De todas las respuestas buscadas, con la que más coincido es: “un buen momento para recordar lo bueno y lo malo del pasado” ¿Acaso los restantes meses del año, no son el mismo ciclo de oportunidades para hilvanar los recuerdos que tengamos de otros y de nosotros mismos, en ese crisol bio-eléctrico de la memoria? Sí y No. Es confuso y contraproducente, pero en la llamada Navidad, donde los creyentes judaicos-cristianos celebran (de distintas maneras) la pascua o el nacimiento de Jesús, se confabulan una serie de hechos, que nos conducen a la reflexión a todos, incluso si usted es como yo, completamente ateo. En la navidad el silencio es doble. Las luces no solo iluminan, también dan calor. El rojo de las luces ornamentales no es igual al rojo de las noticias que anuncian las desgracias del mundo, tampoco el verde de los ramos en las puertas, ese verde es puro sin manchas que deja la sequía en los pastos, la cruel sequía de todos los años, avisándonos su intención a perdurar. Por doquier los saludos deseando felicidad y prosperidad, llenos aun de sombras oscuras y de compromisos no saldados. Mirando al mundo desde la gran ventana dulce de la mentira

No se trata de vender nuestra sonrisa al mejor postor. Ni de regalarle los zapatos usados al primer necesitado. En la navidad es un crimen morirse de tristeza. A veces debemos recurrir a los recuerdos para no darle un ápice de nuestras vidas a la morriña  Que nada ni nadie nos vuelva a mostrar las sombras oscuras que tuvimos, cuando en navidad, nos probábamos nuestras trajes de fiesta.

EN EL DURO INVIERNO DEL NOVENTA Y CUATRO

A fuerza de pedaleo he aprendido a odiar esta ciudad

sus calles alargadas donde palidece la cal

me han marchitado el azul de mirar al mundo

Busco en los rincones una luz

algo sin péndulo que me anuncie

otras mentiras menos durables

Es inútil tomar el tiempo

como una magnitud de antojos

He equivocado el aire del país

la triste leyenda de creer en sus disfraces

la ciudad lo anuncia cada mañana:

entre la multitud camina otros dioses-viajeros

dueños absolutos de las esquinas

Cada tarde el tedio nos abofetea

mientras mi muchacha y yo pedaleamos

replegando las sombras

y a los amigos del erario

que se descomponen como zapatos fuera de sus pies

He equivocado la hora y el final de este viaje

tal vez envejecí lo suficiente

La ciudad va muriendo en sus fiebres de no-posesión

y no le bastan sus rutinas

sus estúpidos bailes de beneficencia

ni la languidez de sus ciudadanos

aparentando alegrar el aire de la tarde

con el olor de la carne friéndose en los patios

En el duro invierno del noventa y cuatro

cuando Jesús cumplía otro aniversario.

Del Libro "Navegación Impasible, La Habana 2000