A las 9.05 hrs. de aquel día, Carlos Fernández Sánchez, conductor del tren número 10 de la línea 2 del Metro de la Ciudad de México, también llamada la línea azul, se dispuso a emprender la salida de la estación terminal Tacuba rumbo a Tasqueña, la terminal opuesta. Carlos llevaba tres años de servicio en el Sistema de Transporte Colectivo (STC), ya se le consideraba un conductor experimentado. Amaba su trabajo, sonrió al emprender la marcha.

A las 9.28 hrs. de aquel día, el tren núm. 8 de la misma línea, que circulaba justo inmediatamente adelante del tren núm. 10, fue abordado por los hermanitos Pepito y María A. en la estación Pino Suárez. Pepito de diez años de edad y María de ocho habían acudido al mercado de La Merced a proveerse de dulces y chicles, materia prima para sus ventas en los vagones del metro. Vivían en una casucha sobre la Calzada de Tlalpan, por la que circula el Metro, así que les convenía “trabajar” en la línea 2, razón por la que habían transbordado en Pino Suárez y tomado la dirección Tasqueña. Habían abordado en el vagón 6 y, siguiendo su método de venta, habían ido pasando de vagón en vagón, aprovechando las paradas en cada estación. A las 9.37 hrs. de aquel día ya se encontraban en el último. El día parecía “pintar” bien. Estaban muy contentos.

A las 9.25 hrs. de aquel día, la señora Juana B. abordó el tren núm.8 en la estación Zócalo. Doña Juana era una humilde trabajadora que se ganaba la vida empleándose como empleada doméstica en casas familiares. Aquel día tomó el Metro para acudir a una empresa por el rumbo de Tasqueña que solicitaba afanadoras. Lo mismo en que ella se desempeñaba, pero… ¡de planta y con algunas prestaciones! Estaba definitivamente optimista. A las 9.35 de aquel día, el metro había arribado a la estación Viaducto, luego se había accionado la palanca de emergencia y el convoy no proseguía su marcha. Aprovechó para pasarse del vagón donde venía hasta llegar al último, con la esperanza de encontrarlo menos lleno. En realidad estaba ocupado por más de cien personas, pero un bondadoso señor le cedió su asiento. La señora Juana sonrió complacida, parecía que este iba a ser su día de suerte.

A las 9.36 hrs. de aquel día, Marta X. y Jorge Y. ya habían llegado a la estación Chabacano. El tren núm. 10 dilataba un poco en cerrar las puertas y aprovecharon para caminar, como era su costumbre, hasta el primer vagón y entrar en él. Marta y Jorge, estudiantes de la Universidad Nacional, eran novios. Aquel día aún les faltaba llegar a Tasqueña y tomar la pesera para llegar a Ciudad Universitaria, pero no tenían mucha prisa, su clase era hasta las 11 de la mañana, aprovecharían para reunirse con otros chavos en la cafetería de Humanidades. Reanudaron en el vagón su charla sobre lo bien que la habían pasado el reciente fin de semana. Pensaban llegar a C.U. y planear con sus amigos el próximo, y claro, los estudios de la semana. Eran buenos estudiantes, eran jóvenes, se recibirían y, qué duda cabe, les iría bien. En todo les debería ir bien, confiados y seguros estaban de ello.

A las 9.36 hrs. de aquel día, a la par de los jóvenes estudiantes, el señor Rigoberto Z. se introdujo también al primer vagón del tren núm. 10. Llevaba ya varios minutos en la estación Chabacano, había caminado por el andén hasta el área del primer vagón; de hecho, había preferido dejar ir el tren núm. 8 esperando que el siguiente llegara menos ocupado. Llegó el 10 y lo abordó. El señor Rigoberto recientemente se había pensionado, al llegar a la edad de 60 años, en el Instituto Mexicano del Seguro Social donde había sido trabajador. Como parte de sus nuevos planes de vida, había decidido acudir aquel día a inscribirse en el Centro Deportivo Churubusco del Instituto, sobre la citada Calzada de Tlalpan por la que corre la línea 2. Estaba seguro que allí la pasaría bien, al menos todas las mañanas podría llegar a las 10 hrs., meterse un buen rato a la alberca, o hacer un poco de ejercicio en el gimnasio, acaso encontrarse a algún compañero y pasar el rato charlando, regresar a casita a mediodía…. Pensó con satisfacción que se lo tenía ganado. Linda etapa por delante a disfrutar: pensión suficiente para vivir con dignidad, tiempo de ocio creativo… ¡ah, bien decían que la vida comienza a los sesenta!

A las 9.38 de aquel día, Carlos Fernández Sánchez, conductor del tren núm. 10 de la línea 2 del Metro emprendió la salida de la estación Chabacano.

A las 9.39 hrs. de aquel día, lunes 20 de octubre de 1975, el tren núm. 10 corría a 70 kilómetros por hora dejando atrás la estación Chabacano. Adelante, el tren núm. 8 seguía estacionado en la estación Viaducto. El conductor del 10 no lo advirtió al avanzar. Lo vio demasiado tarde, sólo hasta después de cruzar la “panza” que existe en el terreno entre las dos estaciones, cuando ya descendía vertiginosamente.

