dolorido pensamiento del poeta malagueño Manuel Alcántara, hace poco fallecido, que viendo la situación del mundo así se expresó "Otros no buscan a Dios/ yo no tengo más remedio/ me debe una explicación/ Yo no digo que si/ yo no digo que no/ yo digo que si Dios existe/ no tiene perdón de Dios". W. Allen abunda en esta percepción cuando dice "Si Dios existe más vale que tenga una buena disculpa".

Y lo hice, lo terminé, pero como escritor seré lo que sea, pero como lector soy muy agudo y exigente,  y mi trabajo, mi mensaje, no estaba a la altura que pretendía, y lo dejé en el olvido. Años después lo cogí de nuevo para corregirlo, pero era imposible, de modo que salvando algunas cosas lo empecé de nuevo y creo que ahora sí, creo que mi trabajo está entre lo mejor que se ha escrito en lengua castellana, para mí, y como soy bilbaíno tiendo al fantasmeo y como andaluz de adopción a la exageración, ambas licencias me vienen concedidas para soportar mi afirmación laudatoria sobre mi propia obra. Pero lo importante es el juicio ajeno, que será otro. A mucho peor, supongo.

Cuando decidí publicarlo no tenía otra imagen para la portada que la cara del payaso triste, así es su nombre en francés “Le clown triste”. Era una mirada lúcida, triste, compasiva. Y como era un trabajo ajeno me puse a informarme si tenía derechos de autor, pensando que si el pintor era de finales del XIX o principios del XX, podría utilizar la imagen libremente, pero google me dio una sorpresa que me enfureció conmigo mismo. Resulta que Bernard Buffet, su autor, es contemporáneo mío, hubiese podido conocerle, y comprarle obra original, haberle tratado, era un intelectual importante con una obra importante, nació en el 28 y se suicidó en el 1999.

Pues me puse al trabajo encontrar a sus herederos para pedirles permiso para utilizar esa obra, que engrandecería la memoria de su autor, en el supuesto de que mi trabajo tuviese repercusión, harto difícil ya que no soy un cocinero famoso o un cantante de 17 años que escribe sus memorias, pero que en ningún caso le podía perjudicar. Y resulta que tengo un amigo en Francia, Xavier Troque, abogado importante, curioso de todo como yo, con el que mantengo una fluida comunicación en español, lo habla excelentemente, sobre todo tipo de temas vivenciales y literarios, somos muy amigos que hemos pivotado sobre una de las personas más cultas e inteligentes que yo he conocido, Javier de Goñi, q.e.p.d.,  polemista insufrible sobre todo tipo de temas, a huir sobre todo del tema vasco-navarro ya que era un sabio, vasquista hasta el absurdo, horas de discusiones feroces sobre el tema vasco con una persona educado por los jesuitas lo que lo hace especialmente jodido, nacido en Elizondo, el último varón de la estirpe de Teodosio de Goñi, el de la triste leyenda, pero que te ensanchaba la mente al límite de tu capacidad,  y Xavier resulta que vive en la casa donde a veces vivió en sus visitas a Périgueux, uno de mis maestros fundamentales, Montaigne, no en el Castillo donde nació, y resulta que indagando en mi nombre resultó que era amigo del abogado que lleva los intereses de los herederos de Buffet. A todo el mundo le parecía bien el tema, los días pasaron a ser años, y cuando decidí de una vez publicar mi trabajo no tenía el permiso de la familia, ni noción siquiera si lo tendría algún día.

Hôtel de Crémoux donde vivía Montaigne cuando visitaba el Périgueux 

Y, dándole vueltas al tema, y le di muchísimas, tuve una buena idea, si el tema era un payaso triste nadie mejor que la cara del autor con el disfraz de payaso que es libre y universal y entré en contacto con una joven mujer excepcional, Esther Romero, que tiene la empresa www.diseño106.es, que plasmó mi idea de manera genial, al punto de recibir felicitaciones de todos los que habían colaborado con el tema de Buffet, ya que para todos el resultado era mejor que mi idea original, añadido además Andrómeda como fondo del retrato, así es justamente como yo me sentía, desolado ante la locura del mundo, entre el horror por la problemática situación de la Humanidad y el éxtasis por los grandes triunfos conseguidos por el espíritu humano, en esta contradictoria condición humana, en la que somos  capaces de lo mejor y capaces de lo peor, tanta locura, tanta maldad, tanta crueldad, tanta sangre derramada, tantos niños muertos de hambres y enfermedades perfectamente curables. Y una lágrima corría por mi mejilla, tributo a la locura del mundo. Tengo para mí que la mayor parte de los seres humanos son muy inteligentes en la solución de la problemática de su vida a nivel personal, pero que los seres humanos somos absolutamente idiotas a nivel social.

Y  en sentido contrario, tanto potencial para el bien, para el desarrollo de la única especie, que sepamos, con la que el Universo puede meditar sobre sí mismo, sobre su origen, su desarrollo, su futuro ¿comprendéis por un momento la maravilla que supone ser el único organismo autónomo pensante del Universo, un ser no mecanicista, no obligado a ser como el resto de toda la realidad que conocemos, -¿Alguien puede pensar en Marte escogiendo su propia órbita? ¡O las reacciones químicas decidir sobre su propio resultado?- solo nosotros podemos soñar futuros, incidir sobre la realidad y sobre nuestro futuro, poderlo construir a la medida del ser humano.  Y la gran pregunta es ¿Qué podemos hacer? Yo os doy muchas respuestas utópicas en casi todos los campos importantes de la actividad humana a esa pregunta.

