Por: Cristina Sáinz Sotomayor

     El sol brillaba para Bobby. Una hermosa carita se asomaba a verlo. La barda resultaba muy alta para los siete años de Bethlém, más no le importó el raspón que amenazaba con sangrar su antebrazo, tampoco el susto que se llevó con las hormigas rojas que subieron por el hoberol de mezclilla hasta llegar a su pecho. Valía la pena ver a Bobby remolineándose en sus ladridos. El movimiento de su cola ganaba su cariño.

       Bobby no hablaba, pero seguro es que sentía, amaba y también sufría. Sólo conocía ese patio, trasero de esa casa, esa tierra suelta y seca y un guayabo que lo resguardaba del ardiente sol de verano y de las frías lluvias de invierno. Y aunque solo veía en blanco y negro, Beth teñía con encanto sus días. Presto siempre a escuchar los primeros ruidos de su llegada, adivinó el crujir del pasto seco, sobre él los pies de niña que tropezaron… Al fin su pequeña pierna logró verse apoyándose en el límite de la barda.

       Ahí estaba ya Beth sacando de las bolsas de su ropa rebanadas frescas de jamón. Sonriendo las contó y sobre la palma de su mano comió el perro. Una ráfaga de satisfacción se adueñó de su pecho, fue la emoción de calmarle el hambre y la sed. Lo rescataba de la soledad y de la condena inexplicable de perpetuar en ese lugar, con esa gruesa cuerda que sólo le permitía avanzar  una muy corta distancia. Agradecido lamió sus manos, sus piernas, subiéndole las patas en un abrazo. Y sus ladridos fueron el saludo del amigo más sincero.

       Escucharon gritos, seguidos de pasos, era la señal de alerta para ambos… Mientras Beth corrió como gata sigilosa hasta detrás del árbol de guayabo, el perro se tiró sobre el suelo extendiendo su cuerpo para distraer a la mujer que se acercaba y gimiendo en pequeños aullidos llamó su atención, pero lejos de preocuparse le asentó un puntapié. Y sus ojos malos centellas de furia, se encontraron con los sumisos de Bobby que aguantó con las extremidades en alto, indicando así que se rendía. Irrumpió una voz grave que avanzó hacia él y al  desanudarlo lanzó hacia otro lado lo que aprisionaba su garganta. Era la figura de un hombre, la silueta a la que intentó perseguir hasta el cansancio cuando la gruesa cuerda lo detenía de su cuello, la imagen que  sin herirlo le daba de comer algunas veces, la voz que ahora le gritaba rayos a esa mujer que tanto temor le causaba:

     _ ¡Vieja holgazana –le gritó- te la llevas empinando la botella!

­     _  Es mi problema –repitió la desalineada mujer.

      _Me iré y esta vez para siempre –le dijo encendido mientras tiraba

objetos y papeles.

      _Lárgate  –dijo la mujer- lárgate si quieres y no vuelvas más, y si quieres llévate tus cosas pero  este perro tonto aquí se va a quedar.

      _ ¿Y porqué si ni lo quieres?-Replicó el hombre.

     _Porque es mío, a mi  me lo regalaron.

    “¿Y a Bobby se lo llevará?” se cuestionó Beth una y otra vez. Aquel hombre significaba la garantía del trato digno de un perro (no golpes ni insultos, y comida una vez al día), del trato digno de Bobby, aunque fuera dos veces a la semana que eran los que generalmente don Pedro estaba en casa. “Que se lo lleve, que se lo lleve”  pensó Beth en raspante imploración. Los insultos se oyeron, los golpes se dieron y Bobby corría de un lugar a otro sin entender lo que pasaba. Y sus ladridos se confundieron…

      La niña se fue cabizbaja, preguntándose una y otra vez como salvaría al perro de esa situación. Recordó con angustia cuando la mujer le quemó un ojo con un cigarro encendido  arrancándole tremendos aullidos. Sus desolados pasos la llevaron hasta la banqueta de una esquina donde lloró de inaguantable impotencia, y apretando sus manos guardó sus impulsos y decidida propuso: “aunque mamá me ha dicho que no, que entrar a una casa ajena no está bien, y que sacar a Bobby de esa casa es un robo… Robaré a Bobby, lo sacaré de ahí cuando no esté la vecina, lo subiré como pueda hasta arriba y con todas  mis fuerzas lo empujaré hasta que caiga al otro lado de la barda”

       No había sentido Beth más largos los días, inacabables las horas, pero llegó el momento esperado, un día especial para Bobby… Al fin sería libre. Eran las cinco de la tarde y el sol veraniego aún quemaba fuerte.  De nuevo asomó la cara por la barda, alcanzó los rasposos ladrillos en su piel, una que otra hormiga el mismo patio…

    _¿Bobby… Dónde estás Bobby?

   _ Bobby!…¿Dónde estás?

      Bobby siempre estaba…

      Y queriendo sacar del aire las respuestas, de la pelota desinflada y de la gruesa cuerda que apretara tantas veces su existencia y que ahora yacía tirada entre la tierra suelta… Estático, silencioso todo estaba, y Beth se fue a la esquina a llorar su inaguantable tristeza.

      La oscuridad llegó y con ella las palabras afiladas, que cortaron de brecha cayendo sobre su alma:

       _Ese perro tonto se comió una carne envenenada, que alguien le arrojó al patio de la casa, alguien a quien seguramente los perros no le agradan. Hubiera visto comadre al Bobby, como temblaba  hasta que por fin ya no se movió. Ya lo mandé a tirar al basurón.

      _Pues que bueno Antonia, al fin vas a descansar de ese animal, ya no vas atener  pendientes.

       Los ojos de Beth se contrajeron… Se nublaron y enrojecieron. “Hablan de él” se repitió a sí misma. Se imaginó a Bobby en sus últimos momentos, en un estrepitoso movimiento, sólo, sin ella, sólo la inmune mirada de esa mujer que nunca lo amó. Se lo imaginó también dándole su tiempo, pasando de nuevo sus pequeñas manos sobre ese pelaje café claro que tanto le gustaba.

   Sintió como Bobby lamía sus manos, su rostro. Eran los besos de un amigo que se marchaba. Beth comprendió que no hubiese sido un robo. Era un rescate.

 

 

 

 

 

 

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Respuestas a esta discusión

Muy bello relato, Cristina, y muy bien trabajado. Felicidades.

Gracias amigo

es un placer que hayas venido a mi delirante espacio

Qué bonito cuento! Terminé de leerlo y no pude más que llorar! lo contaste con tanta ternura, ilustrando  una realidad tan dura como la que sufría Bobby, una niña que se conmovió por ver la forma como lo trataban, la indolencia de sus dueños y el triste final de la historia, que refleja lo que una escritora debe transmitir y fue todo lo que yo viví y sufrí en este cuento. 

Te felicito!



Graxias Norma , es un placer verte en mi s letras

y si, para serte franca desgraciadamente  esto fue casi totalmente  real,

y traté de trasmitirlo

espero que este cuento haga conciencia a las personas que tratan a los animales como si no sintieran... y ojalá algún día no lejano aquí en México sea castigado por la ley a quienes cometen estos delitos de crueldad

por cieerto mal ejemplo para los niños... Un abrazo desde México que alcance

Gracias Pastor por leerme

Un abrazo que alcance también para ti desde México...

Pastor Aguiar dijo:

Con movewdor y muy bien llevado, Cristina. Los perros son seres maravillosos. Un abrazo.

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