Prólogo               

Ellos olfatean en la distancia que no soy de su manada

Yo entro,
me acomodo y les miro,
sonrío.
Ellos presienten algo en mi olor que no se identifica,
que les es extraño,
misterioso,
sospechoso.
Me observan con recelo y escucho la sinfonía de sus dientes,
el rumor de su sórdida sed,
su mortecina rabia al caer en el vacío temeroso de sus sombras.
Ellos olfatean que no soy de su manada
y se arrojan sobre mí..

 

El carpintero de Belén


Yo, el carpintero de Belén,
quien no negó los fundamentos de sus reyes,
que no tuve casta, ni pródigos, ni leyendas memorables;
escuché en silencio la mentira de Moisés,
el misterio de su pueblo destinado al crimen.

Soy un hombre que tuvo el pan del sudor de la madera,
no fui nombrado por biógrafos ni enciclopedistas,
no fui la memoria del judío errante,
no me fueron dados los sueños del extraño paraíso.

Todos aluden al sortilegio de la cruz,
hablan en silencio del traidor ahorcado,
oran a la virgen que no fue sino su amante,
mis lamentos y mi muerte de eterna soledad.

Nadie pregunta el origen de mis padres,
de dónde vengo o a dónde fui,
quiénes fueron los magos que predijeron mi exilio,
quién se sacrificó al fuego de mi hogar
cuando fui abandonado por mi mujer y mi hijo
y mendigué por las calles del sabio Salomón
con una rosa en la mano y una espada en la frente.

Como un ermitaño cansado de todo
me abandoné en los bosques como una bestia más;
las noches y los días fueron mi templo alucinado,
mi justificación ante Dios que no conocí,
el Dios que se negó a la muerte,
el Dios de nadie.

Nunca preguntaron qué vino preferí,
cuánta humillación tuve que callar,
cuántas cruces arrastré con mis ojos atados;
soy la memoria irrumpiendo en la noche blanca.

Yo, carpintero de Belén.
No me fueron dados jardines ni pesebres,
ni una estrella negra en el abismo de mi nacimiento,
ni un espejo llorando sucias lágrimas verdes,
ni un piedra sagrada para morir sin comprender los
destinos,
ni la sombra,
ni la nada.

No me fue dada la visión de la historia,
el memorial,
la vida.

Mi hijo renunció a mi sangre
para inyectarme el veneno del Dios en las iglesias;
mi amante se entregó al festín de los santos.

Soy un hombre que sólo vivió de leyendas y mitos,
un hombre más que llegó para ser olvidado
en la soledad de un libro.

 

El discurso del loco

 

Tú y yo estamos aquí, olvidándonos a nosotros mismos...
La mano y la luna contemplan al ojo baldío

 revoloteando en la boca de la Isla sola,
sola en sí misma,
de perfil abofeteada, orinada,
de groseros héroes en la espuma que la cerca.
Tú y yo estamos aquí,
amarrados por dentro

como cuerpos hambrientos que nacen de la nada,
que resucitan de sus amores,
mármol con que están hechos a su imagen

en la cara de la Isla.
El ojo se descubre en la luna plástica

que se pare sola en la costilla del hombre,
en el trueno que huye de la Isla

como de su espejo.
En el rojo árbol de los sacrificios

la difunta mano llora sola,
en la mesa del amante que se pudre en la locura,
que se pudre en los vicios de la ida y el regreso,
en el último canto del gallo imperial.
La mano esculpe en el vacío del tiempo que nos deja,
nombra las cosas,
reduce cada átomo del silencio y la agonía;
se despide de la Isla muriendo sola,
del ojo ciego y del cuerpo asumiendo los hábitos de las hogueras,
de la voz sorda trepando por la bóveda esmeralda

enterrando la Isla.
El ojo, solo, mustio de pronto
anda como un romántico ser

asesinándose a sí mismo en los laureles,
borracho por la sórdida mano

que creó su rostro con el barro de la Isla.
La mano antigua de los espejos bronceados
traza en las penumbras el nombre

que da luz al ojo arrastrado por la tierra,
por las llamas que ciegan en la alta noche.
Ruinas de la mano del hombre sin Isla,
sin ojo.
Solo.
La luna siempre presente

cortés, inmutable
igual a una biblioteca

entre los siglos y el hombre y la Isla.
El hombre muerto, solo,
el ojo, la mano.
La Isla.
Tú y yo estamos aquí;
la Isla es el infierno

y se levanta entre los muertos

y mira la luna
que le recuerda su nombre,
su otra cara más profunda, más insondable, más vieja.
Los gloriosos gusanos como velas nocturnas

navegan por sus pies,
naufragan en la mano

que escupe el ojo de la Isla sola.

