Mundo voyeur

Leticia Herrera

Si yo no nací voyeur, aunque me hubiera gustado. Porque, ¿qué es un voyeur sino un alma rebelde que se niega a engrosar las filas de los adaptados? Es un espectador que juega con cartas cerradas, aunque ingenuo, que busca que la vida le dé señales, herramientas cognitivas para desentrañar el nudo de la existencia, que ni es cordel para tener nudos, ni hace falta maldita la cosa, desentrañarla.

El voyeur calla, no porque no tenga algo qué decir, sino porque quizá (aunque no en todos los casos) va aprendiendo que callar es más valioso que sumarse al ladrar de los perros tras la famélica cánida que es cada día.

El voyeur está instalado, como los francotiradores, un paso atrás de la escena donde el hecho acontece. En una disposición visual desde arriba, el voyeur no sabe que el Gran Devorador del Tiempo lo observa con displicencia, esperando que caiga, que cruce el umbral y participe, deslumbrado por el mito de los “quince minutos de fama”.

En términos psicoanalíticos, el voyeur juega el rol pasivo de observar un acto erótico, de lo que obtiene placer; es participante no invitado, o mejor diríamos, invitado especial porque ni suda ni se acongoja con los rendimientos y el físico que debe poseer, para obtener placer.

Pero extendiendo la acepción del término, como bien nos place a muchos, el voyeurismo puede asignarse a la actitud pasiva de observar. ¿Porque suena más chic decir voyeur que observador? Nunca lo sabremos. Pero presiento que es más preciado que lo llamen a uno voyeur que observador.

Aunque, pensándolo bien y siendo absoluta e intransigentemente sincera conmigo misma, reconozco que el voyeur es sólo un observador. Y bien, qué importa, con tal de que la actitud devenga en una postura existencial, no física, ya se sabe, sino ideológica, política, social.

Y resulta que, unas cuantas líneas, y el término se me va desgastando miserablemente, y va pasando de ser un concepto romántico y elaborado, para almas elevadas que se exaltan con las miserias del mundo y por eso prefieren mantenerse, incólumes, observando desde su nicho, exánimes de tanto esfuerzo emocional, a una simple disposición espacial que puede cambiar en cualquier momento.

El voyeur, para mantener su condición original, nunca debería rebasar su espacio proscrito, escondido, donde los otros no ven que los ven. Sin embargo, a como se dan las cosas en estos días, más pareciera que ser voyeur es una actitud de perro de presa, que espera, que observa, pero para saltar sobre la prenda que ha de cobrar. Para, en un gesto arrogante y rápido, saltar a la palestra y decir: en realidad, los he estado observando con detenimiento y quiero ahora decirles que…

Ajajá, los deslumbré, ¿no es cierto?

Qué tristeza todosesto. Y es que, cuando nombré este texto, quería referirme específicamente al hecho de que las redes sociales como el facebook, por ejemplo, son criadero de voyeuristas, pero como al mismo tiempo y como condición sine qua non, también de exhibicionistas, entonces, pues ¿dónde queda la moral si el voyeur flaquea y de pronto, postea aunque sea unos puntos suspensivos? Digo yo, para ser moralmente aceptables tendremos que restablecer, por el bien psicológico de quienes queríamos nacer voyeurs pero en esa concepción elaborada y cerebral, los alcances del voyeur. Yo me pronuncio por que la más mínima expresión dada en alta voz, y esto incluye ahora postear fotos, discursos atachados, mensajes crípticos, citas de escritores famosos, dibujos del kínder, emoticons, toques, mensajes para mi mamá que cumple años o lo que ustedes se imaginen, implique el retiro inmediato, de la cualidad al sujeto voyeur en ciernes, para que sirva de escarmiento y que se sepa que el que flaquea cae, y el que cae, pues ya no puede estar sentado en la silla del profesional y exquisito voyeur.

Ya me di en la torre yo sola, pero no le hace. Por eso digo, que yo quería ser voyeur. Ah que la fama mentada, perdedora de virtudes, sonsacadora, coscolina, caliente…