Recuerdo, siendo muy pequeña, que de vez en cuando mis padres solían llevarnos a mi hermana y a mí a una hamburguesería llamada Hollywood.

En realidad la comida no nos entusiasmaba a ninguno, pero yo siempre quería volver porque las paredes estaban forradas de fotos enmarcadas de las estrellas del Hollywood clásico.

“¿Esa quién es?”, le preguntaba a mi padre. Siempre se me olvidaba su nombre, pero tenía muy claro que mi favorita, la más guapa de todas, la del pelo más bonito, era Rita Hayworth. Me quedaba embobada mirando su foto, “Quiero ser como ella”.

Me pasé la adolescencia intentando peinarme imitando sus ondas perfectas frente al espejo de mi cuarto con Put The Blame on Mame, la canción principal de Gilda, sonando de fondo. Nunca me quedaron del todo bien.

Seguramente si hubiese conocido la historia de Rita Hayworth, la de la persona, no la de la femme fatale que durante años endiosé en mi cabeza, la habría mirado más desde la compasión que desde esa idealización malsana que roza la envidia.

Rita Hayworth pasó de ser la mujer más deseada del Hollywood de los 40 a ser desterrada y crucificada, tachada por la industria y la prensa ser una borracha.

Pero, como se ha sabido después, la verdadera tragedia de Rita fue que en realidad sufría alzhéimer desde una edad temprana, cuando la mayoría ni siquiera había escuchado nunca el nombre de tal enfermedad.

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Cuando hizo su última película en 1971, con poco más de 50 años, Hayworth tuvo que rodar sus escenas frase por frase porque era incapaz de recordar sus diálogos. Por este mismo motivo tuvo que dejar una obra en Broadway. Su comportamiento era cada vez más impredecible. En 1976 fue expulsada de un avión por actuar violentamente. Los medios la ataron a una estaca y le prendieron fuego: “Alcohólica, borracha”. Los médicos les dieron la razón.

No fue hasta 1980 que su hija logró encontrar al psiquiatra que la diagnosticó correctamente. Cuando la noticia se hizo pública, Hayworth le puso cara a una enfermedad hasta entonces sin rostro. Aunque parece que la historia se ha olvidado bastante de todo esto. Parece que, como yo de niña, la mayoría solo quiere recordar de ella las fotos de melena, sonrisa y vida perfecta.

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Rita Hayworth falleció en 1987 sin recordar quién era, murió bajo el cuidado de su hija Yasmin Aga Khan, que lleva desde entonces luchando por la investigación y la visibilización de la enfermedad que, mucho antes de llevarse a su madre, hizo que la sociedad que al había subido al pedestal más alto la enterrase en vida.