 

 

El alma del Whisky

 

Que absurda es mi muerte amor

que absurda.

Que oscura mano tira el dado sobre el ataúd.

Que alcohol más difícil es este en la garganta.

Que borrachera amor

que borrachera.

Que duros pechos amor

que duros pechos.

Otra navaja amor.

Otro ruido de dados.

La imagen en el charco

 

  I

 

Después de un aguacero la ciudad es un potrero  

el olor de golpe es insoportable

la nausea se despierta en el estomago

y en la cara de la gente

ese abismo

que mira a todas partes reflejado en los basureros

esas muecas afectadas

símbolo de todo lo frustrado y contenido

canción absurda

de un tiempo torcido e irreverente

te retuerce las tripas.

Caminar estas calles asusta

es dar de golpe en una puerta castrada

tan oxidada como tu existencia

tan a muerte sembrada

que la piel quiere partirse en dos

y los ojos no aguantan

tanta podredumbre

tanta idiotez amontonada.

Quizá hoy caminar es un dilema

y la madrugada

una cara del infierno

una metafísica de lo ajeno

como si todo

por un momento

fuera conjeturas

palabras intraducibles abofeteandote de mala gana

naturaleza que se desbordad cual río putrefacto

mujer que se abre y te deja hacer

te deja entrar

como navío al puerto después del naufragio

y ya nada importa

en ese abandono donde sueña los monstruos que la fecundan.

Pero lo cierto es

que en un instante todo vuelve

es como ayer en la mañana o hace mil siglos.

Ese olor se prende a la nariz

cala

como estepa el cuerpo hasta enfermarlo

y dejarlo sobre la inutilidad.

Hay un ruido silencioso que te despierta en la noche

una extraña cercanía que no puedes distinguir

un estremecimiento que te mordisquea

un erizamiento de quien es poseído

y nada puedes hacer aunque gastes todo tu dinero y te arruines.

No lo logras entender

no comunica al menos no en tu lengua.

Estas ahí

y nada cambia

solo tú

tu asombro

tú nausea.

Solo tú y los otros

que nada importan

que no dicen

estáticos e inexpresivos

olvido dejado en un banco anochecido.

Solo tú y la ciudad

su trampa

distribuida como la araña su tela al pasar la mosca

y las sutilezas de sus calles finamente señalizadas.

La trampa imaginaria

pero cierta.

Solo quedará ese olor humedecido por todas partes

esas arrugas fundidas al esqueleto como un diseño de moda.

Quedará la huella como un argumento para otra página

para otro capítulo ya innecesario.

Llueve

y ese olor llega al cuarto

se extiende gris por el paisaje

se confunde en aire de las pastelerías y los restaurantes.

En ese olor

a cigarrillo y cerveza que anula el ritmo

todo mezclado pero es el mismo sabor.

Un amargor irreverente va rajando la garganta

va escalado los huesos como un gusano

y se hospeda tan aferrado que ya es parte de una identidad

te da un nombre

definitivo

te hace y crea en ti lo que eres

lo que la mente traga glotona

sin escatimar y pesar

o desechar

traga como un cerdo las sobras y piensa que su corral es el universo.

Llueve

y la manada esta pronta a salir al pasto

a hundirse en la ciudad bramando desaforada

mientras yo miro como la lluvia corre por los cristales dejando figuras rayadas

que no significan nada

y abotono mi chubasquera y me digo:

No es un buen día.

 

II

 

Londres es una cuchillada

de esas oxidadas en el vientre

acariciada por un viento húmedo de sirenas

una rebanada de pan fría

apurada en el metro y maquillada.

Es una ciudad que transcurre por uno como muerta

es una idea tan lejana

un cristal reflejando en la vidriera la imagen de un maniquí.

Lo mas vivo de ella son sus vitrinas

el recuerdo de una temporada de fútbol 20 años atrás.

