FAUSTINA

Soy Faustina Duarte y soy una escritora muerta. Desde mi ataúd represento el papel protagónico de esto que no sé si es drama, comedia, melodrama o género literario inédito. Por actores secundarios no queda, a mi alrededor pulula toda suerte de entes bastante representativos de lo que fue mi vida. Por igual se ha dado cita lo mismo amigas y amigos verdaderos, que los que de dientes para afuera decían serlo y seguramente lo siguen diciendo. Está Beatriz, mi amiga Beatriz, tan simplona como sincera, de las pocas personas sinceras en este numerito, seguramente está triste, seguramente me extrañará, bueno, es lo que creo. Quien no creo que esté triste ni que me extrañe es Paulina, mi agente editora, ahí está con su invariable mirada fría y calculadora… bueno, así decía mi buen amigo Raúl, no yo. Lo que sí digo yo, es que ya no la toleraba con sus obsesiones de la política mexicana, tema que me quería endilgar; creo que nunca me perdonó que me negara a la literatura comercial… y las correspondientes regalías para ella. Buena onda, lo que se llama buena onda, Lupe, mi sirvienta, y con ella estoy segura que no me equivoco…bueno, nunca se sabe, Raúl desconfiaba de ella, pero él desconfía de casi todo el mundo; para mí Lupe fue más que una buena sirvienta, diría que amiga y confidente, apuesto a su discreción sobre…oh, sobre tantas cosas. ¿Y qué decir de mis primitos? Bueno, de Pedro ni bueno ni malo, ahí está con su humanidad de más de 100 kilos, pero seguro que dándole aún a los antojitos mexicanos; lástima que difícilmente creo llegar yo a la presencia del Señor, le hubiera pedido que le retrase el infarto al bueno de Pedro, tan sólo por ser de las pocas personas que ha de pensar bien de mí. No creo lo mismo de mi primita Isabel, siempre tan aduladora, siempre esperando obtener algo de mí, nunca me perdonó que siendo niñas fui mejor que ella en todo, claro, decía que yo la manipulaba, ahora quién sabe qué dirá. ¡Ah, mi familia! Ya llegó mi hermana Alicia con quien nunca tuve una buena relación, siempre me fue casi una extraña… se casó con el tal Renato y ni supe por qué se divorciaron, lo que sí supe es que Renato nunca la quiso. ¿Me quiso a mí Camilo, mi esposo? Sí, creo que me quiso, yo también… un poco, por lo menos al principio, pero siempre fue un pusilánime, buen hombre pero sin carácter, por no decir que nunca asimiló mi éxito como escritora; claro, todos dirán que fui una maldita con él. Ahí está, parece realmente abatido, a saber que pensará. ¿Qué les dirá a nuestras hijas? Tampoco me importa, no están en el país y han de venir en camino, pero para ellas mis pensamientos los dedico aparte, ya los conocerán por las cartas que les he dejado. Ha llegado Carlos, el extraño Carlos, mi alumno por cuatro semanas. Le obsequié mis libros y según me decía los leyó con la admiración que jamás dedicó a ningún otro escritor. Ciertamente un tipo extraño, me veía de una manera que nunca supe interpretar bien a bien; tal vez no tan extraño para mi cuñado Renato, nunca supe por qué le tomó una aversión tal que rayaba en lo obsesivo. Llegó también mi amigo el periodista de El Universal, creo que conoce a la mayoría de los que han venido, husmea como sabueso, me pregunto qué escribirá mañana en su columna. ¿Se sumará a las taradeces que seguramente especularán los reporteruchos de la tele? Ah, porque si de algo estoy segura, es de la novela de misterio que se forjará en torno a las circunstancias de mi muerte. De lo que se diga y escriba ya se divertirá mi amigo Raúl, él sí me conoció en lo más esencial de mi vida…sí, él fue verdadero amigo y confidente. Bueno, por una ocasión algo más que eso, sólo una, y de ahí en adelante amigos para siempre. No me arrepiento de haberle confiado sobre el desastre en que se había convertido ya mi vida, de mi alcoholismo que ya no podía frenar, de tantas cosas… de Renato, naturalmente. ¡Renato! ¿Qué papel representó mi cuñado Renato en mi vida? Diría que fue una mezcla de pasión prohibida, de obsesión irracional, de fascinación por el abismo. Bueno, retórica aparte, la verdad es que era más inteligente y carismático que mi maridito Camilo. Todo empezó aquel fin de semana en la casa de Cuernavaca, poco antes de mi matrimonio. Sí, lo seduje, fue sólo esa vez, nunca más tuvimos otro encuentro amoroso, pero creo que yo también me convertí en una obsesión para él, acaso por su inexplicable afán competitivo con Camilo. Sé que me odiaba, y nunca supe porqué, tampoco quise entenderlo, para mí Renato fue un psicópata. Hace una semana le hablé y concertamos un encuentro en la vieja casona solitaria de Cuernavaca. Fue en un momento en que estaba yo al borde del colapso, mi vida se caía en pedazos, mi alcoholismo me estaba llevando a la ruina. Había pensado en el suicidio, pero se lo confié a Raúl quien me hizo desistir. Además Camilo insistía en el divorcio y con mis hijas tan lejos mi vida familiar se había casi extinguido, pero pensé que habría una posibilidad de rehacerla a partir de una segunda oportunidad con Camilo. Y le hablé a Renato, pensando que tal vez un vestigio de sentimiento fraternal haría que me alentara y aconsejara bien en mi proyecto. No supe qué me impulsó a hacerlo, fue un error, el último error de mi vida. Nos vimos hace un par de noches, enloqueció, me dijo que él no servía para socorrer a nadie, que mi matrimonio con su hermano le importaba madres, y que mi vida también. Me lanzó a la piscina, me sujetó la cabeza dentro del agua hasta el instante final y ha de haber creído que hizo el crimen perfecto. Claro, al día siguiente me encontraría la afanadora que acude por las mañanas al aseo y “nadie sabe, nadie supo”, tal como se ha manejado hasta ahora en los medios de comunicación. ¡El misterio de la muerte de la escritora especialista en novelas de misterio!

Esta es la realidad, esta es la verdad del final de la vida de Faustina Duarte.

Lo que tú no sabes, Renato, es que no hay crimen perfecto. Lo que tú no sabes, maldito bastardo, es que ese día le confié a Raúl mi decisión de ir a verte, desoí su consejo de no hacerlo, pero siempre fui mujer que no se hecha para atrás y quise llevar a cabo mi empeño. Raúl descubrirá que tú, Renato, fuiste mi asesino. Él sabrá ahora perfectamente qué hacer.

¡Adiós Renato! Adiós… por ahora; nuestra última cita será en el infierno.

Javier Aviña Coronado