Cuando entras en el mundo del análisis filosófico, “la ciencia de todas las ciencias y de sí misma” deberías pasar bajo un cartel que te anunciara el pensamiento de Heidegger “Quién no soporte ser arrojado a la problematicidad más absoluta, será mejor que se aleje de la Filosofía”, pero eso es absolutamente imposible para las mentes inquietas, no hay nada en este mundo, ninguna materia que sea ajena al análisis filosófico, todos filosofamos cuando intentamos dar respuestas o explicaciones coherentes y lógicas sobre cualquier materia, incluyendo las religiones. Pero Heidegger nos vuelve a advertir que “La Filosofía comienza cuando tenemos el valor de que nos salga al encuentro la nada” ¿Tienes tú el valor de seguirme en mis reflexiones, en mis utopías?

Si sigo voy a volver a escribir mi obra, de manera que paro, y te informo que en mi página web puedes leer la dedicatoria que es para ti, que es para todos y descargarte gratis el Introito donde explico la intencionalidad de la obra, muy extensamente, también tienes desde allí el acceso al blog desde  el link “Política y monstruos”  donde analizo temas de actualidad, pocos, me aburren y me indignan escribir sobre las golferías políticas, pero seguramente te interesarán si te ha interesado lo que has leído hasta aquí. Esta es:

https://humanitasetuniversalitas.com/

https://humanitasetuniversalitas.blogspot.com/

Pero para que te hagas una idea de lo que te vas a encontrar, te pongo de seguido dos largos párrafos no seguidos del Introito:

Mirar de frente la Nada y arder de amor por la Vida -por el camino que viene de la Nada y que nos conduce a la Nada- he aquí lo que amo…  Nikos Kazantzaki.

Amigo mío, este trabajo que tienes ahora entre tus manos contiene algunas reflexiones sobre el hecho de ser y sobre el hecho de existir, sobre cómo entendernos y como entender la desoladora angustia de un ser consciente en el dificultoso, incognoscible, cambiante y convulso escenario que supone la realidad que nos toca vivir durante el breve tiempo de nuestra existencia, inmersos y condicionados por un concreto marco existencial-temporal-cultural-moral-político-económico-sociológico,etc., las circunstancias de Ortega, con una cierta visión generalista e integradora sobre nuestro común pasado y con una cierta visión utópica generalista e integradora sobre nuestros futuros previsibles. En definitiva, intenta ser una cosmovisión universal de cual pueda ser nuestro destino como especie, que se apoya en el pasado pero que intenta mirar nuestra proyección de futuros previsibles e imprevisibles. “Las esperanzas del mañana/ estas son mis fiestas. Rutebeuf”.

 De mi tiempo soy peregrino, testigo y participante en mil batallas perdidas, sobre todo conmigo mismo como cada cual por sí, “una sombra que camina”, efímera burbuja en la noche de los tiempos, hecho “De la misma sustancia que los sueños. Simmel”, y un sueño o una pesadilla es lo que muchas veces pienso que soy, esforzado resistente de los cambiantes tiempos, “tomando ora la pluma, ora la espada”, malicioso y humillado bailarín y obligado surfista social, de las encrespadas, turbias y turbulentas aguas, “El que es maestro en algo es aprendiz en todo lo demás, Nietzsche”, irónico y triste observador de nuestras compartidas miserias, angustias y desolaciones, ingenuo pícaro entre malvados recalcitrantes, un aprendiz de truhan, sí, como casi todos para intentar sobrevivir, pero también un modesto y orgulloso espectador de los inmensos logros del espíritu humano donde se contienen nuestras mejores esperanzas de futuros prometedores, ya que en el fondo “yo solo soy un hombre que lee. A. Pérez-Reverte”, y soy, por tanto, voz hecha de voces vivas y muertas, aprendiz eterno sin intención de llegar a ser maestro de nada, “en la Vida todos somos aprendices; nacemos sin saber nada y cuando empezamos a saber algo, morimos”, diletante y autodidacto de provecho escaso pero abierto como peregrino a todos los vientos y a todas las tempestades de  los solitarios caminos, “llegas a un cierto nivel de sabiduría cuando ya la vida se acaba”, con un pie en la tumba escribo, mi tiempo se consume, pero huérfano de sabiduría a ella llegaré, como todos. “Huelo a muerto en estos días, huelo a olvido,/ a un poema inacabado, a tristeza, a pecado./ Huelo a estorbo de recuerdos, a Navidad de niños huérfanos./ A polvo puesto, a caras parcas, a espermios muertos. G. Osses Vilches”.

 

¿Entiendes ahora la razón de la portada elegida?

 

Amo a muchos cantantes franceses, pero el más parisino de todos, para mí, es el italiano Ivo Livi, Ives Montand, en esa virtud tan parisina de hacer suyo todo el talento que llega a París. La banda sonora de mi vida cuando pienso en París es esta: A Paris 

 

https://www.youtube.com/watch?v=0do-UYWZKoY

 

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