A las 9.40 hrs. de aquel día el conductor del tren núm. 10 supo que inevitablemente alcanzaría al 8 estacionado. Ni siquiera tuvo tiempo para frenar. Se lanzó fuera de la cabina para salvar su vida. Dos o tres segundos después vino el impacto. El primer vagón del tren núm.10 y el último del 8 quedaron literalmente telescopiados.

Al día siguiente, todos los medios de comunicación daban profusa cuenta del accidente del Metro. Se hablaba de un número impreciso de muertos.

Entre ellos, los adultos Juana B, Marta X, Jorge Y, Rigoberto Z, y los niños Pepito y María A.

J.A.C

 

ANEXO
Los personajes de este texto, salvo el conductor del tren número 10, son ficticios. Sólo he intentado manejar tiempos, lugares y desplazamientos, congruentes con el tiempo y lugar del percance.
El accidente del Metro de la Ciudad de México el lunes 20 de octubre de 1975 evidentemente fue real y conocido en su momento por todos los mexicanos y por el mundo entero.
Las personas que viajaban en los convoyes y sobrevivieron, las que estaban en el andén de la estación Viaducto, los vecinos del lugar, los curiosos que más lograron aproximarse, consideraron que hubo más de cien muertos. La cifra oficial fue de 31 muertos y 71 heridos.
Una Comisión ordenada por el presidente Luis Echeverría se dio a la tarea de investigar las causas del accidente y fincar responsabilidades. La Comisión estuvo integrada por el Procurador de Justicia del D.F., el Director del Sistema de Transporte Colectivo y el Secretario de Gobierno del Departamento del D.F. (Jefatura de la Ciudad). Ningún representante de los trabajadores. La comisión, en cinco días, dictaminó que el único culpable del accidente fue el conductor del tren núm. 10, Carlos Fernández Sánchez. Se le condenó a 14 años de cárcel. Salió de prisión hacia el año 1980, por buena conducta.
De manera extraoficial, un peritaje de 90 páginas realizado por especialistas de la Academia Nacional de Ingeniería encontró errores graves en el diseño de señales del S.T.C., en el sistema de frenado y en el de radiocomunicación.
El tren núm. 8 que circulaba adelante del 10, había sufrido varios paros por haberse activado la palanca de emergencia en las estaciones Hidalgo, Bellas Artes, Allende y Pino Suárez, anteriores a la Viaducto. Y en esta, en la estación Viaducto, había empezado a avanzar pero se activó la palanca del vagón núm. 6 y detuvo la salida. Nunca se dio cuenta clara de estas situaciones.
El normal distanciamiento entre trenes es el equivalente a dos estaciones. Aquel día se permitió que fuera una, “porque la demanda era muy alta”, según dijo en su momento el encargado de regular la línea 2.
En el Archivo General de la Nación el expediente de 3000 fojas desapareció. En el Archivo Histórico de la Ciudad de México, un investigador del periódico El Universal encontró “sólo un oficio de media hoja”
Igualmente desaparecieron la caja negra, las cintas y el cronotacógrafo.
Es significativo que os añade cuán difícil me fue ilustrar mi texto, dada la carencia casi absoluta de fotografías. Las dos o tres encontradas en el buscador Google muestran los trenes colisionados vistos a distancia. Evidentemente, se controló la aproximación de personas y que se sacaran fotos.

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Respuestas a esta discusión

Las palabras se me acaban ante tanta injusticia e impunidad en medio de tamaña desgracia. Era muy joven en esas fechas y no recuerdo, a pesar de ser asiduo lector de la "prensa" de mi país, el accidente. La crónica que has hecho, con esa anticipada tensión en el tiempo, tan afinada y bien lograda, ojalá llegue a cada mexicano en particular, pues ningún hecho así, por pequeño y aislado que parezca, debe desaparecer de la memoria colectiva por una simple razón: el respeto a la memoria de los fallecidos. Un abrazo.  

Hoy en la mañana te agradecí y respondí tu comentario. Ahora, por la noche,  no lo veo, tal vez no le dí "añade tu R". Así que te vuelvo a agradecer tus palabras y compartir tus conceptos. Te decía que la realidad suele ser injusta. Y la memoria muy olvidadiza. Hoy nadie se acuerda de aquel suceso trágico. Y menos, bueno ni siquiera supo, las cosas que digo en el "Anexo". Yo mismo medio supe, como todos, de algunas irregularidades "menores" que la prensa vendida fue ocultando. Al cabo del tiempo, hace más de tres años que escribí "Aquel día..." algo investigué y fue que supe lo que escribí. 

Rolando Ambrón Tolmo dijo:

Las palabras se me acaban ante tanta injusticia e impunidad en medio de tamaña desgracia. Era muy joven en esas fechas y no recuerdo, a pesar de ser asiduo lector de la "prensa" de mi país, el accidente. La crónica que has hecho, con esa anticipada tensión en el tiempo, tan afinada y bien lograda, ojalá llegue a cada mexicano en particular, pues ningún hecho así, por pequeño y aislado que parezca, debe desaparecer de la memoria colectiva por una simple razón: el respeto a la memoria de los fallecidos. Un abrazo.  

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