Yo sigo siendo un extraño

asombrado de tantas vitrinas y seres muertos

ese olor a cerveza

en la mañana contagiando el aire y la niebla

esos rostros

apurados perplejos en las puertas de los mercados

ocupados laboriosamente

en cosas inútiles

cosas indiferentes y mudas.

Solo sus palomas adornan con su estiércol las fachadas de las casas

las entradas de los bares decadentes

con sus chicas atornilladas en una mueca que el colorete deja en sus ros-tros histéricos

en un vestido finamente decorado para otro tiempo

sin huellas o nombre.

Es la puta que te recibe y se deja hacer bochornosa y muda

y dejas tu semen en su vagina usada infinitamente

te crucifican y todo tu dinero pasa a sus manos embarradas de sexo.

Y como toda ciudad

sus capiteles de un rojo sangriento

donde se refleja el sol viciado al caer la noche soñada

las riveras de su río donde en otro tiempo bebieron los toros

y las mujeres esperaban a sus amantes de la guerra hecho trozos de carne.

La música contagiosa ya pasada de moda se extiende como serpiente

te inventa y distribuye en el ambiente popular.

La tradición es una droga que no hay como curarla

un vicio que aunque no quieras te pica y te contagia.

Y los emigrantes dejando su piel y su pasado en sórdidos ghettos

en las sucias alfombras de las oficinas donde se amontona la basura

la herencia que los otros dejan y delata como seres abstractos y definitiva-mente cosas

objetos maquillados tragando frente a una pantalla tan indiferente como sus vidas

donde se refleja la vanidad de un mundo que solo ellos comprenden

y los defino en una realidad menos visible

en una tabla de imágenes y configuraciones.

Es una ciudad como otra

donde la trampa es menos visible

pero trampa al fin.

 

  III

 

Hay tantas cosas absurdas

tantas cosas que no dicen nada

inexpresivas

desencajadas

torbellinos arremolinados en el gentío

razones como ruegos de alfileres

es todo ladrillado

seco y distante

acabado.

Todo esto no es más que una idea engañosa

la infinita necesidad de lo absurdo

callejas que en el cuerpo dejan marcas

marcas de esclavos

nada más que un mordisco y la pus de la herida

una quemadura

y nada ya es igual o lo será.

Esos árboles estériles

nunca más darán frutos

esos ojos ahuecados

no miraran más con dulzura

solo el colmillo picado dejará en el rostro una mueca intraducible

y como el sol que ya no está

irán pasando

irán cayendo

y las ruinas de la vida como la ciudad

no será otra cosa que un mal dibujo

una enfermedad contagiosa.

Estamos convencidos y ajustados a la idea

y acaso esa idea no es

ni lo será

es que la idea en sí

ya no es más que costumbre

es de los otros.

Símbolos y solo nombres

ideas empapeladas

infinidades de ideas

y eso no quiere decir que lo sean

como tu eres acaso porque yo te nombro

o te catalogo desde muchas perspectivas

reconstruyo desde los que soy y quise ser

imagino que son las cosas en si

o miro en mis ojos algo que creo ver

el reflejo de la ceguera tatuada.

¿Es esto o aquello real?

o el engaño de las formas que tejen los charcos

matemáticamente todo es un número

el ángulo y la idea

las cosas son como el pantano

no es lo que parece

cuando la verdad es o no la verdad o solo un acontecimiento

una línea difícil de determinar o catalogar

y no hay nada que sea la verdad ajustable a la idea

solo esos que crees ver o no

esa multitud de gentes que son olvido.

Puede que mañana al levantar nada es como lo crees

solo existe una ventana

y la oscuridad desparramada sobre los muros de la ciudadela

un hueco entre tú y lo que llamas mundo y la medida de tus manos

entre tú y las cosas que corren por tu representación.

Puede que al caminar

solo sea una avenida y no puedas ver donde acaba

solo un espacio infinito de pavimento y tu voluntad de poder

un sueño martillado que no se puede leer o interpretar

y en esa infinitud tu soledad

y el negro de los autos

el estómago anudado

donde se hospeda el monstruo que has alimentado cada luna

y la tos atragantada

como un aullido que está a punto de parir.

Ya no sabes que hacer

seguir o retornar

o quedarte

ahí

congelado.

                                                                    Londres, 2011

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