Fue el comienzo, en grande, de una suerte de relación amor-odio, entre el público zalamero de la isla y un séptimo arte nevado y circunspecto, ajeno a una idiosincrasia desenfadada y bullanguer

 
Foto: Archivo

El "konest" o final de la coproducción soviético-cubana Soy Cuba.

Debe haber sido en el cine Actualidades de la calle Monserrate, frente al glorioso edificio Bacardí, devenido desperdicio de la burocracia  socialista, donde fui junto a mi cinéfilo padre, durante los tempranos años sesenta, a ver La hija del guerrillero, película soviética del estricto y hasta ridículo modo de hacer arte llamado realismo socialista.

El cambio era ciertamente brusco, traumático diríamos, si se considera que Cuba era uno de los mercados consentidos de la cinematografía de Hollywood y el habanero disfrutaba en cientos de salas los estrenos mundiales casi al mismo tiempo que Nueva York o Los Angeles.

Si la memoria no me traiciona, en La hija del guerrillero hay un combatiente soviético que es acribillado a balazos por los nazis mientras le quedan fuerzas para arrastrar una locomotora. Esta inverosímil premisa sería abordada de modos diversos en otros numerosos filmes soviéticos que comenzaron a desempeñar un papel protagónico en la exhibición cinematográfica de la isla. Fue el comienzo, en grande, de una suerte de relación amor-odio, entre el público zalamero de la isla y un séptimo arte nevado y circunspecto, ajeno a una idiosincrasia desenfadada y bullanguera.

Claro que no era la primera vez que el cine soviético era mostrado en Cuba. Los antecedentes más famosos se remontan a los cine clubs del crítico José Manuel Valdés Rodríguez durante los años cuarenta y cincuenta en los predios de la Universidad de La Habana. El acorazado Potemkin y Alexander Nevsky. De S.M. Eisenstein estuvieron entre sus presentaciones.

La Cinemateca de Cuba adscrita al Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), creada en 1959, pues hubo otra precedente escamoteada por la historia oficial, trajo a nuestra consideración a clásicos del cine soviético que disfrutamos en la sala de 12 y 23 en El Vedado. Dziga Vertov, Pudovkin y otros grandes directores comenzaron a ser programados periódicamente. Claro que nunca fuimos informados que muchos terminaron, como el propio Eiseinstein, prácticamente  devorados por la maquinaria represiva stalinista, no obstante su manifiesto consentimiento del sistema comunista.

No se produjeron muchas coproducciones entre la industria cubana y la soviética como hubiera sido de esperar. Soy Cuba (1964), de MijaiI Kalatasov ocupa el lugar cimero de cualquier otra aproximación entre los dos mundos por su extrañeza y singularidad. Reúne varias historias de la sociedad que antecedió la revolución castrista contada a la manera rusa y envuelta en una soberbia fotografía.

El cine de la URSS debió competir con la cinematografía del campo socialista francamente cuestionadora del sistema. Antes de aparecer tardíamente en Cuba Tarkovsky con La infancia de Iván, nos pareció que el cine checo, polaco y húngaro cifraban todas nuestras aspiraciones de libertad estética y conceptual. Los inquietos “satélites” se atrevían a anunciar el fracaso del socialismo unas cuantas décadas antes de que ocurriera el descalabro.

El cine soviético con su parsimonia y grandilocuencia eslava ostentó el rigor de sus adaptaciones literarias decimonónicas  y hasta isabelinas (El último disparo, La dama del perrito, Crimen y castigo, La guerra y la paz, Hamlet, El rey Lear), así como sus versiones minuciosas y humanistas de la “Gran Guerra Patria” (La balada del soldado, Cuando vuelan las cigüeñas, Los amaneceres son aquí más apacibles).

La deslumbrante filmografía de Tarkovsky, inimitable en su hechura y conceptos, así como  toda la mitología que se urdió alrededor de su figura maldita, introdujo el resto de una pléyade de directores capaces de estremecer para siempre los cimientos de una cultura esencial embotada por la mediocridad ideológica.

De tal modo supimos de los hermanos Mijalkov (Andrei y Nikita), aunque no estuviéramos al tanto que la osadía de su cine provenía, de cierto modo, del amparo que significaba tener un padre escritor famoso que pertenecía a la nomenclatura cultural oficial.

Parajanov, director de una película inolvidable, La sombra de nuestros predecesores olvidados, muchas veces en prisión por no ceder a la censura y a la mezquindad del aparato represivo; Tengiz Abuladze, director de Arrepentimiento y Klimov y su nueva perspectiva del horror de la guerra en la estremecedora Ve y mira.

Al gran cine de la etapa soviética también corresponden Ascensión de Larisa Shepitko; La comisaria, filme de Aleksandr Askoldov, que fuera secuestrado durante años y Moscú no cree en lágrimas, de Menshov que incluso mereciera el Oscar al Mejor Filme Extranjero.

En 1987, otro de los filmes “descongelados” por nuevos directivos cinematográficos que anunciaban la perestroika, fue un irreverente documental titulado ¿Es fácil ser joven? de Loris Podnieks que tuvo un fuerte impacto en la Unión Soviética y luego en Cuba cuando fue incluido en una de las habituales semanas de la cinematografía “hermana” en la isla. De pronto se pudo constatar que la juventud socialista estaba devastada por la guerra de Afganistan y por un régimen que no los dejaba respirar.

Sus homólogos cubanos se sintieron rápidamente identificados y el documental hubo que repetirlo por la televisión previa explicación de un crítico de cine oficial encargado de un sutil descrédito.

A partir de ahí todo fueron suspicacias con respecto al cine ruso y las semanas que lo siguieron homenajeando, con no pocas salvedades de las autoridades cubanas, resultaban ser las más concurridas porque el público cubano andaba tras los testimonios del cambio que anunciaron los artistas y que en pocos años diera al traste con el poderoso “imperio del mal”.

Hoy vuelve a primar el producto más pedestre de Hollywood en las desvencijadas salas de exhibición cubanas y el cine ruso se circunscribe, principalmente, a la semana anual que le dedican en la Cinemateca y a algún que otro éxito internacional que, luego de giras por festivales, encuentra un nicho en los circuitos de cine de arte de la isla.

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